Amor de verano (5)
El miércoles llegó y pasó, así como el viernes y las dos primeras clases de la semana siguiente, sin que ninguno de los dos volviese a sacar temas controvertidos. Se limitaban a preparar el examen de inglés, como habían hecho durante todo el verano, estudiando con minuciosidad para conseguir el mejor resultado posible. Ismena, deseosa de que llegase el momento de su cita a solas, se comportaba con más sensatez y formalidad que nunca y, por su parte, Saga se cuidaba mucho de no emitir ninguna señal que pudiese ser interpretada como una provocación, a pesar de que los minutos que dedicaba a pensar en ella aumentaban cada día que pasaba.
Podría decirse que ambos habían llegado a un nuevo statu quo en el que la neutralidad era la tónica imperante, y así funcionaron durante cuatro días, pero aquello, en el fondo, no era suficiente para Saga, que, consciente de cuánto le gustaba su alumna, el viernes ya solo podía pensar en la cena que compartirían en el pueblo, en la terraza encalada en blanco de aquel pequeño restaurante junto al mar que servía pescado a la brasa con vino blanco. Cenarían, pasearían por la playa tomados de la mano y todo iría bien. Eso sucedería, pensó, mientras llamaba al timbre.
La puerta de la vivienda se abrió y Saga fue recibido no por la señora Metaxás, sino por su esposo: un hombre alto y atlético, de sienes plateadas y sonrisa luminosa, un habilidoso empresario habituado a llevar la iniciativa en sus negocios, lo cual se hacía evidente en su forma directa y decidida de manejar las conversaciones.
- ¡Vaya, Saga, bienvenido! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Qué tal estás?
Su cordialidad hizo sonreír al joven, que le estrechó la mano con entereza y le devolvió el saludo entusiásticamente, pues le consideraba un admirable modelo a seguir por el éxito que había alcanzado en su vida profesional:
- ¡Muy bien, señor Metaxás! ¿Y usted?
- Bien, llegué ayer desde Milán, estaba deseando descansar unos días en la playa con mis chicas. Vi a tu padre anoche, ya me contó que te va de maravilla en la escuela de Empresariales... -comentó, franqueándole la entrada y recorriéndole de arriba abajo con los ojos. Sus padres tenían el tipo de relación amigable y no demasiado profunda que compartían casi todas las familias que veraneaban en aquella urbanización.
- Sí, no me quejo, este ha sido un año duro, pero muy satisfactorio.
- ¿Y qué es del bala perdida de tu hermano?
- Kanon está estudiando Derecho y Marketing a la vez y está muy contento...
- Nunca he entendido eso de las dobles titulaciones, pero bueno, si así se ahorra contratar una empresa de relaciones públicas, bien por él -bromeó el señor Metaxás.
Saga dirigió la vista hacia el final de la escalera, en un gesto que fue captado al vuelo por su interlocutor:
- Mi niña todavía no está lista. Anoche nos entretuvimos viendo películas juntos y se acostó tarde, pero no te preocupes, ya está recogiendo ese caos que tiene por dormitorio. Siéntate un rato conmigo y charlemos. Enseguida te avisará -propuso, tomando asiento en el amplio sofá color arena e invitando al joven a hacer lo mismo.
- Sí, claro -asintió él, acomodándose frente al hombre en un escabel de cuero y dejando su carpeta sobre la mesa de centro-. Ismena está esforzándose mucho; estoy seguro de que va a tener un resultado brillante en el examen.
- Tiene al mejor profesor particular, no me cabe duda -respondió el señor Metaxás, con un guiño-. Por cierto, ya que es tu último año en la universidad, quizá podrías dejarme tu currículo, vamos a necesitar a alguien en prácticas y creo que tú encajarías muy bien...
El joven sonrió ante la oportunidad que se le ofrecía, encantado con la idea de aprender en uno de los mayores conglomerados empresariales del país:
- ¿En serio? ¡Claro, me encantaría entrar en ese proceso de selección!
