CAPÍTULO 25
BRIELLE
El timbre suena insistentemente, como una molestia que se cuela en mi sueño. Al principio lo ignoro, esperando que desaparezca, pero su persistencia me arrastra, renuente, fuera de mi cálido refugio de mantas. Abro los ojos lentamente, mi cuerpo se siente pesado y mis pensamientos están confusos. ¿Qué hora es? ¿Quién demonios está tocando el timbre a esta hora?
Miro la hora en mi móvil 6:45 a.m. El sonido sigue, agudo y constante, como si la persona detrás de la puerta estuviera desesperada por entrar. Me levanto, dejando escapar un bostezo prolongado mientras mi cuerpo se estira de manera automática. Mis pies descalzos tocan el suelo frío, y camino en piloto automático hacia la puerta, aún entre la nebulosa del sueño.
Llego a la puerta y, sin pensar demasiado, la abro de un tirón, esperando encontrarme algún vecino que se ha equivocado de piso, o qué sé yo. Pero lo que veo me deja completamente atónita.
¿Qué...?
Mis ojos parpadean en sorpresa. Frente a mi puerta están Madison y mi madre, Elizabeth. Se ven exactamente como las recuerdo, pero más desaliñadas, probablemente por el viaje. Madison lleva una chaqueta enorme que le queda ligeramente grande, y mi madre está bien abrigada con su bufanda de cachemira. ¿Qué hacen aquí?
—¡Mamá! ¡Madison! —digo, con incredulidad. Mi voz sale más ronca de lo que esperaba, y me aclaro la garganta mientras intento digerir la situación—. No deberían estar aquí hasta... —Me detengo, mi cerebro aun tratando de procesar el día. ¿Qué día es hoy? La confusión me nubla el juicio por un segundo, como si el mundo hubiera decidido adelantar los relojes sin consultarme. —Espera, ¿qué día es?
—Hoy es miércoles, querida. —La voz de mi madre suena tranquila, pero tiene ese ligero tono de preocupación que siempre me pone alerta. Ella me observa con una sonrisa comprensiva mientras Madison pasa al interior, sacudiéndose la chaqueta como si fuera dueña del lugar.
—miércoles... —murmuro, frotándome los ojos.
Mi mente sigue girando, atrapada en la niebla de la somnolencia. Hace una semana, habíamos hablado de que vendrían a Vancouver unos días antes de mi cumpleaños, el 29 de abril, para pasar tiempo juntos. Mi hermano Charles llegaría justo el mismo día de mi cumpleaños. ¿Cómo pude olvidarlo?
—¿Hoy es... 27? —pregunto, sintiendo cómo la vergüenza comienza a trepar por mi garganta. ¿Realmente perdí tanto la noción del tiempo?
Madison asiente con una sonrisa burlona. —Lo sabía. —Se sienta en mi sofá, cruzando las piernas como si estuviera en su propia sala de estar. —Apuesto a que ni siquiera ibas a ir por nosotras al aeropuerto.
—¡Oh, Dios! —Me llevo una mano a la boca, sintiendo el calor subiendo a mis mejillas—. ¿Olvidé ir por ustedes?
—No te preocupes, cariño —me dice, mi madre, con su aire elegante y siempre controlado, se acerca a mí y me toma las manos suavemente. Su toque es cálido y reconfortante que me recuerda lo mucho que he echado de menos estar rodeada de mi familia, de estar cerca de ella—. Sabemos que has estado ocupada con el trabajo y.... bueno, otras cosas.
Levanto una ceja. —¿Otras cosas?
Mi madre entrecierra los ojos un poco, y siento el peso de su escrutinio amoroso. Pero antes de que ella pueda responder, Madison, que hasta ahora había estado observando desde el sofá, se endereza y gira hacia mí con una sonrisa juguetona.
—No sé, hermanita, quizás un antiguo amor que no se casó, y podría asegurar que tu regreso a Vancouver tuvo mucho que ver en esa decisión.
Mis ojos se abren de par en par, el corazón me da un vuelco en el pecho. ¿Cómo demonios saben eso? Siento como si todas las piezas que he intentado mantener en su lugar estuvieran a punto de desplomarse. Me giro rápidamente hacia mi madre, esperando que desmienta todo, pero en lugar de eso, ella se quita la chaqueta con la misma gracia con la que siempre hace todo y la cuelga cuidadosamente en el perchero, sin ni siquiera inmutarse.
