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Capítulo 29

Logan

Una fractura de mano y muñeca. ¡Menuda suerte! No puedo pelear, y tengo justificación, pero los jefes nunca aceptan excusas. No les importa una mierda nada. Para ellos siempre todo es dinero, y si no hay dinero quien sufre las consecuencias somos quienes vamos por debajo de ellos.

Llevo un yeso hasta mitad del antebrazo, por suerte no tuvieron que hacerme una intervención quirúrgica, en otras palabras, operarme. Sería la última mierda que me falta. Se me complica conducir con el cabestrillo y tengo que maniobrar tras salir del hospital para llegar a casa. Tengo suerte que sea la mano izquierda y no la derecha.

Entro a casa y encuentro el mismo desorden que había hecho hace tres días. Selena me ha pedido unos días libres y ya me empezaba hacer falta.

Tomo una de las botellas de whisky que no estaban rotas y subo a mi habitación. Toda mi ropa se encuentra regada por todos lados, y la cama sin hacer. Me siento a un costado de la cama y bebo el quinto trago de la botella desde que me senté.

Me saco el cabestrillo y no me importa el dolor que me cruza por todo el brazo, cuando dejo a la muñeca sin su soporte. Tardaría de cuatro a ocho semanas en curar. ¡Menuda mierda!

El móvil vibra sobre mis manos apareciendo el nombre de Martha en la pantalla. Bebo dos tragos más antes de contestar, saboreando la satisfacción de sentir su familiar ardor rodarme por la garganta.

—Hola Martha — murmuro

—Lo siento mucho cariño— dice con la voz temblorosa. Mis sentidos se agudizan y el corazón me empieza a palpitar rápido.

—¿Pasó algo? —pregunto con cautela sintiendo una opresión que casi no me deja hablar.

—Jorge— musita con la voz temblorosa, casi rota. Basto eso para saber que algo definitivamente no iba bien. Martha no lloraba por casi nada.

—¿Qué le sucede al abuelo? —vuelvo a preguntar. La espera a sus palabras me carcome. Últimamente no me había acercado mucho a mis abuelos, pero cabía decir que eran como si fuesen mis propios padres. Después de todo, eran la única familia que tenía: Jorge, Martha y Megan.

—Tuvo un para cardiaco— me suelta

Mis pulmones colapsan durante segundos, o minutos, en los que no logro comprender del todo sus palabras.

—¿Está bien? —indago cuando volví a respirar

—Falleció

La botella de whisky resbala de mis manos, haciendo un sonido sordo al caer contra la alfombra beige, o yo no era capaz de procesar nada más allá de la palabra: falleció.

Miro hacia todas las direcciones de mi habitación buscando una pista que me indicara que todo es solamente un mal sueño. Me obligo a mover la mano izquierda y el dolor llego en una proporción pequeña que me hace despertar del pequeño trance en el que me adentre.

Y fue suficiente, fue en ese momento, en ese justo instante que terminé de procesar el significado de las palabras de Martha, y lo que conllevaba, cuando me permití derrumbarme por fin. Fue ese instante en el que me arrebataron a otra persona a la que amaba, cuando entendí que la vida es una completa mierda.

Entregas tu corazón a alguien y dejas que lo cuiden poniendo toda tu confianza en que lo harán, para luego descubrir que no solo no lo han cuidado, sino que lo han maltratado hasta hacerlo sangrar; y luego, las personas que siempre te han querido, aunque les mostraste lo peor de ti, y se quedaron a protegerte, un día deciden dejar este mundo sin siquiera dar un mínimo aviso. Solo se van.

Había perdido a dos personas que amaba en menos de cuatro meses.

Me permito al fin derrumbarme, llorar y por primera vez en tanto tiempo, me siento indefenso. Necesito los abrazos de Martha a los que siempre me negaba, o los de mamá. Empezaba a entender que aunque siempre negase que sentía la falta de mamá en mi vida, lo hacía. La necesitaba no solo porque no sabía cómo lidiar con estos momentos, sino porque todo hijo necesita a su madre a cualquier edad.

