Inmaculada colgó el teléfono y se recostó en su silla con una leve sonrisa. El juego apenas había comenzado, y Amelia ya mostraba grietas. Esto no solo era inesperado; era frustrante. Inmaculada había planeado cada movimiento con precisión, pero parecía que la presión estaba funcionando más rápido de lo esperado. ¿Sería demasiado rápido? Consultó las cámaras del edificio hasta que localizó a Amelia, inmóvil frente a la puerta de la sala de juntas. Había hecho esperar lo suficiente a Jaime para ponerlo nervioso y, ahora, deseaba observar cómo reaccionaba Amelia antes de acudir a su rescate.
Los informes sobre Roberto lo describían como un hombre decidido, seguro de sí mismo. Su sangre había alimentado a la babosa que lo transformó en Amelia. Esa misma sangre debería haberle transmitido algunas de sus propias cualidades. Quizás le costara unos días asimilar todo, pero no podía derrumbarse tan fácilmente.
Amelia era especial para ella. No podía dejar que se suicidara antes de aprender la lección que debía por lo ocurrido con María. Lo único que pedía era que soportara un año. ¿Era mucho exigirle esa compensación por sus acciones? Quizás no había cometido actos tan atroces como Diego y Martín, pero su actitud vejatoria hacia las mujeres, su indiferencia ante los actos de sus amigos y el control al que sometió a María, dictándole cómo vestir y con quién hablar, eran suficientes para justificar el castigo.
María había sufrido mucho durante los cuatro años en los que estuvieron juntos. Inmaculada recordaba con amargura los días en los que trataba de consolar a su hermana, llena de lágrimas y miedo. Amelia debía pagar por ello, pero también debía aprender. No podía empujarla al suicidio. No tan pronto. Debía sobrevivir el tiempo suficiente para arrepentirse de su comportamiento. Tal vez entonces podría concederle una vida aceptable.
Mientras tanto, ajena a los pensamientos de Inmaculada, Amelia trataba de calmarse antes de entrar a la sala de juntas. "Vamos, Amelia. Ahora soy una mujer... ellos no pueden hacerme nada más, ¿verdad? Sólo son palabras. Sólo tengo que mantenerme lejos de ellos, lejos de sus manos". Se infundió valor con un suspiro profundo y, con pasos vacilantes, abrió la puerta.
—Pensamos que te habías perdido —comentó Jaime en cuanto la vio entrar, con un tono y una sonrisa burlona.
Amelia sonrió, pero no contestó. No iba a darle pie para continuar con las bromas. Apretando los dientes, se acercó a la mesa, situándose entre Fran y José Antonio para poner los cafés en la mesa, pero en cuanto se encontró entre ambos, notó cómo ambos agarraban su trasero, cada uno por un lado. Por unos segundos quedó paralizada; su cara se encendió de rabia.
Se lo había pedido amablemente a Jaime y ahora estos dos volvían a saltarse las normas mínimas de respeto. Un guantazo con la mano abierta a cada uno o tirarles sus cafés por la cabeza pasó por la mente de ella. No podía armarla; eran socios de la señora Montalbán.
—Por favor, no soy una prostituta ni su amante. Aparten de inmediato sus manos de mí. Esta habitación tiene cámaras —aunque no estaba segura de esa afirmación—. Si vuelven a tocarme, presentaré una denuncia por acoso. —Ambos retiraron rápidamente las manos, disculpándose. Afirmando ser sólo una broma inocente. —Parece que no se dan cuenta de que soy la asistente de Inmaculada. Una palabra mía puede influir en su futuro trato.
Jaime se percató de la seriedad en el rostro de Amelia; parecía no bromear al respecto. Ciertamente, no bromeaba; podía hundir su trato. Manejaba información desde dentro de Finanzas Goldstar. Terminó de poner los cafés en la mesa y, tras colocar la caja en una mesa auxiliar de una esquina, se situó detrás de la silla que esperaba que ocupara su señora.
—Señorita Amelia, tardará mucho la señora Montalbán. —preguntó Jaime, tratando de romper el tenso ambiente tras las palabras de Amelia.
Amelia se sonrió ante la diferencia de trato: a Inmaculada la llamaban "señora", mientras que a ella "señorita". Se preguntó cómo les sentaría si ella se dirigiera hacia ellos con "señorito". Amelia sacudió la cabeza, tratando de sacar esa idea de su mente. Se encontraba muy alterada. Sabía que "señorita" era una manera de adular a una mujer joven, pero le sentaba por alguna razón fatal. Estaba a punto de contestar cuando la puerta se abrió, entrando Luis e Inmaculada por la puerta.
—Siento el retraso, señores. Espero que mi nueva asistente os haya tratado correctamente —comentó sentándose en la silla donde había previsto Amelia.