—¿Cómo sabes eso?
—Eleonor. La semana pasada nos encontramos en Londres —responde de forma despreocupada, como si hablar de la madre de Damián fuera lo más natural del mundo.
Por supuesto, Eleonor. Claro, debí haberlo sabido. Ambas se conocieron cuando mi familia vivía aquí, en Vancouver, hace ocho años, y al parecer mantienen algún tipo de contacto.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —pregunto, con una mezcla de indignación y autoprotección. Mi tono suena un poco más agudo de lo que pretendía.
Mi madre y Madison se miran entre sí, compartiendo esa especie de código silencioso que siempre me ha irritado.
—¿No te das cuenta? Regresas a Vancouver y él no se casa ¿Coincidencia? —pregunta Madison con una sonrisa ladeada que siempre me pone a la defensiva.
Me muerdo el labio inferior incomoda. No puedo hablar de esto. No ahora, no sin café.
—¿Han desayunado? —digo, cortando la conversación de golpe y caminando hacia la cocina. Siento mis pies desnudos hacer contacto con el suelo frío, la textura de la madera bajo ellos es una distracción bienvenida. Cada paso que doy hacia la cocina es un pequeño respiro, una forma de calmar mis pensamientos. Necesito recomponerme antes de que empiecen a cavar más profundo.
—En el aeropuerto —responde mi madre, su tono cansado refleja el agotamiento del viaje. La escucho seguirme, sus pasos ligeros detrás de mí como siempre—, pero nada decente. Sabes que odio esos sándwiches fríos que sirven.
—Entonces, haré algo rápido —digo mientras busco en la despensa, tratando de hacerme sentir útil aunque mi cabeza siga en otro lugar—. Al menos que... quieran salir a desayunar
Madison hace un gesto de desdén, cruzando los brazos con impaciencia. —No, Brielle, no quiero salir. Estoy agotada. Y mamá también debe de estarlo. —Su mirada se vuelve hacia mi madre, y puedo ver la falta de sueño y la tensión del viaje les han pasado factura.
—Todo lo que necesito es un poco de té y descansar un rato. —Mi madre asiente, dándose una palmadita en la frente, como si la simple idea de salir a desayunar la hiciera más cansada.
—Está bien.
—¿Y qué hay de tu nuevo trabajo? —pregunta Madison, mientras se sienta en una de las sillas de la cocina, observando con curiosidad. Su tono es más suave, como si estuviera intentando tender una rama de olivo en lugar de lanzarme un desafío.
—Es... bueno —empiezo, el entusiasmo brotando involuntariamente mientras hablo de la editorial. Mis manos se mueven enérgicamente, gesticulando con cada palabra, y me doy cuenta de lo mucho que he estado guardando. —La verdad es que estoy muy feliz. He estado trabajando en algunos proyectos interesantes, y siento que por fin estoy donde debo estar.
Mientras hablamos, las risas fluyen, y me siento como si no hubiera pasado el tiempo desde la última vez que estuvimos juntas. Madison comparte historias sobre sus proyectos, su voz llena de energía mientras me cuenta cómo se ha sumergido en su trabajo. Mi madre, en cambio, aporta anécdotas divertidas de su viaje, haciendo que la risa sea contagiosa. Es un buen momento.
La conversación se siente ligera, casi como una manta cálida que nos envuelve a las tres. Recuerdos de los días pasados regresan a mí, y una nostalgia dulce se apodera de mi pecho. Extrañaba esto. Estar rodeada de mi familia, riendo y compartiendo. En esos momentos, las preocupaciones del mundo exterior parecen desvanecerse, y todo lo que importa es la conexión que tenemos.
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Es viernes y nos encontramos en un pequeño restaurante en el centro de la ciudad. Las paredes están decoradas con plantas colgantes y luces suaves, creando un ambiente acogedor que invita a relajarse. Es un día especial, y puedo sentir la energía positiva en el aire mientras veo a mi familia en la mesa junto a mí.
—¡Veinticinco años! No puedo creer que mi pequeña ya sea toda una mujer —dice mi madre, su rostro iluminado por una amplia sonrisa mientras levanta su copa de vino blanco hacia mí.
