CAPÍTULO 29
DAMIÁN
Cuando ella sube al coche, no puedo evitar mirarla de reojo. Está preciosa, pero es más que eso. Hay algo en la manera en que se mueve, en su energía, que me tiene completamente atrapado. El cárdigan blanco que lleva apenas deja entrever el encaje de su bralette, y aunque intento no pensar demasiado en ello, es imposible no hacerlo. La ligera caída de la tela sobre su hombro... todo parece intencionado, aunque sé que ella lo hace con esa naturalidad que la hace tan irresistible.
Arranco el coche y trato de mantener la conversación ligera, aunque la tensión en el aire es innegable.
—¿Lista para perder en el billar? —le pregunto, lanzándole una sonrisa de lado.
Ella me mira, divertida, y cruza los brazos. Juguetona. Malditamente atractiva.
—Nunca dije que iba a perder. Solo que no sé jugar. Hay una gran diferencia —responde con ese tono que me encanta, como si ya estuviera desafiándome, pero de una forma suave, casi coqueta.
Río bajo, una risa profunda, y la veo sonreír de nuevo. Hay algo en su sonrisa que siempre me ha desarmado, y lo sabe. Lo sabe muy bien.
—Bueno, te prometo que seré un buen maestro... aunque no puedo prometer que no te distraiga un poco en el proceso —le digo, dejando caer el doble sentido sin esfuerzo, disfrutando del juego.
Ella muerde su labio inferior sin siquiera darse cuenta. Joder, esa mirada. Por un segundo, me pregunto si ella sabe lo que provoca en mí cada vez que hace algo tan pequeño como eso. Pero cuando nuestras miradas se encuentran, sé que lo sabe. Su rubor la delata, pero es el tipo de rubor que solo hace que la atracción aumente entre nosotros.
La conversación fluye fácilmente mientras nos dirigimos al lugar. Las luces de la ciudad parpadean a nuestro alrededor, pero yo solo puedo pensar en lo cerca que estaremos esta noche. En la oportunidad perfecta para... bueno, para dejar que esa tensión, que lleva tiempo acumulándose entre nosotros, llegue a su punto de ebullición.
Cuando llegamos al bar de billar, el ambiente es relajado, con el sonido de bolas chocando y risas de fondo. El lugar es pequeño y acogedor, con luces tenues y una mesa de billar en una esquina. Perfecto para lo que tengo en mente. Nos acercamos a la mesa, y ella me mira con esa mezcla de curiosidad y diversión. No sabe lo que le espera.
—Entonces, ¿lista para tu primera lección? —le pregunto, recogiendo un taco de billar mientras me apoyo casualmente contra la mesa.
—No sé si estoy lista para perder —me responde, medio en broma, pero su sonrisa es suficiente para que mi corazón se acelere.
Le entrego el taco y, al hacerlo, nuestras manos se rozan por un segundo. Un segundo demasiado largo. El contacto me envía una descarga que casi me hace olvidar cómo se juega al billar. Es increíble lo fácil que me afecta. Intento mantener el control.
—Agarra aquí, —le indico, colocando mis manos sobre las suyas, mi voz más baja de lo que esperaba.
La rodeo con mis brazos, colocando mis manos sobre las suyas. Puedo sentir la calidez de su cuerpo a través de la delgada tela del cárdigan y me doy cuenta de lo cerca que estamos. Más de lo que debería ser, pero ninguno de los dos parece dispuesto a romper esa distancia. Le ajusto el agarre en el taco y sus dedos se tensan ligeramente bajo los míos.
—Debes relajarte un poco —murmuro cerca de su oído, mi voz baja. Siento cómo se estremece ligeramente y sé que mi cercanía está logrando exactamente lo que quiero.
Mis manos siguen sobre las suyas mientras la ayudo a alinearse con la bola. Estoy tan cerca que puedo oler el aroma de vainilla y jazmín que lleva puesto, un aroma que me tiene completamente distraído. Inhalo profundamente, tratando de mantener la compostura, pero cada segundo que paso tan cerca de ella se vuelve más difícil ignorar lo que realmente quiero hacer.
