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Cita a ciegas (3)

-       ¿Ves como yo tenía razón?

-       Sí, Aioria, tú tenías razón, pero no me lo restriegues tanto por la cara, ¡pesado!

Los dos jóvenes salieron de la facultad y pasearon hasta sentarse en el jardín. El suave sol de diciembre había salido aquel viernes por primera vez después de una semana de lluvia y todos los estudiantes que tenían descanso a esa hora se habían asomado a disfrutarlo, como caracoles.

-       Parece que os lleváis genial, ¿no? Lleváis ya un mes saliendo todos los fines de semana...

-       La verdad es que estoy muy a gusto con él... Puedo hablarle de cualquier cosa y no me presiona como solía hacer Liam...

-       ¿Vais a quedar hoy?

-       Sí, me ha invitado a ver una película y cenar en su casa...

-       ¡Iara! ¡Vas a hacerlo con Dohko esta noche! -Aioria le palmeó la pierna.

-       ¿Yo? ¿Qué dices? ¡No lo sé! ¡Déjame! -respondió ella, sonrojándose.

-       ¡Pienso escribirte mañana mismo para que me cuentes todo! ¡Mándame un mensaje al terminar!

-       ¡Aioria! ¡No seas tan cotilla!

Iara no había querido hablar más del tema con Aioria, pero sabía que era muy posible que aquella noche, por fin, Dohko y ella hiciesen el amor. Después de un mes de verse y escribirse continuamente, se sentía lo bastante cómoda con él como para dar ese paso, aunque le preocupaba que él aún se acordase de su exnovia. Pensando en lo que podía suceder, se puso un vestido corto y medias en vez de pantis y guardó el cepillo de dientes y un par de preservativos en el bolso.

Dohko la estaba esperando en la parada del autobús, enarbolando un gran paraguas negro, porque la tregua que les había dado el mal tiempo había resultado breve.

-       ¿Y esta sorpresa? -preguntó ella, al bajar del autobús y encontrarle allí.

-       Bueno, ahora no llueve, pero hace un rato caía con ganas y no quería que te empapases... -respondió él, besándola.

-       Traigo mi propio paraguas, Dohko...

-       Solo por si acaso, bonita.

Caminaron, tomados de la mano, hasta el apartamento del chico y aprovecharon el tiempo de ascensor para besarse de nuevo. Cuando llegaron, Dohko abrió la puerta y la invitó a entrar.

-       He conseguido echar a Shion y a Milo, así que tenemos la casa para nosotros solos...

-       Eso me da un poco de miedo -bromeó ella, pasando al interior.

El piso que compartían los tres amigos era bastante amplio; Dohko se lo mostró brevemente y enseguida la condujo a la cocina, de la cual salía un delicioso aroma.

-       ¿Con qué me va a deleitar, chef Dohko?

-       Pues no soy un gran cocinero, he preparado un arroz y algo de cerdo asado...

-       Mi abuela decía que "si huele bien, sabrá mejor", así que seguro que estará buenísimo -le animó ella-. ¡Ah! He hecho galletas para el postre.

-       ¿Galletas?

-       Iba a traer helado, pero con este frío no me pareció muy adecuado...

-       No creo que pasemos frío esta noche, sirenita -le guiñó un ojo pícaramente.

Cenaron en la cocina, entre bromas y besos, y dejaron las galletas para comerlas en el salón, durante la película. Una vez en el sofá, Dohko desdobló una gruesa manta y los cobijó a ambos, pasando el brazo por los hombros de Iara antes de dar inicio a la noche de cine. Sin embargo, no transcurrieron más de diez minutos antes de que ella se estirase para besarle la barbilla, amparada por la penumbra de la estancia.

-       Esta película es un muermo, me aburro...

-       Ah, pues yo tengo la solución perfecta para eso -respondió él, echándose hacia atrás para dejarla caer sobre él.

Cubiertos por la manta, a Iara comenzaba a sobrarle la ropa mientras besaba a Dohko y, además, el fino pantalón que él llevaba le permitía notar con total claridad la erección que crecía entre sus piernas; con un suspiro, se apretó más contra él, acariciándole el espeso cabello castaño y jugando con su lengua.

-       No quiero meterte prisa, pero quizá estaríamos más tranquilos en mi dormitorio... No sé a qué hora llegarán mis compañeros... -aventuró él, con cierto titubeo.

Ella se levantó y asintió. Dohko la tomó de la mano y la condujo a su habitación, invitándola con un gesto a sentarse a su lado en la cama.

-       Creo que no tienes idea de cuánto me gustas, Iara... -confesó, mirándola a los ojos.

-       Supongo que, más o menos, igual que tú a mí.