Siento un ligero rubor en mis mejillas y me río, intentando disimular mi incomodidad. —Mamá, por favor. Ya sabes que no me gusta sentirme vieja. —Mis palabras suenan juguetonas,
—¡Vieja! ¿De qué estás hablando? —interviene Madison, golpeando suavemente su copa contra la mía con un brillo travieso en sus ojos—. Si tú eres vieja, ¿qué me queda a mí?
Reímos todos juntos, la calidez de su compañía me envuelve como un abrazo. Es agradable estar con ellos, celebrando mí cumpleaños que, para ser honesta, no esperaba que fuera tan especial. Entre el trabajo y mi propia tendencia a distraerme, no había planeado nada grande, pero ellos se aseguraron de que no estuviera sola.
—¿Te acuerdas de cuando cumpliste diez y querías un pony? —pregunta Charles, arqueando una ceja mientras me mira con una sonrisa juguetona.
Río, agitando la cabeza, y el sonido de mi risa parece llenar el aire. Qué extraño, pienso, cómo esos recuerdos se sienten como de otra vida. —¡Sí! Pero lo peor es que no era solo un pony. Quería un establo completo. Ya me veía siendo una jinete profesional.
—Lo más increíble fue lo cerca que estuviste de convencer a papá —añade Madison, sus ojos iluminándose con diversión. Se inclina hacia adelante, apoyando el codo sobre la mesa, completamente sumergida en la anécdota—. Yo lo vi, le ibas ganando con esa carita de niña buena.
Me tenso levemente al escuchar su nombre. Esa palabra.
—Desde que Brielle llegó a este mundo, fue la luz de sus ojos —murmura mamá, su tono nostálgico se asoma entre sus palabras, como un eco que intenta ocultar el dolor.
Charles suelta una carcajada, moviendo la cabeza en señal de aprobación. —Bueno, admito que todos creíamos que Brielle siempre conseguiría lo que quería.
—¡Es que sabía jugar bien sus cartas! —añade Madison, su voz llena de complicidad, mientras lanza un guiño.
—Aún lo hace —dice mi madre con orgullo, colocando su mano suavemente sobre la mía.
Las bromas y las risas fluyen de forma natural, y por un momento, me olvido del peso que a veces arrastro. Miro a cada uno de ellos, mis ojos recorriendo sus rostros. Charles, con su manera siempre calmada pero sagaz; Madison, cuya energía eléctrica llena cada espacio; y mi madre, siempre radiante, tan atenta a los detalles, cuidando cada pequeño gesto para que este día sea especial.
Extrañaba esto, me doy cuenta, el estar simplemente juntos.
El camarero llega con los platos principales, colocándolos frente a nosotros con precisión, y por un rato, la conversación gira en torno a la comida, los sabores y el vino que Charles insistió en pedir. Todo parece perfecto. Pero entonces, como si el aire cambiara de repente, mi madre suelta algo que hace que mi cuerpo se tense al instante.
—Hablé con William esta mañana... —dice, su tono demasiado casual para la magnitud de lo que acaba de revelar.
Siento un nudo formarse en mi estómago. Ese nombre, que llevo meses evitando, ese tema que hemos aprendido a no tocar para no abrir viejas heridas. Mis manos se congelan sobre el tenedor, y de repente, la comida pierde su sabor. Todo se oscurece alrededor, como si un velo cubriera el ambiente festivo.
—¿Mamá, realmente es necesario hablar de eso hoy? —interviene Madison rápidamente, lanzándome una mirada que mezcla preocupación y entendimiento, consciente de lo delicado que es este tema para mí. Pero mi madre ya está inmersa en sus pensamientos.
—Solo digo que... ha estado pasando por un mal momento. —Elizabeth suspira, mirando su copa como si buscara alguna respuesta en el vino—. Sé que las cosas no han sido fáciles, para ninguno de nosotros. Pero aún no hemos firmado los papeles del divorcio, y.... no sé. A veces pienso que está sufriendo más de lo que deja ver.
Mis labios se presionan en una línea fina mientras trato de controlar la marea de emociones que se agitan dentro de mí. ¿Sufriendo? Él no fue el único que sufrió. No fue el único que vio su mundo desmoronarse cuando estalló todo.
¿Por qué ahora? No quiero hablar de él, no hoy. No cuando todo estaba tan bien.
