Asesor de imagen (y 5)
La noche barcelonesa se presentaba cálida, bulliciosa y alegre; a pesar de ser ya tarde, la temperatura era aún lo bastante elevada como para humedecerle el cabello de la nuca, perfectamente cortado a navaja. El portero la invitó a pasar con cortesía y la organizadora del evento la saludó desde lejos, disculpándose con las personas a quienes estaba atendiendo para ir a su encuentro. Le agradeció su asistencia y le explicó lo que ya sabía: la fiesta se organizaba para conmemorar los diez años de la creación de una icónica pieza de joyería por parte del que estaba considerado como el nuevo maestro de la orfebrería contemporánea. Pero para ella, que no prestaba especial atención a la moda, aquello no dejaba de ser una frivolidad y una excusa para conseguir su propio objetivo. Se despidió de la organizadora y se abrió paso, reprimiendo su incomodidad.
Estaba fuera de su elemento, rodeada de gente que bebía, bailaba y se divertía y, sin embargo, tenía un propósito y debía cumplirlo. Avanzó entre la multitud, buscando a su alrededor y esquivando camareros hasta el fondo del local, desde donde tenía una vista amplia de la barra y la pista de baile.
Entonces, por fin, le encontró. Habría sido capaz de distinguir aquella melena celeste en cualquier lugar. Respiró hondo, cogió al vuelo una copa de la bandeja de uno de los camareros y se dirigió hacia él.
Afrodita estaba junto a la barra, charlando con alguien, y parecía estar pasándolo muy bien. Allegra reunió todas sus fuerzas y le apoyó una mano en el omoplato para llamar su atención:
- Buenas noches, Afrodita. Perdón por la interrupción –saludó.
Él la miró y sus labios formaron una preciosa sonrisa capaz de derretir un iceberg.
- ¡Allegra! ¿Qué tal estás? ¿Qué haces en Barcelona?
- El departamento de relaciones públicas quería enviar a alguien del mío a este evento y yo estoy en Bilbao en unas jornadas, así que me pillaba relativamente cerca... -bajó los ojos, con timidez.
- Entonces, imagino que ya conoces a Shura, el protagonista de la noche. Él me ha diseñado varios alfileres –explicó Afrodita, señalando a su acompañante, un hombre alto, cuyo cabello oscuro y rebelde contrastaba con su piel clara.
- Oh, ¿es usted Shura, el orfebre? Es un placer conocerle, dicen que sus manos son las mejores de Europa... Que podría moldear el metal con ellas desnudas.
- Lo son, y no tengo miedo de demostrarlo, señora... -el hombre se acercó y la saludó a la manera española, con un beso en cada mejilla, mirándola intensamente.
- Martinelli, Allegra Martinelli. Pero, por favor, tutéeme.
- Por supuesto, Allegra. Las amigas de Afrodita son mis amigas –el aludido puso los ojos en blanco-. Espero que estés pasándolo bien esta noche y que nos honres con tu compañía.
- En realidad, no puedo quedarme demasiado tiempo; tengo que volver a Bilbao para ofrecer una conferencia a primera hora de la mañana.
- ¿En serio? ¡Qué lástima! –repuso Afrodita con un ligero deje de sarcasmo que Allegra captó enseguida.
- Sí, así es. Ya que nos hemos encontrado aquí, me gustaría hablar contigo a solas un momento, por favor.
- Pasad al reservado, allí estaréis tranquilos –propuso Shura, guiándoles hasta una cortina de terciopelo negro que apartó para mostrarles una sala privada.
Allegra se sentó en un amplio sofá y Afrodita la imitó, manteniendo una cierta distancia. Ella se aclaró la garganta y sus ojos parecieron adoptar aquella mirada triste que él ya conocía.
- ¿Una visita exprés? ¿Quieres repetir lo de Atenas? –comenzó él, en tono adusto.
- Afrodita, yo... Sé que cometí un error, por eso estoy aquí. Leí en tus redes sociales que vendrías al evento en honor de Shura y quería verte de nuevo. Escucha...