Ella gira un poco la cabeza hacia mí, y por un momento, nuestras miradas se cruzan. No hay necesidad de palabras. La tensión está ahí, palpable, densa. Mi mano baja lentamente hacia su cintura, apenas tocándola, pero es suficiente para que sus labios se entreabran y su respiración se vuelva más rápida.
—Bien, ahora inclínate —digo, mi voz un poco más ronca de lo que pretendía. Mis dedos están en su cintura, guiándola, pero es mucho más que una simple indicación de cómo jugar. El movimiento la acerca más a mí, y siento cómo sus caderas rozan las mías, provocando una reacción inmediata en mi cuerpo.
Se inclina sobre la mesa, y yo sigo su movimiento, inclinándome con ella. Mi pecho casi roza su espalda, y mi respiración se vuelve más pesada cuando ella mueve la cabeza, ligeramente, lo justo para que nuestras miradas se crucen de nuevo. Por un segundo, todo desaparece, excepto nosotros dos y el espacio minúsculo que hay entre nuestros cuerpos.
—¿Así está bien? —pregunta, su voz suave, pero sé que ella también siente lo mismo.
—Perfecto —respondo, mi voz apenas un susurro. Estoy tan cerca que mis labios casi rozan su cuello. Me estoy perdiendo en su cercanía, en el calor de su cuerpo que me envuelve.
Le muestro cómo mover el taco, pero la verdad es que apenas estoy prestando atención. Mi mente está en el lugar equivocado. Mis manos quieren explorar más allá de las reglas del juego. Quiero saber qué pasaría si simplemente me inclinara un poco más y la besara, si dejara de fingir que esto es solo una lección de billar.
Ella tira, y la bola rueda por la mesa, pero ni siquiera me fijo en si entró o no. Mi mirada está fija en ella, en la forma en que sus labios se curvan en una pequeña sonrisa, como si supiera perfectamente lo que está haciendo conmigo.
Me alejo un poco, lo justo para que respire, pero no lo suficiente para que se rompa la conexión. El espacio entre nosotros es eléctrico, cargado de todo lo que hemos evitado decir hasta ahora.
—No está mal para ser tu primera vez —comento, tratando de sonar despreocupado, pero la verdad es que apenas puedo controlar mi respiración.
Nuestras miradas se conectan, y sé que este es el momento en que uno de los dos tiene que ceder. Siento que su respiración se acelera, y sus labios se separan un poco, como si estuviera a punto de decir algo, pero se detiene. El silencio entre nosotros se hace más pesado, más denso.
Cuando Brielle finalmente empieza a tomarle el ritmo al juego, puedo ver el cambio en su actitud. Al principio era torpe, pero ahora sus movimientos son más seguros, más fluidos. Su cuerpo se inclina con confianza sobre la mesa, y, a pesar de que trato de concentrarme en el juego, me resulta imposible no fijarme en cada pequeño detalle. La curva de su espalda, el movimiento sutil de sus caderas cuando se prepara para golpear la bola. Estoy intentando mantener la compostura, pero la tensión entre nosotros es palpable, más fuerte con cada minuto que pasa.
—Creo que ya le agarraste el ritmo —le digo, dándole un vistazo rápido mientras preparo mi siguiente tiro.
—Tal vez solo me hacía la tonta —responde, cruzando los brazos y levantando una ceja en un gesto desafiante.
—¿Ah, sí? Entonces parece que será un juego más interesante de lo que pensé.
Me acerco a ella, mis pasos lentos y deliberados, el taco colgando casualmente entre mis manos. Noto cómo su mirada sigue cada uno de mis movimientos, sus ojos brillando con una mezcla de expectación y diversión. Dejo el taco sobre la mesa y me inclino hacia ella, lo suficiente para que nuestras miradas se crucen, para que sienta mi cercanía de nuevo.
—¿Qué te parece si hacemos esto más... interesante? —sugiero, mi voz baja y cargada de insinuación.