—Mamá... —empiezo, manteniendo la voz tan neutral como puedo, aunque siento que una parte de mí quiere gritar—. Sabes cómo me siento respecto a él. No creo que debamos hablar de esto ahora. Hoy no.
Mi madre me mira, y puedo ver el cansancio en su rostro. Las líneas de preocupación se marcan más profundamente en su frente, pero insiste. —Lo sé, Brielle. Solo... él es tu padre. Y a pesar de todo, sigue siendo familia.
—Esa palabra no significa lo mismo para todos —digo, con un toque más frío en mi tono de lo que pretendía. Mi mirada se fija en el mantel, incapaz de enfrentarla directamente.
Mi madre suspira, ese tipo de suspiro que trae consigo años de frustración y cansancio. —Sólo quiero que consideres que quizás él también lo esté pasando mal. No digo que lo perdones de inmediato, pero al menos... intentarlo. Es tu padre hija, él ha dado todo por su familia y por ti.
—¿Todo por su familia? —pregunto, y siento cómo mi voz se vuelve más afilada, como una navaja que corta el aire en la mesa. Mis manos empiezan a temblar ligeramente, pero me esfuerzo por mantenerlas quietas sobre el mantel. No quiero perder el control, pero las palabras de mi madre abren una herida que he intentado ignorar durante tanto tiempo.
—¡Brielle, por favor! —interviene Madison, levantando las manos en un gesto de mediación. —No es fácil para ninguno de nosotros, y no necesitamos convertir esto en un drama familiar.
—¿Drama? —replico, mirándola con incredulidad. —Este no es un drama. Es una traición. Y no estoy dispuesta a seguir adelante como si todo estuviera bien.
La tensión se corta en el aire como un cuchillo. Puedo sentir cómo el ambiente festivo se disipa, dejando un silencio pesado que se cierne sobre nosotros. ¿Por qué no pueden entenderlo?
—Esa "traición", como la llamas, fue un error, Brielle. Todos cometemos errores —responde mi madre, su tono, normalmente sosegado, se vuelve un poco más firme, como si tratara de contener una tormenta que amenaza con desatarse.
—¿Errores? —me burlo, levantando una ceja y cruzando los brazos sobre el pecho, incapaz de ocultar mi incredulidad. —Un error es lo que hace un niño al olvidar su tarea. Esto es mucho más que eso. Mi padre no solo tuvo una aventura; está siendo investigado por corrupción. —Mis palabras surgen con una fuerza inesperada, como si cada sílaba fuera un golpe. —¿Y ahora tengo que perdonarlo porque está sufriendo?
—¿Y tú crees que eso no lo afecta? —replica mi madre, suavizando la voz, pero el desafío aún brilla en sus ojos. —Él tiene su propia carga. La vida no es fácil, Brielle. Nadie dice que lo que hizo fue correcto, pero...
—¿Pero qué? —interrumpo, el fuego de la ira burbujeando dentro de mí. —¿Que debo sentir lástima por él? ¿Ser comprensiva cuando nunca tuvo consideración por nosotros? ¡No quiero escuchar eso, mamá! —Mi voz se quiebra ligeramente, el dolor surgiendo en medio de la rabia. —No solo arruinó nuestras vidas; arruinó la mía, la tuya, la de Madison, la de Charles... ¡Y ni siquiera ha tenido el coraje de enfrentar lo que hizo!
—Pero eso no borra todos los años que estuvo ahí para ti, para nosotros. Sobre todo para ti, que siempre estuvo a tu lado en cada decisión y locura que se te ocurría.
—¡Difícil para él! —respondo con sarcasmo, levantando las manos en un gesto de desesperación. —Qué conveniente. Mientras él sigue con su vida, somos nosotros quienes tenemos que recoger las piezas. ¡No entiendes que estoy en Vancouver, por su culpa, porque no quiero saber nada de él!
Mi voz resuena con indignación, el calor acumulándose en mi pecho como un volcán a punto de estallar. Las palabras fluyen sin control, cada frase un puñetazo que me deja sin aliento. La mesa se ha convertido en un campo de batalla emocional, y siento que estoy perdiendo.
—Cuida ese tono conmigo, Brielle. Estás hablando con tu madre, no con un amigo —responde mi madre, su voz ahora firme, pero su expresión revela un rayo de tristeza y frustración. Su mirada se endurece un poco, como si intentara levantar un muro entre nosotras para protegerse de la tormenta que he desatado.
