35 - Sanador o cómplice
CAMUS
Caminaba sin rumbo por el interior de la mansión. Hoy había sido un día demasiado tranquilo, algo que para variar era agradable. No había que curar a nadie, así que podía deambular a sus anchas. Prefería estar sin hacer nada, al menos esto significaba que no había nadie herido que necesitara de sus servicios.
Su origen era humilde, era hijo de unos granjeros pobres que vivían dentro de la propiedad del príncipe heredero. Aunque carente de lujos, su infancia había sido feliz y llena de amor. Pero todo cambió después del accidente que cobró la vida del príncipe y su familia. El conde había tomado el control de las propiedades y los impuestos subieron de manera exorbitante, dañando la situación económica de su familia de manera irremediable.
En ese tiempo ya él estaba estudiando en la academia de magia real, algo que le había dado a su vida un giro inesperado. Cuando se confirmó su afinidad mágica sintió como si se hubiera sacado la lotería. Aunque fuera pobre, el hecho de poder usar magia elevaba su estatus en la sociedad de inmediato y más aún si se trataba de un sanador. Los nobles pagaban altas sumas de dinero por sus servicios y si sobresalía lo suficiente podía llegar incluso a trabajar en el palacio, al servicio del rey.
Se graduó con honores, y su intención era seguir estudiando, pues la magia curativa era su pasión. Pero la situación de su familia era más urgente, así que tomó este trabajo sirviendo de sanador en la mansión donde la pequeña princesa sobreviviente del accidente pasaba sus días sumida en un profundo sueño del cual parecía que jamás despertaría.
Gracias al dinero ganado por su trabajo, pudo enviar a sus hermanos menores a estudiar en escuelas adecuadas. Proporcionándoles una educación digna que les daría mejores oportunidades para su futuro. Pudo comprar una casa enorme para sus padres y mejorar sus condiciones de vida, al punto de que no tuvieran que trabajar nunca más en su vida. Había logrado todo lo que deseaba, pero a un elevado costo, su integridad moral.
Al principio no cuestionaba nada, solo seguía las órdenes del sanador principal Deirghas. Se trataba de un hombre cobarde que sonreía a sus señores de manera hipócrita, para luego hablar mal de ellos a sus espaldas. Su trabajo era prácticamente no hacer nada, puesto que solo el sanador principal tenía acceso a la habitación de la princesa, y el conde y su familia no residían en la mansión. No tenía quejas, todo era realmente perfecto así, sin hacer preguntas innecesarias. La condición de la princesa le causaba mucha curiosidad al principio, incluso intentó varias veces examinarla, pero la vigilancia fuera de su habitación era siempre demasiada. Esto era algo que no tenía ningún sentido, ¿qué enemigos podría tener la princesa fuera de su habitación? La propiedad siempre estaba fuertemente custodiada, incluso había un hechizo de restricción de maná aplicado en el terreno donde estaba construida la mansión, así que un ataque mágico era algo fuera de cuestión.
Una extraña conclusión rondaba por su mente, la idea de que no se trataba de la protección de la princesa, sino del hecho de evitar a toda costa que alguien la viera. Borró los pensamientos inútiles, convenciéndose de que este no era su problema, era mejor mantenerse alejado. Sus problemas estaban resueltos y eso era todo lo que debía importarle, nada más. Cualquier otra idea simplemente sobraba.
Todo iba viento en popa, hasta el día en que la calma perenne fue rota de manera irreversible en la mansión. Él fue el primer sanador en ver a la princesa el día que despertó. Un jardinero la traía en brazos y su primera impresión fue el asombro total cuando vio el deplorable estado en el que se encontraba. Por un instante se quedó paralizado sin saber qué hacer. El sanador principal no se encontraba en este momento, así que todas las decisiones recaían en el que estuviera presente en este momento. No tuvo tiempo de pensar, solo aplicó magia de sanación, en lo que las noticias del despertar de la princesa corrían como pólvora y comenzaban a aparecer numerosas personas, saboteando la tranquilidad de la mansión. Su tranquila ignorancia hacia lo que sucedía se convirtió en un desagradable inconveniente.
Deirghas, el sanador principal, había sido despedido y él había ocupado su lugar. Un ascenso que aumentaba su paga de manera considerable, pero también sus responsabilidades. Así que su plan de mantenerse desapercibido había sido destrozado de la noche a la mañana. El conde y su familia habían regresado y con ellos una serie de desagradables eventos. Estas personas no merecían ser llamados humanos, puesto que mostraban los peores aspectos que alguien podría tener: la esposa del conde era vanidosa, egocéntrica y gastaba cantidades astronómicas de dinero en lujos innecesarios. La señorita Jelna no se quedaba detrás, miraba a los sirvientes como si fueran algo asqueroso que solo estorbaba. El conde era un ser despiadado y extremadamente peligroso, capaz hasta incluso de matar a quien se interpusiera en su camino. Había visto con sus propios ojos como había quedado una sirvienta luego de la brutal golpiza que le había propinado. La princesa también había recibido en carne propia el peso de la mano del conde.
Un extraño sentimiento lo había recorrido en ese momento. Una rara impotencia, al ver a alguien tan débil e indefensa ser sometida de esta manera. Anteriormente, ya había presenciado una escena similar, pero en este caso había sido a manos del señor Ellies. Él era el peor de todos, aunque mostraba una sonrisa amable por delante. La oscuridad en su interior podía compararse con la de cualquier demonio. Ese día, cuando encontró a la princesa en el suelo con el cuello lleno de marcas que solo podían tener una explicación: había sido atacada por su primo, siendo sofocada casi hasta la muerte. Dio órdenes para que la dejaran descansar, pero esta era solo provisional, no evitaba el peligro de un nuevo ataque.
No tenía por qué meterse en ninguno de los asuntos de esta familia. Esto no era de su incumbencia, ¿qué podría hacer él, un simple sanador? Era un hombre débil e insignificante, no un caballero, ni un héroe, sino un maldito cobarde que temía las consecuencias si le contaba a alguien sobre lo que en realidad sucedía con la princesa bajo su propio techo. Si su prometido, el gran general del reino, no había hecho nada por salvarla, ¿qué más podría hacer?
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