CAPÍTULO 6
DAMIÁN
Mis manos se aprietan en el volante, los nudillos se vuelven blancos por la tensión. Intento enfocarme en lo que viene: en unos minutos, Vivian estará bajando del avión, y todo volverá a la normalidad. Eso es lo que quiero. Eso es lo que necesito. Pero por más que lo intento, el rostro de Brielle sigue asomándose en mi cabeza, como una sombra que no se disipa.
Deja de pensar en ella, me digo a mí mismo por enésima vez. Ella es el pasado. Lo que tienes con Vivian es real, es lo que importa.
Cuando llego al aeropuerto, el zumbido de los coches y el ajetreo de la gente moviéndose en todas direcciones me envuelve. Encuentro un lugar donde estacionar y bajo del coche, el aire frío me golpea la cara, despejándome un poco. Camino hacia la entrada principal, cada paso suena más pesado que el anterior. Miro a mi alrededor, buscando alguna señal de su llegada, y mi corazón se acelera de manera casi involuntaria. Pronto la veré, pronto estaré con ella. Me digo que todo volverá a encajar cuando la vea.
Cuando por fin la veo aparecer en la distancia, mi corazón da un vuelco. Su figura alta y esbelta se abre paso entre los pasajeros, su cabello dorado brilla bajo las luces del aeropuerto. Está sonriendo, esa sonrisa que siempre me calma, que me devuelve a tierra firme. Inmediatamente, todo se siente más claro, más simple. Camino hacia ella, sintiendo cómo la tensión en mis hombros se disuelve poco a poco.
—¡Damián! —su voz resuena clara, alegre, mientras se acerca más rápido, casi corriendo.
No puedo evitar sonreír cuando la veo. Esa es la reacción que necesito, la que esperaba. Alcanzo a abrir los brazos justo a tiempo para recibirla, y su cuerpo cálido se acopla al mío en un abrazo que se siente como un refugio.
—Hola, amor —murmuro, inclinándome para besarla suavemente en los labios. Sabe a familiaridad, a casa.
—Te extrañé tanto —susurra contra mi cuello, sus brazos aún enredados a mi alrededor, como si no quisiera soltarme nunca.
Cierro los ojos un momento, permitiéndome absorber ese calor, esa paz que siempre me trae Vivian. Pero en el fondo, un pequeño eco sigue resonando: Brielle.
Sacudo la cabeza internamente. No más.
—Yo también te extrañé —le digo mientras la miro a los ojos, queriendo que mi sonrisa sea más sólida de lo que realmente es—. Estoy feliz de que ya estés aquí.
Vivian me mira de vuelta, su expresión es luminosa, pero sus ojos me examinan con más atención de lo normal.
—Pareces cansado —observa, ladeando la cabeza mientras entrelaza sus dedos con los míos—. ¿Estás bien?
—Sí, solo ha sido una semana larga. Pero ahora que estás aquí, las cosas mejorarán.
Me besa de nuevo, esta vez más largo, con más intención. Es un recordatorio de que, a pesar de todo lo que mi mente ha estado haciendo en los últimos días, Vivian y yo tenemos algo fuerte. Algo que vale la pena proteger.
—Bueno, entonces, vamos a casa. Tengo muchas cosas que contarte —dice, su sonrisa encendiéndose de nuevo, esa sonrisa despreocupada que siempre me enamora.
Caminamos juntos hacia el coche, y aunque trato de sumergirme en la calidez de su presencia, la sombra de la otra noche sigue presente. A medida que manejamos de vuelta al apartamento, Vivian me habla de su hermana, de Emma, su sobrina, y yo respondo en automático, asintiendo, haciendo preguntas aquí y allá. Pero mi mente sigue divagando, cada tanto regresando a la noche en el bar.
El día transcurre sin más sobresaltos. Almorzamos juntos, reímos, y lentamente, el peso de mis pensamientos parece aligerarse. Me obligo a mantenerme presente, a disfrutar el momento con Vivian.
Por la tarde, mientras Vivian está en la ducha, me dejo caer en el sillón del salón. El iPad descansa sobre mis piernas mientras la luz del atardecer se filtra a través de las cortinas, llenando la sala de un calor que contrasta con el frío de afuera. Abro un correo de Vancouver Skyways que detalla un itinerario de diez días que tengo que cubrir por la enfermedad de otro piloto.
Suspirando, dejo caer la cabeza hacia atrás. Diez días. No es inusual, pero justo ahora, con todo lo que ha estado pasando en mi mente, una parte de mí habría preferido un respiro, una semana más tranquila. Cierro los ojos, no era lo que esperaba después de regresar a casa. Los pasos suaves de Vivian me sacan de mis pensamientos. Abro los ojos justo cuando ella entra en la sala, con una de mis camisetas puesta, que le llega hasta los muslos, sus piernas al descubierto, mi vista recorre sus piernas desnudas provocando un leve escalofrío en mi interior. Su cabello lo tiene ya seco, enmarcando su rostro radiante. Sonríe al verme, y en su mirada hay una chispa que enciende algo dentro de mí.
