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La voz irresistible (4)

Angelo contemplaba a Cirenia con descaro, pero ella mantenía el tipo sin arredrarse. Durante toda la cena, el juego de miradas entre ellos estuvo cargado de un desafío tácito que hacía a la chica sentirse deseada de un modo absolutamente animal y primario:  aunque ambos fingían normalidad al conversar con sus compañeros de mesa, cada vez que sus ojos se cruzaban, un escalofrío la recorría desde la nuca hasta el final de la columna, y oír su voz en persona mientras contemplaba aquellos brazos entintados y esos labios sensuales era más de lo que podía soportar. La suma de su voz de barítono y su peculiar aspecto le resultaba irresistible y, aprovechando un momento en el que todos estaban distraídos escuchando la enésima intervención del director general, se giró hacia Angelo y le guiñó un ojo al tiempo que le sonreía. Él se levantó el parche para devolverle el gesto a su vez, sacando la lengua y mostrándole su ojo izquierdo, completamente opacificado por un leucoma que había aclarado su color original hasta el celeste.

Cuando retiraron los postres, Esther cogió su chaqueta y se llevó a Cirenia a la puerta del edificio para hablar con algo de privacidad.

-       Me voy a ir ya, es casi medianoche y quiero estar con David un rato. ¿Estarás bien?

-       Lo dices como si me dejases en el Bronx en vez de en un hotel pijo...

-       Lo digo porque aún no he parado de flipar con las pintas del tal Angelo –rio Esther- ¿Qué te ha parecido?

-       ¿Te digo la verdad? Me encanta...  ¡Es guapísimo! Aunque lo del "guyliner" es algo que no voy a poder olvidar –respondió ella, de buen humor.

-       ¿Te vas a liar con él?

-       En cuanto tenga ocasión, querida amiga.

Cirenia volvió a la mesa, de la cual todos se habían levantado ya para acercarse a la barra, donde un barista de moda preparaba cócteles de todo tipo. Se sentó y sacó el móvil para distraerse, pensando qué estrategia sería la mejor para hablar con Angelo a solas, y entonces escuchó aquella voz junto a su oído, con tono burlón:

-       Hola, te llamo de Heiberg Audio...

Ella se echó a reír y Angelo tomó asiento a su lado, ofreciéndole una gran copa llena de un líquido dorado.

-       ¿Qué es?

-       Como no sé si tienes que conducir, te he pedido algo sin alcohol; creo que lleva zumo de piña y unas cuantas cosas más... -comentó, con aire despreocupado.

-       Vaya, muchas gracias, Angelo.

-       O sea, que eres la hija de uno de los gemelos Armenteros... Tu padre y tu tío son considerados eminencias, aunque un poco antiguos. Sois prácticamente los únicos que nos hacéis las consultas por teléfono... Y gracias a eso he tenido el placer de hablar contigo casi cada día.

-       El placer ha sido mío... tienes una voz increíble...

-       Ahora, ¿es cosa mía o llevamos cuatro meses tonteando, Cirenia? -fijó en ella el ojo bueno, con la ceja arqueada.

-       De una forma muy sutil, pero sí, algo ha habido... -admitió ella.

-       ¿Sabes que nunca vengo a estas fiestas?

-       ¿Vas a decirme que has venido para verme?

-       Y para que me vieses. Te has pasado la cena mirándome...

-       Te he mirado tanto como tú a mí -respondió ella, sin amedrentarse.

-       ¿Y puedo saber por qué? -inquirió él, acercándose más.

Ella aspiró su aroma: olía como un pinar en una tarde de verano. Definitivamente, aquel hombre iba sobrado de seguridad en sí mismo, pero ella no pensaba quedarse atrás.

-       Porque me gustas... -con el dedo, hizo bailar una de las pequeñas trenzas que pendían tras la oreja de Angelo.

-       Es recíproco, querida -susurró él, con los labios casi rozándole el lóbulo.

-       ¿Por qué llevas ese parche?

-       Es el de las grandes ocasiones... Me lo he puesto para no asustarte...

-       ¿Por mí? Vaya, eres todo un caballero... Pero te prefiero sin él -declaró ella, y extendió la mano para quitárselo-. Me tiene fascinada esto del perfilador...

-       Soy vanidoso, Cirenia.

Tenía motivos para serlo, pensó ella, admirando sus rasgos afilados y el extra de confianza que implicaba construirse una imagen tan llamativa.

-       Y sé que te atrae mi voz... Lo noté perfectamente la primera vez: una millonésima de segundo en silencio y cómo titubeaste al contestar.

-       ¿Y si estás tan seguro de que me gustas, por qué no pruebas a besarme? -preguntó ella, con total tranquilidad.

-       Angelo, ¿tienes un minuto? Un cliente quiere charlar contigo... -Ricardo les interrumpió al agacharse junto a ellos.

