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Asesor de imagen (3)

La gala era un evento anual que reunía a personalidades del sector profesional de Allegra; una entrega de premios otorgados a aquellos a quienes convenía agradar o promocionar cada temporada, pero era importante figurar y salir en las reseñas. La organizadora del evento había preparado un photocall en el que les hizo posar a la entrada, a pesar de las reticencias de Allegra. Con las manos de Afrodita rodeando su cintura, su imagen aparecería esa misma noche en todas las redes sociales de la empresa con el pie de foto "Allegra Martinelli, con su amigo Afrodita Lundqvist", lo cual hizo que su móvil ardiese con mensajes de todas sus amigas.

Superada la primera parada, un camarero les ofreció bebida para aguantar el momento de tener que saludar a todos los compañeros y competidores de Allegra, que no eran pocos. Afrodita se dio cuenta de que realmente las mujeres eran todavía una minoría en aquel sector y entendió la incomodidad de ella y por qué le había pedido que la acompañase: casi todos resultaban toscos y hacían bromas machistas de continuo, a pesar de estar acompañados por sus esposas o parejas, que, por cierto, miraban a Allegra con patente envidia por llevar un acompañante tan llamativo. La compadeció por tener que aguantar aquel ambiente cada día en su trabajo.

Cuando terminaron la ronda de saludos, les invitaron a tomar asiento en torno a varias mesas para la cena, consistente en una selección de platos confeccionados por uno de los chefs de moda de la ciudad. Allegra disimulaba bien su desagrado, charlando educadamente con sus compañeros de mesa y sus parejas. Afrodita admiró su temple a la par que la belleza que él mismo había contribuido a realzar con sus dotes profesionales.

- Bueno, Allegra, ¿y quién es este jovencito que te acompaña? -quiso saber uno de los ejecutivos.

- Afrodita es mi ase...-comenzó ella, con un ligero deje de duda en la voz.

- Soy su amigo -la interrumpió él, oprimiendo con suavidad su mano y arrancándole una sonrisa de agradecimiento.

- Pues debe de ser el hombre más guapo de Atenas... -suspiró una de las esposas, recibiendo una mirada asesina de su propio marido y levantando un coro de murmullos de aprobación entre las demás mujeres de la mesa.

Allegra desvió el tema de la conversación hacia otros derroteros, sintiéndose aliviada por la forma en que Afrodita le había evitado la humillación de admitir que su acompañante era tan solo su asesor de imagen.

A la hora de los postres, ambos estaban ya relajados y comenzaban a bromear con un tono bastante menos formal que el que habían empleado en sus encuentros anteriores. Allegra aprovechó que todo el mundo centraba su atención en los brindis previos a la entrega de premios para pedirle a Afrodita que la acompañase a una sala algo apartada, en la que se encontraban a solas, y le miró con semblante serio.

- Afrodita, tengo que decirte una cosa, pero no te enfades conmigo.

- ¿De qué se trata?

- Estás despedido.

El joven parpadeó varias veces, sin poder creer lo que oía. ¿Él, despedido? ¿El hombre capaz de transformar bloques de piedra en preciosas esculturas, despedido? Iba a contestar, pero ella le indicó con el dedo que guardase silencio.

- Sé que eres muy profesional y que no mezclas placer con trabajo, por eso necesitaba despedirte para poder hacer esto -y, sin más preámbulos, apoyó las manos en su pecho y le besó.

Afrodita se quedó rígido por un instante, sin saber reaccionar. Ella lo notó y se separó de él, avergonzada.

- Perdona, Afrodita, quizá he malinterpretado tu amabilidad... -comenzó a decir, intentando recomponerse.

- Allegra, yo... Llevo deseando tenerte así desde que nos vimos por primera vez -admitió, al tiempo que la rodeaba por la cintura y unía sus labios con los de ella.

De repente, la fría Allegra parecía haberse vuelto frágil en sus brazos. Afrodita la estrechó contra su cuerpo, profundizando el beso y explorando su boca con la lengua a la vez que sus manos recorrían su espalda hasta los glúteos para apretarlos con fuerza.

- Ah... Afrodita -suspiró ella al notar sus labios por el cuello.

Por toda respuesta, él avanzó sin dejar de besarla hasta sentarla sobre la mesa de caoba situada en el centro de la estancia al tiempo que le subía el vestido. Sus lenguas continuaron jugando mientras le acariciaba los pechos por encima de la seda y ella le enroscaba las piernas en torno a la cintura, gimiendo quedamente. 

- Has hecho bien en despedirme... Porque me moría de ganas de hacer esto -murmuró él, con voz gutural, agachándose.

Allegra ahogó un grito al sentir la boca de Afrodita entre sus piernas y le posó las manos en el pelo para guiarle; él no tardó en encontrar su punto débil y comenzó a trazar pequeños círculos con la lengua en torno a su clítoris, sintiendo cómo los dedos de ella se crispaban sobre su cabeza al estallar en un orgasmo que él degustó, sin parar de chupar hasta que un ligero tirón de pelo le indicó que se levantase. Ella le devoró la boca, lamiéndole la barbilla con una sonrisa maliciosa al tiempo que le desabrochaba los pantalones para extraer su erección.

