CAPÍTULO 27
DAMIÁN
La alarma de mi móvil suena a las 4:30 AM, rompiendo el silencio del apartamento como una daga que corta la tranquilidad de la noche. Parpadeo, algo desorientado, intentando recordar dónde estoy. El suave peso a mi lado, el calor, la fragancia sutil de Brielle... todo encaja en un segundo. Me doy cuenta de que seguimos en el sofá, su cuerpo acurrucado contra el mío, nuestros brazos entrelazados de una forma que parece completamente natural, casi instintiva.
La alarma sigue sonando, pero no quiero moverme. No quiero romper este momento. Mi brazo está adormecido por la posición, pero la sensación de tenerla así, tan cerca, eclipsa cualquier incomodidad. Es jodidamente perfecto.
El ruido inevitablemente la despierta. Brielle se mueve ligeramente, su respiración se altera, y su voz emerge, suave y somnolienta.
—¿Damián? —susurra, su voz adormilada, como si todavía estuviera intentando aferrarse a los últimos vestigios del sueño.
La forma en que dice mi nombre hace que algo en mí se suavice. Bajo la mirada y la encuentro medio despierta, con los ojos entrecerrados y una expresión confundida, pero adorable. Intento apagar la alarma rápido, pero ya es tarde.
—Lo siento, no quería despertarte —le digo en voz baja, ajustándome un poco para que pueda incorporarse sin que ambos terminemos enredados en el sofá. Su cabello está desordenado, cayendo sobre su rostro de una forma que me hace sonreír.
Ella se sienta, frotándose los ojos como si estuviera luchando contra el sueño que la arrastra de nuevo. Sus labios se curvan en una sonrisa débil que me atrapa por un momento. Dios, es hermosa, pienso. Esa sonrisa, pequeña pero significativa, parece detener el tiempo.
—¿Tienes que volar? —me pregunta haciendo movimientos con su cuello.
Asiento, reprimiendo un suspiro. —Sí. Tengo que estar en el aeropuerto en menos de una hora. —La verdad suena más real de lo que me gustaría. La calidez de la noche se siente distante ahora que la rutina de siempre empieza a pesar en mis hombros.
Brielle me mira, sus ojos aún somnolientos, Ella asiente lentamente, su mirada se ilumina ligeramente, como si una idea le cruzara la mente. Su sonrisa, esa que me ha desarmado tantas veces, aparece de nuevo, esta vez un poco más amplia, genuina.
—¿Cómo es el amanecer allá arriba? —pregunta, su tono es suave, pero noto el brillo en sus ojos. Ella sabe lo que volar significa para mí, lo que me apasiona.
Sonrío. No puedo evitarlo. Muevo la cabeza ligeramente, mirándola fijamente. No puedo evitar sentir el orgullo en su voz, la manera en que su mirada se ilumina como si, de alguna manera, se alegrara por mí, por haber alcanzado lo que siempre quise.
—Es... —me detengo, buscando las palabras adecuadas— es diferente cada vez. Algunos días el cielo parece un lienzo infinito de colores. Otros, es tan claro que puedes ver todo el horizonte en un solo vistazo. Pero siempre hay algo diferente cada vez que... el sol rompe el cielo... que te hace sentir que todo está en su lugar. —Le digo la verdad, porque no puedo evitarlo. Volar es lo que más me apasiona, y ella sabe cómo tocar ese nervio en mí. Lo hizo entonces, y lo sigue haciendo ahora.
—Debe ser increíble. —Dice mientras su sonrisa se amplía un poco más. Puedo ver ese destello en sus ojos, ese orgullo que siente por mí. Lo leo en su expresión, en la manera en que me mira, como si, a pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros, siempre hubiera sabido que llegaría aquí. Ella siempre me alentó, me empujó a seguir adelante.
Y aquí estamos, después de todo ese tiempo. Después de una discusión hace unos días que terminó con los dos sacando a la superficie todo lo que habíamos guardado por años. Palabras que no debieron decirse, sentimientos que habían sido enterrados. Pero entre todo eso, hubo algo más. Un beso. Un maldito beso que reavivó lo que creíamos haber dejado atrás. O al menos, lo que intentábamos dejar.