-       No, no lo tengo. Estoy hablando con Cirenia de un tema importante -respondió, ahuyentando al comercial con la mano como si fuese una mosca, sin apartar los ojos de ella-. ¿Por dónde íbamos?

-       Ibas a besarme... -ladeó la cabeza.

-       Cierto. Voy a besarte, pero cuando estemos solos. No quiero que le vayan a tu padre con el rumor... No le caigo bien.

-       ¿Cómo dices? -la chica se echó a reír y el italiano se mordió el labio al observar su marmórea garganta expuesta.

-       Hará unos catorce años, tuve que ir a vuestro centro para repararos el audiómetro... ¡Menuda reliquia usabais! Yo tenía veintiuno y acababa de entrar en la empresa, así que el entonces jefe del departamento, Cepeda, me llevó con él para que me fuese fogueando. De aquella, aún me funcionaban los dos -se señaló los ojos- y me afeitaba cada mañana escrupulosamente...

-       Mmmmh... ¿Un Angelo convencional y con pinta de niño bueno?

-       Casi... Cuando tenía todo el audiómetro destripado en el gabinete, se me ocurrió remangarme la camisa para estar más cómodo y, claro, los gemelos vieron a este amigo... El único tatuaje que llevaba, por cierto -posó el índice sobre el vistoso cangrejo real que se paseaba por su antebrazo izquierdo-. Le dijeron a Cepeda que cómo se le ocurría meterles un presidiario en el local, que vaya pinta, que parecía un delincuente y un inadaptado...

Cirenia se rio a carcajadas:

-       Sí, eso es muy propio de ellos...

-       Así que no me parece bien provocarles un infarto... Que es lo que pasaría si se enterasen de todo lo que quiero hacerte.

-       Y, sin embargo, estás deseando hacerlo ya...

-       Me muero de ganas. Dame tu número, anda -pidió él, abrasándola con la mirada.

-       Como me digas que te vas y que ya me llamarás, te dejo ciego del otro ojo -amenazó ella antes de dictarle la sucesión de dígitos.

-       Bien. Ahora, vete al baño.

Ella, intrigada, obedeció. Angelo esperó hasta que desapareció de su vista y entonces salió a la puerta principal.

-       Angelo, el cliente te espera... -le recordó Ricardo, al verle marcharse.

-       ¡Te he dicho que no me interrumpas! Estoy resolviendo un tema urgente con Armenteros.

Cirenia se miró en el espejo del baño: sus pupilas dilatadas y sus mejillas evidenciaban el efecto que aquella breve orden había tenido sobre ella. Angelo no solo poseía una voz increíble, además actuaba como si pudiese derretirla con solo proponérselo. Y la verdad era que, de momento, lo estaba consiguiendo. Se lavó rápidamente la cara y las manos, justo a tiempo para escuchar el primer mensaje de voz que él le envió:

"¿Quieres jugar a Caperucita y el lobo? Me pido lobo."

Ella respondió por escrito:

"Sí."

"Ponte cómoda, Caperucita."

Entró en uno de los cubículos y echó el pestillo para contestar y oír la siguiente instrucción:

"Llevo cachondo toda la noche mirándote... Métete el dedo en la boca y hazte una foto para el lobo."

La chica respiró hondo y se lamió los labios; a continuación, apoyó el dedo corazón entre ambos y pulsó el botón de grabación antes de introducirlo y sacarlo de su boca tan sensualmente como le fue posible. El resultado fue un vídeo de cinco segundos que envió sin atreverse a revisarlo.

"Solo pedía una foto, pero me gustan las mujeres con iniciativa. Mira lo que has hecho."

El italiano le adjuntaba una foto de sus pantalones grises en la que se percibía perfectamente la abultada silueta de su erección.

"Súbete un poco el vestido, que te vea las piernas."

Ella obedeció y se fotografió sujetando el vestido con una mano, para dejar ver el final de las medias y las tiras del liguero.

El teléfono comenzó a sonar, sobresaltándola de tal modo que casi se le cayó de la mano. Descolgó en seguida y oyó de nuevo aquella voz seductora, solo para ella:

-       Caperucita, esta noche te voy a comer entera...

-       Lo estoy deseando...

-       Ahora, tócate para mí.

-       ¿Qué?

-       Acaríciate la barbilla... el cuello... el escote... Imagina que estoy ahí contigo, que soy yo quien te toca -el hombre se expresaba con lentitud.

-       Angelo... -suspiró ella, pasando sus dedos por las áreas que él le había indicado.

-       Lo sé, Caperucita, sé que me deseas. Solo vamos a retrasar un poco lo inevitable... Sujeta el móvil con el hombro, porque quiero que uses las dos manos para tocarte ese par de tetas preciosas que me voy a comer.

