Cita a ciegas (2)
Animando el paseo con anécdotas sobre sus viajes, Dohko condujo a Iara hasta un pequeño edificio cuya modesta fachada parecía más bien la de una casa de apuestas clandestinas.
- ¿Vamos a entrar aquí? La pinta es como de película de terror... -comentó ella, recelosa.
- No te preocupes, es el restaurante de mi amigo Chenta y te aseguro que no va a servirte troceada en el menú de mañana -rio él, abriéndole la puerta.
Chenta, un chico de cabello corto y semblante alegre, les saludó desde la barra:
- ¡Dohko! ¿Qué tal estás? ¡No venías desde que perdiste hasta la camisa al póker...! ¿Has venido a jugarte los pantalones?
- Eh, no me des mala fama delante de mi amiga Iara, la he traído para que me ayudes a impresionarla con tus dotes culinarias y no para que airees mis trapos sucios.
- ¡Huy! Lo siento... ¡Encantado, Iara! Pero no te juntes mucho con Dohko, de buen chico solo tiene el aspecto... ¡Hace honor a su nombre! -la previno el joven, indicándoles con la mano una mesa medio desvencijada en un rincón.
- Sé lo que estás pensando -susurró Dokho, sonriendo, cuando tomaron asiento-: no hay cucarachas en los fideos ni es una tapadera para vender sustancias ilegales. Chenta heredó este restaurante de su abuelo y lo mantiene exactamente igual que en su época, no ha querido cambiar ni las sillas; es un sentimental. Pero sus platos son los más fieles a la comida tradicional china que podrás comer fuera de allí, te lo garantizo.
Iara le devolvió la sonrisa. Dohko, con su cabello castaño revuelto, sus expresivos ojos y sus mil temas de conversación, comenzaba a inspirarle más que curiosidad.
- ¿Y a qué se refería tu amigo con eso de que haces honor a tu nombre?
- ¡Ah, eso! Mi nombre significa "pequeño tigre". A Chenta le gusta bromear con eso... Dice que me va muy bien.
- ¿Y te va bien por lo de tigre... o por lo de pequeño? -se aventuró Iara.
- ¿Está usted coqueteando conmigo, señora sirena peligrosa para los hombres? -se la devolvió él, con naturalidad.
- Chicos, verduras en escabeche y pescado hervido, platos típicos de Sichuan -anunció Chenta, dejando los platos sobre la mesa-. Aquí los clientes comen lo mismo que el patrón -explicó a Iara, que asintió con la cabeza.
- ¡Buen provecho! -exclamó Dohko, empuñando los palillos.
Iara le observó durante unos instantes: Dohko parecía saber tantas cosas y, sin embargo, no alardeaba de ello; compartía con sencillez sus vivencias y se interesaba a su vez por lo que ella aportaba a la conversación. Aioria tenía razón: aquella cita había sido una excelente idea.
- ¿Te gusta?
- ¡Me encanta! Todo está riquísimo... -respondió ella, luchando con él por el último pedazo de verdura.
- ¡Me alegro un montón! Ahora, la pelota queda en tu tejado...
- ¿A qué te refieres?
- A que tú buscas el sitio para la próxima vez que quedemos... A menos que ya te hayas aburrido del pequeño tigre -rio él.
- ¿Aburrirme? ¿De ti? Pero si me gust... -se detuvo antes de terminar la frase, avergonzada. Dohko la miró de reojo y esbozó media sonrisa.
- ¿Quieres comer algo más? -preguntó, salvándola de su propio azoramiento- ¿Un postre, tal vez?
- ¡Vale!
- ¡Eh, Chenta! ¿Qué tienes de postre? -Dohko se dirigió a su amigo, sin apartar los ojos de la chica.
- ¡Pastel de queso americano!
- ¿Qué dices? ¿Me estás vacilando? -Dohko se giró bruscamente con una gran carcajada- ¡Eres una deshonra para tus ancestros!
- ¡No! ¿Es que no se me puede antojar algo que no sea chino?
Ambos comensales rieron de nuevo. Iara susurró:
- ¿Y si pasamos del postre y nos vamos a tomar algo por ahí?
- ¡Chenta, cóbranos, no sea que te quedes dormido en la barra y te hagamos un "simpa"...!
La noche estaba aún más fría que cuando entraron en el restaurante. Iara se estremeció y Dohko, galantemente, se quitó la bufanda y se la colocó en torno al cuello.
