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CAPÍTULO 26

BRIELLE

Deambulo sin rumbo fijo por las calles, mis pies llevan la delantera, pero mi mente sigue atrapada en la discusión que acabo de dejar atrás. Pienso en las palabras de mi madre, en la decepción y la frustración que siento. ¿Cómo se atreve a defenderlo? Siento que todo a mi alrededor se desmorona, y no sé a dónde ir. Busco un refugio, un lugar donde la presión en mi pecho pueda desvanecerse, pero todo se siente distante, como si estuviera viendo la vida a través de una ventana empañada.

Mientras camino, miro a los transeúntes. Algunos sonríen, otros hablan animadamente. Un niño ríe, corriendo detrás de una pelota, y por un instante, me detengo a observarlo, deseando poder volver a esos momentos simples y felices. Pero mi propia risa parece tan lejana, como una melodía que se ha perdido en el tiempo.

Sin saber por qué, mis pasos me llevan hacia el edificio de Damián. La familiaridad de la estructura me atrapa, y antes de darme cuenta, me encuentro cruzando la entrada. El portero me mira con curiosidad, y le devuelvo una sonrisa que no llega a mis ojos.

—Buenas noches, señorita —dice, reconociéndome. Me gusta que me conozca. Al menos aquí hay una parte de mi vida que no se ha enredado en este caos.

—Hola —respondo, mi voz suena casi un susurro, como si las palabras estuvieran demasiado pesadas para salir.

Camino hacia el ascensor, y el viaje hasta el piso de Damián es una mezcla de ansiedad y anticipación. Mis pensamientos giran en torno a la situación. ¿Por qué estoy aquí y no con Jake? La pregunta me atormenta. ¿Es que realmente busco consuelo en Damián?

El ascensor se detiene, y el sonido de las puertas abriéndose resuena en mis oídos. Me encuentro frente a su puerta, y el nudo en mi estómago se aprieta. Quiero girar sobre mis talones y huir, pero algo me detiene. Quizás sea la necesidad de enfrentar a alguien que realmente entienda el peso de la vida. No sé qué espero encontrar, pero no puedo darme el lujo de dar marcha atrás ahora.

Con una mano temblorosa, toco el timbre. Suena agudo y claro, como un llamado a la acción. Espero, sintiendo cómo el pulso late en mis sienes, cada segundo se siente como una eternidad. Me cuestiono si debiese haber ido a casa o tal vez a buscar a Jake. Pero la verdad es que no quiero estar en ningún otro lugar que no sea aquí, incluso si eso significa enfrentar el torbellino de emociones que me atormentan.

Finalmente, la puerta se abre lentamente, y allí está Damián, parado en el umbral. Mis ojos recorren su rostro, buscando alguna señal de cómo se siente al verme. Él parece sorprendido, su expresión cambia rápidamente de confusión a preocupación. Estoy segura de que no esperaba encontrarme aquí, y tampoco yo lo había planeado.

—¿Estás bien? —pregunta, su voz baja y suave, y no puedo evitar sentir un alivio momentáneo al escuchar su preocupación.

No sé cómo responder. La verdad es que estoy lejos de estar bien. Su mirada se fija en mí, y en sus ojos veo una mezcla de asombro y algo más profundo, un anhelo casi palpable. Su cuerpo está ligeramente inclinado hacia mí, como si estuviera preparado para dar un paso adelante o retroceder.

—Lo siento, no sabía a dónde más ir —susurro, sintiendo que cada palabra que pronuncio pesa como una losa de piedra. Hay un quiebre en mi voz, y lo noto, porque su expresión cambia sutilmente, como si algo dentro de él también se desmoronara.

Damián frunce el ceño, su preocupación se convierte en algo más tangible. Da un paso hacia mí, la tensión en el aire se intensifica, y puedo sentir cómo mi corazón late más rápido. Hay algo en su presencia que me hace sentir segura, a pesar de todo el caos. Mis manos están frías, y me las froto nerviosamente, buscando una conexión con él que me ayude a calmar el torbellino en mi interior.

—¿Quieres entrar? —me pregunta, abriendo la puerta un poco más y gesticulando con la mano, como si me estuviera invitando a cruzar un umbral no solo físico, sino emocional.

Asiento con la cabeza, incapaz de articular palabras. La mirada de Damián se mantiene fija en mí, y puedo notar cómo su respiración se vuelve más profunda, como si estuviera intentando calmarse también. Al entrar, la luz suave y cálida del apartamento me envuelve, contrastando con la frialdad de la noche.

