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007. Giro imprevisto

Inmaculada estaba a punto de abandonar la sala cuando su teléfono sonó en su bolso. Nada más ver en la pantalla el nombre, su rostro se iluminó con una sonrisa, la cual a la diferencia de otras veces no era de crueldad o fría. Esta era una sonrisa sincera de cariño.

—Hola, ¿cómo está? —contestó con una simpatía desbordante, dejando ojipláticas a Rosa, Marina y Amelia. Por el tono, en cambio, Luis y Daniel adivinaron quién llamaba sabiendo que habría problemas. Los cuales no se hicieron esperar al ver como Inmaculada se volvía hacia ellos y su gesto comenzaba a tornarse sombrío.

—Cariño, no debes preocuparte. Tanto ese cerdo como sus amigos ya no serán una amenaza para ti ni para otra mujer. —Intentó calmar a la otra persona, pero inmediatamente debió separarse del smartphone de su oreja, ante los gritos de la otra persona que resonaban desde el altavoz.

Rosa, Marina y Amelia intercambiaron miradas de desconcierto, al notar la aparente inusual preocupación en el semblante de su verdugo. Hasta ahora no habían visto mostrar reacciones tan humanas a Inmaculada. Siempre parecía serena y cruel. En busca de respuesta, sus ojos se dirigieron hacia los dos asistentes de la señora Montalbán, quienes se limitaron a encogerse de hombros y negar con la cabeza, sin dar ninguna pista sobre el motivo de tan atípico proceder.

—Sí, es correcta tu suposición, ellos ya no son hombres; pagaron y pagarán por sus crímenes... —Inmaculada volvió a apartar el teléfono de su oído, visiblemente afectada por los gritos que continuaban. Solo cuando los gritos cesaron, volvió a acercar nuevamente el dispositivo. —Él te hizo demasiado daño, yo estuve ahí para ti cuando él te hirió. Fue un monstruo contigo. —El tono, era muy suave, parecía de disculpa. —Siendo él, debía haberlo hablado contigo, pero entonces no me hubieras dejado vengarte. De todas formas, lo evaluaré de nuevo; aligeraré algo su castigo. Yo también te quiero.

Tras colgar, la máscara de frialdad habitual de Inmaculada volvió a su lugar mientras dirigía su atención a los presentes en la sala para fulminar con ella a Amelia; sus ojos ardían de ira. Parecía estar meditando internamente sobre su próxima acción. Cualquier rastro de bondad tenida durante la llamada de su hermana secreta había desaparecido, devolviendo su rostro a su despiadada frialdad habitual.

—¿No hizo absolutamente nada Amelia? ¿Ni siquiera tocamientos indebidos? —inquirió con una voz cargada de escepticismo. Deseando la más mínima acción de Amelia para justificar su atroz destino.

Los dos asistentes intercambiaron una mirada tensa. Tenían clara la respuesta deseada por su señora, pero ambos sabían cuál era la verdadera respuesta. Darle la respuesta real o la falsa era igual. Ambas tendrían consecuencias. Lo mejor era aguantar a ver si su compañero contestaba antes. Tras un breve silencio, Daniel tomó la palabra:

—No hizo nada. Ni lo más mínimo; por ello es merecedora del castigo que usted le imponga. Además, con solo lo que hizo entonces... —En cuanto a decantarse por decir la verdad, fue simple simpatía por Amelia.

Inmaculada pasó la mirada entre Daniel y Amelia, valorando la situación con un claro enfado, pero a pesar de todo mantenía la calma sin estallar; era evidente que se encontraba pensando sus opciones. No había marcha atrás con su cambio de sexo y, aunque lo hubiera, él no merecía volver a ser un hombre tras cómo se había comportado con las mujeres. Había prometido reevaluar la situación, pero quería seguir castigando a Amelia. No le hubiera importado conceder el perdón a Rosa y Marina, pero su deseo de castigar a Amelia persistía.

Su hermana, aunque ella misma no fuera consciente, había sufrido mucho. Roberto había sido controlador con ella hasta causarle grandes inseguridades y desarrollar un claro síndrome de Estocolmo. Incluso después de pillar a ese miserable en la cama con otra, aún seguía amándolo.