Dohko le echó el pelo hacia atrás y le besó el cuello, arrancándole un suspiro. Ella tiró de su camiseta hasta que él levantó los brazos y le permitió quitársela, dejando ver su torso descubierto.

-       Joder, Dohko, sabía que estabas fuerte, pero no tan cuadrado... -se admiró ella.

-       ¿Solo porque soy profesor tengo que estar fofo? -rio él- ¡Soy como una escultura!

Ella se echó a reír y él aprovechó para tumbarla y besarla de nuevo, subiendo las manos por sus muslos hasta las caderas y pegándose a ella. Fuera, el cielo se rompió en una desmesurada tormenta, con aparato eléctrico incluido, cuyo primer trueno les sobresaltó a los dos, pero no les impidió seguir besándose y tocándose, cada vez más apasionadamente. Dohko llevó las manos a los pechos de la chica, acariciándolos sobre el vestido, y ella se incorporó y se lo quitó, quedándose ante él con un conjunto de ropa interior negra y las medias rematadas por una ancha blonda decorada.

-       Madre mía, estás preciosa... Y yo con este pantalón de andar por casa...

-       Pues quítatelo y todos contentos -zanjó ella.

Dohko se levantó para desnudarse, dando la espalda a Iara, que se llevó una buena sorpresa al descubrir el gran tatuaje que cubría su piel.

-       Dohko... No me habías dicho que estabas tatuado...

-       Oh, ¿te molesta? -preguntó él, girándose hacia ella, sin quitarse aún los pantalones.

-       No, al revés. Es precioso... Es solo que no me lo esperaba. ¿Puedo... tocarlo?

-       ¡Claro, no te va a morder! -rio él, acercándose de nuevo y echándose bocabajo en la cama.

Maravillada, Iara pasó los dedos por la piel entintada de Dohko: el tatuaje representaba un gran tigre en posición de ataque, a todo color y con abundancia de detalles. El animal estaba tan esmeradamente dibujado que daba la sensación de que, al acariciarlo, el tacto sería el del pelo y no de la suave piel desnuda del chico.

-       Si sigues tocándome así, me voy a quedar dormido... -dijo Dohko, con los ojos cerrados.

-       No es exactamente lo que más me gustaría... Pero no puedo dejar de mirarlo, es hipnótico. Yo no tengo tatuajes, solo doscientos mil lunares...

-       ¿En la espalda? ¡Quiero verlos! -se animó Dohko, arrodillándose en la cama.

Ella sonrió y se tumbó, dejando que él le desabrochase el sujetador y recorriese su columna con las yemas hasta llegar a la nuca.

-       Es verdad que estás llena de lunares... Es como si llevases un mapa celeste en la piel... -con dulzura, fue posando su dedo sobre uno y otro, contándolos en voz alta en chino- Yī, èr, sān, sì, wǔ, liù, qī... ¿Me dejas hacer una cosa que se me acaba de ocurrir?

-       Depende, ¿me va a doler?

-       Yo creo que más bien te va a encantar...

-       Vale, hazlo...

Dohko se levantó de un salto y trasteó en un cajón de su escritorio en busca de algunos materiales. Cuando tuvo lo que necesitaba, se acomodó de nuevo en la cama junto a la chica y la besó.

-       Cierra los ojos y relájate.

Con cuidado, abrió un tarro de tinta y mojó en él el extremo de un pincel antes de pasarlo delicadamente sobre la piel de Iara, que se estremeció al sentir la caricia de las fibras.

-       Mmmmmh... ¿Qué es eso? -preguntó ella, con los ojos cerrados y una tenue sonrisa.

-       Es tu propio tatuaje, exclusivo para ti -respondió él sin dejar de dibujar.

Nunca había probado algo así antes, pero de repente, aquel le parecía el mejor de los usos para su carísimo pincel de calígrafo y su sofisticada tinta, si con ello conseguía que Iara se derritiese de placer: la exquisita suavidad con la que unía entre sí los lunares de su espalda, trazando constelaciones imaginarias, solo era comparable al ejercicio de contención que estaba haciendo para no abalanzarse sobre ella en aquel mismo instante. Inmóvil, ella respiraba con calma, concentrada en el tacto del pincel y en el escalofrío que la temperatura de la tinta le provocaba, pero la tensión de sus piernas y el modo en que se lamía los labios mostraban a las claras que aquella situación la excitaba tanto como a él. Dohko sonrió con paciencia, delineando con las uñas los caminos que acababa de marcar hasta oírla gemir tenuemente, y añadió los últimos detalles a su obra, antes de inclinarse sobre ella para volver a besarle la nuca, los trapecios y los hombros.

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