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Un truco sencillo (4)

Los dos vehículos se detuvieron frente al edificio en el que Kanon compartía un apartamento con su hermano gemelo. Él salió primero y abrió cortésmente la portezuela del coche de Ruth, tendiéndole la mano para ayudarla a salir. Ambos se miraron y se echaron a reír a carcajadas: todavía llevaban sus ropas de trabajo, desarregladas, húmedas de sudor y, en el caso de ella, con un curioso cuadro abstracto estampado en el corpiño.

- Mi hermano no está en casa, se ha ido de fin de semana con unos amigos... ¿Seguro que quieres subir?

- Joder, Kanon, acaban de despedirnos, hagamos que merezca la pena... -rio ella, besándole.

- Tienes razón, vamos.

Kanon la tomó de la mano para llevarla hacia el portal, abrió y subió con ella hasta su casa. Le cedió el paso con galantería y se dirigió a la cocina para preparar algo de beber, mientras ella se instalaba en el sofá.

- Chico mago, no pierdas el tiempo, tú eres lo único que quiero comer... -aseguró, quitándose los zapatos y desabrochándose el vestido a toda velocidad.

- ¡Eh, sí que tienes prisa...! -él dejó sobre la mesa los vasos que llevaba consigo, se echó a reír y se acercó para ayudarla a deshacer las lazadas de la espalda.

- Un poquito, nada más...

Con un seductor guiño, Ruth se levantó e hizo caer el vestido a sus pies, mandándolo de una patada al otro extremo de la estancia y mostrándose ante él con su escueto conjunto de ropa interior negra. Sin perder un instante, el chico se desabotonó el chaleco y la camisa para permitirle admirar la esculpida musculatura de su torso.

- Joder, qué bueno estás, mago capullo... -admitió ella, pasándole las manos por los hombros y los pectorales.

- ¡Aprovecha, princesa descocada!

Relamiéndose, ella le desabrochó el cinturón, rozando de nuevo la palma en su entrepierna y tirando del pantalón hasta bajárselo. Kanon la estrechó contra su cuerpo, buscando su boca con húmedos besos que cada vez les dejaban menos margen para recuperar el aliento.

- ¿Quieres... que vayamos a la cama? -preguntó, entre jadeos, al tiempo que le soltaba bruscamente el sujetador para liberar sus pechos.

Por toda respuesta, Ruth sacó la mano del bolsillo trasero del pantalón del chico, enarbolando un preservativo con aire triunfal.

- ¡Premio! -exclamó.

- De ninguna manera vamos a hacerlo sin que te haya saboreado antes, princesa... -declaró él.

Levantándola en brazos con cuidado, con las piernas de ella enlazadas en torno a su cintura, Kanon entró en su dormitorio y la dejó sobre las sábanas, besándola una y otra vez antes de recorrer el sendero descendente que pasaba por el mentón y la garganta hacia sus pechos, cuyos pezones rosados y erectos pronto fueron objeto de sus atenciones.

- Dame lengua ahora, hacerme esperar es tortura... -exigió ella.

- Y yo no quiero hacerte sufrir... al menos, no demasiado -prometió él al zambullirse entre sus piernas.

Ruth cerró los ojos y se apretó los pechos en cuanto sintió el primer contacto de la cálida lengua de Kanon sobre su sexo húmedo; él lo lamió de arriba abajo varias veces, deleitándose en su aroma y su sabor, depositando besos sobre la cara interna de los muslos, los labios y, finalmente, el clítoris de la chica.

- Sí, sigue, lo haces de maravilla... -le animó, sujetándole la cabeza con fuerza contra ella.

Kanon comenzó a estimularla con más energía, succionando sin detenerse ni aminorar el ritmo, mientras ella elevaba la intensidad de sus gemidos y tensaba la cadera en la antesala del orgasmo. Pellizcándose con fuerza un pezón y apretando el cabello de Kanon en un puño, tembló ligeramente y exhaló un jadeo gutural que puso al chico sobre aviso.

- ¡Eso es, princesa, córrete para mí!

Ruth se dejó ir, gritando sin pudor y marcando su propia piel con las uñas para desahogarse por completo. Él mantuvo el ritmo hasta agotar aquellas placenteras oleadas y después, sin darle tregua y con rudeza, le sujetó los muslos, separándolos más y elevándolos para tener un mejor acceso a toda su zona íntima. Dejó caer un salivazo, que resbaló por la hendidura que separaba los labios hasta los glúteos, y rozó la pequeña entrada trasera con la lengua, jugando a introducir la punta y disfrutando del contoneo de caderas con el que Ruth le indicaba que aquel juego le gustaba tanto como a él.

- ¿A qué esperas, Kanon? Sabes que estás deseando metérmela... -preguntó Ruth, en un tono tan sugerente que no admitía cuestionamientos.

Rasgó el extremo del envoltorio del preservativo y se lo ofreció a Kanon, que se desnudó con rapidez y se arrodilló entre sus piernas para ajustarlo a su erección, tan firme y palpitante que casi le dolía. Mirándola a los ojos, se apoyó sobre un brazo y usó la mano libre para situar el glande, pero ella negó con la cabeza.