Apartó esos pensamientos y se volvió a centrar en Amelia. Esta no era tan alta como ella, pero tenía una fina figura. Su cara, sin ser una modelo, resultaba atractiva y, dados sus estudios, estaba capacitada de sobra para realizar funciones de asistente como Daniel y Luis. Tenerla cerca le permitiría ejercer un control sobre Amelia y castigarla por cualquier tontería, pero ella quería hacerla sufrir como sufrió la víctima de Roberto y sus allegados. Sin embargo, si la destinaba al club o la vendía a una red de prostitución, debería cargar con el enfado de la persona que la había llamado, alguien demasiado importante para ella.

—Amelia no será destinada al club. Será mi asistente personal; entrénala lo mejor posible. Si ella comete un error, ambos seréis castigados. Mañana la quiero impecable y lista para servirme.

Con estas palabras, Inmaculadas salió definitivamente de la sala, dejando a Marina, Rosa y Amelia en compañía de los dos asistentes. Pensando cómo la víctima de Roberto era su familia, y aun así debía ser indulgente por petición de ella.

Luis y Daniel se miraron. Sabían que tocaba devolver a Rosa y Marina a su nuevo aposento. Lo de Amelia trastocaba los planes. Daniel miró el reloj; era tarde, pero Amelia no podía asistir a su señora con un atuendo tan provocativo.

—Me toca llevarla a por varias prendas de ropa adecuada. ¿Puedes encargarte de ellas? —comentó Daniel, mirando a Luis con un tono de claro descontento con la situación.

Luis no puso reparo en encargarse de Rosa y Marina; en realidad no deseaba estar en la piel de Daniel. Amelia se abrazó primero con Rosa y después con Marina, quien le agarró fuerte del trasero, haciéndole torcer el gesto a Amelia. Marina solo se encogió de hombros con una sonrisa.

Amelia miró con dolor como sus amigas marchaban con Luis a una vida de sumisión mientras ella se iba a enfrentar a lo desconocido. Por un momento recordó el comentario de Daniel: "Además, con solo lo que hizo entonces...". Él no había sido condenado en realidad por la violación de Alba y Yoli. Había algo más. Le hizo algo grave a la mujer que hablaba con Inmaculada. ¿Pero qué persona tenían en común ella e Inmaculada? ¿Y a qué mujer había hecho algo grave? Él como hombre no había pegado ni violado nunca a ninguna mujer.

—Deja de pensar en ellos. Su futuro no lo desearía para mí, pero te aseguro que el tuyo no va a ser más agradable. Ella no te dejará sin castigo. Encontrará una manera para hacerte la vida, un infierno como tú se la hiciste a... —No terminó la frase. Sacudió la cabeza: no, él no debía dar esa información. Si su jefa no la había desvelado, él no era digno de hacer tal cosa.

Amelia miró a Daniel, esperanzada en saber cuál era su pecado, pero él ya había comenzado a andar a paso ligero. No le quedó más remedio que seguirlo como buenamente pudo. Odiando esos malditos tacones y pensando si debería ir fuera de la mansión con ese atuendo. No tardó mucho en darse cuenta de que efectivamente iba a tener que ir de compra de esa forma.

Cuando salieron por la puerta principal de la mansión, Amelia se volvió para mirar esta. Su majestuosidad la dejó sin aliento. Era una impresionante obra de arte de piedra y vidrio. Las cúpulas brillaban suavemente bajo la luz del crepúsculo, cual coronas de reinos olvidados. Las columnas y balcones eran demostraciones de la grandeza y opulencia de la familia Montalbán y las vidrieras reflejaban destellos de luz, intentando atrapar un fragmento del cielo en su interior. Una impresionante mansión de estilo neoclásico.

Amelia no pudo más que soltar un suspiro de admiración. Antes de percatarse de los guardias armados que deambulaban por el jardín y los altos muros en los que se encerraba esta maravilla arquitectónica. Le hubiera gustado poder entretenerse más admirando las esculturas y fuentes del jardín, pero Daniel no tenía tiempo para perder y le ordenó entrar a uno de los múltiples coches aparcados en el garaje al cual habían entrado; si se le podía llamar garaje, allí había más coches que en un concesionario.

Amelia estaba sin palabras; deseaba hablar, pero se encontraba demasiado impresionada todavía con la fortuna de Inmaculada Montalbán. Ahora mismo iban en uno de los coches más normales y se trataba de un BMW serie 7; había visto marcas como Bentley, Rolls-Royce, Maybach... entre otras más mundanas como Mercedes o BMW.

