CAPÍTULO 24
DAMIÁN
—¿Y qué piensas, a ver? —La voz de Abbie me sigue taladrando los oídos, pero en el fondo sé que tiene buenas intenciones. Lo que me molesta es que siempre encuentra la manera de hurgar en temas que prefiero dejar en el aire.
—Nada— respondo sin ganas, dándole un sorbo a mi café, aunque la verdad es que mi mente está corriendo a mil por hora. Todo este asunto con Brielle me tiene más inquieto de lo que quiero admitir. Pero sé que no me dejará en paz con esa respuesta vacía.
—¿Cómo que nada? No te creo, Damián —Abbie arquea una ceja, claramente frustrada con mi evasiva.
Respiro hondo, dejando que el aire llene mis pulmones y me calme antes de hablar. Las luces del apartamento son tenues, y el ambiente debería ser relajado, pero todo lo que siento es una tensión en el pecho que no termina de desaparecer. —No, Abbie, ella tiene que pensar. Le daré tiempo y yo también lo necesito. Creo... —respiro profundamente antes de continuar—. Acabo de salir de una relación en la que estuve a punto de casarme. —Las palabras suenan extrañas al salir de mi boca, como si no fueran mías. Casarme. Qué absurdo parece todo ahora.
Abbie me observa en silencio, sus ojos verdes fijos en mí como si intentara leerme el alma. Es irritante y tranquilizador a la vez.
—Y si, quizás no me case porque... ella fue una de las razones, pero necesito volver a pensar en mí. También tengo que enfocarme en mi carrera —añado, pero no estoy seguro de si lo digo para convencerme a mí mismo o a ella.
—Brielle siempre te impulsó —responde Abbie, cruzando los brazos—. No creo que sea un inconveniente. De hecho, era lo mejor para ti. Ella te hacía querer ser mejor.
—Lo sé —admito, con una sonrisa leve que apenas curva mis labios mientras muevo el café en mi taza con la cuchara sin mucho interés—. Y se lo agradezco, en serio. Pero, cuando estás en una relación, quieres pasar más tiempo con esa persona. Y, aunque Viv no fue un obstáculo, al final de todo... lo fue. Cuando tienes a alguien, esa conexión, es difícil enfocarte en ti mismo sin que se sienta como un sacrificio para la relación. —dejo caer la cuchara con un ligero tintineo—. Y dejaré que el mismo destino decida cuándo es el momento adecuado de volver a intentarlo... si es que lo volveremos a intentar.
Me sorprende lo fácil que suena decirlo, pero la verdad es que lo siento más como una verdad incómoda que una declaración noble. Las palabras flotan en el aire entre nosotros, mientras Abbie me mira con esa expresión que mezcla comprensión y algo de incredulidad.
Finalmente, suelta una pequeña risa, una mezcla entre sorpresa y admiración. —Has madurado...
Levanto la vista de mi café para mirarla. —Tenía que hacerlo —le devuelvo una sonrisa ladeada, pero la diversión en mi tono no oculta la verdad en mis palabras—. No me iba a quedar por siempre con la mentalidad de cuando tenía 18 años, ¿no?
El ambiente se relaja un poco, pero la tensión subyacente sigue presente. Es como una cuerda tirante, lista para romperse en cualquier momento. Me levanto de mi asiento, llevando la taza vacía al fregadero.
Abbie sigue mis movimientos con la mirada, pero no dice nada al principio. Es solo cuando estoy a punto de salir de la cocina que su voz me detiene.
—¿Tienes vuelo mañana?
—Sí, a las 6 de la mañana. Tengo que estar en el aeropuerto antes del amanecer —respondo mientras camino hacia mi habitación. La rutina me espera, y a veces eso es lo único que me mantiene enfocado.
—Hoy es su cumpleaños... —su voz es apenas un susurro, pero las palabras resuenan en mi cabeza como un eco que no se desvanece.