Luis se situó de pie al otro lado de la silla de Inmaculada, dedicando una sonrisa a Amelia. Comenzando así la reunión. Jaime trataba de convencer a Inmaculada Montalbán sobre los beneficios de trasladar sus inversiones en activos financieros a Finanzas Goldstar. Durante más de una hora estuvieron hablando de números, balances y ofertas. Cuando el acuerdo estaba listo para firmarse. Inmaculada Montalbán se volvió hacia Amelia.
—Amelia, tu conoces bien Finanzas Goldstar. ¿Debería firmar este acuerdo? —preguntó de improvisto Inmaculada. Dedicándole una enorme sonrisa.
Amelia sonrió. Estaba dispuesta a intervenir aunque su señora no le hubiera preguntado de forma directa; por primera vez en toda la mañana se alegró. No solo era la oportunidad de vengarse de esos tres, era ser aceptada como una persona válida en asuntos financieros por su señora.
—No deberías firmar. —Las caras de Fran, José Antonio y Jaime palidecieron al oír las palabras de Amelia, que parecían condenar un negocio de cientos de millones de euros. Para ellos, todo indicaba que se trataba de una venganza por unas bromas que consideraban inocentes.
—Señorita Amelia, no debería tomar una vendetta por una ingenua broma. —Jaime intervino apretándose las manos con nerviosismo.
—¿Vendetta? —preguntó levantando una ceja Amelia— No soy tan infantil. Seguramente a Inmaculada Montalbán no le agrade el trato vejatorio al cual me habéis sometido —comentó, sin confianza en esa afirmación—, pero no es una vendetta. En realidad, este mes habéis recibido tres denuncias y estáis siendo investigados. La primera de Hacienda por evasión de impuestos, la segunda de la Comisión Nacional de Valores por irregularidades y la tercera del Banco Nacional por fraude.
Jaime tembló ante las palabras de Amelia; eran ciertas sus afirmaciones, pero aún no habían salido al público. Solo lo sabía un reducido grupo de directivos y harían todo lo posible por solucionarlas evitando su salida a la luz como en otras ocasiones. Inmaculada se giró hacia Luis con una sonrisa, dando la espalda a los tres hombres de Finanzas Goldstar.
—El primero de los motivos expuestos por Amelia es suficiente para cancelar el trato. No hacemos negocios con traidores a la patria. —Sentenció Montalbán antes de dirigirse a Luis. —¿Puedes corroborar la veracidad de sus palabras? —Luis asintió ante sus palabras; por supuesto estaba al tanto. Si Amelia no hubiera respondido así, aún hubiera intervenido él para anular el contrato. Siempre investigaban a fondo las empresas con las cuales hacían negocios.
—No sé de dónde han sacado esa información sus asistentes, pero es totalmente errónea. —Intentó aplacar la situación Jaime, viendo cómo se esfumaba el contrato.
—Verás, señor Villanueva. Yo respeto a mis asistentes. Ellos no me mentirían en algo de ese calibre, pero si todo eso no fuera suficiente, los tres habéis molestado a mi nueva asistente. Como comprenderás, yo soy una mujer y no admito tratos denigrantes y machistas a mis trabajadoras. He estado observando vuestro trato hacia ella. Los rumores son muy rápidos y ya habían llegado hasta aquí sobre cómo tratáis a las mujeres de vuestra empresa.
Un sudor frío recorrió la espalda de los tres hombres ante sus palabras. Mientras una sonrisa lenta y discreta se dibujó en los labios de Amelia, satisfecha con el resultado..
—Mandé precisamente a Amelia para corroborar esos rumores —continuó Inmaculada. —Lo que nunca imaginé era ese trato hacia una de mis asistentes más cercanas mientras intentaban cerrar un negocio conmigo. Por todo ello, les pido que se vayan. Considérense afortunados de que no emprenda acciones legales contra ustedes.
Cuando los representantes de Finanzas Goldstar salieron de la sala como alma que lleva el diablo, las miradas de Inmaculada Montalbán y de Luis se clavaron en Amelia. Ella tembló ante la presión de tener los ojos de los dos fijos en ella. Agachó la cabeza y con voz baja pidió perdón.
—¿Por qué pides perdón? —preguntó Inmaculada poniéndose en pie y apoyando su mano derecha en el hombro de Amelia—.Aguantaste demasiado; sinceramente, deberías haberles tirado el café por encima.
Una sonrisa acudió a los labios de Amelia; era la primera vez que se portaba bien con ella. Teniendo en cuenta la montaña rusa de emociones, empezó a llorar. Sí, al final, era una mujer. Una realidad que empezaba a aceptar, aunque con dolor y resistencia.
—Gracias, pensaba que iba a ser castigada. —Amelia no se había dado cuenta, pero por primera vez le salió natural hablar en femenino de ella. No tuvo que forzarse.