No quiero enfrentar esto solo como siempre lo había hecho. Porque durante todo este tiempo el camino se ha vuelto una cuerda tendida sobre un matorral de espinas. Ya no podía lidiar con ello solo. Había caído y no sabía cómo regresar.

Comprendo que la soledad no es mi mejor aleada, y que nunca lo ha sido.

No me había dado cuenta que me encontraba gritando, hasta que la garganta me empezó a arder y tampoco que estaba arrojando cosas hasta que me salpicaron los cristales de la mesita de noche que había impactado en la pared de junto, al pecho. Luego de unos minutos sentí la mano mojada, y reconocí que sangraba. Pero no me importaba. Ni siquiera sé que me ha lastimado.

El dolor físico es tan mínimo que incluso me sorprendo que aun continúe sintiendo algo de molestia en el brazo izquierdo. Estoy tan sugestionado con el dolor emocional, que no cabe el físico.

Apoyo la mano con fuerza contra la camiseta negra para detener la hemorragia. Arrojo la botella de whisky lejos, y me incorporo como puedo. Las piernas me tiemblan con cada paso recorrido por la habitación. No reparo en mi aspecto ni en lo manchada y sucia que puede lucir mi ropa. Me calzo los zapatos y tomo las llaves del coche, el móvil y la billetera asegurándome de llevar efectivo y la tarjeta de débito.

Me siento mareado, pero no he bebido lo suficiente como para emborracharme. Me restriego los ojos para secar los rastros de las lágrimas que había derramado en mi habitación. Bajo las escaleras de manera lenta. Las piernas me flaquean tanto que me obligo a sostenerme del barandal para no caer y salgo de casa. Entro al auto de forma monótona y una vez arrancado el motor, maniobro para poner en marcha el auto. Me detengo a medio camino arrimándome a la acera para tomar bocanadas de aire. Vuelvo restregarme los ojos cuando la mirada se me torno borrosa.

Me he tardado en completar el trayecto diez veces más de lo normal.

Marco el número de Matt, y no contesta, tengo que intentarlo tres veces más hasta tener respuesta de su parte. Al principio se muestra sorprendido por mi llamada, pero cuando escucha mi voz ronca y baja, sabe que algo no va bien. Trata de sonsacarme algo, pero no consigue su cometido.

Le pido lo que necesito y corto la llamada. Arrimo la cabeza contra el volante tratando de asimilar todo y calmarme. Cuento los minutos que pasan para entretenerme en algo y no derrumbarme nuevamente, hasta que recibo la llamada de Matt.

Me dice todo lo que le había pedido sin chistar que incluso me sorprende que no me esté cosiendo con preguntas innecesarias. Me bajo del coche y mientras camino por la acera noto como la gente se me queda viendo. Seguramente mi aspecto da miedo. La ropa sucia con manchas de sangre, pálido y con los ojos escocidos y vidriosos.

Tengo ganas de gritarles que tanta mierda me ven y armar un escándalo. Detesto que me juzguen, no son mejores que yo. Lo hubiera hecho, pero me duele la garganta y llevo la boca seca, y muy poca fuerza que disminuye con cada paso. Había perdido el apetito hace días y el estómago me rugió cuando pase junto a una pequeña frutería. Tome una manzana del estante, y me obligue a comerla.

Puedo sentir como los trozos me caen en el estómago vacío y lejos de saberme bien, me sabe a carbón. Aun así, la termine. Pagué por ella en la caja y salí con arcadas.

Respire unos segundos y continúe andando. No tenía mucho tiempo.



Feliz día del libro a todos mis viciosos. 

Las personas que no leen viven su vida simplemente, mientras que las que leemos vivimos cientos de vidas en mundos diferentes.

Los amoo.... y aquí mi regalito... 

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