La voz irresistible (y 7)
Con la mano rígida, descargó un primer azote sobre las nalgas de la chica, que apretó los dientes, decidida a no darle la satisfacción de oírle quejarse; se humedeció la palma entre las piernas de ella y volvió a azotarla, observando cómo su expresión de dolor mutaba gradualmente a otra de total abstracción. Tras repetir la operación unas veinte veces, se detuvo para admirar su obra: los glúteos de Cirenia estaban teñidos de rojo y podían contarse las marcas de sus dedos; los acarició y besó, deleitándose en las diferencias de color entre una zona y otra.
- Creo que esto es lo que te faltaba para ser perfecta del todo -murmuró, con la voz aún más grave.
Ella no respondió: estaba ida, entregada, con una tenue sonrisa en los labios. Angelo comprendió y llevó la mano de nuevo a su clítoris, rozándolo con delicadeza hasta que la oyó gemir. Con cuidado, la hizo sentarse en el sofá y se arrodilló en el suelo, tirando de sus muslos para tener mejor acceso:
- Y con esto llega el tercer orgasmo de la noche, pequeña -proclamó, lamiendo y succionando-. El siguiente te lo daré como tú quieras... Pero ahora voy a comerte el coño hasta que te vuelvas loca.
Unos pocos minutos fueron todo lo que ella necesitaba para estallar una vez más, mientras él le sonreía viciosamente.
- Ahora, volvamos a la cama. Voy a inmovilizarte otra vez, porque no me fío de ti -ella se incorporó despacio y le besó, con los ojos brillantes de agradecimiento.
Angelo era un hombre de palabra: esposó a Cirenia de nuevo al cabecero y se situó entre sus piernas abiertas, observándola con atención:
- Te toca elegir, nena. ¿Cómo quieres correrte ahora? ¿Así...? -se agachó y atrapó su clítoris entre los labios, chupándolo con dulzura- ¿O mejor así...? -frotó su erección contra ella, presionando peligrosamente cerca de la entrada el metal de su piercing- Mientras lo piensas, yo voy a comer algo...
Se inclinó sobre ella y se dedicó a sorberle y mordisquearle los pezones, haciendo que gritase y se retorciese en busca de un mayor roce contra su cuerpo. Rodeó sus pechos con las manos, jugando primero con uno y luego con otro, disfrutando del estado de locura en que ella se encontraba ante estímulos tan intensos.
- Ya que no estás perforada, te adornaré con otra cosa -comentó, sacando de la mesilla unas pinzas unidas por una cadena y acoplándoselas a los pezones.
- Angelo... Ya he decidido... Quiero que me folles... -imploró ella.
Él no respondió; como si fuese telépata, ya estaba desenrollando cuidadosamente un preservativo sobre su piercing, concentrado en no engancharlo.
- No te he oído, ¿decías...? -preguntó con sorna, tensando un poco la cadena.
- Que me folles, por favor.
- Qué bonita estás con todo el rímel corrido, esposada y suplicando... Si me lo pides así, no puedo negarte nada.
La levantó por las caderas, colocando el trasero de la chica sobre sus muslos, y apuntó despacio, deteniéndose justo antes de entrar. Ella le miró con aire indefenso y, entonces, de una sola estocada, la penetró.
- Ah, Angelo... -gimió ella, tirando de las esposas.
Él sonrió y volvió a coger la cadena de las pinzas para manipularla con suavidad, fascinado con los gemidos que le estaba arrancando.
- No vamos a parar hasta que vuelvas a correrte, no importa lo que tardemos. Solo quiero verte disfrutar hasta que no puedas más... Hasta que me pidas que deje de darte placer -prometió, entrando hasta el fondo.
A aquellas alturas, Cirenia había dejado de lado su racionalidad y su único objetivo era gozar para aquel hombre que le estaba dando una sesión de sexo que jamás olvidaría. En cada embestida, notaba en su interior el roce del grueso aro de metal que coronaba su glande y de los otros cinco contra sus labios, desquiciándola. Sus párpados se cerraban involuntariamente, pero pugnaba por mantenerlos abiertos para seguir observando la cara de Angelo, cuyo único ojo estaba fijo en ella, atento a todos los signos de placer.
- Te estoy esperando, querida. En cuanto estés lista, te alcanzaré y nos correremos juntos -aquella voz funcionó como un incentivo más, acercándola al clímax a pesar del cansancio.
- Dame... solo un minuto... -pidió.
Angelo asintió, sin parar de moverse, y tensó un poco más la cadena, hasta que ella apretó los puños y dejó escapar un grito. Entonces, tiró con fuerza de las pinzas, soltándolas bruscamente y disparando en ella un orgasmo demoledor, y adoptó su propio ritmo, para terminar con un gruñido mientras la besaba.