- No, Allegra, escucha tú: no suelo intimar con mis clientes y, si te has hecho a la idea de que puedes buscarme cuando quieras para acostarte conmigo, estás muy equivocada. Yo no soy un "toy boy" que puedes utilizar a tu conveniencia.
- Afrodita, ¿qué dices? No pienso eso de ti... Deja que me explique, por favor... -le posó una mano en la rodilla, pero él la apartó.
- No hay nada que explicar. Ya me dejaste claro en Atenas lo que podía esperar de ti y, sinceramente, no es algo que quiera en mi vida.
- ¡¿Quieres callarte de una vez?! –el estallido repentino de Allegra le pilló por sorpresa y consiguió dejarle rígido en el sofá. Ella suspiró y se serenó antes de continuar- Sé que te hice sentir utilizado y que creíste que solo eras para mí un encuentro de una noche. Lo sé y lo siento...
Afrodita la miró, descolocado. Nunca la había visto molesta; solo conocía su faceta seria y profesional, casi triste, y aquella otra versión flamígera que le había mostrado la noche de la gala. Decidió darle una oportunidad de hablar y se cruzó de piernas y brazos, como un niño enfadado, mientras ella paseaba de un lado a otro de la sala, estrujándose los dedos con nerviosismo.
- Me asusté... -recomenzó - Me asusté de mis propios sentimientos. Estoy acostumbrada a mi soledad, a estar rodeada de gente que no me importa, y tú me desestabilizaste. Te escogí como asesor de imagen por tu fama de extremada profesionalidad, para no tener problemas; pero, en cuanto te vi, supe que había calculado mal. Pensé que seguramente no serías más que un niño bonito... Y volví a equivocarme: tus modales, tu manera de expresarte, la forma en que me mirabas...
Él bajó la cabeza para esconder una pequeña sonrisa. Allegra seria, apasionada, airada, vulnerable. Era humana, después de todo.
- Durante el almuerzo en Zurbaran, cuando estuvimos charlando como dos amigos, me di cuenta de que me gustabas, de que quería conocerte más. Estaba perdida. Te invité a la gala porque necesitaba tenerte cerca, pensaba en ti a cada momento, como si fueses un virus. Quise creer que serías un capricho pasajero, aunque nunca he actuado así. Cuando desperté en el hotel contigo sentí que no podía dejarte ir, pero no estaba preparada para abrirme a nadie; no soy la clase de persona que hace sitio a alguien en su vida de repente... Tuve miedo y pensé que lo mejor era dejarlo pasar. Siento mucho haberte hecho daño. Solo he venido a pedirte perdón y a decirte que no he conseguido olvidarte. De hecho, no he sido capaz ni de intentarlo –concluyó, de pie frente a él, con la cabeza gacha.
- Vaya, es un gran discurso –dijo Afrodita, y se levantó para estar a su misma altura-. Llevas los hombros al aire... -le pasó un dedo por la línea de las clavículas- Son preciosos.
- Afrodita, de verdad que no he venido por sexo –musitó ella, apartando la cara.
- ¿Solo has venido a disculparte? ¿Seiscientos kilómetros para eso? –interrogó él, apartándole el flequillo platino de la cara y rodeando su cintura con la mano libre.
- Por favor, no me humilles así –pidió, al borde de las lágrimas.
Afrodita se separó de ella y volvió a sentarse.
- Tienes razón, estoy siendo cruel. Discúlpame. Supongo que estoy dolido... Yo también suelo mantener las distancias y me sentí utilizado y abandonado –la tomó de la mano para hacerla sentarse junto a él-. Lo que pasó en Atenas fue más que sexo de una noche para mí. No necesito ese tipo de encuentros con una clienta.
- En eso estamos de acuerdo: mírate, podrías tenerlo con quien quisieras –sonrió ella, por primera vez en la noche. Él rio a su vez e hizo un gesto de modestia con la mano-. Aquella mañana me preguntaste si volveríamos a vernos y no te respondí. No sé si aún querrás, pero sí me gustaría verte... Aunque sea como amigos.
- Allegra, yo no quiero ser tu amigo. Tengo todos los amigos que necesito. Quiero conocerte y saber por qué tienes siempre ese semblante tan triste; averiguar por qué una mujer de tu valía prefiere estar sola; por qué finges ser de piedra y sin embargo te derrites cuando te toco...
