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CAPÍTULO 4

BRIELLE

Mi corazón comienza a latir con fuerza, una oleada de emociones sacude mi pecho mientras busco entre la multitud. Y ahí está él. Damián. Mi Damián. O al menos, lo era. Mi sonrisa vacila en los labios, pequeña, casi insegura, como si no supiera si debo sonreírle o correr en la dirección opuesta.

¿Cómo se supone que uno actúa cuando el pasado vuelve a materializarse delante de ti?

Ocho años no parecen haberle hecho mucho. Su mandíbula es más fuerte, y sus pómulos están más marcados bajo la luz parpadeante del bar, pero sigue siendo el mismo Damián. Su cabello oscuro, rebelde como siempre, cae desordenado, aunque su expresión tiene algo más... un toque de madurez que antes no estaba ahí.

Sigue igual o incluso más atractivo ahora.

—Vaya, qué... sorpresa verte aquí —añado, mi voz un poco más firme, aunque siento que mis manos están tensas. No me atrevo a mirarlas. Las mantengo ocupadas, limpiando la barra, cualquier cosa que me mantenga en control de mis gestos.

Él me sonríe, pero no es una sonrisa completa. Es pequeña, tímida, como si tampoco supiera cómo actuar. Sus hombros están relajados, pero hay una tensión sutil en su postura, como si su cuerpo no reflejara lo que siente. Los ojos verdes que siempre me encantaba mirar, ahora me miran ahora con una mezcla de sorpresa e incredulidad.

—Sí... sorpresa es poco —responde, con ese tono que reconozco, tratando de aligerar la atmósfera, aunque ambos sabemos que las palabras no alcanzan a suavizar la incomodidad.

Mis ojos se desvían un momento, observando la forma de sus labios. No ha cambiado tanto. Sigue siendo una mezcla de dureza y suavidad. El inferior más lleno, el superior más delgado, con la misma expresión que solía lanzarme cuando estaba a punto de decir algo importante. Mis dedos tiemblan al recordar la forma en que esos labios solían sonreírme, cómo todo parecía más fácil cuando estaba con él. Ocho años no han sido suficientes para borrar eso.

—No pensé que volvería a verte... menos aquí —dice, observándome con detenimiento.

Me cuesta mirarlo a los ojos, pero cuando lo hago, veo un destello de lo que alguna vez fuimos. Mis manos se aprietan en torno al trapo, y los recuerdos de lo que solíamos ser, donde todo parecía tan sencillo, se agolpan en mi mente.

—Trabajo aquí —respondo, intentando que mi voz suene más firme de lo que me siento. Pero sé que él nota algo en mi tono, algo que delata que no estoy lista para abrirme del todo.

Su expresión cambia sutilmente, la sorpresa cruza por su rostro antes de que su mirada vuelva a la calma habitual. Damián siempre tuvo esa habilidad de ocultar lo que sentía, de mantener su compostura.

—¿Aquí? —repite, frunciendo el ceño. Sus ojos recorren mi rostro, como si quisiera descubrir más de lo que estoy dispuesta a decirle—. No lo esperaba.

—La vida no siempre resulta como la planeas —digo, encogiéndome de hombros. Mi respuesta es ambigua, y lo sé, pero no estoy lista para contarle todo. No ahora.

Sus labios se tensan en una pequeña línea, una mezcla de comprensión y curiosidad. Su mirada se suaviza y puedo ver que intenta comprender lo que ha pasado, pero no me presiona. En cambio, cambia el enfoque.

—Siempre pensé que estarías en una editorial —comenta, su tono es ligero, pero hay algo más escondido en sus palabras—. Ya sabes, traduciendo libros, escribiendo. Siempre te imaginé haciendo eso. Es lo que te gustaba.

Su comentario golpea una fibra sensible en mí. Sí, esa era la idea. Esa era la Brielle que todo el mundo conocía, la que destacaba en comunicación y soñaba con un futuro lleno de éxitos profesionales. Pero la realidad me había mostrado otra cara, seis entrevistas en diferentes editoriales y ninguna me ha llamado.

—Bueno, como te dije, las cosas no siempre salen como uno espera —murmuro, esbozando una sonrisa tensa, más para mí misma que para él. Mis dedos juegan nerviosamente con el borde del vaso frente a mí, como si esa simple acción pudiera mantener a raya los recuerdos amargos de los fracasos.

Damián me observa en silencio, y por un momento siento que sus ojos pueden ver más de lo que estoy dispuesta a mostrar. Pero él solo asiente, respetando la barrera invisible que he puesto entre nosotros.

—Sí, la vida da giros inesperados, —responde con suavidad, su voz cargada de una sinceridad que no esperaba.

Nuestros ojos se encuentran de nuevo, y por un instante, el tiempo parece detenerse. No sé qué es lo que espero que ocurra, pero la tensión entre nosotros es palpable, casi tangible. Y entonces, su expresión cambia.

—¿Y tú? —pregunto, con un intento desesperado de desviar la conversación. Necesito salir de esta incomodidad, tomar el control por un momento—. ¿Cumpliste tu sueño de volar?

Sus ojos se iluminan con esa chispa que recuerdo bien. La pasión por volar siempre lo definió, incluso en los momentos más oscuros. Es como si solo al mencionar el vuelo, parte de la presión entre nosotros se aliviara.

—Sí, lo hice —responde, con una sonrisa auténtica—. Trabajo para una aerolínea importante ahora. Me encanta... es todo lo que siempre quise. Estar ahí, en lo alto, viendo el sol salir desde el otro lado del mundo... no lo cambiaría por nada.