- ¿No preferirías... hacerlo por aquí? -inquirió, llevando los dedos entre sus piernas para dirigirlo un poco más abajo.

- Vaya, ¿te apetece por detrás? -se sorprendió él.

- Creo que esa zona es de lo más interesante para ambos, a juzgar por los lengüetazos que acabas de darme...

- De acuerdo, probemos... Avísame si te duele...

Sonriendo, Ruth elevó las piernas hasta apoyarlas en los hombros de Kanon, que volvió a lubricarla con saliva en un lujurioso beso negro antes de apuntar a aquella entrada minúscula para empujar pacientemente.

- Vas bien, dale.... -gimió ella.

En un intento de reprimir su propia inquietud, él se adentró despacio, presionando con firmeza hasta introducir el extremo al completo.

- Mierda, Ruth, está tan apretado y caliente...

- Sigue... la quiero dentro entera...

Kanon obedeció, usando los dedos para distribuir otro salivazo a lo largo del tronco de su miembro y acercando la cadera hacia ella, deteniéndose varias veces para comprobar que no le dolía.

- Ya casi está, princesa...

- Un último empujón y toda mía... -balbuceó ella, con los ojos entornados.

- Toda tuya -asintió él, pegando sus cuerpos por completo antes de empezar a moverse.

La presión y el calor envolvían su sexo, provocándole al entrar y salir un conjunto de sensaciones difícil de describir. Con cuidado de no lastimarla, hizo chocar una y otra vez su pelvis con la de ella, deleitándose en el rumor de los profundos gemidos que ella exhalaba.

- Kanon... joder... me encanta, despacio...

La postura impedía a Ruth moverse con soltura, pero a cambio le ofrecía embestidas profundas y el añadido del roce del pubis del chico sobre su clítoris con cada una. Ciñéndole la cintura con las manos, relajada y sin prisa, por fin tenía entre sus brazos al mago, al chico con el que, a pesar de parecerle un idiota redomado, había fantaseado durante tres meses y que había resultado ser mucho más humano de lo que aparentaba en cada fiesta que habían animado juntos. Como si le leyera el pensamiento, Kanon se recostó ligeramente sobre ella para besarla y hacerle llegar una confesión en un susurro:

- Qué idiota he sido, Ruth... Me gustas tanto... Siento haberte tratado tan mal, ¿podrás perdonarme?

- ¿Y se te ocurre ahora, mientras estamos follando?

- Es un momento tan bueno como otro cualquiera, ¿no crees?

- Sí, claro... te perdonaré... cuando te haya azotado hasta hacerte sangrar... -rio ella, devolviéndole el beso.

- Es justo, me lo merezco -admitió Kanon.

La rodeó por la espalda y la cintura para incorporarse y después echarse de espaldas en la cama, hasta dejarla sentada sobre él, y le pasó los dedos por las caderas, animándola a moverse. Ella, con las manos apoyadas sobre su abdomen marcado, le miró intensamente antes de comenzar a danzar encima de él, dibujando ochos y lamiéndose el índice con una pícara sonrisa.

- Te gusta así, ¿verdad?

- Me encanta, joder, Ruth...

- Vas a correrte en mi culo, Kanon, quién te lo habría dicho...

- Soy un hombre afortunado... -jadeó él, palmeándole ambas nalgas.

Aumentando la velocidad e intensidad de sus contoneos, Ruth se ensartaba tan hondo como le era posible. Kanon la contemplaba, dejándose llevar, sin ningún interés por apartar los ojos de su cabello, que ondeaba con cada movimiento, sus pechos trémulos y su perversa expresión. Amazona y montura continuaron gozando juntos, provocándose mutuamente, hasta que la súbita presión de las uñas de Kanon en su cintura indicó a Ruth que su orgasmo era inminente.

- Justo así quería verte, mago...

Pero Kanon, transportado por placenteras ondas que lo recorrían desde los dedos de los pies hasta la raíz del cabello, no conseguía articular una respuesta coherente: se apretó contra ella, gruñó guturalmente con los ojos cerrados y, por fin, gritó su nombre con tanta intensidad que ella temió, por un momento, que los vecinos les oyesen.

- Joder, princesita... qué pasada, ¿no? –logró susurrar cuando su respiración se ralentizó un tanto.

- Increíble para una primera vez, sí -sonrió ella al desmontar y acurrucarse a su lado, con la cabeza apoyada en su hombro.

- No sé si te he comentado alguna vez que tengo la mejor receta para hacer tortitas de desayuno... -insinuó, delineando con un dedo el contorno del hombro y el omoplato de Ruth.

- ¿De avena? ¿Con rodajitas de plátano por encima?

- De avena, sí, con topping de lo que quieras y un café tan delicioso que no querrás probar ningún otro nunca más...

- Sí que sabes venderte... Está bien, acepto tu rebuscada invitación para dormir y desayunar. Y si me despiertas dándome lengua, te pondré una valoración de cinco estrellas -accedió la chica, con una carcajada, mientras él se levantaba para asearse en el cuarto de baño.

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