Me quedo de pie en el umbral, sintiendo el peso de su mirada sobre mí. Él se mueve, cerrando la puerta detrás de mí con un clic suave, como si sellara el mundo exterior. Damián se queda a unos pasos, guarda sus manos en los bolsillos de su sudadera, su expresión oscila entre la preocupación y una especie de curiosidad intensa. No puedo evitar notar cómo la luz resalta sus rasgos, haciendo que sus ojos parezcan aún más oscuros y profundos.

—¿Estás bien? —pregunta de nuevo, su voz es un susurro que flota en el silencio envolvente de la habitación.

Mi mirada baja a mis manos, las veo temblar mientras trato de contenerme. Hay algo devastadoramente frágil en este momento, algo que no puedo poner en palabras. Nunca pensé que estaría aquí, buscando refugio en él. Es irónico, considerando todo lo que ha pasado entre nosotros.

—No lo sé —murmuro, y mi voz suena rota, como si cada palabra se resquebrajara al salir. El silencio que sigue es pesado, casi opresivo, lleno de todo lo que no decimos pero sentimos. Lo miro de reojo, notando cómo su expresión cambia. Sus ojos ya no son solo de preocupación, hay algo más, algo que lo desarma.

Damián da un paso hacia mí, su respiración es más lenta, controlada, como si estuviera lidiando con sus propios impulsos. Sus labios se mueven, pero no dice nada. Solo me mira. Él quiere abrazarme, lo siento en la tensión de su cuerpo, pero ambos nos contenemos.

—Toma asiento... —susurra finalmente, su voz cargada de emociones contenidas—. ¿Te gustaría algo de beber?

Sus palabras suenan casi ajenas a la atmósfera que nos rodea, como si ambos intentáramos aferrarnos a la normalidad mientras el mundo a nuestro alrededor se tambalea. Asiento, aunque mi mente está en otro lugar.

—Agua estaría bien, gracias —respondo, aunque noto el ligero temblor en mi voz. Él lo nota también, pero no dice nada, solo asiente y se dirige a la cocina. Su espalda recta, los hombros tensos.

Él se dirige a la cocina, y mientras lo hace, aprovecho para mirar a mi alrededor. Una imagen en particular llama mi atención: él y un grupo de amigos en una playa, todos sonriendo, despreocupados, la luz del sol iluminando sus rostros. Una punzada de nostalgia me atraviesa al pensar en momentos así, en la simplicidad de ser feliz sin las cargas emocionales que me abruman ahora.

Damián regresa con un vaso de agua, y al extenderlo hacia mí, nuestras manos se rozan ligeramente. La conexión eléctrica me recorre como un rayo, y en ese breve contacto, el mundo exterior se desvanece. Me pierdo en sus ojos por un segundo, y en ese instante, todo lo que estaba afuera, todos mis problemas, se desvanecen. Se sienta frente a mí, sus rodillas rozan las mías en un gesto tan sutil que no sé si es intencional o no. Pero el roce, aunque leve, me ancla. Mis manos juegan torpemente con el vaso de agua que me ha dado, trazando pequeños círculos en el borde mientras trato de organizar mis pensamientos. Él no me presiona, simplemente me observa, con esa intensidad que parece atravesarme, como si ya supiera lo que voy a decir antes de que yo misma lo sepa.

Respiro hondo, pero el aire no parece alcanzar mis pulmones. Mis dedos aprietan el vaso un poco más fuerte. No quiero derrumbarme aquí. No hoy. Y sin embargo, aquí estoy, en su apartamento, el día de mi cumpleaños, en lugar de estar celebrando con mis hermanos y madre.

—Hoy... no salió como esperaba —susurro, y la fragilidad en mi voz me sorprende. Mis palabras suenan vacías, insignificantes en comparación con todo el peso que llevo encima. Cierro los ojos un momento, tratando de calmar el torbellino en mi pecho. —Discutí... con mi madre.

No necesito decir más, al menos no de inmediato. Damián no me interrumpe. Solo me mira, su silencio no es incómodo, sino una invitación a seguir, a desahogarme. Y es esa paciencia la que me desarma.

—Ella... sigue defendiéndolo —digo, mi voz más rota de lo que esperaba. Las palabras salen a trompicones, como si estuvieran arañando mi garganta al salir. —No puedo entenderlo. Después de todo lo que hizo, ella sigue queriendo que lo perdone.

Mi garganta se cierra, y siento el ardor familiar en los ojos, ese que anuncia lágrimas inminentes. Pero me niego a llorar, no delante de él. No otra vez.

Damián se inclina ligeramente hacia adelante, sus codos apoyados en las rodillas. Está atento, no de una manera curiosa, sino de una forma que me hace sentir que todo lo que digo importa. Sus ojos reflejan una empatía que no esperaba, y eso me desarma aún más.

—¿Perdonarlo...? —repito, mi voz teñida de incredulidad y rabia contenida—. Después de todo lo que hizo, de lo que nos hizo...

