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Responsabilidad

El amor por la responsabilidad de ser un héroe se deformó en un gris horrendo, pútrido donde el temor y arrepentimiento iban de la mano con la cobardía en el camino de la deshonra. ¿A quién le agradecían por tener honor? 

Volver estaba lejos de sus posibilidades. Las suplicas por su ayuda le obligaban a avanzar, los ojos temerosos de Junpei, reflejando su muerte próxima lo hacían mirar adelante y la piel quemada del rubio sentir la responsabilidad de dar fin a todo. 

Era joven. Itadori era joven y no por ello se debía de acobardar por el peso de sus decisiones. 

Desde que hubo devorado aquel dedo, la responsabilidad del bien mundial pendió de su ternura y con el tiempo corriendo con las manecillas del reloj, la sonrisa se le perdió en un tornado de situaciones inhumanas que sucedían día a día y él era ignorante. 

De pronto la muerte de su abuelo se vio tan pequeña como el grano de arena en una playa.  

"Cuando menos los esperes despertaré y no será solo tu fin". 

Escuchó, pero la calle estaba en un silencio cómodo llegadas las cinco de la tarde. Nadie más lo había escuchado más que él. 

"¿A donde vas? Mocoso, ya todos están muertos y los que no, solo se encaminan a su final. Haré de tus lagrimas un lago nuevo y de sus huesos un nuevo trono". 

—Cállate de una puta vez —respondió con la voz ronca, impropio de él—. Sukuna. 

En el abismo más profundo de Itadori, resonó una risa maldita, de esas que levantan el temor y erizan la piel, pero el castaño solo pudo sentir furia, una furia desmedida. Se llevó la mano al pecho y la hizo un puño, como si con él detuviera aquello que en su interior se desbordaba. 

—¿Uh? —agregó Chōsō—. ¿Es él? 

Itadori asintió. 

—¿Quieres descansar? —le preguntó e Itadori se encontró sorprendido por el significado de esas palabras. 

¿Cuándo fue la ultima vez que, como un chico de su edad, se detuvo a descansar recostado en cama leyendo manga? 

Negó, no podía volver a esos buenos días donde veía el atardecer a través de su ventana, después de un día en la secundaria. 

—No, ya estamos por llegar —respondió y encontró el inicio de esos colores en el cielo. Eran tan iguales a los de aquella vez. Apuntó al cielo y detuvo su paso—. Mira, esos son los colores de los que te hablo. 

El azabache se detuvo y como su menor, elevó su mirada. Como un sueño, la naturaleza les dio un espectáculo de colores claros en la bóveda de un atardecer joven. Los ojos de ambos brillaron y la lejanía de ese día se reflejó en la expresión de Itadori. 

—Ya veo, es hermoso —repuso Chōsō, sacando de sus ropas un manga Shojo con algunas hojas faltantes—. Es justo como lo ponen aquí. 

Itadori observó el libro, reconoció el título y se echó a reír. 

—¿Desde cuando lees manga? —le preguntó, siendo el momento roto por una buena carcajada—. No me lo esperaba de ti. 

Falto del entendimiento para la risa del momento, Chōsō ladeó la cabeza. 

—No entiendo, ¿Qué es lo gracioso? —dijo y le dio el tomo al castaño—. Lo encontré el otro día y pensé que podía ayudarme a entenderte. 

Itadori volvió a reír, encontrando en su hermano mayor los vestigios de los días de antes. 

—Esto es romance, Chōsō —explicó Itadori—. ¿Te gustó? 

Chōsō asintió e Itadori volvió a reír. Era algo nuevo para el útero maldito y no parecía ser tan malo. Lo tomó por los hombros y con golpes en la espalda siguieron el camino. 

—Vamos, en otro momento nos pondremos a buscar otro tipo de mangas —le dijo y Chōsō asintió ansioso porque llegase el momento—. Pero gracias por intentarlo, Chōsō. 

Fue divertido y aún más gratificante verte sonreír, pensó el azabache en su silencio. También se aferró a los hombros de Itadori, su hermano menor muy responsable. 

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