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Un truco sencillo (2)

- ¿Por qué eres tan molesto siempre conmigo, Kanon? -preguntó ella, sin ambages, cuando esperaban que les sirviesen la comida.

El chico parpadeó, desconcertado por lo directo de la pregunta. No había ninguna manera elegante de esquivar la cuestión, así que quizá lo mejor fuese afrontarla, sin más. Carraspeó, intentando expresarse con cierta contención, y finalmente habló:

- Bueno... La verdad es que es por celos.

- ¿Celos?

- Me molesta que los niños te hagan tanto caso y pasen de mí... ¿Tienes idea de cuánto me esfuerzo en ensayar mis trucos?

- Ya. Y das por hecho que lo que yo hago no requiere talento ni preparación, ¿no?

Kanon desvió la mirada; aquello empezaba a ser incómodo, pero había llegado el momento de sincerarse, aunque implicase el comienzo de una discusión.

- Mira, Ruth: tengo un hermano gemelo que, aunque te parezca paradójico, es "el guapo" de la familia, un tío con encanto y don de gentes -enfatizó sus palabras haciendo el gesto de las comillas con dos dedos de cada mano-. Se ha pasado toda la vida eclipsándome y supongo que llevo mal que ahora vuelva a sucederme lo mismo... Y por una pintacaras... ¡Ni siquiera les maquillas bien! Sí, con franqueza, no creo que tu papel tenga tanto trabajo detrás como el mío.

El camarero dejó las fuentes sobre la mesa y se retiró. Ruth se echó a reír, cogió un nigiri y lo mojó parsimoniosamente en la salsa de soja.

- Vale, o sea, que eres el hermano cardo y resentido y por eso te las das de chulo conmigo... Pues tengo algo de información para ti: ¿sabes por qué los niños no te prestan atención? Porque huelen a la primera lo prepotente que eres. Siento ser yo quien te lo diga, pero se ve la grima que te dan a dos planetas de distancia... Los niños no son imbéciles, Kanon, aunque tú te creas que sí.

- Un poco sí lo son, si no se dan cuenta de lo bueno que es mi espectáculo... -comenzó a defenderse él, pero ella le interrumpió:

- ¿Ves? Justo ese tipo de actitud es tu problema. ¡Claro que tus trucos son buenos! ¡Mírate, mueves las manos a la velocidad de la luz y además eres guapísimo! Pero vas por la vida como si todo el mundo te debiese algo... Estás en una fiesta infantil, ¿por qué no divertirte? ¿Por qué tienes que ser el aburrido que ve el peor lado de todo?

El chico comió varios makis en silencio, pensando en las palabras de Ruth. Tal vez tuviese razón, después de todo: ya que ese era su trabajo, podría tomarlo como una oportunidad para pasarlo bien, sin volcar en él sus frustraciones de la infancia, y aprovechar para ganar dinero... Después de todo, había cosas mucho peores que aguantar a unos cuantos críos chillones un sábado por la tarde.

- Me gustas, princesa psicóloga. Creo que no andas desencaminada en tu análisis. ¿Puedo saber qué más deduces de lo poquísimo que me conoces?

- Pues así, en resumen, deduzco que te has dado cuenta de que no soy idiota y que además quieres que vayamos juntos a tomar algo después de cenar -respondió ella, con naturalidad.

- No encuentro fallos en tu lógica -concordó él.

El resto de la cena transcurrió amenizada por una charla sobre temas diversos, sin asuntos escabrosos, hasta que llegaron a los postres. A continuación, Ruth llevó a Kanon a su pub favorito, un local donde una pequeña banda de jazz estaba tocando en directo en una espectacular jam session.

- ¿Este es el tipo de música que te apetece esta noche? -preguntó el chico, extrañado.

- ¿Qué pasa? ¿es que te dice otra cosa mi forma de vestir? ¿Ya estamos con los prejuicios? -rio ella.

- No, no, perdona... De hecho, a mí también me gusta el jazz...

- Pues sentémonos y deja de quejarte, anda.

Tomaron asiento en un rincón, donde la luz era tenue. Ruth era directa, pero no hostil, y Kanon empezaba a ver más allá de su disfraz de lazos y tul.

- ¿Quieres que te haga un buen truco de magia? -propuso, sacando una baraja del bolsillo de su chaleco después de degustar su bebida.

- ¡Por supuesto! A cambio, te pintaré una naricilla de ratón...

- ¡No te atrevas a tocarme con uno de esos lápices infernales!

Kanon barajó sus naipes con agilidad.

- Escoge una carta, mírala y recuérdala. Ahora vuelve a meterla en el mazo -indicó.

La chica obedeció, sonriendo.

- De acuerdo. Ahora, las mezclaré -movió las manos lentamente- y adivinaré cuál era la que habías elegido.

- Vale...

Kanon hizo una serie de pases mágicos con aire grave sobre el mazo y se lo acercó a la oreja:

- ¿Cómo? ¿Que no está ahí? Princesa, mis cartas dicen que tú has secuestrado a su compañera... -ella rio, sin entender- Mírate en el bolsillo de la falda.

- ¿Qué?

- ¡Lo dicen las cartas! ¡Yo solo transmito su mensaje!

Ruth, extrañada, hizo caso a Kanon y rebuscó en el bolsillo trasero de su falda hasta localizar, doblado en cuatro, el naipe que había escogido al principio.

- ¡Ostras! ¡Qué bueno! -exclamó, completamente sorprendida, mientras se lo devolvía.

- ¿Ves lo que se pierden esos mocosos?

- Lo veo, pero yo no voy a cometer su mismo error...

- ¿Qué...?

Con los labios húmedos y los ojos entornados, Ruth se inclinó hacia Kanon y le besó, pillándole tan desprevenido que, durante una décima de segundo, no supo qué estaba sucediendo, pero enseguida cedió al contacto de su boca y llevó las manos a sus mejillas, acariciándolas y profundizando en el beso hasta que las lenguas de ambos se enredaron en una lenta danza. Ahora tenía claras dos cosas más: le encantaban las princesas góticas y los coches que se estropeaban bajo una tormenta. Ruth se separó y le miró, con la frente pegada a la de él y una sonrisa traviesa:

- ¿Qué tal? ¿Has visto la de cosas que consigues siendo un poco más amable, chico mago?

- Admito que te había juzgado mal desde un principio y sigo dispuesto a enmendar mi error, chica princesa.

- En ese caso, acércate un poco más... -pidió ella, arrimando su silla a la de él para volver a besarle.

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