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Ingrávidos (1)

Allí estaba de nuevo, pensó Leah, mirando fijamente la silueta que se desplazaba con una lentitud casi sensual por el enorme tanque del acuario mediterráneo, con la melena rojiza agitándose como una anémona mecida por la corriente y aquellas piernas tan firmes que podrían sostener un imperio por sí solas.

Las dudas éticas que, como amante de los animales, le generaba la beca gracias a la cual pasaba el verano trabajando en el acuario se ahogaban en el mismo tanque en el que buceaba el chico, cada vez que aparecía. Todas las mañanas, tras dejar el bolso en el despacho que compartía con sus compañeros del departamento de comunicación, se las arreglaba para bajar a cotillear el cuadrante de tareas de los acuaristas, solo para saber si podría ver al pelirrojo en acción, y él no solía decepcionarla: raro era el día en que no le asignaban las tareas de limpieza y mantenimiento que le permitían contemplarle enfundado en el ajustado traje de neopreno que marcaba su espectacular silueta mientras trabajaba.

El chico cambió de dirección y se giró hacia la pared de cristal tras la cual estaba Leah, que bajó la cabeza para fingir que consultaba un documento en su carpeta, pero era demasiado tarde: la había pillado mirándole con cara de idiota, ¡qué vergüenza! Agitó la mano, tímidamente, y él le devolvió el gesto con un breve ademán, concentrado en su labor. Menuda cagada, se dijo a sí misma, y volvió a toda prisa al despacho para terminar los documentos que debía redactar.

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Solía compartir la hora del almuerzo con algunos becarios más del Centro Oceanográfico en la cafetería de empleados, cuyas mesas alargadas tenían vistas al mar y al gran puente que unía aquella apartada zona con el resto de la ciudad. Leah tomó asiento junto a Judith, de su mismo departamento, y Josué, del área de recursos humanos.

- Hola, chicos, ¿habéis visto que hoy han puesto comida mexicana en el menú?

- Mi abuela es mexicana y, si viese ese intento de tacos, me pediría una cerilla y gasolina para prender fuego a la cafetería entera -rio Josué-. En serio, Lele, mejor elige el estofado...

- Ups, demasiado tarde -Leah miró su bandeja-, espero que al menos me ayude a adelgazar...

- Sí, el tránsito intestinal te lo va a dejar estupendo -bromeó él.

Judith se echó la melena sobre la cara antes de hacer una discreta seña a sus compañeros para que prestasen atención al grupo que acababa de entrar:

- Mirad, ahí vienen... Dios, qué guapos son...

Leah y Josué observaron disimuladamente la entrada en escena de los ocho acuaristas que subían a comer a esa misma hora: cinco chicas y tres chicos que, en opinión de los becarios, deberían caminar a cámara lenta y con un ventilador apuntándoles a la cara, como en los vídeos musicales, porque su belleza no merecía menos.

- Josué, joder, cierra la boca... -Judith regañó a su amigo en un susurro.
- Es que babeo, ¿tú les has visto? Son dioses del olimpo...

En realidad, los acuaristas eran muy atractivos, pero su principal encanto era su simpatía: conocían a todos los empleados por sus nombres, se interesaba por sus vidas y siempre tenían una palabra amable para cada uno de ellos... Todos, menos el pelirrojo. Él, el más interesante, solía saludar escueta y cortésmente antes de sentarse a comer con un libro sobre la mesa, en vez de participar del clima de bromas y risas del resto del equipo. Leah le miró de reojo: se había secado el cabello y llevaba puesto el horroroso uniforme que el centro hacía utilizar a todos los empleados que no perteneciesen a las áreas ejecutiva o administrativa, consistente en unas bermudas azul marino y un polo en tono arena con el logo corporativo bordado sobre el pecho. Pero daba igual, era tan absurdamente guapo que estaría bien incluso con un saco de arpillera, pensó ella.

- ¿Creéis que tengo alguna posibilidad con Jude? -preguntó Josué, agitando la mano para corresponder al afable saludo que él y una de las chicas dirigían hacia su mesa en aquel mismo instante.
- Si cae un meteorito que acaba con la humanidad y solo quedáis vosotros dos vivos para el resto de la eternidad, sí -ironizó Judith al tiempo que cortaba un trozo de pan.

Leah ni se lo cuestionaba: era imposible que alguien tan solitario y tranquilo como el chico pelirrojo se fijase en una simple becaria como ella, que, para colmo, ni siquiera era especialmente llamativa o talentosa. Pero no le importaba: lo tenía asumido y disfrutaba del placer de mirarle cada día; él era lo mejor de su verano y eso nadie se lo podía quitar, se decía a sí misma.

Estaban tomando el té antes de volver a sus respectivos puestos, cuando la subdirectora del departamento de recursos humanos apareció en el comedor, mirando a su alrededor con aspecto airado. Josué se encogió en su asiento, temiendo que le buscase a él, pero ella echó una ojeada más e, incapaz de encontrar a la persona que buscaba, llamó con una voz tan aguda que paralizó a todo el comedor:

- ¡Lerroux! ¡Lerroux, tengo que hablar contigo inmediatamente!

Leah se arrepintió de haberse comido medio plato de tacos, porque estaba segura de que los vomitaría si aquella loca seguía chillándole de esa manera. Sus compañeros de mesa la miraban pasmados, esperando que reaccionase.

- ¡Voy! -exclamó por fin, levantándose con presteza y pensando en lo bonito que sería que el meteorito de Judith impactase en aquel mismo instante.

- No es necesario que me grite -el chico pelirrojo se incorporó calmadamente y recogió su libro, dirigiéndose hacia la subdirectora.

La mujer los miró a ambos e hizo a Leah un gesto despectivo con la mano para que se alejase:

- ¡Tú no, Lerroux! -señaló al chico- ¡Me refiero a este Lerroux! -explicó, recalcando la palabra "este".

Él se giró hacia Leah y la miró con perplejidad, como si la viese por primera vez, pero enseguida recuperó su aire de indiferencia y saludó a la subdirectora. Salieron juntos del comedor, hablando en voz baja, mientras Leah volvía a sentarse para digerir la mezcla de vergüenza y alegría que intentaba colonizar su estómago a fuerza de luchar con el penoso menú de la cafetería...

- ¿A qué viene esa sonrisa de idiota, Lele?

- ¿No lo habéis oído? Ahora sabemos su apellido... En el cuadrante de tareas solo ponen las iniciales, "C.L."

- Para lo que te va a servir... -Judith ordenó el contenido de su bolso y se guardó un azucarillo.

- No lo pillas, tía -intervino Josué-: Lele y él se apellidan igual... Ya tiene tema de conversación con el pelirrojo.

- Eso será si no se hace pis encima al intentar saludar... -el realismo de Judith era tan demoledor que replicarle era perder el tiempo.

- Y tiene acento francés... -suspiró Leah, perdida en su ensoñación.

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