Me detengo. Claro que lo sé. ¿Cómo no iba a saberlo? Es uno de esos detalles que no se borran, por mucho que intentes apartarlo de tu mente.
—Lo sé —murmuro, girándome lentamente—. Y no creo que sea adecuado ir a saludarla o darle algo. No hoy. No lo hice durante 8 años... —añado esto último más para mí que para ella.
Abbie me mira como si hubiera dicho la cosa más ridícula del mundo. Su ceja arqueada lo dice todo. —¿De verdad crees que está bien no hacer nada? —Me detengo, pasando una mano por mi cabello. Está despeinado, igual que mis pensamientos, al mismo tiempo en que mi hermana sigue hablando. —Mira, si dices tanto sobre el destino, también tienes que hacer algo por tu cuenta. No puedes esperar que todo te caiga del cielo.
Me giro hacia ella, frunciendo el ceño. —Te dije que lo haré, pero no hoy ni mañana. —mi voz es firme, aunque sé que me estoy defendiendo de algo que tal vez no tenga lógica—. Ella necesita tiempo, y yo también. Además... está con alguien. No me interpondré.
—Sabes que ellos son amigos, ¿verdad? —Abbie deja caer la bomba sin preámbulos, su mirada directa, cortante.
Mi cuerpo se tensa. El peso de esa revelación cae sobre mí como un golpe frío y certero. Me detengo en seco, analizando sus palabras. Siento mi respiración acelerarse, el calor subiendo por mi pecho.
—Ella me dijo que estaba con él —mi voz sale más baja de lo que esperaba, casi ronca.
Abbie sacude la cabeza, mirándome con una mezcla de lástima y frustración. —Damián, existen diferentes tipos de amistad. Pero eso no significa que en un futuro no surja algo más entre ellos, en caso de que decidas no hacer nada y dejar que el destino siga su curso como lo tienes planeado.
Esas palabras quedan flotando en el aire, cada una un dardo que se clava en mi mente. De repente, la certeza que sentía se disipa, y lo único que queda es la duda, tan pesada que me cuesta respirar.
—Necesito pensar —murmuro, mirando hacia la puerta de mi habitación, pero sin moverme.
—Hazlo, pero no tardes demasiado. A veces el destino necesita un pequeño empujón para funcionar. —La sonrisa de Abbie es sabia, casi burlona, mientras da media vuelta y me deja solo con mis pensamientos.
Me quedo ahí, inmóvil, luchando entre lo que siento y lo que creo que debería hacer. Las palabras de Abbie reverberan en mi cabeza, y de repente me doy cuenta de que tal vez he estado dejando que el miedo decida por mí.
Abbie se ha ido hace un par de minutos, miro el reloj en la pared marcando las 10:45 de la noche. Solo tengo un par de horas para descansar y terminar de preparar mis cosas, antes de salir rumbo al aeropuerto. Me siento en el borde de mi cama, mirando hacia la ventana, aunque mi mente está a kilómetros de distancia. La ciudad sigue su curso fuera del apartamento, pero aquí dentro, todo parece suspendido en un limbo incómodo. Las palabras de Abbie siguen repitiéndose en mi cabeza, y la presión en mi pecho se intensifica con cada minuto que pasa.
Ella me dijo que estaba con él.
Lo repetí casi como una declaración de hechos, pero ahora suena vacío, como una excusa para no enfrentar lo que realmente está pasando. ¿Y si Abbie tiene razón? ¿Y si me estoy escondiendo detrás de la idea del destino, solo para evitar tomar una decisión que podría cambiarlo todo?
Me paso la mano por el cabello, intentando organizar mis pensamientos. Brielle. Hoy es su cumpleaños. Hace un año ella estaba celebrando en otro lugar, y ahora está aquí en Vancouver, y mientras ella celebra quizás con él yo estoy aquí cuestionándome cada maldita decisión que he tomado.
No puedes esperar que todo te caiga del cielo.