El dolor me golpea con una fuerza brutal. Mi padre, la corrupción, el escándalo que me arrancó de todo lo que conocía. La habitación parece encogerse, o tal vez soy yo la que se encoge bajo el peso de mis propias palabras.

Damián asiente lentamente, su rostro permanece neutral, pero sus ojos me dicen que está procesando cada palabra, aunque no conoce toda la historia. Pero no necesita saberlo todo para ofrecer consuelo.

—A veces... las personas no saben lo que necesitamos, aunque piensen que sí —dice, su voz es suave, cálida, como un bálsamo que alivia una herida. —No tienes que tomar una decisión ahora, Brielle. Está bien sentir lo que sientes. Está bien no saber qué hacer.

Su sinceridad me desarma. Trato de mantenerme firme, pero las lágrimas me traicionan, y siento cómo mis ojos se llenan. Parpadeo rápido, mirando al techo, intentando evitar que caigan, pero no lo logro. Las lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas en un silencio ensordecedor.

Damián se mueve con una lentitud calculada, como si temiera romper algo frágil, y entonces me envuelve en un abrazo. Su brazo fuerte me rodea, y mi cabeza descansa en su hombro, mientras su otra mano acaricia suavemente mi espalda. Es un contacto electrizante, pero no es solo el calor de su cuerpo lo que siento, sino algo más profundo. Me sostiene con una ternura que no esperaba, y eso es lo que finalmente me rompe del todo.

—Lo siento... —murmuro contra su pecho, aunque no sé exactamente por qué me disculpo. Por ser vulnerable, por estar aquí en lugar de celebrar mi cumpleaños, por... todo.

—No tienes que disculparte por nada. Siempre estaré aquí, Brielle. Siempre que me necesites —susurra Damián, sus labios rozando mi cabello. Su mano sigue acariciando mi espalda en un gesto tranquilizador que me arrastra aún más hacia él.

El tiempo parece detenerse mientras Damián me sostiene. Mis lágrimas caen, pero su abrazo es firme, cálido, constante. A cada respiración, siento cómo mi cuerpo empieza a relajarse, como si toda la tensión acumulada en mi interior se disolviera lentamente con cada lágrima. Su pecho sube y baja bajo mi mejilla, y la sensación rítmica de su respiración me ancla, me calma. Es un recordatorio silencioso de que, a pesar de todo, él está aquí.

Finalmente, levanto la cabeza y me separo levemente de él, lo suficiente para ver su rostro. La expresión de Damián es serena, pero sus ojos están llenos de algo que no alcanzo a descifrar. Algo entre preocupación y ternura. Suavemente, sin decir una palabra, él alza una mano y limpia bajo mis ojos con el pulgar, trazando un camino lento y delicado por mis mejillas húmedas. El gesto es tan íntimo que me paraliza un instante. El contacto de su piel contra la mía es suave, casi reverente, como si temiera romperme.

—Ya está —murmura él, con una sonrisa pequeña, apenas perceptible, pero cálida. Mis ojos se encuentran con los suyos, y por un segundo me siento expuesta, como si él pudiera ver cada rincón de mi alma.

Bajo la mirada un momento, observando cómo sus dedos todavía rozan mi piel, y entonces, casi sin pensar, lo digo.

—La discusión... arruinó todo. Estábamos cenando, con mis hermanos. Pero... ya no. —murmuro en voz baja, apenas audible, pero sé que él me ha escuchado. Su mano se detiene, todavía en mi mejilla, y sus ojos se agrandan levemente, como si supiera exactamente lo que voy a decir después. —No... no quiero volver —admito finalmente, en un susurro que se siente como una confesión. Mis ojos se encuentran con los suyos, y veo el destello de comprensión en ellos.

—Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites —ofrece, y su tono es tan firme que no puedo evitar sentirme aliviada.

Damián se queda en silencio por unos segundos, pero luego se pone de pie con una decisión tranquila, dirigiéndose hacia la cocina. Me sorprendo por su movimiento, y lo sigo con la mirada mientras desaparece detrás de mí. El apartamento se siente extrañamente acogedor, como si el ambiente hubiera cambiado desde que llegué. Me envuelvo un poco más en mi chaqueta, todavía con los rastros de las lágrimas en mi rostro.

Unos minutos después, Damián regresa. Pero no está solo. En sus manos, lleva algo que no esperaba. Un muffin pequeño, sencillo, pero lo que llama mi atención es la vela en forma de estrella que sobresale de él. La vela parpadea con una pequeña llama que ilumina la habitación tenuemente.

Mi corazón se acelera al ver el gesto. Él sonríe, su expresión mezcla de diversión y complicidad.