La chica dejó escapar un gemido a la vez que se bajaba los tirantes del vestido para acatar la orden; con suavidad, apretó sus pechos y pellizcó sus pezones una y otra vez, ronroneando de placer para el hombre que estaba al otro lado de la línea.

-       Estás caliente, ¿verdad?

-       Ahá...

-       Coge el teléfono con una mano y baja la otra... Abre las piernas y acaríciate sobre las bragas mientras me las describes.

-       Es... Ah... Es un tanga negro, de encaje... A juego con el liguero... -comenzaba a costarle hablar a causa de su propia excitación.

-       ¿Tanga y liguero, pequeña? Pero bueno, tú has venido decidida a follar conmigo... Y es justo lo que vamos a hacer... ¿Estás mojada? -aquella voz sonaba profunda y grave como un violonchelo. Cirenia apretó la palma sobre su ropa interior, disfrutando de la sensación de presión sobre los labios.

-       Sabes que sí... Por tu culpa...

-       Abre bien las piernas y aparta el tanga. Vas a tocarte imaginando que es mi mano. Quiero oír cómo te tocas, hasta que te corras pensando en mí.

Ella volvió a hacer lo que él le indicaba, despacio, como en la intimidad de su dormitorio. Con el dedo corazón húmedo de saliva, rodeó su clítoris repetidamente, dejando que sus gemidos fuesen subiendo de tono a la par que los comentarios de Angelo:

-       No tienes ni idea de lo dura que me la estás poniendo, Cirenia. Vas a tener que esforzarte mucho para bajármela...

-       Lo haré...

-       Dilo.

-       Me esforzaré para bajártela... -gimió, aumentando el ritmo de sus caricias.

-       ¿Qué harás, Caperucita?

-       Voy... Mmmmh... Voy a chupártela... -improvisó ella, completamente entregada al juego.

-       ¿Vas a ponerte de rodillas para chupármela?

-       Me pondré como tú quieras, si me prometes que me follas...

-       Claro que voy a follarte, preciosa. Te voy a follar tanto que te temblarán las piernas y te olvidarás de tu dirección. No dejes de tocarte -aquella voz, joder, pensó ella, ¿por qué la subyugaba así?-, imagina lo que voy a hacerte...

-       Angelo...

-       Estoy ahí, contigo... Esa es mi mano, en tu coño empapado. Mi boca besándote el cuello mientras te sobo las tetas, ¿lo notas?

-       Ahá...

-       Acércate el teléfono al coño. Quiero oír lo mojada que estás...

Cirenia notó a la perfección cómo se ruborizaba, pero no se le pasó por la cabeza desobedecer. Acercando el teléfono a su entrepierna, se acarició con fuerza para que Angelo pudiese escuchar sus dedos chapoteando en su humedad.

-       Joder, Caperucita -dijo él, cuando el teléfono volvió a la oreja de la chica-, si ahora estás así, imagina cómo será cuando te esté taladrando con mi polla...

-       Lo estoy deseando...

-       Claro que lo estás... Ahora, termina lo empezado, no pares de tocarte hasta correrte. Quiero oírte gimiendo mi nombre, ¿entiendes? -su tono era autoritario, sexy, indiscutible.

-       Sí... Angelo...

Se concentró en su propio placer, masturbándose como si no estuviese en el cuarto de baño de aquel hotel pijo hablando con un hombre diez años mayor que ella al que acababa de ver la cara por primera vez. Como él le había ordenado, se imaginó a sí misma arrodillada, recibiéndole en su boca, deseada y utilizada, gozando de aquella fantasía que en aquellos momentos le parecía la única posible, hasta que sus piernas se tensaron y de su garganta escapó un jadeo bronco en el momento del orgasmo.

-       ¡Angelo...! Angelo, me estoy.... Oh... Me estoy corriendo...

-       Eso es, zorrita, córrete para mí... Siéntelo...

-       Joder... Me encanta...

-       Y a mí me encanta oírte... Ahora, quítate el tanga, límpiate con él y ven a mi encuentro llevándolo en la mano. Te espero en la puerta. No te entretengas por el camino, Caperucita -el italiano colgó el teléfono antes de que ella pudiese contestar.

Cirenia respiró hondo, aterrizando poco a poco tras la conversación, e hizo lo que él le había indicado. Con cuidado de que nadie la viese, volvió a refrescarse las mejillas, se retocó el peinado y salió del cuarto de baño en dirección a la entrada.

-       Cirenia, ¿ya te vas? ¿Pudo Angelo resolver tu problema? -le preguntó Ricardo al vuelo.

-       ¿Qué? Eh... Esto... Sí, sí, Angelo me ha ayudado mucho -repuso ella, con aire ausente, apretando el tanga en el puño y caminando sin detenerse-. Tengo que irme, que mañana madrugo, perdona.

-       ¡Claro, claro, no te preocupes! ¡Ya te llamo la semana que viene!

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