La voz irresistible (5)
El frío de la madrugada le golpeó la cara mientras miraba a ambos lados de la calle hasta localizar a Angelo, apoyado en el hueco del portal de un edificio cercano. El italiano le hizo señas para que se acercase, sonriendo como un depredador.
- Caperucita, me tienes tan caliente que podría follarte aquí mismo...
- Buenas noches para ti también... -rio ella.
- ¿Traes lo que te he pedido?
- Por supuesto -abrió la mano y le mostró el tanga.
Sin ningún tipo de vergüenza, él tomó la pequeña prenda y se la llevó a la nariz, aspirando profundamente.
- Joder, hueles de maravilla -suspiró, antes de sacar la lengua y lamer el trozo de tela, mirándola a la cara.
- Angelo, me das un morbo que no es ni medio normal...
- Ven aquí, anda -guardó el tanga en su pantalón, la sujetó por la cintura con una mano y por la nuca con la otra y la acercó a su cuerpo-. Pídeme que te bese.
- Bésame ya.
El hombre volvió a usar la punta de la lengua para dibujar el contorno de los labios de la chica con exasperante lentitud. Ella comenzó a temblar, tanto de deseo como de frío, suplicando mentalmente para que aquella espera terminase. Angelo lo notó y se detuvo para quitarse la chaqueta y echársela sobre los hombros. Estaba regodeándose en la demora, manejando sus tiempos con maestría, excitándola de un modo desconocido para ella. Por fin, después de unos segundos interminables, redujo a cero la distancia entre ellos y le mordió la boca: tal como le había prometido, la devoró como a un melocotón, besándola con paciencia y sabiduría mientras ella sentía, con una inusual punzada de inseguridad, que las piernas le fallaban. Las manos del italiano descendieron hasta su trasero, clavándole las uñas a través del delgado satén del vestido y apretándolo contra su cuerpo para hacer evidente el volumen de su excitación. Ella llevó las suyas al oscuro cabello del hombre, tirando de sus trenzas y volcando su peso hacia él hasta que quedó apoyado contra la pared del portal y pulsó accidentalmente con la cabeza un par de timbres en el cuadro del interfono, lo cual les obligó a separarse.
- Mierda, ahora tendremos que salir corriendo como dos adolescentes -se echó a reír él.
Cirenia sonrió, todavía medio atontada por aquel momento perfecto que acababa de vivir.
- Me gustaría llevarte a mi casa, pero no sé si es demasiado rápido para ti... -explicó él, rodeándole los hombros mientras caminaban juntos calle abajo.
- Pídemelo al oído con esa voz y me teletransporto -comentó ella.
- Claro -la tomó por el codo para hacerla detenerse y la envolvió en sus brazos, susurrándole-: vamos a mi casa para que pueda follarte.
- A lo mejor te follo yo a ti...
- Lo veremos...
Angelo la guio hasta el aparcamiento donde había dejado la moto y le ofreció un casco; ella se subió el vestido y se las arregló para sentarse detrás de él, sujetándose a su cintura y, decidida a volverle loco, aprovechó todo el trayecto para acariciarle la entrepierna sobre la delgada lana del pantalón; por suerte, el tráfico era escaso a aquella hora y no tardaron más de quince minutos en llegar a casa del italiano, que aparcó y esperó a que bajase antes de volver a besarla, con más intensidad que la primera vez.
- ¿Estás segura de que quieres subir?
- Sí, vamos.
El apartamento de Angelo, situado en la última planta del edificio, era un pequeño ático decorado de forma minimalista, a juzgar por los tonos claros de muebles y sofás. El italiano se dirigió a la cocina americana para servir bebida mientras Cirenia inspeccionaba todo a su alrededor: la excepción a la sobriedad la constituían las paredes, plagadas de carteles de grupos de rock y otros objetos diversos.
- Angelo, ¿qué son? -preguntó, señalando un grupo de caras confeccionadas en algo parecido a la escayola, que se alineaban en la pared principal, junto a un gran cuadro abstracto.
- Son máscaras mortuorias -explicó él, con sencillez, mientras buscaba algo en el frigorífico-; la muerte es algo fascinante, ¿no crees?
Ella continuó su examen, sin responder, hasta llegar a un gran cartel situado en la pared opuesta, que representaba a una banda de rock posando altaneramente ante el objetivo:
- ¿"Deathmask"? ¿Qué grupo es este?
Angelo se le acercó para ofrecerle un refresco y le besó el cuello con suavidad:
- El mío, ¿no me reconoces?
Ella se aproximó al cartel, escrutando a cada miembro de la banda hasta darse cuenta de que el solista era Angelo: sin barba ni trenzas, con el pelo prácticamente blanco y el tronco salpicado de tatuajes, parecía una versión alternativa de sí mismo.
- ¡No me lo puedo creer! Tengo que oír algo de lo que hacéis...
- Ya no tocamos juntos, todos tenemos muchos compromisos... Pero, si te apetece, cuando no nos quede energía para el sexo, te pondré algo de música. Ahora, vamos a...
No le fue posible terminar la frase, porque Cirenia le pasó los brazos por el cuello y le besó, arrojándole sobre el sofá.
- Nena, qué fuerte vas...
- Cállate y bésame.
En ese momento, mientras se revolcaban en el sofá, pugnando por ver quién quedaba por encima e inmovilizaba al otro, ambos fueron conscientes de que tenían un pequeño problema logístico. Él fue el primero en separarse, sujetándola con firmeza por las muñecas.
- Tengo la sensación de que quieres controlarme...
- No te equivocas -admitió ella.
- Pues yo me muero por seguir dominándote... Te propongo un juego; quien gane, llevará las riendas toda la noche, ¿de acuerdo?
Ella se relamió y asintió, acercándose a besarle el cuello mientras él la guiaba por la casa, sin soltarla.
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