Se aproximó a sus labios hasta casi eliminar la distancia entre ambos. Ella se retiró ligeramente, pero la mano de Afrodita en su nuca le impidió la huida.
- Y ahora, vas a besarme –apoyó sus labios sobre los de ella, exhalando un suspiro al sentir de nuevo su calor y su suavidad.
Allegra se entregó al beso, dejándose caer hacia atrás en el sofá con Afrodita sobre ella. Él abandonó un momento su boca para llenarle de besos el cuello, le bajó el top palabra de honor dejando al descubierto sus pechos y los rodeó con las manos, pasando los pulgares sobre sus pezones una y otra vez hasta que se irguieron ante sus caricias y la escuchó gemir.
- Podría entrar cualquiera, Afrodita... -dijo ella, jugando con su pelo celeste.
- Como mucho, entraría Shura. ¿Te apetece un trío con él? –se echó a reír y se incorporó para descalzarla y quitarle los pantalones.
- ¡Afrodita! –pero no pudo regañarle, porque él enseguida le introdujo la mano entre las piernas y comenzó a acariciarla hasta mostrarle los dedos empapados.
- Parece que no he perdido mi toque... -murmuró, lamiéndose el corazón y el índice con aire travieso.
- Tú te lo has buscado.
Con rapidez, Allegra le desabrochó el cinturón y metió la mano bajo la ropa, esbozando una sonrisa perversa al notarle duro y húmedo. Se sentó a horcajadas sobre él y ella misma guio su erección hasta su interior para cabalgarle entre jadeos al tiempo que él la ayudaba, levantando la pelvis para penetrarla más profundamente. Las embestidas fueron volviéndose más bruscas y los gritos, más salvajes, hasta que Allegra alcanzó el clímax mordiéndole el cuello en un intento de no hacer demasiado ruido. Afrodita esperó a que terminase y entonces la sujetó por las caderas y se movió a su propio ritmo, entrando con fuerza y rapidez en cada estocada y corriéndose, por fin, entre gemidos ahogados.
- Joder, Allegra, de verdad que no pretendía... -dijo, abrazándola con la cara escondida en su pecho.
- Lo sé, Afrodita, lo sé. Creo que esto se nos ha ido bastante de las manos... -suspiró ella, acariciándole el pelo.
- ¿Tienes que volver a Bilbao esta noche?
- Sí... De hecho, he dejado al chófer esperándome, ni siquiera he cogido un hotel. Ya te dije que solo venía para poder verte de nuevo...
- Allegra... ¿Y si nos arriesgamos? -preguntó él, y le acarició la mejilla.
- ¿A qué te refieres?
- Los dos estamos acostumbrados a hacer la vida a nuestra manera, pero está claro que sentimos algo más de lo que queríamos admitir en un principio. ¿Por qué no darnos una oportunidad?
Allegra desvió la mirada hacia la cortina, como si temiese que alguien pudiese entrar en aquel momento, pero en realidad intentaba gestionar el torbellino de emociones que acababa de desatarse en ella. Afrodita la tomó de la barbilla para que le mirase y ella, simplemente, asintió.
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Conducido por ella misma, el coche alquilado de Allegra recogió a Afrodita en la puerta del hotel barcelonés en el que se hospedaba a primera hora de la tarde.
- Veo que has venido en cuanto has bajado del estrado... -apuntó él.
- Así es. Tenía ganas de verte. He estado pensando en lo que me dijiste anoche, Afrodita, y creo que tienes razón.
- Suelo tenerla, querida -sonrió él, besándole las manos.
- Voy a llevarte al aeropuerto y, desde allí, cogeremos el vuelo que se nos antoje, sin tiempo ni destino prefijados. A partir de ahora, improvisaremos... Sin red.
- Me parece la mejor idea del mundo, Allegra.
- Quiero aprovechar la oportunidad contigo. Hagamos juntos este viaje...
El coche se sumergió en el tráfico de la ciudad condal. Dentro de él, una pareja se preparaba para descubrirse mutuamente, sin prisas ni plazos, sin normas. Sin mirar atrás.
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