DAMIÁN
Hace 7 años...
El aeropuerto siempre ha sido un lugar mágico para mí. Desde que tengo memoria, he soñado con los aviones: el retumbar de los motores, el deslizamiento de las alas cortando el cielo, la sensación de poder ir a cualquier parte del mundo. Para mí, el aeropuerto debería ser un santuario, un lugar lleno de posibilidades infinitas. Es irónico, ¿no? Estar aquí, rodeado de lo que amo, mientras la persona que más amo se está yendo. Nunca pensé que un aeropuerto pudiera hacerme sentir tan pequeño, tan roto.
Miro a Brielle, parada frente a mí, y siento un nudo en el estómago. Su cabello se mueve con la brisa artificial de los ventiladores, y sus ojos... esos ojos que siempre me han hecho sentir como si todo estuviera bien, ahora están llenos de lágrimas que me parten el alma. Cada segundo que pasa, cada palabra que intento decir se siente como una cuenta regresiva hacia algo que no puedo evitar.
—No quiero que te vayas —las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas. Mi voz se quiebra, y suena mucho más débil de lo que me gustaría. Nunca he sido bueno con las despedidas, pero esto... esto es algo que no estaba preparado para enfrentar.
El contacto de sus manos en las mías es lo único que me mantiene anclado en este momento. Las aprieto con fuerza, como si aferrarme a ella pudiera cambiar lo inevitable. Como si, de alguna forma, si no la suelto, no tendrá que subirse a ese maldito avión. Pero sé que eso no es verdad. Ella se va, y no hay nada que yo pueda hacer al respecto.
—Yo tampoco quiero irme —su voz es apenas un susurro, pero siento el peso de sus palabras como un golpe en el pecho.
Es una locura pensar que en unas horas estará en un avión cruzando el océano, en dirección a Londres. A miles de kilómetros de aquí. De mí. No puedo evitar que el resentimiento se filtre en mis pensamientos. Siempre pensé que sería yo el que volaría, pero nunca imaginé que sería ella quien se alejaría primero.
Me acerco a ella, incapaz de soportar más la distancia. La envuelvo en mis brazos, enterrando mi rostro en su cabello, respirando su olor a vainilla, a hogar. Es ridículo lo mucho que duele esto, lo mucho que siento que la estoy perdiendo aunque sé que es solo temporal. ¿Verdad? Pero el miedo a que las cosas cambien, a que lo que tenemos no sobreviva a la distancia, se cuela por las grietas que no sabía que existían en mí.
—Voy a a llamarte todos todos los días —le susurro, con la voz rota. Y lo digo en serio. No sé cómo será mi vida sin ella, pero sé que no quiero imaginar un futuro en el que no estemos conectados de alguna manera. Brielle es todo para mí. Ha sido mi primer amor, mi mejor amiga, la persona que siempre me ha entendido sin que tenga que decir una palabra.
—Y yo escribiré, a todas horas —me dice, y su voz se rompe. Puedo sentir cómo su cuerpo tiembla entre mis brazos, y me odio por no poder hacer nada más que sostenerla. Odio que, por primera vez, no puedo arreglar lo que está mal.
Quiero ser fuerte por ella, pero estoy perdiendo el control. Siento mis ojos arder, las lágrimas amenazan con salir, pero las reprimo. No quiero que me vea así. Ella siempre me ha visto como el tipo confiado, el que lo tiene todo bajo control, pero en este momento, no soy más que un chico asustado. ¿Cómo se supone que la vida siga sin Brielle aquí?
Llevo meses preparándome para ser piloto. Aviones, vuelos, destinos... todo lo que siempre quise está justo delante de mí. Pero en este momento, no me importa. ¿Qué sentido tiene volar si ella no estará cuando vuelva? Es irónico. Toda la vida soñando con estar en el aire, y ahora lo único que quiero es mantener mis pies firmes en la tierra. Con ella.
—Te prometo que te esperaré —digo, apoyando mi frente en la suya. No sé si me estoy mintiendo a mí mismo, pero en este momento, lo creo. La distancia no cambiará lo que siento por ella. No puede.
Pero mientras la miro a los ojos, veo que también está pensando en lo mismo. En lo que no podemos controlar. En cómo la vida sigue moviéndose, incluso cuando no queremos que lo haga. Es algo que me asusta. La idea de que Londres, una ciudad tan lejana, su ciudad, pueda cambiarla de alguna forma, alejarla de mí sin que ni siquiera me dé cuenta.
—Te amo tanto, Damián —susurra, y su voz está tan llena de dolor que siento un nudo en la garganta.
—Y yo a ti, Bri. Más de lo que puedo decir.
Nos besamos, y es como si todo a nuestro alrededor desapareciera por un momento. Sus labios contra los míos son lo único que me mantiene en pie. Pero también sé que este beso es un adiós, aunque no queremos admitirlo. Es el tipo de beso que está lleno de promesas, de palabras no dichas. Pero hay algo detrás, una sensación de que estamos en el borde de algo, y no sé cómo manejarlo.
Mis manos tiemblan cuando la sostengo por la cintura, queriendo memorizar cada detalle de este momento, de ella. Quiero recordar cómo se siente tenerla cerca, porque una vez que cruce esas puertas, no sé cuándo podré volver a abrazarla. Mis dedos se deslizan por su espalda, aferrándose a su chaqueta como si pudiera detener el tiempo.
Escucho que llaman su vuelo por los altavoces. Mi cuerpo se tensa, y siento que el aire me falta. No es justo. No estoy listo. Nunca pensé que amar a alguien significaría tener que dejarla ir.
—Es hora —dice su madre desde la distancia, y mi estómago se revuelve. No. No puede ser hora. Aún no.
Brielle me mira con los ojos llenos de lágrimas, y me doy cuenta de que ya está en esa lucha interna entre quedarse y marcharse. No quiero hacer esto más difícil para ella, pero me está destrozando por dentro. La suelto, mis manos cayendo a los lados, vacías y frías. Todo en mí quiere retenerla, pero no puedo.
—Tengo que irme —susurra, como si decirlo fuera suficiente para romper ambos corazones.
Solo asiento. No tengo fuerzas para hablar. Si lo hago, temo que las palabras se me atraganten o que, peor aún, le ruegue que no se vaya. Y no puedo hacer eso. No a ella.
Brielle me da un último beso, uno suave y lleno de todo lo que no podemos decir. Es nuestro adiós, aunque quiero creer que no lo es. Y luego, la veo alejarse. Cada paso que da es como si se llevara una parte de mí. No soy capaz de moverme, no soy capaz de hacer nada más que observar cómo desaparece entre la multitud.
Mi pecho se siente vacío. En medio de un lugar lleno de aviones y de posibilidades, lo único que quiero es detener el despegue de uno. El suyo. Mi vida entera está en esos aviones, pero, por primera vez, no quiero que uno de ellos despegue.
El futuro me espera allá arriba, en el cielo, pero Brielle está yéndose, y siento que mi corazón se queda en tierra.
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