—Feliz cumpleaños, Brielle —dice, con una sonrisa que, aunque pequeña, es sincera. Se sienta frente a mí y acerca el muffin. —Pide un deseo —me anima, sus ojos fijos en mí con un brillo travieso que me hace sentir un torbellino en el estómago.

Observo la vela que parpadea sobre el muffin, la pequeña luz baila con suavidad, llenando el espacio con una atmósfera cálida. Es un gesto sencillo, pero me toca de una manera profunda. Damián me mira, expectante, y no puedo evitar sentir una mezcla de alivio y gratitud por su presencia en este día que había comenzado tan mal. Respiro hondo y cierro los ojos, formulando mi deseo en silencio: volver a empezar. Pero mientras lo hago, una parte de mí lo mira a él, como si también formara parte de ese deseo, como si el futuro que quiero no pudiera existir sin él.

Soplo la vela, la llama se apaga y el humo se eleva lentamente, disipándose en el aire. Miro a Damián, quien me observa con una pequeña sonrisa en los labios, y siento un calor diferente en mi pecho.

—Gracias —murmuro, sin saber exactamente cómo expresar todo lo que estoy sintiendo. —¿De dónde sacaste esto? —digo, con una sonrisa que apenas puedo contener. Es un detalle tan inesperado que, por un momento, casi puedo olvidar todo lo demás.

Damián sonríe, y hay algo en su expresión que me recuerda a los días en que éramos más jóvenes, cuando todo era más simple.

—Abbie los trajo.

Miro el muffin, y en ese momento, una idea se abre camino en mi mente: quizás, solo quizás, este cumpleaños no esté perdido del todo. Tal vez pueda encontrar un nuevo significado aquí, en este pequeño refugio que hemos creado entre nosotros. Y aunque el dolor no desaparecerá de inmediato, al menos tengo a Damián a mi lado.

—¿Te apetece ver una película?

No puedo evitar sonreír ante la idea, aunque trato de reprimirlo. Después de todo lo que ha pasado hoy, la idea de algo tan simple y reconfortante como ver una película me parece perfecta, pero me siento extraña, vulnerable.

—Ahí está esa sonrisa —dice él con un tono suave, divertido. Mis labios se curvan un poco más a pesar de mí misma, y él se ríe entre dientes. —Sabía que estaba escondida por ahí.

Sus palabras hacen que mis mejillas se tiñan de un ligero rubor, y no puedo evitar sonreír aún más, la emoción burbujeando en mi pecho.

Damián toma el mando a distancia y se sienta a mi lado en el sofá, el espacio entre nosotros apenas perceptible. La pantalla se ilumina, y él navega entre las opciones de películas, su presencia cálida y cercana, sin ser intrusiva. Cuando veo lo que elige, no puedo evitar reír ligeramente.

¿Notting Hill? —pregunto, con una mezcla de sorpresa y alegría en mi voz. Es mi película favorita, y aunque no lo he mencionado en años, parece que él lo recuerda.

Asiente.

—Sabía que te haría sonreír —responde, su mirada fija en mí con una satisfacción tranquila.

A medida que la historia se desarrolla en la pantalla, me pierdo en los diálogos y las escenas. Damián me rodea con un brazo, y mi corazón late con fuerza al sentir su cercanía. Su toque es firme pero gentil, y una corriente de electricidad recorre mi piel. El ambiente cambia lentamente, transformándose en algo más íntimo. La luz suave de la habitación se mezcla con el brillo de la pantalla, creando un espacio acogedor y privado.

No puedo evitar robarle miradas de vez en cuando, observando cómo su expresión cambia con la trama. La forma en que sonríe en las partes divertidas, o cómo frunce el ceño en los momentos tensos. Cada pequeño gesto, cada matiz en su rostro, me hace sentir más conectada con él. Siento que hay algo más que simple amistad en el aire, y la idea me hace palpitar el corazón.

El diálogo en la película se convierte en un murmullo lejano mientras me dejo llevar por la sensación de estar ahí, con él. En este momento, todo lo que he sentido, todo lo que he luchado, se siente un poco más ligero. La tristeza parece estar lejos, y en su lugar, hay un cálido resplandor que nace de este instante compartido.

Damián me lanza una mirada de reojo, y puedo ver en sus ojos que él también lo siente. Mis pensamientos divagan, y me pregunto si este podría ser el comienzo de algo diferente entre nosotros. Siento cómo mi corazón late con más fuerza ante la idea, y aunque intento concentrarme en la película, la verdad es que lo único en lo que puedo pensar es en él, en su cercanía, en el calor que emana de su cuerpo y cómo, por primera vez en mucho tiempo, no me siento sola.

La película continúa, pero todo lo demás desaparece.

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