Mis labios se curvan en una sonrisa genuina esta vez, y no puedo evitar sentir una calidez por él. A pesar de todo, me alegra saber que ha conseguido lo que siempre quiso.

—Me alegro mucho por ti, Damián —digo, y lo siento. Parte de mí siempre supo que, si alguien podía cumplir sus sueños, era él.

Nos quedamos en silencio por un momento, y de repente todo el ruido del bar parece desaparecer. Solo estamos él y yo, dos personas con un pasado compartido que se encuentran en un cruce inesperado.

—Han pasado muchos años, Brielle —susurra, su voz apenas audible entre el ruido de fondo.

—Sí... lo han sido, —respondo, jugueteando con el borde del vaso mientras mi mente viaja a los recuerdos, a los momentos que creí haber superado, pero que ahora parecen más vivos que nunca.

Él me mira con intensidad, y sé que lo siente también. Hay algo entre nosotros que aún no se ha desvanecido, algo que no hemos terminado de entender. Antes de que pueda decir algo más, él rompe el silencio.

—Me alegra verte —admite, y sus palabras caen con un peso que no esperaba. Hay una honestidad en su voz que me desarma.

Mi corazón da un vuelco, pero no quiero dejarme llevar por esa sensación. No puedo. No ahora.

—Tengo que volver al trabajo —murmuro, buscando una excusa para escapar de la intensidad del momento. Necesito tiempo, espacio para procesar lo que acaba de pasar.

Damián asiente, sus ojos siguen los míos por un segundo más, como si buscara algo, alguna señal de que este encuentro no ha sido solo un accidente.

—Claro —responde finalmente, aunque en su tono hay algo más, algo que no está dispuesto a decir en voz alta.

Aparto la mirada rápidamente, sintiendo cómo el peso de sus ojos sobre mí comienza a desmoronarme. Mis manos se deslizan torpemente sobre los vasos detrás de la barra, buscando alguna excusa para mantenerme ocupada, pero mis pensamientos están desordenados, atrapados en un torbellino de recuerdos. ¿Cómo llegamos aquí? ¿Cómo es posible que después de tanto tiempo, de tantos años, una simple mirada suya me afecte tanto?

Damián no dice nada por unos segundos, pero noto cómo sus dedos rozan la barra, su postura relajada, aunque su rostro refleja una seriedad que no había visto antes.

—¿A qué hora sales? —su voz rompe el silencio de manera inesperada. La pregunta me toma por sorpresa, como un golpe bajo que no vi venir. Es una pregunta sencilla, incluso inocente, pero su tono está cargado de una intensidad que me desarma.

Mi corazón da un vuelco inesperado. No esperaba esa pregunta. Una parte de mí quiere ignorarlo, fingir que no escuché, pero otra parte, esa parte que aún guarda los restos de lo que una vez sentí.

—A las tres —contesto antes de darme cuenta de lo que estoy diciendo. Maldición.

Por un momento, el silencio se instala entre nosotros, pesado y denso, como si cada palabra no dicha hubiera llenado el espacio. Damián me mira fijamente, sus labios formando una pequeña sonrisa que no alcanza a sus ojos, pero que aun así me provoca un nudo en el estómago.

—Nos vemos, Brielle —dice finalmente, su tono tranquilo, pero con algo más debajo de la superficie.

Se aleja de la barra, llevándose su vaso y el de sus amigos, sin prisa, como si supiera que volvería a verme. Lo observo mientras se mezcla con la multitud, su espalda erguida, sus hombros anchos moviéndose con esa misma seguridad que siempre he admirado en él. Pero hay algo en su andar, algo más lento, más cargado de significado, que me deja inquieta.

Suspiro, intentando concentrarme en el trabajo, pero cada cliente que atiendo, cada vaso que lleno, parece empujarme de vuelta a ese breve intercambio. Mis manos se mueven por inercia, pero mi mente está lejos, atrapada en los ecos de una conversación que no termina de desaparecer.

El reloj marca las tres de la mañana cuando finalmente las luces se encienden y la música se detiene. El bar comienza a vaciarse, dejando solo un eco de lo que fue hace unas horas. Zoe y yo limpiamos en silencio, y aunque ella intenta mantener la conversación ligera, mis respuestas se reducen a monosílabos. Mi mente sigue reviviendo los recuerdos que Damián despertó con tan solo una mirada. Hace ocho años, su sonrisa podía iluminar todo un día para mí. Y su risa... su risa siempre me hacía sentir como si todo lo malo del mundo fuera irrelevante. Pero ahora, lo que antes era comodidad se ha convertido en un enigma incómodo, uno que no sé si quiero resolver.

Finalmente, Zoe se despide, y el eco de sus pasos se desvanece en el silencio de la madrugada. Me quedo sola en el bar por unos minutos más, dejando que el lugar vacío me dé el respiro que tanto necesito. Tomo una bocanada de aire, mis dedos rozando la barra mientras repaso cada rincón en busca de algún sentido en todo esto.

Damián y yo. Ocho años. Un amor que, aunque joven, fue lo más auténtico que he vivido. Y ahora... ahora somos casi desconocidos, pero con demasiados recuerdos compartidos entre nosotros.

Cierro los ojos, sintiendo la frialdad de la barra bajo mis manos, intentando que el peso de la nostalgia no me arrastre de nuevo. Damián no apareció otra vez esta noche, pero su sombra se quedó conmigo, como una presencia que no puedo sacudir. Y no sé si quiero hacerlo.

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Espero que hayan disfrutado del capítulo 💖

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¡Nos vemos en el próximo capítulo! ✨ 

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