Cuando consiguió recuperar el habla, por fin se atrevió a hablar mientras jugaba nerviosa con las manos. —¿Qué infamia cometí contra Inmaculada? Nunca la había visto antes, más allá de algún video en Internet sobre economía.

Amelia giró la cara para observar a Daniel. Los ojos de este seguían concentrados en la carretera, pero podía ver cómo movía la boca frunciendo los labios. Desvió un momento con una mirada de reproche hacia ella, pero no dijo nada; se limitó a refunfuñar y volvió a fijar su atención en la carretera.

Amelia se preguntó si era tan grave como para ni siquiera ser nombrado su delito. Se esforzó en pensar en la voz del smartphone de Inmaculada; le habían parecido familiares los gritos, pero no llegó a escuchar bien la voz. Sus pensamientos pasaban por las distintas compañeras de trabajo y estudio. ¿Con cuál había sido cruel? No, no había sido cruel con ninguna. Además, no recordaba ninguna Montalbán.

Amelia miró hacia sus manos en su regazo. En ese ángulo veía perfectamente sus senos, sus manos y sus piernas. No era su cuerpo. Su castigo ya era demasiado grave para no ser algo importante su delito y aun así él no caía en cuál podía ser. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras pensaba cómo podría volver a ver a sus seres queridos con ese cuerpo.

—No insistas. Cuando sea el momento, te enterarás. Vive el momento.

Las crípticas palabras de Daniel le hicieron volver a mirar a este y negó con la cabeza. Ella no podía dejar atrás la realidad. Ella era un hombre hacía unas horas, días como mucho; ahora era una mujer. Era imposible aceptar esa realidad tan rápido. ¿Cómo podía reconocer merecer un castigo tan cruel sin una explicación?

Con hastío vio cómo Daniel entraba al parquin de un enorme edificio de oficinas del centro de Malaka, un antiguo edificio del neoclasicismo de finales del siglo XIX y sede central de las empresas de Inmaculada Montalbán. Tras bajarse y llegar en el ascensor al vestíbulo, Amelia tragó saliva. En él había bastante gente y se sentía desnuda al ver cómo atraía las miradas de hombres y mujeres.

Mientras se acercaban a la salida varias personas, pararon a Daniel con distintas cuestiones. Amelia miró sorprendida cómo, sin pararse, respondía las dudas e incluso agendaba citas para reunirse con ellos. ¿Cómo podría ella ser así de eficiente en solo una tarde? Cuando salieron a la calle, Amelia estaba sorprendida; había visto cómo era cuestionada con la mirada e incluso llegó algún comentario a sus oídos despectivos, pero nadie se había atrevido a preguntar a Daniel por su presencia de forma directa.

Subieron por la calle del Marqués de Sotomonte. Una calle peatonal, corazón neurálgico de la ciudad y con los alquileres más caros del país. En ella había tiendas superexclusivas en las cuales los ciudadanos de a pie de la ciudad apenas podían mirar con asombro; comprar ya era una quimera para la mayoría de los bolsillos.

Al llegar a "Aurum de Alba", el corazón de Amelia se saltó un latido. Una vez había entrado con intención de comprar un traje, el precio más de su sueldo en bruto al año. Sueldo que trabajando en una entidad financiera no era bajo. Una vez en el interior, la dependienta más cercana a la puerta se cuadró ante Daniel y se dirigió con una sonrisa enorme en sus labios.

—Señor, necesita que llamemos a la gerente o puedo atenderla yo. —La mirada de la dependienta se posó en Amelia con desprecio. Conocía bien el modelo. Era vendido en una cantidad importante en exclusiva para Inmaculada, aunque ella nunca había vestido algo tan revelador. Todos especulaban con el destino de esos vestidos y ahora tenía una joven delante suya vistiendo uno de ellos.

—Sí, será mejor. Vamos a gastar una cantidad de dinero indecente y necesitamos almacenar sus medidas en la base de datos. —Contesto Daniel, con un ligero movimiento de cabeza señalando hacia Amelia.

La dependienta lanzó un suspiro, pensando en la comisión perdida, pero se giró sobre sus talones a buscar a la gerente mientras un segundo dependiente se acercó para acompañarlos a un salón privado. Un par de minutos después, cuando llegó la gerente, Daniel y Amelia estaban ya esperando, disfrutando de un té sentados en un par de cómodos sillones.

