Entre a la habitación de mis padres al escuchar ruidos y gritos. Sabía lo que estaba pasando dentro, pero odiaba que maltratara a mamá.

—¡Logan, vete habitación! —me súplica mamá sosteniéndose la cabeza. Le sangra a montones. Al contrario de obedecer, me quedo plantado al suelo observando como el camisón blanco se le va tiñendo de rojo. Y cada vez su tono de piel se vuelve más blanquecino.

—¡Que te largues maldito mocoso! —grita mi donador de esperma con los ojos tinturados de rojo por toda la bebida que ha consumido está noche. Se acerca hacía mí con las manos hecho puños, preparado para golpearme.

—¡No! —grito parándome derecho—no pienso dejar a mamá sola contigo. —Cuando James se acerca más, mamá se interpone entre ambos.

—Logan— suplica mamá de vuelta, haciendo una mueca de dolor tocándose la barriga. A penas había nacido mi hermanita hace dos días y se encontraba débil. No podía llevar mucho tiempo fuera de cama. —Voy a estar bien, siempre lo...— me dice con voz dulce, pero un bofetón le impide completar la oración.

Mamá cae al piso y James le toma del pelo obligándole a levantarse, haciendo que sangre más la herida de su cabeza. Trate de acercarme para proteger a mamá, pero el cabrón de mi padre le sujeta más duro por el pelo haciéndole gemir de dolor.

—Logan, ve por Megan y vete donde tus abuelos— musita con lágrimas bañándole toda la cara

—Mamá, no...

—Por favor— inste en el momento que James la arroja contra el sillón. Sabía que mi presencia allí solo molestaba más a mi padre. Quería romperle todos y cada uno de los dientes, pero aún me ganaba en fuerza. Siempre que me le enfrentaba terminaba ganándome una paliza. Por más ejercicio que haga, por más peleas, seguía siendo más fuerte que yo.

Entre a la habitación de Megan ignorando los continuos gritos de agonía de mamá, y me encerré mientras veía a la pequeñita que dormía plácidamente sobre la cuna que nos había obsequiado la vecina Loren. Ya que, pese a que el dinero ya no nos escaseaba, James prefería gastar todo en botellas de whisky y marihuana.

—¿Qué es eso? James, cálmate— se empiezan a escuchar gritos de desesperación por parte de mi madre. Tomo a Megan en brazos con cuidado, y al ver que empieza a despertar vuelvo a colocarla en la cuna. Todavía no he aprendido a cargarla.

—Cállate— grita el cabrón de mi padre. Mis sentidos se alertan y salgo de la habitación y vuelvo a entrar en su habitación.

—No, no, no....

<<No.>>

Desperté con las sabanas enredadas en todo el cuerpo, y bañado en sudor. Ese sueño, esa maldita pesadilla volvía a repetirse una y otra vez desde que ya no tenía a ....

Me incorpore y me seque el sudor de la frente. No había logrado conciliar el sueño durante una semana y media.

Las pesadillas se volvieron más continuas, y empecé a recordar que tan poco gustoso era dormir menos de tres horas.

Me levante de la misma manera monótona en la que había hecho todos estos días. Me pase por la cabeza la primera camiseta que encontré y tome las llaves de mi coche.

Sin duda, Megan estaba mejor en casa de mis abuelos que conmigo, pero no podía permitirle seguir faltando a sus chequeos médicos. Tenía insuficiencia renal. Por el embarazo tan riesgoso que tuvo mi madre, Megan no pudo formar sus riñones de manera correcta. No había sufrido una crisis desde hace dos años. La última vez que la sufrió paso hospitalizada por casi tres semanas. No podía ingerir alimentos de forma correcta, y tenía sus pequeños bracitos lleno de mangueras de sueros. Lloraba todo el tiempo y ni siquiera los calmantes podían hacer algo.

Odiaba ver como sus ojitos se bañaban en lágrimas, y en las pocas horas que alcanzaba a dormir, los doctores aprovechaban para ponerle intravenosas que dejaban sus bracitos con moretones.

Después de un largo tratamiento de casi dos años, su vida ha comenzado a ser normal. Detestaba cuando los dolores que sufría le hacían revolcarse en el suelo gritando. Era apenas un bebe que tenía que lidiar con una enfermedad sumamente dolorosa.

Sus chequeos son cada dos meses, pero si hoy va todo bien, no volveremos dentro de un tiempo. Aún tenía que eximirse de varias cosas que hace una niña normal de cuatro años, pero iba mejorando.

La cabeza aún me daba vueltas cuando llegué a casa de Martha. En cuanto entre, y Martha me beso la frente, vi su rostro de decepción en cuanto olió mi aliento alcohol. Me dijo que, si quería hablar de algo, lo hiciera, y le repetí que si quisiera hablarlo, ya lo habría hecho.

Mientras conducía de vuelta a casa, Megan me hablaba sobre todo lo que había hecho en los días que paso en casa de los abuelos. Se veía feliz, y la envidiaba.

Cuando el doctor termino de chequearle y comprobar que todo iba bien, me sentí de alguna forma, aliviado. No quería escuchar que tendría que volver el siguiente mes o cada semana para continuar el tratamiento porque no había surtido el efecto deseado. No quería continuar viendo como sus ojitos se tintaban de rojo cuando una aguja penetraba su pielcita.

Megan insistió tanto en comprar una hamburguesa del KFC que no pude negarle. Se merecía una recompensa por ser tan fuerte.

En el camino de regreso a casa, se quedó dormida en su asiento para niños. La cogí en brazos y la recosté sobre su cama de color rosa. Era una amante de ese color. Me quede por horas observando como dormía, hasta que la llamada de los jefes llegó.

Leencargué a Selena que cuidara a Megan, y me marché.