- ¿Qué proceso? Tú vas recomendado por el jefazo, Saga, ¡por la puerta grande! -respondió el señor Metaxás, señalándose a sí mismo y echándose a reír- ¡Ah! Me comentó tu padre que lo has dejado con la persona con la que salías... -la perenne sonrisa indicaba a las claras que el cambio de tema no era una opción.
- Yo... Es complicado, señor Metaxás -intentó zafarse Saga, que no deseaba hablar de su ruptura, sino mantener un tono profesional.
- Llámame Ciro -pidió, en un tono que no admitía réplica-. Ya me figuro lo que pasa, las chicas de tu edad no saben satisfacer a un hombre inquieto y con mundo como tú... Por suerte, no son la única forma de divertirse, ¿verdad?
El padre de Ismena se pasó una mano por el cabello, abundante y estudiadamente desordenado, se encendió un cigarrillo y ofreció el paquete a Saga, que lo rechazó con un ademán cauto.
- Eh... Ciro... Imagino que su hija ya estará preparada... -hizo el ademán de levantarse, incómodo ante el cariz privado que comenzaba a tomar la conversación, pero el otro le retuvo con una mano sobre su hombro.
- Repito, ella te avisará. Ahora, dime: ¿has considerado otras... opciones? -dio una calada al cigarrillo, aproximándose un poco más y exhalando varios aros de humo que se disolvieron flotando hacia el techo de la estancia.
Saga parpadeó un par de veces, incrédulo, captando a la primera el mensaje oculto en las extrañas palabras de Ciro, que le observaba sin dejar de sonreír como un depredador. Aquel hombre estaba acostumbrado de verdad a escoger y conseguir su capricho sin más, pero Saga no funcionaba así: él también tenía el descaro y la seguridad suficientes para no comportarse como un trofeo ni dejarse comprar a cambio de un trabajo.
- Lo siento, Ciro, pero creo que se confunde conmigo.
- En absoluto, Saga. Tengo más que claro lo que quiero de ti y lo que yo puedo ofrecerte, y sé que te va a encantar -replicó el mayor, rodeándole los hombros con el brazo libre y acercándose hasta que sus labios quedaron prácticamente pegados, listo para besarle.
- No me haga repetírselo, señor. He venido a dar clase a su hija, no a aguantar sus insinuaciones -declaró Saga, con dignidad.
El señor Metaxás se reclinó en el sofá, con la sonrisa y la compostura intactas, y dio otra calada al cigarrillo. Miró a Saga en silencio, como calibrándole, durante unos segundos, antes de volver a hablar en tono calmado:
- En ese caso, lo mejor será que te marches. Yo mismo le explicaré a mi niña que no has podido venir -se puso en pie para reforzar su discurso-. No es preciso que te diga cuánto valoro tu discreción, ¿verdad? -Saga asintió- No quiero que te relaciones con Ismena, ni en clase ni en vuestro tiempo libre, pero te pagaré las clases que quedan pendientes hasta el día del examen. Podrás enseñarle a través de la webcam.
El joven alisó su camisa y revisó el plegado de las mangas, respondiendo con displicencia:
- Por supuesto, Ciro. Le garantizo que su hija obtendrá una calificación excelente. Aquí no ha sucedido nada.
- Todos somos caballeros. Envíame tu currículo por correo electrónico -el interpelado le ofreció su mano y el otro la estrechó con la misma efusividad que al llegar.
