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45 - Cálido corazón (Continuación)

—Hay algo que necesito saber, así que por favor, responde con honestidad —Jens se veía muy serio al hablar—. ¿Cómo te soltaste?

Aylah abrió mucho los ojos, sorprendida ante la pregunta.

—¿No fuiste tú? —preguntó asombrada mientras Jens negaba con la cabeza

—Necesito saber qué hechizo usaste, no pude verlo

—No sé de lo que hablas, no hice magia, no sé usarla

Jens rebuscó dentro de una bolsa de cuero que traía encima y sacó hojas con dibujos que Aylah pudo reconocer de inmediato, los desplegó sobre la cama. ¿Esos eran hechizos? Tragó en seco, eran los dibujos que le encantaba ver en la biblioteca.

—¿Has visto algo como esto antes? —preguntó mostrándole las hojas mientras Aylah asentía lentamente.

—Hay montones de libros en la biblioteca de la mansión llenos de esos dibujos, me parecían interesantes

—¿Interesantes? —replicó Jens como si no fuera la palabra adecuada para definir un hechizo, aunque trató de ocultarlo, parecía algo ofendido.

Por un instante, Aylah recordó lo que había visto en su mente justo antes de soltarse. Entre los dibujos vio un carboncillo que posiblemente había estado dentro de la bolsa del mago junto con las hojas. Lo tomó y dibujó en el dorso de una de las hojas la fórmula, tratando de ubicar cada detalle en su sitio. Estaba tan concentrada que no pudo ver cómo la cara del mago se iba torciendo en un gesto de terror y asombro, por su sien corrían las gotas de sudor frío mientras la veía dibujar. Le extendió el resultado final, mientras Jens soltaba una risa nerviosa al tomarla con manos temblorosas, como si en vez de una hoja le estuviera dando una bomba con un poder de destrucción descomunal.

—¡Demonios! Casi nos matas a todos. ¿Cómo se le ocurrió al príncipe dejar algo tan peligroso en una biblioteca familiar? ¿Acaso estaba loco? ¿No puso advertencias o algo parecido?

—Aunque lo hubiera hecho, no puedo leerlas —dijo Aylah enojada por la reacción del mago—. No recuerdo cómo hacerlo

El mago la seguía mirando con atención; era imposible saber si sus ojos reflejaban lástima o confusión. Tocaron a la puerta y luego hubo un breve silencio.

—Puedes entrar, ya hemos terminado —dijo Jens en dirección a la puerta

Kadir entró, y al menos al regresar ya se veía como un ser humano normal, no como una bestia sedienta de sangre. Traía una palangana con agua y paños limpios. Aylah de manera inconsciente tocó la zona donde debería tener la herida en su labio. Sabía que había sido curada, pero la sangre debería estar ahí. La magia curativa no la hacía desaparecer.

—Aquí no hay sirvientas que puedan asistirte, así que si me lo permites, lo haré yo.

Ella asintió mientras Kadir se agachaba hasta quedar a la altura de su rostro y, con el paño húmedo, comenzaba a limpiar los restos de sangre seca con suavidad. La delicadeza de este hombre al tocarla era digna de elogio, pues sus enormes manos, aunque se veían toscas, se movían con tanto cuidado como si en vez de su piel acariciara los pétalos de una débil flor, evitando que esta se deshojara por su toque.

—¿Alguien lo sabía? —preguntó Kadir de repente, rompiendo la calma del momento mientras Aylah negaba con la cabeza.

—Ni siquiera pude contarle a Bethel —dijo sintiendo un nudo en la garganta mientras las palabras seguían saliendo sin que pudiera evitarlo, desbordando honestidad a su paso—. No tenía pruebas, el sanador me curaba después de que él... —se detuvo mientras las manos en su regazo comenzaban a mojarse de improvisto. Las lágrimas estaban saliendo sin que pudiera evitarlo, sus emociones se estaban desbordando como un río que crece de improvisto tras una repentina lluvia.— Lo siento, tenía miedo, miedo de que me abandonaras si te enterabas...

No pudo seguir, sus palabras fueron ahogadas por un repentino abrazo.

—No tienes nada de que disculparte, nada de esto es tu culpa. Yo soy el culpable, nunca debí dejarte sola. Si alguien merece ser castigado, soy yo. Juré ser tu caballero y he fallado miserablemente —la tristeza y el arrepentimiento eran palpables en la voz de Kadir


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