CAPÍTULO 8
DAMIÁN
El motor del coche ya está apagado, y la quietud en el interior me envuelve en un manto de aislamiento que no esperaba. Mis manos, frías y tensas sobre el volante, parecen buscar algo en lo que aferrarse, como si la presión pudiera calmar el caos que se desata dentro de mí. Afuera, las farolas proyectan una luz amarillenta, bañando el estacionamiento en una penumbra que debería invitar a la calma, pero todo lo que siento es un torbellino.
¿Por qué fui a buscarla? La pregunta retumba en mi mente, una y otra vez, y no encuentro una respuesta clara. Sus risas resuenan en mis oídos, y recuerdo sus ojos brillantes mientras conversábamos, llenos de una luz que hacía tiempo no veía. Todo había sido demasiado fácil, demasiado familiar. Esa conexión, esa complicidad, todavía persiste como un eco en mi cabeza, como si su presencia aún estuviera conmigo, aquí en el coche, haciendo imposible el silencio.
Me inclino hacia adelante, apoyando los codos en el volante, y cierro los ojos. Estos últimos diez días han sido un infierno emocional. En cada habitación de hotel, en cada vuelo en cabina mientras los demás dormían, su imagen se infiltraba en mi mente. Londres fue el golpe más duro. Pasé 36 horas en la ciudad, y aunque sabía que ella no estaba allí, su esencia parecía impregnada en cada rincón de las calles que solía ser su hogar. Fue como si Londres me gritara su nombre.
La pregunta persiste: ¿por qué me afecta tanto? Me paso las manos por el rostro, como si pudiera borrar las sensaciones que me inundan. El tirón en mi estómago, esa chispa que creía extinguida, me irrita. No es justo. No para mí, no para Vivian.
Al pensar en Vivian, una punzada de culpa se instala en mi pecho, tan intensa que me deja sin aliento. ¿Qué estaba a punto de hacer? Casi beso a Brielle. Solo un centímetro más, y habría cruzado una línea de la que no hay vuelta atrás. Aún siento el calor de su piel bajo mi mano, el roce de su respiración contra mi rostro. Me estaba perdiendo en ese momento, atrapado entre la nostalgia y el deseo.
Sin embargo, me detuve. Algo en mí hizo frenar, me recordó que Vivian es mi futuro. Ella es la persona con la que he construido una vida, una compañera que trae equilibrio a mis días. Su risa, su inteligencia brillante y ternura me atrapa. Pero esta noche, mientras miraba a Brielle, me di cuenta de que lo que tengo con Vivian es estable, pero no ardiente. No existe esa intensidad abrumadora que sentía cuando estaba con Brielle.
Esa chispa, esa maldita chispa que aún existe entre Brielle y yo, es lo que me aterra. Aunque sé que es parte del pasado, no puedo evitar sentir que está muy presente ahora, encendiéndose cuando menos lo espero. Cuando la dejé frente a su edificio, vi en sus ojos algo que reconocí de inmediato: no había perdido ese poder sobre mí.
Golpeo el volante con frustración, el ruido seco retumba en el coche. Sé lo que debo hacer. Me repito que esto es temporal, que es solo la impresión de volver a verla después de tanto tiempo, y que lo que tuvimos pertenece a otra época, pero cuanto más lo digo, más parece una mentira que no puedo tragar.
Vivian es mi presente, mi futuro. Lo que tenía con Brielle quedó enterrado en esos años de juventud, y ahí es donde debe quedarse. Debo dejarla atrás.
Con esa determinación, finalmente suelto el volante. Mis manos tiemblan levemente al apartarlas, y me obligo a tomar una respiración profunda. La quietud dentro del coche me parece sofocante, como si el aire estuviera demasiado denso. Abro la puerta con un movimiento brusco, y el frío de la noche me golpea, haciéndome sentir vivo. Necesito esa sensación de algo real, físico.
Me bajo del coche, el crujido de la gravilla bajo mis zapatos resuena en el aparcamiento vacío. Camino hacia el maletero, sintiendo el peso de cada paso, como si con cada uno de ellos estuviera forzándome a alejarme de lo que acabo de vivir. Abro el maletero y agarro mi maleta, el sonido metálico al golpear el suelo interrumpe el silencio. La cierro de golpe y me quedo parado unos segundos, el aire frío llenando mis pulmones mientras miro hacia el edificio donde me espera Vivian.
Probablemente ya esté dormida con lo tarde que es, pero esa idea debería reconfortarme. Debería sentir paz al saber que ella está ahí, en casa, esperándome.
Y lo hago, ¿no?
Camino por el pasillo del edificio lentamente, el ruido de mis zapatos resonando en los pasillos vacíos. Cada paso se siente como un recordatorio de lo que es real, de lo que importa. Y, sin embargo, la sensación de que algo sigue faltando no desaparece. Al llegar a la puerta del apartamento, me detengo un momento, mis dedos rozando la cerradura antes de girar la llave.