Saga traspuso el umbral, todavía desconcertado por la escena que acababa de protagonizar en el salón de la casa de Ismena: el señor Metaxás había intentado seducirle, arriesgando su pulquérrima reputación de perfecto esposo y padre, en el mismo sofá en el que tantas mañanas había aguardado a la remolona de su hija... Quizá sí que debería haber aceptado aquel cigarrillo, después de todo; ahora le vendría genial para calmarse, pues, aunque su apariencia era tan imponente y serena como siempre, por dentro sentía que los nervios le retorcían el estómago. ¡Mierda! Ciro le había prohibido ver a Ismena, como profesor y como vecino, y él contaba con aquellas clases para darse el gusto de pasar algo de tiempo con ella, aunque fuese en un contexto exclusivamente laboral. ¿Qué haría ahora? Su plan acababa de irse al traste y no se le ocurría ningún modo de eludir una orden tan directa sin provocar un conflicto entre su familia y la de ella. Estaba bien jodido... sobre todo, porque aquel veto le había dejado claro, de repente, que aquella chica le gustaba mucho más de lo que creía.
Ismena encajó la nueva dinámica entre ellos con resignación, a juzgar por el rostro serio y el tono apático que mostraba en sus clases a través de videollamada. Por su parte, Saga disimulaba a conciencia la angustia que le provocaba no saber qué explicación le habría dado Ciro a la joven para aquel giro absurdo que les impedía estar juntos, preguntándose si ella le odiaría por haber cortado en seco su historia.
Después de dos semanas con aquel clima de tensión asfixiándoles a ambos, llegó la última clase. Saga se sentó en la mesa del jardín y encendió el ordenador, listo para repasar los últimos conceptos con Ismena, que se conectó puntualmente desde su dormitorio. Parecía cansada y deprimida; el joven deseó de corazón que se debiese al esfuerzo final antes del examen y no a la situación entre ellos.
- Buenos días, Ismena.
- Buenos días, profesor.
La sesión transcurrió con la tónica que se había vuelto usual, sin incidentes ni comentarios fuera de lugar durante el repaso extraordinario de dos horas, hasta que Saga la dio por terminada.
- Creo que vas a tener un resultado excelente. ¿Hay alguna otra duda con la que pueda ayudarte? -preguntó Saga, con una sonrisa. Estaba de verdad satisfecho del progreso de su alumna durante el verano.
- Ahora que lo dices, sí -el rostro de la joven adquirió una expresión dura al otro lado de la pantalla- ¿Vamos a dejar esto así, sin más?
- ¿A qué te refieres?
- ¿De verdad no significó nada para ti la noche de la fiesta? ¿Tan borracho ibas? ¿Ni lo que hicimos en este mismo dormitorio?
La experiencia de Saga en asuntos amorosos era lo bastante dilatada como para leer el despecho en los ojos de la chica, cuyo rostro pecoso estaba enrojecido por la ira reprimida, pero él tenía que mantenerse firme. Respiró hondo y pensó durante una fracción de segundo antes de contestar, inmutable:
- No estaba nada borracho, Ismena. Recuerdo todo lo que pasó y me gustó muchísimo, pero estarás de acuerdo conmigo en que es inapropiado y no debe repetirse.
- ¡Se supone que íbamos a salir juntos y de repente desapareces! Mi padre me contó que no te sentías cómodo conmigo y que acababas de volver con tu ex. ¿No podrías haber sido sincero? No te creía tan cobarde, Saga...
El joven apretó los puños sobre la mesa, incapaz de creer que el señor Metaxás hubiese tenido la cara dura de inventarse una historieta para culparle a él por sus propios deslices.
- Ismena, eso no es cierto, yo...
- Ah, ahora llamas mentiroso a mi padre, ¡genial! ¡Desde luego, hay que tenerlos bien puestos! -su tono se volvió frío mientras se apartaba un mechón de cabello de la cara con dos dedos-. Está bien, no te preocupes por mí. Espero que te vaya genial con quien sea. Cuídate, profesor.
La chica cortó la videollamada abruptamente, sin darle opción siquiera a despedirse. Saga, desconcertado y molesto, apoyó la frente sobre las manos, con la densa melena cubriéndole el rostro. Menuda mierda de final para un amor de verano.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro