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Ingrávidos (4)

Habían quedado a las once para que Camus tuviese tiempo de asistir a la reunión matinal de su equipo, así que Leah estaba nerviosa desde las nueve de la mañana.

- Nena, ¿llevas el desfibrilador en el bolso? -se burló Judith, al verla menear la pierna compulsivamente bajo el escritorio.

- Debería, porque te juro que me va a dar algo...

A las once menos cinco, dejó su puesto de trabajo y bajó a buscar a Camus, que la saludó con aquella sonrisa capaz de provocar el cambio climático, rodeado por sus compañeros.

- Hay una sala que apenas se usa, ahí estaremos tranquilos. ¿Has traído el portátil?

- Claro, tengo todo -asintió ella, intentando aparentar tranquilidad.

Camus la precedió hasta una pequeña habitación en la que había una mesa redonda rodeada por cuatro sillas, un sofá de dos plazas y un televisor colgado de la pared.

- Se supone que venimos aquí a descansar, pero en la práctica todo el mundo prefiere hacerlo al aire libre... -explicó él, invitándola con un gesto a tomar asiento en el sofá, a la vez que cerraba la puerta.

- Es normal, pudiendo estar al sol... -comentó ella con timidez, mientras se acomodaba la falda bajo las piernas, un poco abrumada por el hecho de estar a solas con él en un espacio aislado.

Comenzaron a trabajar como en días anteriores: Camus traducía mirando la pantalla y Leah tomaba notas para redactar posteriormente sus textos. Ella, como siempre, continuaba sintiéndose algo alterada por su cercanía y por el aroma a hierba y sal que invadía su nariz cada vez que él se apartaba el cabello de la cara; hoy lo llevaba húmedo y Leah no pudo evitar volver a recordarle buceando, como una criatura fantástica perteneciente a un mundo diferente al suyo.

- Estás distraída... -murmuró él, marcando ligeramente la "r".

- Yo... Lo siento.

- Apuesto a que estabas pensando en esto -sin que ella se esperase lo más mínimo aquel gesto por su parte, la tomó por las mejillas con ambas manos y la besó.

Leah contuvo el aliento, sorprendida por aquel avance del todo imprevisto, pero Camus continuó ciñéndola contra él, besándola con delicadeza, como si le preocupase ser rechazado por ella. Se alejó un instante para mirarla a los ojos y sonrió, sonrojado:

- Al menos, yo no podía pensar en otra cosa... -volvió a unir sus labios, agarrándola esta vez por la cintura, mientras ella sentía que se derretiría como un pedazo de hielo en un refresco.

Aquello no podía ser real, pensaba, seguro que se había caído por las escaleras y ahora deliraba, inconsciente en alguna ambulancia camino del hospital. Camus, el chico pelirrojo, estaba besándola, abrazándola tan fuerte que pudo oír el latido acelerado de su corazón en el instante en que abrió la boca para permitir que sus lenguas se enredasen.

- Mi francesita falsa... -se inclinó sobre ella, haciéndola recostarse en el sofá-, mi pequeña espía, he soñado contigo todo el verano -confesó.

- No lo parecía -respondió ella entre beso y beso, acariciando por fin aquella magnífica melena llameante.

- No soy demasiado expresivo... Pero te veía cada mañana al otro lado del tanque y pensaba en cuánto me gustaría invitarte a salir...

- Llegas tarde, porque te voy a invitar yo -Leah se sorprendió de su propia osadía, pero ya daba igual: estaba enrollándose con Camus en un sofá del acuario y el universo se encontraba en perfecto equilibrio en aquel momento.

El pelirrojo sonrió y asintió, volviendo a su boca mientras le deslizaba la mano desde la rodilla hasta la cadera y arrancándole un suspiro. Continuaron su juego lentamente, acariciándose y besándose, hasta que Leah recordó que el mundo real seguía allí, a su alrededor:

- Camus, ¿no tienes que ir al tanque de tropicales ahora?

- Ostras, sí, en cinco minutos... Pero no quiero soltarte... -se puso en pie y le tendió la mano para ayudarla a levantarse.

- Me vuelvo arriba a trabajar, pero esta tarde a la salida te invito a cenar -propuso ella.

- Espera solo un momento.

La besó una última vez y, cuando se separó de ella, le apartó el oscuro cabello y le mordió el cuello, cerca de la nuca, succionando con fuerza hasta dejarla marcada.

- Y yo que pensaba que eras un chico frío e insensible... -rio ella, todavía incrédula, toqueteándose el chupetón.

- Ahora no podrás olvidarte de mí hasta la hora de comer.

- No me planteaba intentarlo siquiera...

Leah subió las escaleras y volvió a su mesa, tapándose la marca con el pelo, pero a Judith no le pasaron inadvertidos el color de sus mejillas ni su sonrisa de idiota.

- A alguien le ha ido muy bien en el reino de acuario...

- No te haces una idea...

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Comieron en mesas separadas, como era habitual, rodeado cada uno de sus compañeros. Leah le miraba de tanto en tanto, pero él parecía concentrado por completo en su lectura, excepto cuando los tres becarios pasaron a su lado en dirección a la salida.

- Buenas tardes, mademoiselle Lerroux... -la sonrisa climática otra vez, haciendo arder la cara y el vientre de la chica.

- Buenas tardes, monsieur Lerroux -respondió ella al tiempo que se apartaba fugazmente el cabello para exhibir ante él la marca que su boca le había dejado.

- Vale, ¿qué me he perdido? -preguntó un intrigado Josué, agarrándolas a ambas por el brazo, en cuanto salieron de la cafetería.

- ¡Nos hemos besado! -explicó Leah, en voz baja, según entraban en el ascensor para cotillear a gusto.

- ¿El pelirrojo y tú? No me lo puedo creer... Mañana mismo le pido a Jude que salga conmigo... ¡Los acuaristas y los becarios son especies compatibles! ¡Gracias al cielo!

- Josué, yo suelo ser pesimista, pero si el pelirrojo y Leah se han liado, creo que tú y Jude os merecéis una oportunidad también.

- ¡Aleluya! ¡Incluso Judith cree en el amor! -exclamó él, con los brazos en alto.

Cuando Leah salió de trabajar aquella tarde, tan nerviosa como si tuviese que desactivar una bomba siguiendo un manual escrito en arameo, Camus la estaba esperando en la entrada principal, apoyado en la fachada con su libro entre las manos, vestido con unos delgados vaqueros de verano y una camiseta color hueso. Ella suspiró al verle: ¿cómo podía ser tan guapo y tan encantador y besar tan bien?

- Francesita de palo, ¿dónde vas a llevarme? -inquirió cuando ella se acercó.

- ¿Te gusta la comida tradicional? Conozco el sitio que prepara las mejores carnes de la ciudad...

- No se hable más, carne será -accedió él, entrelazando sus dedos con los de ella.

Leah tenía serias dificultades para creerse que estaba paseando por la ciudad de la mano de Camus, el chico con el que había fantaseado durante semanas, pero tenía una hermosa marca en el cuello para demostrarse a sí misma que todo aquello no era un sueño. En el restaurante, tomaron asiento en una mesa con vistas al mar y charlaron de manera informal, por primera vez, mientras esperaban que les sirvieran la carne y la ensalada que habían pedido para compartir:

-       Me resulta curioso que tengas apellido francés y no conozcas nada del idioma... -comentó él, jugando con los dedos de ella sobre el mantel.

-       A mí me resulta curioso que te apellides "el rojo", con ese color de pelo -repuso ella, risueña.

-       Ah, bueno, no es nada raro... Más de la mitad de mi familia es pelirroja, supongo que, en su momento, "Lerroux" sería un apodo que derivó en apellido con el tiempo... En mi ciudad es muy común encontrar personas con este nombre.

-       ¿De dónde eres?

-       De Ruan, al noroeste. Pero llevo mucho tiempo aquí... Me vine de Erasmus durante mi último año de carrera, encontré trabajo en el acuario y me quedé...

-       Se nota, casi no tienes acento... -comentó ella, embobada con su sonrisa.

-       Y el poco acento que tengo es sexy, ¿verdad? -presumió él, acariciándole la muñeca.

Leah asintió, como hechizada. Que era sexy, decía. No había nada más atractivo en el mundo que su acento, su sonrisa y su melena del color del fuego... El camarero les trajo la comida y la disfrutaron juntos, charlando sobre su trabajo en el acuario y sus aficiones, hasta que llegó el momento del postre.

-       ¿Y si nos lo saltamos? Tengo tantas ganas de estar a solas contigo... -propuso Camus.

-       En ese caso, mi postre vas a ser tú -accedió ella, incorporándose para besarle.

Bajaron paseando a la playa y caminaron descalzos por la orilla hasta que llegaron a una zona apartada que solía ser frecuentada por parejas.

-       ¿Esta es la famosa cala del amor? -preguntó él, riendo- ¿Te puedes creer que no había venido nunca? Me parece que mi francesa "fake" es una chica muy mala...

Le apartó el pelo de la cara, observándola a la luz de la luna.

-       ¿Sabes que me gustabas desde el primer día que te vi? Estaba en el tanque de los tiburones y de repente te encontré al otro lado... Tan bonita, con ese vestido y tu expresión como si contemplases un tritón o algo aún más raro...

Ella bajó los ojos antes de responder:

-       Buceas con el pelo suelto... Te da un aire irreal... Es algo hipnótico. Pero nunca pensé que yo podría gustarte.

-       ¿Por qué no? -preguntó él al sentarse en la arena.

-       Porque tú eres un acuarista súper guapo y yo... No sé, yo...

-       Tú eres un bombón -la besó tiernamente-. Verte fuera del tanque era lo mejor de mi día. Pero no se me ocurría la manera de abordarte...

-       Menos mal que Diana me pidió aquellas notas... ¡Qué casualidad que apareciesen unos estudios en francés!

Camus se echó a reír.

-       No fue ninguna casualidad, Lele... Te oí comentar con tus amigos que estabas a punto de quedarte sin material en español ni en inglés y te cargué una carpeta con los estudios franceses y alemanes -confesó, besándola una y otra vez.

-       ¿En serio? ¿Fue cosa tuya?

-       ¡Claro! Nosotros tenemos acceso a todas las áreas de la intranet. Pensé que, pese a tu apellido, con un poco de suerte necesitarías ayuda y vendrías a hablar conmigo... Pero fue aún mejor, no tenías ni idea de francés y mi jefa nos "condenó" a pasar una hora diaria juntos...

-       ¿Y yo soy la chica mala? Madre mía, monsieur Lerroux... ¡Qué retorcido! -rio ella, jugando con mechón de su cabello.

-       Pero en tu departamento no había nada de privacidad para poder conocernos mejor y yo necesitaba tenerte para mí solo... Así que tuve que pedirte que bajases tú.

Leah le besó, empujándole suavemente hasta hacerle echarse sobre la arena, y se inclinó sobre él, perdidas las inhibiciones.

-       Mademoiselle Le... -no pudo terminar la frase, porque ella se adueñó de su boca dando rienda suelta a toda la pasión que había reprimido durante aquellas semanas.

Camus la abrazó, dejando que sus lenguas danzasen con el rumor de las olas de fondo. Lo que los demás confundían con soberbia o frialdad era tan solo su calmada forma de ser, mezclada en este caso con la timidez que le había impedido acercarse a Leah de manera directa. Pero aquello había pasado y, ahora, la tenía entre sus brazos y no pensaba dejarla escapar.

Ella también parecía dispuesta a recuperar el tiempo perdido: llevó los labios a su cuello y lo mordió y lamió mientras tiraba con suavidad de su camiseta. Él entendió su intención y se incorporó un momento para quitársela, permitiendo a Leah acariciar su torso, salpicado de pequeñas pecas que formaban un tenue mosaico, y dibujar con el dedo el perfil de sus músculos marcados. Aprovechando el ensimismamiento de la chica, él se sentó en la arena, dejándola a horcajadas sobre él, le bajó los tirantes del vestido y le agarró los pechos con ambas manos, sorprendido de que no llevase sujetador.

-       ¿Has ido a trabajar en plan comando?

-       Qué va, me quité el sujetador en el baño del restaurante, tenía la intuición de que acabaríamos así... -respondió ella entre gemidos, al tiempo que él agachaba la cabeza y, sujetándola por la cintura, comenzaba a besarle los pezones hasta endurecerlos.

-       ¿Acabar? Pero si no hemos hecho más que empezar...

A Leah se le escapó una risita mientras él continuaba experimentando con aquellos montículos entre los dientes y volvió a jugar con su larga melena, enrollándola en los dedos, cada vez más excitada. Camus, consciente del aumento en la velocidad de su respiración, le metió una mano entre las piernas, complacido al notar la zona caliente y húmeda a través de la ropa interior.

-       Por un momento, pensé que habrías aprovechado el viaje al baño para quitarte también las bragas -susurró maliciosamente en el oído de la chica.

-       No sufras, puedo arreglarlo ahora mismo -se incorporó, con un pie a cada lado del cuerpo de Camus, y llevó las manos a las caderas para bajárselas, pero él se adelantó, tirando de la prenda y guardándosela en el bolsillo.

-       Te vas a volver a casa muy fresquita –sentenció.

Antes de que ella pudiese sentarse de nuevo, el pelirrojo le separó las rodillas con las manos y sacó la lengua, mirándola con aire travieso, para darle un primer lametón entre las piernas. Leah, sorprendida, dejó escapar un gemido a la vez que él la tomaba de las manos para hacerla echarse en la arena, sobre su camiseta.

-       Y ahora, mademoiselle Lerroux, no se mueva. Quiero mi postre y lo quiero ahora –volvió a abrirle las piernas y comenzó a besarle la cara interna de los muslos, haciendo a la chica retorcerse y suplicar:

-       Camus... Por favor...

-       ¿Sí? –inquirió mientras subía con lentitud hacia su vulva.

-       Hazlo ya... -le enredó todos los dedos en el pelo y se arqueó contra él, buscando el roce de sus labios.

-       No sé a quién quiero engañar haciéndome el difícil, llevo todo el verano pensando en esto... -reflexionó él, atacando por fin el clítoris de la chica.

Leah suspiró mientras él hacía círculos con la lengua en torno a aquel botoncito y apoyaba la yema del índice en la húmeda cavidad, buscando el momento oportuno para penetrarla. Ella trataba de contener sus gemidos, cada vez más audibles gracias a la habilidad de Camus, que incrementaba poco a poco la presión que ejercía con la lengua al tiempo que avanzaba con el dedo.

-       ¿Quieres correrte con mi lengua... o mientras follamos? –la maliciosa pregunta, formulada sin moverse de su zona de actividad, hizo a Leah derretirse de puro morbo.

-       Mientras follamos... –respondió.

Camus se incorporó hasta quedar arrodillado y sacó un preservativo del bolsillo trasero de sus pantalones, con media sonrisa.

-       Convénceme...

Ella se sentó frente a él y le desabrochó los pantalones hábilmente, bajándole la ropa interior hasta dejar al descubierto su erección. Se acercó y recogió con la lengua la primera gota de líquido preseminal que asomaba en el extremo.

-       No sé si es suficiente... -especuló Camus.

-       Qué impaciencia, monsieur Lerroux -respondió ella, envolviendo su miembro con la mano y moviéndola despacio.

El pelirrojo echó la cabeza hacia atrás mientras Leah le masturbaba, sin detenerse hasta notar que aquel pedazo de carne palpitante no podría endurecerse más. Solo entonces comenzó a darle los primeros lametazos de abajo arriba, introduciéndoselo en la boca tan profundamente como podía y acariciándole los testículos. Él la interrumpió, excitado a tal punto que su acento sonaba más fuerte que nunca:

-       Como no pares ahora, no te dejaré hacerlo hasta correrme.

-       En ese caso, vamos a tener que follar ya... -rio ella, arrebatándole el preservativo para colocárselo.

Camus se situó entre las piernas de Leah, mirándola a los ojos:

-       No me creo que vayamos a hacer esto...

-       Ya somos dos, así que empecemos antes de despertarnos del sueño, monsieur Lerroux.

Sujetando su erección con la mano, la deslizó unas cuantas veces a lo largo de aquella húmeda hendidura hasta penetrarla, tan despacio que ella enroscó las piernas en torno a su cintura y le atrajo hacia sí con un gemido.

-       ¿Y yo soy el impaciente? -comenzó a moverse sin parar de besarla, mientras ella acompañaba su ritmo con las caderas buscando el mayor roce posible entre sus cuerpos.

Encontraron, poco a poco, el balanceo perfecto para ambos, sonriéndose con complicidad, disfrutando de la materialización, por fin, de lo que los dos, en secreto, llevaban esperando todo el verano. Camus entrelazó sus dedos con los de ella y le habló al oído:

-       ¿Quieres ponerte encima? Necesito ver cómo te corres para mí...

Leah no habría podido negarse a nada en aquellos momentos. Con cuidado, se giraron sin separarse y ella quedó arrodillada sobre él, dispuesta a cabalgarle como una amazona. Camus volvió a apoderarse de sus pechos, pellizcándole los pezones y sintiendo cómo su propio orgasmo se acercaba. Ella le apoyó las manos en el abdomen y comenzó a moverse más rápido y con más fuerza, avisándole sin palabras de que estaba a punto de terminar. En su intento de no hacer ruido, se mordió el labio tan fuerte que un delgado hilo de sangre resbaló por su barbilla mientras alcanzaba el clímax, apretando a Camus entre sus muslos antes de desplomarse sobre él, rendida de placer. Él la sujetó por la cintura y emprendió una serie de embestidas salvajes, guiado por su propia necesidad, hasta terminar dentro de ella, murmurando en su oído palabras en francés que no alcanzó a entender.

-       Ha sido increíble, Leah... -la apretó contra su cuerpo, besándole el cuello.

-       Y que lo digas... Nada mal para el primer asalto de la noche... -rio ella- Te daré diez minutos de cortesía para reponerte y después comprobaremos si fuera del agua eres capaz de las mismas proezas que dentro...

-       ¿Diez minutos? ¿Con quién cree que está hablando, mademoiselle? Deja que me quite esto y enseguida te haré tales cosas con la lengua que me suplicarás que pare antes de desmayarte de gusto.

Lerroux, el rojo, era un chico cumplidor. Ese fue uno de los muchos descubrimientos que Leah hizo aquella noche, pensó mientras contemplaba las estrellas, con las piernas apoyadas sobre los hombros de él, tratando de no perder el conocimiento entre un orgasmo y el siguiente.

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