- ¿Te has divertido dejándote llevar? -susurró en su oído.
- Te exijo formalmente una revancha -musitó ella, medio desvanecida, a la vez que él le soltaba las esposas y la apretaba contra su pecho, llenándole de besos el cabello.
- Eso quiere decir que volveremos a vernos... Me parece bien. Ahora, duerme un rato y luego te llevaré a casa.
Ella se acurrucó en su hombro, dejando que su nariz se inundase del aroma a verano y sexo que emanaba de su piel bronceada, y se abandonó al sueño.
- Ha sido una pasada...
Despertó antes del amanecer, a tiempo para disfrutar de la vista de aquel cuerpo desnudo en la penumbra del dormitorio: su musculatura definida cubierta de dibujos, su cabello revuelto y la tenue sonrisa de quien descansa a gusto después de una noche intensa. Con cautela, le besó desde el pecho hasta el abdomen y sacó la lengua, lista para despertar al italiano de la mejor de las maneras.
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"In the presence of this good company, by the power of your love, because you have exchanged vows of commitment, we recognize you as married.
You may now kiss the bride."
Angelo besó a Cirenia al estilo de las películas, inclinándose sobre ella hasta que la melena roja casi rozó el suelo, y a continuación tomó a su flamante esposa en brazos para salir con ella de la pequeña capilla, mientras el oficiante entonaba un tema musical.
- Cuando me propusiste casarnos en Las Vegas "como Marilyn", no esperaba que tú irías de Marilyn Manson y yo de Dita von Teese -rio ella, colocándole en el pelo una de las flores de su ramo.
- Y, sin embargo, mírate, no hay mujer más bella en el mundo, mi amor -respondió el italiano, llamativo como siempre con traje de rayas blancas y negras y camisa roja-. Vamos al hotel para que pueda romperte este vestido mientras lo hacemos, y luego te llevaré a comprar uno nuevo.
- Y lo volveremos a romper...
- Hasta que nos denuncien por follar a gritos y nos echen del país sin poder acabar la luna de miel.
La depositó en el suelo y le besó los labios dulcemente.
- ¿Te imaginabas que terminaríamos así cuando fuiste a la fiesta de Heiberg, nena?
Ella ladeó la cabeza mientras pensaba su respuesta:
- Para nada. Pero cuando te vi, tuve claro que no te me escaparías... Solo te dejo creer que llevas el control para que te confíes, pero eres mío, Angelo.
- Ya solo queda que le cuentes a tu familia que nos hemos casado... Aunque quizá habría sido buena idea que me los presentases antes.
- Llevamos tres meses juntos, ¿no es un poco precipitado presentarles ya a mi marido? -reflexionó ella, entre carcajadas, sacando el móvil para buscar la dirección del restaurante donde celebrarían su convite nupcial para dos.
- ¿Vas a mantenerme oculto como un secreto vergonzoso, malvada?
- ¡Qué coño! ¡Tienes razón! Espera...
Aprovechando que tenía el teléfono en la mano, inició una videollamada.
- ¡Mamá! ¿Estás con papá? ¡Tengo una noticia que daros! ¿Os acordáis de que os conté que me iba de viaje con un chico? ... ¡Ah, hola, papá! Voy a contaros una cosa muy importante...
- Dinos, hija. ¿Dónde estás? ¿De qué estás disfrazada? -preguntó el señor Armenteros, intrigado.
- Estás guapísima, hija, pareces una novia...
- ¡Angelo, acércate que te vean! Mamá, papá, ¡os presento a mi marido! ¡Acabamos de casarnos en Las Vegas!
- ¡Qué? ¡Pero si es un presidiario! ¡Vaya pintas!
- ¡Y espérate a verle en traje de baño, papá! ¡Es el hombre más maravilloso del mundo!
- ¡Hola, señor Armenteros! ¿Se acuerda de mí? ¡Soy el del cangrejo, el que le arregló el audiómetro hace años! -saludó Angelo, agitando la mano.
- ¡Cirenia! ¡En cuanto vuelvas firmas el divorcio! ¡Ese matrimonio no tiene validez legal! ¡Mi hija no va a vivir con un delincuente!
- ¡Suegro! ¡Le llevaremos un recuerdo de Las Vegas! ¡Hasta puede que su hija vuelva embarazada!
Cirenia colgó el teléfono, sin poder contener la risa, y volvió a besar a su marido, aquel hombre diferente a todos, el italiano de la voz irresistible.
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