Cuando finalmente la soltó, y Jelna salió corriendo, huyendo del lugar sin mirar atrás. Ellies miró a Aylah, sus ojos aún reflejaban una bestia con una tremenda sed de sangre, no parecía estar satisfecho con haberla dejado ir. La expresión de su cara denotaba claramente que si no hubiera sido su hermana, tal vez le habría roto el cuello allí mismo sin pensarlo dos veces.

Ayla esperó hasta que él se retiró, sin decir una palabra más, para salir de la bañera. El agua no calmaba el fuego que ardía en su piel haciendo que se sintiera cada vez peor. Su cabeza daba vueltas de manera desagradable y casi estuvo a punto de caer, por los mareos. Sabía que su temperatura estaba muy alta, pero pudo comprobarlo cuando la sirvienta la quiso ayudar a llegar a la cama al ver lo mal que lucía su semblante. La joven hizo un gesto de dolor y asombro al tocar su piel, como si hubiese tocado acero caliente. Incluso de manera incrédula miró la piel de sus manos, como si no creyera lo que acababa de sentir.

Un sonido metálico sacó a la sirvienta de su asombro. Lo que parecía ser una daga pequeña había caído al suelo, proveniente de su uniforme. La joven, sin mirar a Aylah, recogió el arma sin decir nada al respecto.

—Busca al sanador —ordenó Aylah mirando a la joven directamente a los ojos. Esta dio un paso atrás, sorprendida por escucharla hablar. Luego, recobrando la compostura, salió corriendo a cumplir la orden que había recibido.

Ahora mismo no le importaba que alguien más la escuchara hablando. A fin de cuentas, Jelna de seguro se lo habría dicho al conde, así que era solo cuestión de tiempo antes de que todos en la mansión se enteraran. Ni siquiera le importaba el hecho de haber visto que la sirvienta llevaba un arma en su ropa. Lo único que necesitaba era mejorar, se dejó caer en la cama mientras sentía que estaba a punto de colapsar.