—¿Más interesante? —pregunta, su tono coqueto, pero hay un destello de curiosidad genuina detrás de su sonrisa.
—Una apuesta. —Dejo caer las palabras con calma, observando su reacción. —Si yo gano, me das un beso.
Por un segundo, veo cómo sus labios se abren en una pequeña exclamación de sorpresa, pero se recupera rápido. Sus ojos se estrechan, analizándome, tratando de leer si realmente estoy hablando en serio. Pero claro que lo estoy. Esto es solo un juego, después de todo. Un juego en el que ambos sabemos que estamos arriesgando mucho más que un simple beso.
—¿Y si yo gano? —pregunta, ladeando la cabeza mientras me mira de manera desafiante.
—No sé... —me encojo de hombros, fingiendo desinterés— dime tú.
La observo morderse el labio, su mente claramente trabajando rápido, pero no parece decidirse por nada. Se ríe, sacudiendo la cabeza mientras sus dedos juegan con el borde del taco.
—No se me ocurre nada ahora —dice, mirándome a los ojos, sus palabras llenas de esa chispa que me tiene completamente enganchado. —Pero cuando gane, te lo diré.
—¿Confías tanto en ganar? —pregunto, una sonrisa retadora cruzando mis labios.
Ella me mira con una confianza inesperada. Algo ha cambiado en ella. La chispa de competitividad en sus ojos me hace sentir que quizás me lo pondrá más difícil de lo que esperaba. Se acerca a la mesa con determinación, alineándose para su próximo tiro.
—No subestimes a una novata —responde con un guiño antes de hacer su jugada.
El taco golpea la bola con precisión, enviándola a rodar hacia la esquina de la mesa y cayendo en el agujero con un suave clink. Lo hizo. Un tiro limpio. No puedo evitar sonreír mientras ella se endereza, orgullosa de su hazaña.
—Mira quién está mejorando —comento, intentando mantener la compostura, pero por dentro, la idea de que puede ganar esta partida me hace sentir esa mezcla de ansiedad y emoción.
El juego sigue, pero con cada tiro que hacemos, la tensión entre nosotros aumenta. Nos acercamos, reímos, pero es ese tipo de risa que oculta algo más, algo que ambos sabemos pero aún no hemos dicho. Cada vez que sus manos rozan las mías, o cuando me inclino para corregir su postura, siento cómo su cuerpo responde, sutil, casi imperceptible. Pero lo noto. Y sé que ella también lo hace.
Llega su turno, y cuando se inclina para hacer un tiro complicado, mis ojos se deslizan sin control por su cuerpo. La forma en que la tela de su ropa se ciñe a su figura de una manera casi... tentadora. Joder. Mi mirada se desliza por su espalada hasta la curva de su trasero... maldita sea. Me esfuerzo por mantener la concentración en el juego, pero es inútil. Estoy distraído, completamente atrapado en ella, su cercanía, en el sutil roce de su piel cada vez que se acerca a mí. Todo lo que puedo pensar es en lo cerca que estamos, en cómo cada movimiento suyo parece diseñado para provocarme.
—Tu turno.
Ella me entrega el taco, una sonrisa que no puedo interpretar del todo en sus labios. La tomo, pero mis pensamientos ya no están en el juego. Están en ella. En nosotros. En lo que podría pasar si uno de los dos se atreve a dar el siguiente paso.
Tomo mi turno, golpeo dos bolas y las veo desaparecer en el agujero. Sonrío, sabiendo que voy ganando, pero el juego ya no me importa tanto. La miro de reojo, viendo cómo me observa, esos ojos que parecen retarme a cada segundo.
—¿Ya me vas a besar, o qué? —digo con una sonrisa burlona, pero mi tono es más profundo, cargado de algo más.
Ella se ríe, pero es un sonido suave, casi nervioso. Se muerde el labio, algo que me vuelve loco.
—Todavía no has ganado —responde, aunque la forma en que lo dice, casi como un susurro, me hace pensar que tal vez ella tampoco está tan segura de querer seguir jugando.