- Pero ahora tú tendrás frío... -dijo ella, mirándole a los ojos.
- Entonces, date prisa en llevarme a algún bar o mi futura pulmonía caerá sobre tu conciencia...
Iara pensó hasta recordar un pequeño pub con música en directo al que solía ir con sus amigas: el sitio era bastante tranquilo y allí podrían charlar sin tener que gritar.
- Está un poco lejos, pero si no te importa caminar, hay un local que me gusta bastante...
- Muy bien, tú me guías -accedió él.
La caminata duró unos veinte minutos durante los cuales Iara temió que se le escarchasen las orejas, pero por fin, llegaron al R'n'Me.
- ¡Ahí es! -exclamó ella, alegremente, tomándole del brazo- Vamos, tienes que probar los cócteles. Hay una barista que es increíble...
Entraron y encontraron una mesa situada a suficiente distancia del escenario como para hablar y disfrutar de la música a la vez. Iara se quitó el abrigo y la bufanda de Dohko, aspirando su agradable aroma con disimulo una última vez.
- ¿Y qué dices que está bueno aquí?
- ¿Te fías de mí?
- Bueno, me has dejado llevarte donde Chenta, así que no veo por qué no deberías elegir tú ahora... Si me pides algo rico sabré que la cena te ha gustado de verdad -respondió Dohko, risueño.
- ¡Dos "Sex on the roof", por favor! -pidió Iara a la camarera, que se marchó con presteza a encargar su orden.
- ¡El nombre me gusta! ¿Quién es el que canta?
- Ah, es un chico brasileño... Traen un artista diferente cada noche y últimamente, los viernes toca él. Tiene una voz increíble, ¿no te parece? -dijo ella, girándose hacia el escenario, donde un guitarrista de larga melena acariciaba las cuerdas de su instrumento mientras cantaba "Xica da silva"- Se llama Aldebarán.
- Pues hay que reconocer que Aldebarán es un gran artista -concordó Dohko, observando la forma en que la luz del local hacía brillar el cabello de Iara.
La camarera depositó en la mesa sus bebidas y se marchó.
- ¿Brindamos? -sugirió el chico.
- ¡Por las citas a ciegas! -propuso ella.
- ¡Por las citas a ciegas que salen bien! ¡Sabe genial!
En el escenario, el guitarrista comenzó a entonar "Chega de saudade" y ella miró con aire pillo a su acompañante.
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- ¿Hablas portugués, pequeño tigre?
- Solo cuatro cositas. Pero, por lo que estoy oyendo, es una canción de amor...
- Sí... el autor pide a su tristeza que busque a su amada para que vuelva con él -expuso ella, acercándose a su oído para que le oyese mejor.
- ¿Y qué más dice?
- Que sin ella no hay belleza ni paz, solo tristeza y melancolía...
Dohko se aproximó más:
- ¿Y qué es eso que dice de unos peces, sirenita?
- Ah, eso... "há menos peixinhos a nadar no mar do que os beijinhos que eu darei na sua boca"
- Esa, esa parte me interesa... -su boca casi le rozaban el lóbulo de la oreja.
- Es difícil de traducir...
Iara se alejó lo justo para poder mirarle a los ojos, sonriendo con el corazón acelerado, y se inclinó hacia él hasta que sus labios se unieron en un beso. Como si llevase tiempo esperando, Dohko apoyó la mano en su nuca y la acercó a él. Ambos se exploraron mutuamente, con lentitud, en un intercambio de saliva que se prolongó durante varios minutos antes de separarse.
- Pues dice algo así como que le dará más besos que peces hay en el mar... Es una cursilada.
- A mí me parece un reto -murmuró él, volviendo a besarla.
Esta vez, sus lenguas no tardaron en enredarse. Se besaban con calma, gozando del sabor y del calor del otro, sorprendiéndose del excelente resultado que estaba teniendo aquella cita a la que ninguno de los dos quería acudir.
- ¿Qué pondrá tu amigo para cenar mañana? -se preguntó ella cuando se soltaron.
- Nunca se sabe, su cocina es de temporada, de autor y de antojo -rio Dohko-. ¿Por qué lo preguntas?
- Bueno, es una excusa para pedirte que volvamos a quedar...
- Me encantaría quedar contigo, mañana y el domingo, Iara -confesó él, volviendo a besarla.
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