Maldita Abbie. Tiene razón. Siempre tiene razón, y eso me irrita aún más.
Saco el móvil del bolsillo, mirándolo fijamente. Su nombre está en la parte superior de mis contactos. Mi pulgar flota sobre la pantalla, indeciso. Mi mente sigue corriendo, buscando una razón válida para no llamarla, para no hacer nada.
Tal vez deberías darle algo... aunque sea un mensaje.
La idea me sacude como una bofetada. Es un pequeño gesto, inofensivo, ¿verdad? No tengo que aparecer en su puerta con un ramo de flores o algo estúpido como en las películas. Solo... solo enviar un mensaje. Nada más.
Miro el móvil otra vez, y finalmente, mi dedo toca la pantalla. Comienzo a escribir, mis pensamientos aun tambaleándose entre la duda y la necesidad de hacer algo, cualquier cosa.
Damián:
Feliz cumpleaños, Brielle. Espero que hayas tenido un gran día.
Eso suena bien. Sencillo. Directo. Nada que sugiera más de lo que es.
Pero no lo envío. Mi dedo se queda congelado sobre el botón de "enviar". La realidad me golpea con fuerza. ¿Qué estoy haciendo? ¿Realmente quiero arruinarle su día con un mensaje que probablemente solo la confundirá más?
Cierro los ojos, dejando caer el móvil sobre la cama, la pantalla aun brillando débilmente en la penumbra de mi habitación. La sensación de no saber qué hacer me consume, una mezcla de frustración y arrepentimiento que se asienta en mi pecho.
Me levanto y camino hacia la ventana, abriéndola para dejar que el aire fresco entre. Necesito despejarme. Mi vuelo es en unas pocas horas, pero todo lo que puedo pensar es en ella. El hecho de que esté con alguien, o que tal vez no lo esté, pero no lo sé porque no hemos hablado realmente desde ese día.
Me apoyo contra el marco de la ventana, mirando las luces de la ciudad a lo lejos. El frío del vidrio me ayuda a centrarme, aunque sea un poco. No puedo seguir así. No puedo seguir esperando que el destino resuelva esto por mí, ya han pasado varios días desde que decidí buscarla, aunque no salió como lo esperaba. Si quiero algo, si realmente la quiero en mi vida, entonces tengo que moverme. Tengo que hacer algo.
El móvil vibra en la cama, sacándome de mis pensamientos. Lo recojo rápidamente, mi corazón latiendo con fuerza en el pecho. Pero no es ella. Es solo un recordatorio del itinerario de vuelo.
Suspiro, dejando que la frustración me invada otra vez. Me siento atrapado entre lo que debería hacer y lo que quiero hacer. Brielle merece más de lo que le he dado, y tal vez yo también me merezca una segunda oportunidad. Pero ¿cómo puedo estar seguro de que ella siente lo mismo?
Mis pensamientos vuelven a la conversación con Abbie. A veces el destino necesita un pequeño empujón para funcionar.
Tal vez este es el empujón que necesito. Tal vez ha llegado el momento de dejar de pensar y actuar.
Me siento en la cama, decidido. Tomo el móvil de nuevo, pero el timbre de mi apartamento me distrae, dejo el móvil sobre la cama y me dirijo hacia la puerta.
Abro la puerta lentamente, revelando a alguien que no esperaba ver. Mis ojos recorren su rostro, y mi corazón se detiene por un momento. Hay una vulnerabilidad en ella que me golpea fuerte, como si algo dentro de mí también se rompiera.
Mi garganta se seca y siento una presión en el pecho. No digo nada al principio, solo la observo, intentando descifrar lo que pasa. Su cabello está ligeramente desordenado, y lleva puesta una chaqueta que parece haber sido puesta apresuradamente. Las mangas están algo arrugadas, y sus manos, que sostienen el borde de la chaqueta, están temblando levemente.
—Lo siento... No sabía a dónde más ir —dice, y esas palabras me parten en dos.
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