—No soy una bruja... —Inmaculada se paró un momento a reflexionar sobre esa afirmación antes de añadir: —Bueno, sí lo soy, pero no la que retratan, malvada sin más. Algún día te contaré mis motivos para castigarte. Cuando estés lista para entenderlos, quizás comprendas que no todo lo hice por crueldad. Creo que hoy has dado un paso.
Tras esto, Inmaculada y Amelia emprendieron el camino de vuelta a su despacho. Mientras Luis se dirigía a atender otros asuntos. Sin saber la tormenta proxima a desatarse. Al abrir Inmaculada la puerta del despacho, ambas se quedaron paradas. Una mujer perfectamente conocida para las dos estaba allí esperando.
Amelia jamás podría olvidar esos ojos azules y esa cabellera lisa de color castaño claro que le llegaba hasta la cintura. Habían pasado varios años, pero aún seguía en contacto por redes sociales y mensajes casi diarios. La mente de Amelia trataba de comprender: ¿Por qué razón estaba ella en el despacho de Inmaculada? ¿Por qué miraba tan ferozmente a Inmaculada? ¿La reconocería con esta nueva apariencia?
Inmaculada no se sorprendió; es más, la esperaba antes. Se dirigió a ella con paso decidido y le dio dos besos.
—Por favor, siéntate y no me montes un escándalo —pidió Inmaculada, y tranquilamente rodeó la mesa sentándose en su silla. —Te lo dije ayer: no hay remedio. Él y sus amigos ya no existen.
Amelia caminó hasta situarse detrás de la silla de Inmaculada a la espera de una orden, pero sin apartar los ojos de la joven allí presente.
—Por favor, devuélveme a Roberto... yo... —La mujer perdió la voz sin concluir la frase.
—¿Lo amas? No digas tonterías. Él jamás te ha querido. Si te hubiera querido, no te hubiera hecho tantas cosas.
Un nudo se hizo en la garganta de Amelia. ¿Por qué Inmaculada Montalbán y su antigua novia María Martí tenían esa familiaridad?
—Pero yo... Si solo me dejaras hablar con él. Por favor, hermana.
Los ojos de Amelia se abrieron como platos, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. María e Inmaculada, hermanas... ¿cómo era posible? ¿Qué secretos más guardaba esta familia? María e Inmaculada tenían apellidos distintos. María no era adoptada; él conocía a sus padres. Amelia se tambaleó un poco y apoyó la mano en la silla para no caerse.
No fue un movimiento muy exagerado el producido a su silla, pero lo suficiente para que Inmaculada recordara la presencia de Amelia. Haciendo volver su cabeza hacia ella un instante, comprobando el rostro de sorpresa de esta. No mantuvo la mirada mucho tiempo, un segundo antes de volver a mirar a María.
—Si te dejara hablar con ella. ¿Qué ganarías? No hay marcha atrás, lo sabes. Además, él debe pagar por todo el mal hecho. ¿Sabes cómo llegó a mis manos? —La última pregunta atrajo la atención de María, quien negó con la cabeza. —El y sus amigos violaron a varias chicas tras colocar somníferos en sus bebidas. ¿Aún lo ves digno de perdón?
María negó con la cabeza; en su corazón, Roberto podía tener muchos defectos, pero nunca sería un violador. Quizás su amigo Diego, sí. —¡Mientes! ¡Él jamás participaría en una violación ni la permitiría! —le espetó a su hermana. Era imposible, podía ser machista, pero no haría eso.
Amelia tragó saliva; no merecía su defensa. Realmente sí lo había permitido. Inmaculada se debatía si decirle que estaba delante de su amado Roberto. Preguntándose si le pedía hablar, si confirmaría o negaría los hechos.
—Amelia, ¿puedes explicar a mi hermana de forma veraz qué pasó esa noche?
Inmaculada ni la miró al hacerle la pregunta. Confiando en la respuesta de ella por los remordimientos después de haber sufrido el acoso hacía poco rato.Entre tanto Amelia tragó saliva. Sabía que no merecía la defensa de María, pero no estaba segura de si podía soportar la mirada de odio que recibiría al decir la verdad. ¿Qué era peor: decepcionar a María o traicionar su recién descubierta moralidad?
En ese momento, María retrocedió, sus ojos llenos de lágrimas, mientras su mente intentaba encontrar una explicación lógica. Esa mujer... esa mirada... era inconfundible. Era él. Roberto. Amelia, incapaz de soportar la presión, bajó la mirada al suelo, sus hombros temblando bajo el peso de su propia culpa.
Inmaculada observaba a María con una mezcla de serenidad y dureza. Sabía que este momento llegaría, pero, aun así, algo en su interior se agitaba. No era fácil romper el corazón de su hermana, pero era necesario.
María temblaba, sus manos buscando apoyo en la silla mientras su mente daba vueltas. —No puede ser...— murmuró, apenas audible. Amelia no pudo responder. Solo Inmaculada mantenía su compostura, su sonrisa helada como un presagio de la tormenta que estaba a punto de desatarse.
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