- Eh... Afrodita, no te imaginaba tan... dotado -admitió al mirar el pene del chico, masturbándole despacio.

- No eres la primera que se sorprende -presumió él, con un destello de orgullo en la voz-, pero no te preocupes, te he lubricado a conciencia para que te entre bien.

En silencio, sin dejar de sonreír, ella volvió a rodearle con las piernas. Él empezó a frotar su miembro en la húmeda entrada, besándole la boca con desesperación, hasta que, retirándose un poco para cambiar el ángulo, se la metió sin contemplaciones. Allegra echó la cabeza atrás, dejó escapar un gemido y se sujetó a los hombros de Afrodita, sintiendo los dedos de él clavados en su trasero y sus embestidas, poderosas y rápidas, llenándola una y otra vez.

- Joder, me encanta tu coño -gruñó Afrodita, mordiéndole los labios.

- Qué lenguaje, señor Lundqvist-respondió ella entre jadeos.

Afrodita fue intensificando el ritmo poco a poco, dejándose llevar por el morbo que le producía aquella situación: estaba tirándose a una clienta que le ponía a mil desde el día en que la conoció, escondidos en la casa de algún pijo rico mientras todo el mundo estaba distraído entregando unos premios absurdos.

- Tenía tantas ganas de... -articuló ella, con los dedos enredados en la melena celeste del chico.

- Dilo, ¿de qué tenías ganas? -la urgió él.

- Tenía ganas de follar contigo... De que me la metieses como estás haciendo ahora... De que me dieses sin parar... -se soltó ella.

Aquellas palabras desataron la locura en él. Incrementó la fuerza de sus estocadas y se retiró justo a tiempo para correrse sobre el vientre de Allegra, dejando caer algunas gotas en el carísimo vestido. Ella lo miró y se echó a reír.

- Ahora sí que es un vestido de firma...

La besó y se agachó para lamer sus propios fluidos de la piel de Allegra, compartiéndolos después con ella en un beso blanco que habría terminado por volver a excitarles si no hubiesen parado.

- Vámonos al hotel -propuso ella.

El chófer les recogió en la entrada de la casa, extrañado de que dejasen la fiesta tan temprano, pero no notó el gesto nervioso de la mujer al cubrirse el vestido con el bolso de mano ni las risas tontas de ambos. A decir verdad, ni siquiera advirtió los dedos entrelazados o las miradas cómplices que se dirigieron durante todo el trayecto.

Comenzaron a desnudarse mutuamente en el ascensor, arrastrados por un arrebato de deseo casi animal que les impedía esperar. Cuando las puertas se abrieron, Afrodita ya llevaba la camisa desabrochada hasta la cintura y el cinturón colgando de dos trabillas. El vestido de Allegra, además de sucio, estaba completamente arrugado y enrollado en torno a su cadera. Entraron en la suite y Afrodita cerró la puerta con el pie, aflojándose el nudo de la corbata a la vez que interceptaba a Allegra con un brazo y la hacía caer sobre el butacón de la entrada.

-  No vas a llegar mucho más lejos que esto, querida -le susurró, mordiéndole el lóbulo de la oreja y apoyándole la mano en la espalda para colocarla en cuatro en el asiento, con el pecho sobre el respaldo.

-  Afrodita... ¿no quieres ir a la cama? -jadeó ella, mientras él le separaba las piernas y la acariciaba, excitándose al notar sus dedos mojados.

- No puedo esperar a recorrer esos... ¿diez metros? -dijo él, con una sonrisa, bajándose los pantalones y escupiendo en su mano para humedecer su erección.

Allegra no podía verle dada su postura, pero sentía a la perfección cada embestida. Afrodita, de pie tras ella, la penetraba tan hondo como le era posible, sacando su miembro hasta el extremo y enterrándolo hasta hacer chocar sus testículos contra ella, produciendo un ruido obsceno que a ambos les volvía locos. La agarró del cabello, obligándola a arquearse y quedar prácticamente incorporada, con su espalda pegada al pecho de él, y le metió la mano por un lateral del vestido, sobando sus pequeños pechos y jugando con sus pezones, sin parar de moverse.

- Voy a perder la cabeza si no te follo durante toda la noche -resopló en su oído.

- Joder, Afrodita, justo ahí, dame fuerte -gritó ella, al borde del clímax, llevando un brazo atrás para sujetarle por la nuca.

Afrodita le mordió la boca en un beso lleno de saliva y ella cerró las piernas para que el roce entre ellos fuese aún más intenso. Sus pieles, húmedas de sudor, brillaban en la penumbra de la habitación, cuya temperatura iba aumentando gradualmente mientras la pareja pasaba de los jadeos a los gritos. Allegra fue, una vez más, la primera en correrse, con un estremecimiento que apretó el miembro de Afrodita con fuerza, forzándole a él, a su vez, a retirarse enseguida para terminar fuera de ella, sobre su espalda.

- Dios, Afrodita, ha sido increíble.

- Ahora podemos irnos a la cama -dijo él, con dulzura, cargándola en brazos y depositándola sobre las sábanas.

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