Me acerco lentamente, con una seguridad que siento crecer con cada paso. Dejo el taco a un lado y me inclino ligeramente hacia ella. La quiero cerca. Muy cerca.
—Eso es discutible —murmuro, bajando la voz, notando cómo su respiración se acelera apenas un poco. Coloco una mano en su cintura, sintiendo el calor de su piel bajo la tela, y la acerco hacia mí, no lo suficiente para tocar, pero lo justo para sentir el deseo que vibra entre los dos. —Pero... si quieres esperar hasta que gane, no tengo problema.
Mis palabras son una promesa, pero no solo sobre el juego. Su mirada se encuentra con la mía, y por un momento todo a nuestro alrededor parece desvanecerse. Esos ojos oscuros que ahora me observan con una mezcla de desafío y deseo son todo lo que necesito para saber que estamos cruzando una línea peligrosa.
—¿Ah, sí? —responde, su voz más baja, casi un susurro, pero aún con esa chispa competitiva.
Mis manos encuentran su cintura sin pedir permiso, deslizándose con una mezcla de suavidad y firmeza, como si estuviera reclamando un espacio que me ha estado esperando. Siento cómo su cuerpo reacciona, su respiración se vuelve más entrecortada, pero no se aparta. Al contrario, se inclina un poco más hacia mí, como si el juego ya no importara tanto, como si ambos estuviéramos listos para algo más. El roce de su piel bajo mis dedos despierta en mí un hambre que llevo conteniendo desde hace demasiado tiempo.
—Todavía puedes sorprenderme —digo, mi boca peligrosamente cerca de su oído.
Siento el estremecimiento que recorre su cuerpo cuando mis labios rozan apenas la curva de su cuello. Su respuesta es una risa suave, cargada de nervios y deseo, y esa mezcla me enciende más de lo que debería.
—Cuidado con lo que pides —susurra, retándome. Sus palabras tienen una sensualidad inesperada, como si en este momento ella también estuviera jugando con fuego, sabiendo que podría quemarse.
Me separo apenas lo suficiente para verla enderezarse, preparándose para su siguiente tiro. El ambiente en la sala parece comprimirse, el aire más espeso, como si cada movimiento estuviera cargado de una intención velada. Brielle se inclina sobre la mesa. Mis ojos la siguen sin poder evitarlo, deteniéndose en esos detalles que siempre he intentado ignorar toda la noche.
Se prepara para el tiro, y me acerco, colocándome justo detrás de ella, inclinándome lo suficiente como para sentir el calor de su cuerpo contra el mío. Mis manos encuentran su cintura nuevamente, esta vez con más confianza, más posesión.
—Relájate —murmuro cerca de su oído, mis labios apenas rozando la piel de su cuello.
Siento cómo su respiración se entrecorta, cómo sus dedos se tensan alrededor del taco, pero no se aparta. Al contrario, se inclina un poco más hacia mí, permitiendo que mis manos guíen sus movimientos mientras su cuerpo se adapta al mío, como si estuviéramos jugando un juego completamente diferente ahora. El roce de su trasero contra mis caderas despierta algo más primitivo dentro de mí, y me esfuerzo por contenerme.
Ella tira, y la bola rueda, pero en ese momento ni ella ni yo estamos pensando en el juego.
Me aparto lo justo para dejarla moverse, pero sigo lo suficientemente cerca como para sentir su calor. Cuando se endereza, nuestras miradas se encuentran, y esa chispa entre nosotros se enciende aún más fuerte, casi tangible.
—Nada mal —murmuro, con una sonrisa que intenta disfrazar el deseo que está latiendo justo debajo de la superficie.
Ella se ríe, pero su risa suena más nerviosa esta vez. Ambos sabemos lo que está ocurriendo aquí. La broma, el juego, todo ha sido una excusa para esto. Para esta tensión que hemos estado construyendo, para este momento donde la distancia entre nosotros es mínima y peligrosa.
—Tu turno —dice, pero su voz ya no suena tan firme.
