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33 - Escuchando a escondidas

Después de ese día las cosas fueron diferentes. Comenzó a deambular como un fantasma por la mansión, explorando a sus anchas. Sabía que el conde no era alguien tan amable como para permitirle andar libre sin vigilancia. Se encontraba con el mayordomo con frecuencia, era increíble como jamás lo había visto en todo este tiempo y ahora se tropezaba con él más de cinco veces al día. Las miradas frías que le dedicaba daban miedo, pero ella solo le sonreía como una idiota. Cualquiera en su sano juicio hubiera permanecido en su habitación después de lo que había presenciado y del castigo que había recibido. Pero ella no pretendía bajar la cabeza y dejarse vencer tan fácilmente. Si el conde quería ver cuáles eran sus movimientos, ella le mostraría una rutina totalmente inocente.

El movimiento en la mansión aumentó de manera drástica para los preparativos de la fiesta de té que se celebraría. Aylah esta feliz de que lo que había hecho frente al marqués ese día hubiera logrado tan buenos resultados. Ahora solo quedaba prepararse para conocer a los invitados, pues según le había dicho Bethel este evento era dedicado a ella. Si iba a ser el centro de atención no debía cometer errores y mostrar exactamente lo que necesitaba que vieran. El resultado de este evento sería sin duda alguna transmitido a la sociedad aristocrática.

Al día siguiente sería el tan esperado evento, por lo cual no la tomó por sorpresa el hecho de que su tío la llamara. Sus intenciones eran muy claras, le iba a advertir que se comportara. Miró de reojo a Orman, este horrible gorila que la miraba con esos ojos como glaciares mientras la guiaba al despacho del conde.

Cuando abrió la puerta indicándole que entrara, Aylah vaciló. La imagen de la sirvienta en el suelo apareció de repente enturbiando su visión. Entrelazó las manos en su regazo para ocultar que temblaban levemente y caminó hacia adelante sin mostrar vacilación alguna. La conversación que entablaban un par de voces masculinas se detuvo de repente ante su presencia.

Uno de los presentes era el conde, y el otro un hombre mayor, con el cabello canoso que usaba una túnica de sanador. Esto era extraño. Luego de que comenzara a caminar por su cuenta apenas unos días atrás, los sanadores que la atendían diariamente de repente dejaron de visitarla. También la cantidad de sirvientes que la atendía disminuyó drásticamente, dejando apenas a Bethel y otra sirvienta más. Agradecía el hecho de no tener tantas personas a su alrededor, sobre todo porque tenía más privacidad a la hora de hablar con su nana. Pero nunca imagino que podía haber un motivo oculto detrás.

—Siéntate —le ordenó su tío con fría voz

Aylah se sentó de manera obediente mientras el sanador se acercaba y comenzaba a examinarla. Ella no podía dejar de mirarlo, se le hacía extrañamente familiar. Era como un déjà vu, sabía que lo había visto antes, que lo conocía de otro lugar. Pero por más que estrujara su cerebro en busca de algún recuerdo en concreto, no conseguía ubicarlo­.

El examen que le realizó el sanador fue extenso y minucioso. Como si buscara algo en particular, pero no consiguiera hallarlo. Luego de casi una hora finalmente terminó negando con la cabeza.

—Eso es todo, puedes retirarte —le dijo el conde, echándola de manera busca de su despacho

Aliviada, Aylah salió mientras lanzaba un profundo suspiro y escuchaba las voces masculinas empezar a hablar de nuevo. Miró, a ambos lados del pasillo, no había nadie, ni siquiera el mayordomo de acero. No había cerrado la puerta totalmente tras ella, así que podía ver por la rendija que había dejado abierta a los dos hombres y escuchar su conversación de manera clara. Su sentido común le decía que debía irse, pero su curiosidad ganó y se quedó en silencio, espiando.

- Ya se lo dije, no encontré nada fuera de lo común – dijo el sanador negando con la cabeza

- Dices que es normal que una persona que estuvo dormida durante doce años y que hasta hace unos meses estaba postrada en una cama, simplemente se levante y camine como si nada – la ironía era evidente en la voz del conde

Aylah tragó en seco. Su tío estaba sospechando de su repentina recuperación, esto era malo, muy malo. Entonces esto lo confirmaba todo, le había permitido andar libre por la mansión para vigilar sus movimientos.

—La magia curativa evidentemente la ha ayudado, al igual que los constantes cuidados

—Entonces, ¿qué sucede con su mente? —preguntó el conde, dando leves toques en su sien con el dedo índice

—No lo sé mi señor, esa es un área de la que ni el mejor de los sanadores conoce. El cerebro humano es totalmente impredecible.

—¿Qué quieres decir con eso Deirghas?

—Me refiero a que puede recordar o incluso hablar hoy, o dentro de un mes, o dentro de unos años, es algo imposible de saber o controlar. Su caso es el único en su tipo.

—Es lo mismo que dijo el sanador real, que por el momento solo podíamos esperar. Pero no soy un hombre paciente y no me gustan las cosas que no puedo controlar —la voz del conde estaba adquiriendo un tono peligroso, —. Tu incapacidad logró que esto sucediera, te pagué generosamente para que ella no despertara jamás y no cumpliste con tu tarea.

—Le juro que hice lo que me pidió, —dijo Deirghas bajando la vista al suelo con nerviosismo—. Todo iba bien hasta que ella despertó ese día después del incidente con la silla de ruedas; no tengo la culpa de que eso sucediera

—La única razón por la que aún respiras es porque te necesito para el resto de mis planes y has demostrado ser fiel a nuestra causa —caminó hacia su escritorio—, pero aún no he terminado de investigar lo que sucedió el día que ella despertó.

- ¿No fue usted quien ordenó que la sacaran en la silla de ruedas?

- ¿Acaso crees que soy un idiota? ¿Cómo haría algo que interferiría con los planes que estaban en marcha? – golpeó la mesa con fuerza de repente, logrando que el sanador se asustara - incluso le había mandado a ese maldito general una propuesta para que se casara con Jelna en cuanto Aylah muriera










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