Mis ojos se desvían hacia sus labios, como si por un instante olvidara todo lo demás. El recuerdo de ese beso todavía está fresco en mi mente. El calor, la intensidad, el deseo contenido por tanto tiempo. Me siento tentado, tan tentado de volver a inclinarme, de probar sus labios de nuevo.
—¿Cuántos días estarás fuera? — su voz me saca de mis pensamientos, y mis ojos vuelven a los suyos.
—Quince días—respondo.
—¿Tú... quieres que te despida en el aeropuerto? —pregunta, su voz suave, casi vacilante. La idea de que se quede atrás mientras yo vuelo me hace sentir un tirón en el corazón.
—No, no te preocupes. Puedes seguir durmiendo. —le respondo, intentando restar importancia a la situación. La verdad es que no puedo soportar la idea de que me vea partir. Aunque sean solo quince días... sería como revivir aquella despedida pero con un final distinto.
Ella frunce los labios, como si no estuviera del todo convencida, pero no insiste. Su mirada baja a sus manos y luego vuelve a encontrar la mía, como si buscara algo en mis ojos. La tensión entre nosotros se siente más palpable ahora. Es como si ambos estuviéramos al borde de algo, pero ninguno de los dos está listo para dar ese salto.
Me levanto, aunque cada fibra de mi cuerpo me grita que me quede, que alargue el momento, que ignore el reloj. Pero no puedo. Debo volar. Camino hacia el baño y cierro la puerta detrás de mí, apoyando las manos en el lavabo. Al levantar la vista, me enfrento a mi reflejo en el espejo: cansado, con ojeras marcadas, como si no hubiera dormido en días.
Me meto bajo la ducha, dejando que el agua caliente caiga sobre mí, tratando de despejar mi mente. Pero el calor no es suficiente. No puede borrar los pensamientos que giran sin control. Ocho años. Ocho jodidos años desde que éramos "nosotros". Brielle y yo, una pareja perfecta en su tiempo, y ahora, aquí estamos de nuevo, con sentimientos que resurgen como un incendio descontrolado.
Salgo de la ducha, me seco rápido y me visto. El uniforme de piloto se siente más ajustado de lo habitual, no porque no me quede bien, sino porque mi cuerpo está más tenso. Miro mi reflejo una última vez, mi traje impecable, mi pelo cuidadosamente peinado. Parezco listo para volar, pero por dentro, estoy todo menos eso.
Cuando vuelvo a la sala, veo a Brielle sentada en una de las sillas de la cocina, con los antebrazos apoyados en la encimera y la mirada perdida en su móvil. El aroma a café recién hecho llena el aire, envolviendo el ambiente con un calor familiar. Me detengo en el umbral por un momento, observándola. Hay algo en su postura, en la forma en que su ceño está ligeramente fruncido, que me hace saber que está lejos de estar tranquila.
Camino hacia la cafetera, mis pasos resuenan en el pasillo. Casi inmediatamente, ella alza la vista, sus ojos se clavan en mí con una intensidad que me deja sin aire. Me examina de arriba abajo, recorriendo cada detalle de mi uniforme, y el aire entre nosotros se vuelve denso. No me dice nada, pero su mirada lo dice todo. El silencio es espeso, casi palpable.
—¿Qué? —pregunto, una sonrisa torcida asomando en mis labios.
Brielle parpadea, como si despertara de un trance. —Nada —responde, aunque su tono la traiciona. Hay algo más en su voz, algo que no puede ocultar por completo. Sus dedos juegan nerviosamente con el borde de su taza de café, como si intentara distraerse de lo que realmente está sintiendo.
Me acerco a la cafetera, sirvo una taza para mí, y me inclino contra la encimera frente a ella, mis ojos fijos en los suyos. No puedo dejar de mirarla, como si en cualquier momento pudiera desvanecerse. La luz suave de la mañana la baña, resaltando los pequeños detalles de su rostro, la curva de sus labios, los mechones de cabello desordenado que caen sobre su frente.
—¿Café? —comento, alzando una ceja con una sonrisa en el rostro. —Eso no es muy londinense de tu parte.