Tomo el taco, pero mis pensamientos están muy lejos del juego ahora. Paso junto a ella, mi mano rozando la suya intencionalmente, un contacto breve, pero suficiente para mantener esa corriente eléctrica fluyendo entre nosotros. Me inclino para hacer el último tiro, y aunque acierto, apenas presto atención al resultado.
—Parece que he ganado —digo en un tono más bajo, mi voz grave y cargada de intención, mis ojos fijos en sus labios.
Doy un paso hacia ella, acortando la distancia entre nosotros hasta que puedo sentir su aliento rozar mis labios. Mis manos encuentran su cintura una vez más, pero esta vez no hay duda ni juego. Me inclino, acercando mi boca a la suya, pero deteniéndome a escasos centímetros, lo suficiente para que sienta la anticipación en cada fibra de su cuerpo.
—¿Y cuál era tu apuesta? —pregunta finalmente, su voz apenas un susurro, pero con una sensualidad que hace que todo mi cuerpo se encienda.
—Ya te lo dije —murmuro, mis labios rozando los suyos, tentadores, pero sin llegar a besarla aún—. Quiero ese beso.
Ella no se aparta, pero tampoco se mueve. Sus ojos están fijos en los míos, desafiantes, pero sé que está tan atrapada en este momento como yo. Y entonces, sin pensarlo más, cierro la distancia entre nosotros y la beso. El contacto es eléctrico, como si todo el aire que hemos estado compartiendo durante estos minutos finalmente estallara en un solo punto. Mis manos se aferran a su cintura, tirando de ella hacia mí, sintiendo cómo su cuerpo responde al mío con una urgencia que no puedo controlar.
El sabor de sus labios es dulce, adictivo, y me pierdo en el beso, dejando que toda la tensión que hemos estado acumulando encuentre su liberación. Siento su cuerpo presionarse contra el mío, y una oleada de deseo me atraviesa, llevándome a explorar su figura con mis manos. Mis dedos se deslizan por su cintura, sintiendo la suavidad de su piel, el roce de su ropa contra mi piel. La forma en que se aferra a mí, como si no quisiera dejarme ir, me envuelve en un torbellino de sensaciones.
La humedad de sus labios me invita a profundizar el beso, y no puedo resistir la tentación. Aumento la presión, empujando suavemente mi lengua hacia la suya, explorando con cautela, pero con el ansia de alguien que ha estado esperando esto demasiado tiempo. Su respuesta es inmediata, se inclina más cerca, abriendo su boca, dejándose llevar por la pasión que ahora nos consume.
—¿Ves? —susurro entre besos, mi voz resonando con un tono bajo y grave—. Ganar tiene sus recompensas.
Ella sonríe, pero hay un brillo en sus ojos que revela su desafío. Hay algo en su expresión que me hace querer más, explorar cada rincón de su ser, descubrir cada rincón de su mente.
—¿Nos vamos? —pregunta, mordiendo su labio inferior de una manera que hace que un escalofrío me recorra la espalda. La provocación en su gesto es casi insoportable.
La quiero. La necesito. Pero aún hay un hilo de juego en su voz, como si estuviera probando los límites de nuestra conexión.
—¿A dónde? —respondo, mi tono es burlón, casi desafiante, aunque por dentro estoy deseando dejar atrás este lugar, llevarla a mi apartamento, y perder el control.
Ella da un paso más cerca, su cuerpo presionándose contra el mío. La calor que irradia es embriagadora, y no puedo evitar notar cómo el roce de su piel contra la mía despierta cada centímetro de mi ser. En este instante, quiero olvidarme del juego y solo centrarme en ella.
—No sé. A tu casa...—dice, su voz apenas un susurro, pero el tono seguro que usa me da un vuelco en el estómago.
No puedo resistirme a esa invitación. La agarro de la mano, sintiendo su piel suave entre mis dedos, y sin pensarlo, la empujo hacia la salida, dejando atrás el bullicio de la sala de billar y el eco de las risas. Cada paso que damos está cargado de anticipación, el deseo pulsando entre nosotros como un latido que no podemos ignorar.
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¡Nos vemos en el próximo capítulo! ✨
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