Cuando finalmente entro, el apartamento está en silencio. Las luces están apagadas excepto por una lámpara tenue en el salón, proyectando una luz suave en la estancia. Dejo la maleta junto a la puerta, el sonido del cierre rompiendo la serenidad de la noche.
Me detengo, cerrando la puerta suavemente tras de mí, permitiendo que la tranquilidad del apartamento me envuelva. Vivian.
El pensamiento de ella debería ser suficiente para calmarme, pero mientras camino hacia el dormitorio, mi mente sigue regresando a Brielle. No puedo evitarlo. Es como si una parte de mí no quisiera dejarla ir, no aún. No después de lo que hemos vivido esta noche, de la chispa que aún arde entre nosotros.
Al abrir la puerta del dormitorio, la tenue luz de la lámpara ilumina el contorno de Vivian. Está acurrucada entre las sábanas, su cuerpo relajado, su respiración suave y constante, casi imperceptible. Me detengo en el umbral, observándola en silencio. Ella es mi presente, me recuerdo, pero la culpa me golpea, envolviéndome, anidándose en algún rincón profundo de mi pecho.
Vivian. Se merece más de lo que le estoy dando. Se merece que esté aquí, con ella, no atrapado en fantasmas del pasado. Se merece que yo esté completamente presente.
Suspiro mientras me quito la chaqueta con cuidado, deslizándola por mis hombros lentamente para no despertarla. Dejo los zapatos junto a la puerta, el ruido sordo de las suelas contra el suelo es casi inaudible en el silencio de la habitación. El ambiente es cálido, el espacio que compartimos debería ser un refugio, pero mi mente sigue atrapada en otro lugar, en otros ojos.
Miro hacia el baño, sintiendo la necesidad urgente de quitarme más que solo la ropa: quiero deshacerme del sudor, la confusión y las emociones que me aplastan. Necesito una ducha. El agua cae sobre mi cabeza, deslizándose por mi rostro mientras cierro los ojos. No sé cuánto tiempo paso allí, dejando que el calor disipe el frío, pero cuando finalmente cierro el grifo, no me siento mejor. Solo estoy más limpio, pero no más claro.
Me seco rápidamente, cada movimiento mecánico, sin pensar demasiado. Me pongo la ropa de dormir, el algodón suave sobre mi piel aún caliente por el agua. Ahora sí, estoy listo. Salgo del baño en silencio, la puerta apenas emitiendo un clic. El dormitorio sigue bañado en esa luz suave, y ahí está Vivian, dormida bajo las sábanas. Su rostro está relajado, pacífico. Me detengo un segundo, observándola. No se merece esto. No se merece a un hombre que no puede dejar de pensar en otra mujer.
Con cuidado, levanto las sábanas y me deslizo a su lado. El calor de su cuerpo es inmediato, envolviéndome, reconfortante. Pero también me recuerda el peligro de lo que está en juego. Este es mi hogar. Ella es mi hogar.
Vivian se mueve ligeramente al sentir mi peso en la cama, y sus ojos se entreabren, somnolientos pero alertas por un segundo. Me sonríe, una sonrisa suave, adormilada, que debería ser suficiente para borrar todo lo demás.
—Llegas tarde... —murmura, su voz arrastrada por el sueño, ronca y suave al mismo tiempo. La forma en que su cuerpo se ajusta al mío, su respiración tan cerca de mi piel debería hacerme sentir en paz. Pero no lo hace.
Mis brazos la rodean casi por instinto, y acerco mi rostro al hueco de su cuello, respirando su aroma familiar. Mi voz es un susurro, tratando de ocultar el peso de lo que estoy cargando.
—Sí... lo siento. —Acaricio su cabello con lentitud, como si en esos movimientos pudiera encontrar la calma que tanto necesito—. Pero ya estoy en casa.
Ella se acurruca más cerca de mí, y yo cierro los ojos, intentando concentrarme en la realidad de este momento. Aquí, con ella. En lo que es mi vida ahora, y no en lo que podría haber sido.
Mientras la noche avanza, con Vivian dormida en mis brazos, no puedo evitar pensar en la mirada de Brielle una vez más, en la chispa que se encendió entre nosotros. Recuerdo el momento en que estábamos a punto de besarnos, la electricidad en el aire, el mundo desapareciendo a nuestro alrededor. Una parte de mí sabe que ese fuego nunca debió haber sido avivado, que ese instante de cercanía solo ha complicado todo. Pero con cada respiración de Vivian, con cada latido de su corazón contra mi pecho, me aferro a la esperanza de que esto, lo que tenemos, pueda ser suficiente.
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