—¿Qué haces, amor? —pregunta, sentándose sobre mis piernas dejando un beso suave en mi mejilla, y su piel aún tiene el aroma fresco del jabón.
—Revisando unos correos del trabajo —respondo, mientras mi mano busca su muslo, acariciándolo con lentitud, disfrutando de la suavidad de su piel. Ese simple contacto trae una sensación de calma que, por fin, apacigua el caos en mi mente.
Al escuchar mi respuesta, Vivian frunce el ceño ligeramente. Su mirada se oscurece un poco, como si intentara procesar lo que acabo de decir.
—¿Del trabajo? —replica, ladeando la cabeza—. ¿No habías terminado con los vuelos de este mes?
—Eso pensé, pero me han pedido que cubra un itinerario de diez días. Uno de los pilotos ha enfermado y necesitan que alguien lo reemplace. —Intento sonar casual, pero sé que ella percibe la tensión en mi tono.
Ella frunce el ceño al escuchar que debo volar el jueves. Se endereza un poco, y su expresión se oscurece, la frustración brillando en sus ojos.
—¿Diez días? —pregunta, y puedo notar cómo su mente trabaja rápido—. ¿Por qué no le piden a Daryl? Seguro él puede cubrir esos vuelos.
Su esperanza es tierna, pero también me recuerda que, a pesar de su apoyo, esto es mi trabajo, algo que me apasiona.
—Daryl ya tiene otros viajes asignados —explico con suavidad, mientras continúo acariciando su muslo. Sus ojos reflejan frustración. —Es mi trabajo, amor. Es lo que hago.
Ella baja la mirada, y puedo sentir el cambio de energía. La habitación se siente más pequeña, más íntima. Deslizo mi mano lentamente, acercándola más hacia sus muslo interno, disfrutando de la calidez de su piel.
—Lo sé... solo que acabas de regresar. —Su voz es más baja, casi un susurro. Sus manos juegan con el borde de mi camiseta, y ese gesto inocente despierta un fuego en mi interior.
—Te prometo que, cuando vuelva, nos tomaremos unos días para nosotros —le digo, al mismo tiempo que mis labios encuentran su cuello, y la siento temblar suavemente bajo mi toque—. Solo nosotros dos. Sin correos, sin vuelos.
Sus ojos brillan con una mezcla de deseo y determinación, y no puedo evitar perderme en ellos. Muevo su cabello exponiendo su piel suave y delicada, que me invita a acercarme más. Mis instintos se apoderan de mí; el aire a nuestro alrededor se espesa, cargado de una electricidad que parece vibrar entre nosotros.
—Más te vale —murmura, en un jadeo que me hace estremecer. —Aún nos falta elegir el pastel y el menú para la fiesta.
La mención de los preparativos para nuestra boda es un recordatorio de lo que está por venir, pero en este instante, no puedo pensar en nada más que en su cercanía. La miro, y todo lo que puedo sentir es un anhelo profundo.
Sus manos se enredan en mi cabello, tirando suavemente, y eso solo aviva el fuego que arde dentro de mí. Con una mano, le acaricio la parte baja de la espalda, sintiendo cómo su cuerpo se arquea hacia mí, buscando más de mi contacto. Me empuja a quererla más, a explorar cada rincón de su ser.
—¿Te imaginas una fiesta sin todo esto? —le susurro entre besos, mientras mis labios bajan por su cuello, sintiendo su piel caliente bajo mis dedos. Su risa entrecortada es la música perfecta que acompaña a este momento.
—Tal vez deberíamos considerar un cambio de planes... —dice, su voz temblorosa mientras inclina su cabeza hacia un lado, dándome acceso a su piel. Sus ojos se cierran, dejándose llevar por la mezcla de placer y deseo.
Aprovecho cada segundo, dejando que mis labios recorran su cuello, sintiendo la suavidad de su piel y la forma en que su cuerpo reacciona a cada caricia. Su aliento se vuelve irregular, y eso solo me incita a seguir.
—¿Qué tal un menú que solo te incluya a ti en el postre? —pregunto, con un toque de humor en mi voz, mientras la miro con complicidad. —Así podríamos satisfacer nuestro... antojo.
Ella suelta una risa suave, llena de picardía, y me mira con una chispa en sus ojos. Esa mirada me consume, me enciende, y en un impulso, la acerco más a mí, nuestras caderas alineándose de forma perfecta.
—¿Yo? —dice, y la forma en que sus labios se curvan en una sonrisa es pura tentación.
Mi mano se desliza lentamente por su muslo, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos. La tensión entre nosotros se intensifica, y puedo notar cómo su respiración se acelera al sentir mi toque. La beso de nuevo, esta vez con más intensidad. La pasión se enciende entre nosotros, como si el tiempo se detuviera. Su cuerpo se presiona contra el mío, y cada movimiento nos lleva a un lugar donde solo existimos nosotros dos. Me aferro a su cadera, y la forma en que su cuerpo responde a mis caricias me hace desear que esta tarde nunca termine.
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