—Disculpe mi demora, don Daniel. —Se disculpó. por la tardanza. —¿Vienen por ropa para la señora Montalbán, para usted o quizás para esta señorita? —La gerente escaneó a Amelia de arriba a abajo, pero su cara no pareció reflejar ningún juicio de valor, solo una sonrisa. Si Daniel había venido con una joven vestida con ese modelo, era una empleada de Inmaculada, pero era la primera vez.

Amelia se levantó como si hubiera sido impulsada por un resorte, pero Daniel, con tranquilidad, sorbió un poco del té y, sin levantarse, explicó:

—Amelia va a ser la nueva asistente de la señora Montalbán. Necesitamos un nuevo outfit completo para ella. La señora tiene una sola petición. Nada de zapatos planos ni de pantalones. Además, me gustaría almacenar sus medidas para futuras compras. Seguramente no pueda venir ella en persona y probarse la ropa.

En un momento, Amelia se encontraba desnuda y una dependienta armada con una cinta métrica iba tomando medidas y apuntándolas en una tablet, mientras la gerente y Daniel discutían el estilo para Amelia, así como el número de conjuntos. Otro dependiente apareció con pasteles y los puso en una mesa baja situada entre los dos sillones. Amelia sintió ganas de agacharse a probar uno, pero estaba demasiado ocupada dejándose tomar las medidas.

Tras tomar las medidas, Amelia y Daniel quedaron a solas en la sala. Amelia hizo un movimiento para ponerse de nuevo el vestido, pero Daniel la detuvo. No tenía sentido; en un momento aparecerían con varios vestidos y trajes para probarse. Por lo tanto, Amelia solo se sentó en el borde del asiento y tomó uno de los pasteles. Cuando la pequeña torta loca tocó su paladar, Amelia tuvo que mirar dos veces el dulce. Como malakitano había tomado muchas tortas locas, pero en su vida había probado una tan deliciosa.

Daniel sonrió al ver la cara de sorpresa de Amelia, para explicar de dónde venían los pasteles de esta tienda. La cual era una de las pastelerías más prestigiosas, explicando que solo se servía a los clientes VIP. Al ser él el responsable de atender no solo la ropa de la señora Montalbán, sino del club, por supuesto él era considerado VIP.

Amelia pensó si no eran VIP todos los que podían comprar en "Aurum de Alba", al recordar los precios. Inmediatamente comenzaron a aparecer varios dependientes con varios trajes y vestidos. Con paciencia, Amelia se fue probando modelo tras modelo, mientras el gerente y Daniel iban opinando sobre cada modelo, mientras buscaban un estilo definido el cual impactara, pero no eclipsara a la señora Montalbán.

Al final se decantaron por un estilo sencillo, con colores pasteles y tonalidades claras. Tras probar provocadores diseños, decidieron algo para dar una imagen más juvenil, casi virginal, con reminiscencia a la moda de los años sesenta. Los cuales solían remarcar su cintura y pecho con falda ancha.

Por su parte, Amelia trató de decantarse por trajes de chaqueta. Argumentando la importancia de un aspecto profesional si iba a representar a su señora. Daniel soltó una carcajada ante la audacia de Amelia, quitando esa idea de su cabeza. Amelia no sería como Luis y él. Ella solo estaría allí para servir a Inmaculada cuando esta lo necesitara, no para tratar sus asuntos de negocios. Ir a por un café, informar de su agenda y cosas por el estilo. Ni en broma podía prepararla en una tarde para hacer las funciones de él o Luis.

Finalmente salieron con Amelia luciendo un vestido mucho más discreto que el de su entrada. Allí mismo le habían taladrado las orejas para ponerle unos discretos pendientes. Completando el conjunto con una gargantilla discreta, un reloj, unos tacones no tan altos y sin tacón de aguja y un bolso con el tamaño preciso para contener una tablet. De reojo había visto el precio de todo y solo lo que llevaba en ese momento ya era una cifra mareante.


Amelia se encontraba hecha un flan. Tenía miedo a estropear su nueva ropa, pero no entendía cómo se había gastado esa fortuna en ella. Daniel, mientras volvían hacia el edificio de las empresas de la señora Montalbán, le explicó que ahora no era una persona vulgar; representaba a su señora y no podía desentonar.

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