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Asesor de imagen (4)


Allegra despertó en primer lugar y se escabulló con sigilo de los brazos de Afrodita, cuya belleza era iluminada por el sol que comenzaba apenas a asomar sobre la Acrópolis. Se desperezó junto al ventanal y contempló en silencio al hombre dormido: su melena celeste desordenada sobre la almohada, su piel perfecta y el perfil de los músculos de sus brazos y su torso entre las sábanas dibujaban una escena que parecía salida de una pintura renacentista. No había una criatura más hermosa en el mundo, pensó.

Todavía habían tenido tiempo de darse un baño juntos antes de caer dormidos; sonrió al recordar el agua salpicando el suelo y las paredes mientras le montaba y su deleite al ver, por fin, aquella suma de perfecciones que era su cuerpo desnudo. Y, sin embargo, en su primer encuentro le había parecido tan delicado... Afrodita había roto sus esquemas por completo.

Intentó no hacer ruido mientras preparaba la maleta; estaba terminando de guardar unos documentos en su portafolios cuando Afrodita se estiró en la cama, cubierto por el brillo dorado del amanecer.

- Buenos días... ¿Ya estás trabajando? -preguntó, en tono cariñoso- Vuelve a la cama, anda.

Ella se le acercó y se sentó junto a él.

- No sé cómo es posible que estés aún más bonita después de una noche casi sin dormir -se incorporó para besarla-. Vamos a ducharnos y te llevaré a desayunar a un sitio nuevo del que hablan maravillas...

- No puedo quedarme, Afrodita. Tengo que coger un avión dentro de dos horas -respondió ella, con su habitual aire melancólico.

Afrodita torció el gesto, pero no expresó su disgusto.

- Bueno, pues duchémonos; prometo portarme bien si me lavas la cabeza -se levantó y le tendió la mano.

Era difícil no desearle teniéndole desnudo en aquella bañera, con la melena mojada y la nuez expuesta, pero Allegra consiguió resistirse, hasta que, enjabonándose uno al otro, Afrodita la pilló a traición.

- A lo mejor tienes que irte al aeropuerto sin desayunar -murmuró, antes de besarla bajo el chorro de agua caliente.

- A lo mejor no me parece mala idea -respondió ella, mientras se agachaba y se introducía su miembro en la boca hasta que estuvo completamente erguido y listo para la acción.

- Creo que me he hecho adicto a ti, Allegra -confesó Afrodita, ayudándola a incorporarse y apoyándola contra las baldosas.

Con un jadeo, él la levantó en sus brazos, penetrándola despacio.

- Afrodita...

- Tranquila, no voy a dejar que te caigas -prometió, profundizando en sus embestidas mientras el vapor les envolvía y ella le enterraba las uñas en los hombros.

Salieron del cuarto de baño saciados, sin dejar de besarse, y comenzaron a vestirse.

- ¿Dónde irás ahora, Allegra?

- Tengo que volver a Roma para reunirme con el CEO y me quedaré allí un par de semanas... -respondió ella, concentrada en ordenar sus papeles.

- Oye -colocó la mano sobre el portafolios, forzándola a elevar la mirada-, ¿estás un poco esquiva o es una impresión mía?

Ella entreabrió los labios en un gesto de duda.

- Afrodita... No es eso, es solo que no sé cómo manejar este tipo de situaciones. No suelo relacionarme fuera del ámbito profesional, pero contigo se me ha ido de las manos por completo. Siento haber traspasado esa frontera.

- ¿Lo sientes? ¿Me estás diciendo que te arrepientes de lo que ha pasado entre nosotros?

- No, no, en absoluto. Es solo que... Bueno, ya me has visto, suelo marcar mucho las distancias en el trabajo. Y contigo no he podido. Me siento rara ahora mismo.

- En ese caso, creo que es mejor que me marche -repuso él, echándose la chaqueta al hombro-. Pero no será la última vez que nos veamos, ¿verdad?

Allegra sonrió y se estiró para besarle en los labios.

- Adiós, Afrodita.

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