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47 - Perseguidor demente (Continuación)

Vislumbraron entonces un carruaje, custodiado por un grupo de soldados reales. La tormenta se recrudecía a cada momento, silenciando el ruido que hacían los caballos al acercarse a la comitiva de improvisto. Camus casi sintió su corazón detenerse; esto no iba a terminar nada bien. Ellos no podían darse cuenta de que iban a ser atacados, iban a ser sorprendidos y él no podía hacer nada para advertirles.

Lo que sucedió a continuación fue demasiado confuso. Atacaron al grupo de manera violenta y una feroz lucha se desencadenó. Las espadas chocaban de manera estrepitosa, haciendo ruido incluso por encima del ensordecedor clima. En medio de la pelea, los soldados reales salieron huyendo a todo galope, dejando el carruaje atrás.

Camus tragó en seco algo, andaba mal, muy mal. Pero el señor Ellies enceguecido no parecía pensar claramente y tomó la huida de los caballeros como una victoria. Se acercó al carruaje y abrió la puerta. Su cara se torció en un gesto de furia mientras de su garganta escapaba un alarido, como si de una bestia herida se tratara. Camus se acercó y entonces entendió lo que sucedía: el carruaje estaba vacío, habían caído en una trampa.

Pero antes de que siquiera pudieran pensar en continuar con la persecución o de que pudieran reaccionar, una serie de explosiones sacudieron su mundo. Sintió cómo algo lo golpeaba en el estómago, lanzándolo hacia atrás. Rodó sobre la fría nieve tratando de recuperar el aliento y salir de la confusión reinante. Los caballos, asustados por el súbito estruendo, habían huido despavoridos. Mientras intentaba incorporarse adolorido, vio a algunos guardias de la mansión levantarse, y otros permanecían inmóviles en el suelo.

El señor Ellies estaba muy cerca de él, tenía un golpe en su frente, que había cubierto su rostro de sangre. Sus rasgos se veían escalofriantes, como si hubiera perdido la humanidad que le quedaba. Una sonrisa demente acentuaba su imagen, mientras sus ojos con una mirada demente apuntaban al lejano muro que protegía el lugar.

—No escaparás de mí, aunque lo intentes, no lo lograrás. Te recuperaré, serás mía y de nadie más...


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