Brielle ríe suavemente, su risa es baja pero cálida, llenando el pequeño espacio entre nosotros. Sus ojos se suavizan y noto cómo se inclina un poco hacia mí, como si, inconscientemente, quisiera acercarse más.
—Ya sabes que no me gusta el té —responde, mirándome con ese brillo en los ojos que siempre me ha gustado. —Nunca entendí esa obsesión británica.
—Lo sé, lo sé. Siempre fuiste una traidora a tu patria en ese aspecto —bromeo, llevándome la taza a los labios y tomando un sorbo.
Nos quedamos en silencio por unos segundos, pero es un silencio cargado. Su mirada vuelve a caer sobre mi uniforme, sus ojos recorriendo cada pliegue, cada detalle. Puedo sentir su atención sobre mí, como un calor tangible, y a pesar de mi intento de mantenerme relajado, no puedo evitar que su intensidad me afecte. Cada centímetro de mi piel está en alerta, consciente de lo cerca que estamos el uno del otro.
—Te queda bien —dice finalmente, sus palabras rompiendo la tensión, pero solo un poco. —Me gusta cómo te ves con ese uniforme.
La manera en que lo dice me desarma. No es solo un cumplido. Es mucho más. La tensión entre nosotros parece aumentar, y no puedo evitar acercarme un poco más, mis manos apoyándose en la encimera, mis ojos fijos en los suyos.
—¿Ah, sí? —bromeo, inclinándome un poco hacia ella. —¿Es el uniforme lo que te gusta, o el piloto que lo lleva?
Ella se muerde el labio, un gesto que siempre me vuelve loco. Su mirada baja a mis labios, solo un segundo, antes de volver a encontrarse con la mía. Y en ese instante, el aire entre nosotros se electrifica. Todo en mí grita por acercarme más, por borrar el espacio entre nosotros. La deseo. No, no solo eso. Siento esa conexión, esa historia que compartimos, todo lo que no hemos dicho y todo lo que hemos intentado olvidar.
—Brielle...
Pero justo cuando estoy a punto de acercarme más, mi móvil vibra en la encimera, interrumpiendo el momento. Ambos nos tensamos. El hechizo se rompe de golpe.
Ella aparta la mirada rápidamente, llevándose la taza de café a los labios, pero noto el leve temblor en su mano. Es casi imperceptible, pero lo noto. Ella también lo siente. Esa misma tensión que me consume.
Maldigo internamente mientras saco el móvil. Es un mensaje: el coche que viene a recogerme ha llegado. El tiempo, como siempre, no está de nuestro lado.
Doy un paso atrás, luchando contra ese impulso de quedarme cerca de ella. Tengo que irme, pero lo último que quiero es dejar este momento.
—Tengo que irme —digo, mi voz más firme de lo que me siento.
Ella asiente lentamente, sus ojos ahora fijos en su taza de café. El silencio entre nosotros es pesado, pero no incómodo. Está lleno de todo lo que no estamos diciendo, de todo lo que aún queda por resolver.
—Cuando vuelva, saldremos a celebrar tu cumpleaños —le digo, buscando una excusa para no dejar que esto termine aquí.
Brielle me mira de nuevo, y en sus ojos veo algo que no se atreve a decir en voz alta. —Vale —responde, su tono suave, pero cargado de promesas.
Me inclino hacia ella, casi por instinto, y deposito un beso en su mejilla. Un gesto que debería ser inocente, pero que no lo es. Siento su piel bajo mis labios, y por un segundo, me quedo ahí, tentado a desviar ese beso hacia sus labios. Podría hacerlo, sería tan fácil...
Pero me detengo. No ahora. No hoy. No quiero besarla y luego no verla por quince días.
Me aparto lentamente, pero la intensidad en su mirada me sigue atrapando. Ambos lo sabemos. Lo que sea que está ocurriendo entre nosotros no se irá tan fácilmente.
—Nos vemos cuando vuelvas —dice, y sus palabras suenan como una promesa. Una que ambos deseamos que se cumpla, aunque no sepamos si estamos listos para lo que eso significaría.
Salgo del apartamento, con cada paso alejándome de ella, pero con la sensación de que estoy dejando algo crucial atrás.
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