Cosplay (3)
Él se sobresaltó, no tanto por lo inesperado de la orden de Sonia como por la alegría con la que su cuerpo y su mente la habían recibido: era como si aquella desconocida leyese en lo profundo de su alma y fuese capaz de transformar en actos reales todas aquellas fantasías que poblaban su cabeza desde que se había iniciado en el sexo. Sin dudar, acató el mandato, respirando agitadamente al sentir los dedos de la chica pasando por sus glúteos, sus uñas trazando caminos por aquella piel suave y clara.
- No hagas ruido, gatito precioso. No queremos un cataclismo -rio ella, justo antes de descargarle un correazo que le cruzó ambas nalgas.
- ¡Hostia! -murmuró Aioria, sin perder la postura.
- Yo esperaba más bien un "gracias" -ironizó ella, y le propinó dos correazos cruzados.
- Gracias, abejita, tú sí que sabes educar a este gato travieso -repuso él, preparándose para encajar los que vendrían.
Una docena de azotes después, Sonia le hizo estirarse y utilizó la correa para atar a la espalda las manos de Aioria, que se dejaba manejar con docilidad, expectante ante lo que vendría después.
- ¿Era tu primera azotaina, gatito? -quiso saber ella, acariciando la zona que acababa de colorear con su juego y bajándole el mono por la zona delantera.
-Sí, y me ha encantado... -admitió él, incapaz de disimular la gran erección que la situación le provocaba.
Sonia se situó frente a él y le dio a lamer la palma de la mano, aprovechando esa humedad para envolver su miembro y comenzar una serie de excitantes sacudidas, suficientemente lentas como para hacerle sufrir esperando la siguiente, pero no tanto como para permitirle perder la turgencia.
- Pídeme algo -le urgió.
-No sé... Quiero verte disfrutar...
- Entonces, siéntate -indicó ella, guiándole al inodoro.
Aioria se preguntó por qué estaba gozando tanto de aquella restricción física, pero no tuvo tiempo de indagar más, porque Sonia le colocó entre los dientes el borde del envoltorio dorado de un condón y se inclinó de espaldas ante él, encajando esa erección durísima entre sus labios y moviéndose mientras él gemía, angustiado por no poder acariciarla.
- Quieres tocarme, ¿verdad? -preguntó la chica, recibiendo un jadeo por respuesta- Deberías haberlo pedido cuando te di la oportunidad... -se giró de nuevo, a horcajadas sobre él, y le quitó el condón de un tirón, de modo que los dientes de él rasgaron el envoltorio; después, se subió la camiseta y sacó sus pechos de las copas del sujetador- Te habría dejado comerme las tetas un rato.
La expresión de ansia de Aioria ablandó un poco el corazón de su dominadora, que le acercó un pezón a los labios mientras se las ingeniaba para desenrollar el condón a lo largo de su miembro hasta tenerlo completamente enfundado.
- Vamos a cabalgar, lindo gatito -le susurró, posicionándose en el ángulo adecuado para que Aioria entrase en ella sin esfuerzo e iniciando su danza sobre él.
Tantas sensaciones le invadían que no sabía cuál predominaba, pero todas le gustaban: el placer, el dolor, la frustración, la adoración... Por fin, estaba haciéndolo con una chica que no se dejaba intimidar por su físico y que no tenía miedo de tomar lo que sentía que le correspondía por derecho. Sonia se movía con soltura, tirándole del pelo para dejar al descubierto su garganta y besándole el cuello entre tintineos del gran cascabel plateado. Las muñecas, aprisionadas por su propia correa y aplastadas contra la cisterna, comenzaban a dolerle, pero no osaba quejarse: le gustaba demasiado pensar que estaba siendo utilizado sexualmente por aquella chica que le montaba como toda una amazona.
Ella pasó del balanceo a saltar con energía sobre su miembro, al tiempo que decoraba sus hombros y sus clavículas con mordiscos que arrancaban al chico gruñidos ahogados.
- Gatito, qué bien te portas... Voy a correrme otra vez y después te tocará a ti -musitó ella, arañándole la espalda con fuerza.
Aioria recibió sus palabras como si fuesen una melodía divina: aquella chica sabía decirle justo lo que necesitaba en cada momento para mantenerle en vilo, al borde del estallido. Intentó ayudarla, impulsando la pelvis hacia arriba para facilitar su goce y disfrutando de la vista de sus labios húmedos y sus ojos entornados, mientras ella sonreía con aire perverso y continuaba su frenética danza hasta clavarse sobre él en un último movimiento y cerrarle la boca en un beso que pretendía reprimir sus propios gemidos en el clímax. Sintió cómo ella se corría una vez más, a la vez que sus fluidos resbalaban hasta empaparle los testículos y los muslos.
- Ahora te toca a ti, gatito -consintió Sonia, aflojando la presión que ejercía con sus piernas sobre él para permitirle moverse a su antojo.
Él no se hizo repetir la orden y la embistió una y otra vez, fuertemente, con el pecho brillante de sudor y una sola idea en la cabeza: obedecer a aquella chica que le pedía que gozase para ella. Notaba cómo cada empujón le acercaba un poco más al punto de no retorno, vigilado por aquellos ojos enmascarados que parecían leer su mente. Sonia llevó un brazo atrás para acariciarle y arañarle los testículos, haciéndole bufar de puro placer en el instante en que su orgasmo estallaba dentro de ella.
- Joder, Sonia, esto es increíble, jamás había sentido nada igual -consiguió articular, perdido todavía en la marea de goce que le arrastraba.
- Eres el gatito más complaciente que he conocido jamás, Aioria... Podría encapricharme de ti -murmuró ella, besándole con dulzura.
Sonia se levantó y le liberó las manos, masajeándole las muñecas para ayudar a que la sangre fluyese con normalidad. A continuación, le subió la cremallera y le colocó la correa y el cascabel, mientras él se dejaba hacer.
- Tenemos que volver con los demás...
- Mis amigos se van a dar cuenta de lo que hemos estado haciendo... Creo que se me ve en la cara -se preocupó Aioria.
- Sí, tienes cara de estar recién follado, gatito... -rio ella- Y, si depende de mí, no será la última vez. Dame tu móvil.
Aioria le obedeció y Sonia le grabó su número en la agenda con el nombre "Sonia Aguijón". Después, se lo devolvió, terminaron de vestirse y salieron del baño para reunirse con sus amigos que, por supuesto, les gastaron todas las bromas posibles acerca de su escapada.
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