Mis manos se tensan sobre la mesa, y un nudo se forma en mi garganta. Una lágrima se desliza por mi mejilla, y la limpio rápidamente con la parte de atrás de mi mano, como si pudiera borrar toda esta conversación. No quiero llorar, no hoy.
—Mamá, no lo entiendes —mi voz tiembla, cada palabra cuesta salir—. No puedo hacer esto. No puedo sentarme aquí y pretender que todo está bien cuando él está allá, haciendo lo que le plazca. Mientras nosotros... —mi voz se quiebra, y la frustración se transforma en dolor—. Mientras nosotros estamos aquí, lidiando con lo que él hizo.
—¡Lo sé! —ella responde, apretando los labios con rabia contenida. Puedo ver cómo su mano se aferra con fuerza a su copa, buscando estabilidad en medio de la tormenta emocional. Su mirada es intensa, y en ese momento, me doy cuenta de que también está lidiando con sus propias decepciones. —Pero también soy tu madre. Y tengo derecho a querer que consideres cómo se siente él. ¡Él es tu padre!
—¿Y qué? —replico, la ira rebotando en mis palabras.
El sonido de las cubiertos se detiene en la mesa de al lado, y algunas miradas curiosas se dirigen hacia nosotros, como si fuéramos un espectáculo.
Dios, ¿por qué no pueden simplemente dejar de mirarnos?
—No estoy diciendo que lo que hizo esté bien. —Elizabeth suspira, y sus ojos brillan con angustia—. Pero él sigue siendo tu padre, y a pesar de todo, creo que debemos encontrar una manera de perdonar, de sanar.
La palabra "perdón" resuena en mi mente como un eco doloroso. ¿Perdonar? No puedo ni siquiera imaginarlo. Cada vez que pienso en él, en lo que hizo, en el niño que llegó a alterar nuestras vidas, siento que una bola de fuego se enciende dentro de mí.
—No puedo simplemente olvidar lo que pasó, mamá. —Digo, mi voz ahora más baja, pero con una firmeza que me sorprende. —No puedo mirarlo a la cara como si nada hubiera ocurrido. ¿Sabes lo que eso significa para mí?
—No estoy diciendo que lo perdones de inmediato, Brielle —dice mi madre, su mirada fija en la mía, buscando algo en mis ojos. Tal vez comprensión. Tal vez compasión. —Él también tiene sus demonios. —Su voz se quiebra, y puedo ver la lucha en su rostro—. Sufrió más de lo que piensas, y no siempre fue así. La presión, las expectativas...
—¿Y eso justifica el dolor que causó? —interrumpo, sintiéndome cada vez más frustrada. —¿Eso justifica que yo esté aquí, lejos de casa, tratando de reconstruir mi vida?
La conversación se torna más intensa, como si estuviéramos en una especie de juego de ajedrez emocional. Las piezas se mueven, las emociones se despliegan, y yo estoy lista para atacar.
—No puedo... no puedo seguir hablando de esto —digo, levantándome abruptamente de la mesa. La silla raspa el suelo, y el sonido agudo parece resonar en el silencio que se ha apoderado de nosotros.
—Brielle, espera... —dice Charles, su voz llena de preocupación, pero no me detengo. Agarro mi chaqueta, mis manos temblorosas mientras la coloco sobre mis hombros.
—No. Estoy harta de esta conversación. —Las lágrimas finalmente caen, calientes, mientras me limpio los ojos rápidamente.
Mi madre no dice nada más. Solo me observa con una mezcla de dolor y preocupación, pero no puede alcanzarme. Nadie puede, no ahora.
Salgo del restaurante, el aire fresco de Vancouver me golpea de inmediato. La brisa helada acaricia mi rostro, llevándose un poco de la pesadez que me envuelve, aunque no lo suficiente. Las lágrimas siguen cayendo, un torrente imparable, y el mundo a mi alrededor se difumina en un velo de colores borrosos. Cada paso que doy parece un eco de la tormenta emocional que ha estallado dentro de mí. No puedo creer que hoy, un día que debería ser especial, se haya transformado en este caos.
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¡Gracias por leer! 📚🤗
¡Nos vemos en el próximo capítulo! ✨
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