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CAPÍTULO 20

BRIELLE

Nuestras miradas se cruzan, y el aire entre nosotros es eléctrico, tan cargado que me cuesta respirar. Mi corazón late con fuerza, cada pulso retumba en mis oídos, y no puedo apartar la vista de los labios de Damián. Está tan cerca, tan cerca que puedo sentir su respiración mezclándose con la mía. El espacio entre nosotros es un suspiro, un leve movimiento, y todo cambiaría. Mi cuerpo se inclina instintivamente hacia él, como si algo dentro de mí, algo que he intentado suprimir, estuviera despertando, reclamando lo que una vez fue nuestro.

El momento se estira, el aire está cargado de electricidad entre nosotros. Damián está tan cerca que puedo sentir su respiración, cálida, acariciando mi rostro. Sus labios, tan próximos a los míos, hacen que todo mi cuerpo se tense, esperando lo inevitable. Mis pensamientos están nublados, mi corazón late tan fuerte que siento el pulso en mis oídos. Por Dios, va a besarme.

Pero entonces, el sonido irritante de mi móvil rompe la tensión como un vidrio al romperse. Damián se detiene de inmediato, y ambos miramos hacia la mesita de café al mismo tiempo, donde la pantalla se ilumina con un nombre que no esperaba: Jake.

Damián se aparta con rapidez, siento el cambio en el aire, cómo todo lo que había estado creciendo entre nosotros se desvanece en un instante. Miro la pantalla parpadeante, indecisa, y luego a Damián, que se está levantando del suelo. Su postura, antes relajada y abierta, ahora parece más cerrada. Su mandíbula está apretada, y sus hombros, tensos.

Me siento atrapada. ¿Qué hago? ¿Contesto o no? Parte de mí quiere ignorarlo, no dejar que este momento se escape del todo.

—Deberías contestar —dice Damián, sin mirarme, su voz forzadamente casual.

No es una sugerencia; es una afirmación cargada de algo que no me atrevo a descifrar. Mi mano titubea sobre el móvil mientras lo observo moverse hacia la cocina con los tazones de sopa. Sus movimientos son rápidos, casi mecánicos, como si necesitara ocuparse de algo, cualquier cosa, para evitar el ambiente que ha quedado entre nosotros.

Me aclaro la garganta mientras me pongo de pie y camino hacia el ventanal para contestar.

—Hola, Jake —mi voz suena tensa, más de lo que pretendía.

La ciudad de noche, bajo la lluvia, siempre ha tenido algo hipnótico, como si cada gota que cae sobre el cristal pudiera arrastrar los pensamientos más oscuros. Me quedo mirando las luces borrosas de Vancouver, intentando concentrarme en cualquier cosa que no sea lo que acaba de pasar entre Damián y yo. Pero es inútil. Incluso con mi espalda hacia él, siento su presencia como llena el espacio, esa tensión latente entre nosotros que sigue sin resolverse.

—Brielle, ¿cómo estás? Te llamaba para saber si llegaste a tu casa, afuera es un caos. —Jake suena amable, preocupado, pero no puedo evitar sentir que su voz no encaja en este momento.

—Sí, estoy en mi apartamento. Ni te imaginas el metro, fue un desastre... —miento, esforzándome por sonar relajada. Cruzo los brazos, un gesto defensivo, mientras observo las gotas deslizarse por la ventana, tratando de centrarme en cualquier cosa que no sea la presencia de Damián detrás de mí.

Jake sigue hablando, intentando mantener la conversación viva. Habla de planes para el fin de semana, preguntando si quiero cenar o salir de fiesta. Normalmente, estas charlas son triviales y ligeras, pero ahora cada palabra se siente como una carga pesada. Con el rabillo del ojo, veo cómo Damián se aleja por el pasillo, su figura esboza una sombra en el umbral.

—Jake, lo siento, ahora mismo no es un buen momento —interrumpo, cortando lo que parece ser una invitación—. Te llamaré después, ¿sí?

—Ah, ya veo —responde, su tono se vuelve juguetón, sin rastro de malicia—. Estás con alguien... y yo aquí interrumpiendo.

Suelto una carcajada, más para liberarme de la tensión que para darle alguna respuesta real. —No es lo que piensas, Jake.

—Seguro, seguro... no te preocupes. Buenas noches, Brielle.

—Buenas noches —susurro, antes de colgar. El silencio que queda en la habitación no es vacío, es denso, casi tangible. Siento el calor residual del móvil en mis dedos mientras lo deslizo en el bolsillo trasero, pero mi mente sigue en otra parte.

Damián reaparece por el pasillo, con un par de frazadas en los brazos, y su simple presencia hace que mi respiración se sienta pesada.

—Puedes dormir en mi habitación —dice con una voz tan neutral que casi me sorprende. Deja las mantas sobre el sofá y me mira con una expresión impenetrable, como si todo lo que ha pasado esta noche no hubiera dejado ninguna marca.

Lo observo, tratando de interpretar lo que realmente está pensando. Jugueteo con mi anillo, una pequeña distracción para no enfrentar directamente la confusión que siento. ¿Realmente piensa dormir en el sofá? Dejándome su cama, cuando yo podría dormir en el sofá.

—¿Y tú? —pregunto, intentando sonar despreocupada mientras sigo girando mi anillo con mi pulgar—. ¿Dónde vas a dormir tú?

—Aquí, en el sofá. —Su respuesta es simple, pero su tono se suaviza apenas, como una nota de calidez que no había esperado. —Dejé unas mantas extras en la cama, por si te da frío.

Es un pequeño gesto, pero me llega más de lo que debería. Me encuentro mirándolo, tratando de leer algo en su rostro, pero su expresión sigue siendo impenetrable, como una barrera que no puedo traspasar.

—Gracias —susurro, aunque las palabras apenas salen de mis labios. No sé qué más decir, ni siquiera sé qué quiero decir. Solo siento que hay algo más que debería salir de mí, algo que queda atrapado justo al borde de mis pensamientos, imposible de atrapar pero imposible de ignorar.

Damián asiente con un leve movimiento de cabeza, y por un segundo pienso que va a decir algo más, pero se limita a inclinarse hacia el sofá, acomodando las mantas de manera distraída. El silencio entre nosotros es incómodo, denso, pero no de la forma en que lo sería entre dos personas que simplemente no tienen nada que decir. No, este silencio está lleno de todo lo que no decimos, de lo que ninguno de los dos se atreve a reconocer.

Él se gira hacia mí, y por un segundo nuestras miradas se encuentran. Mi corazón da un vuelco, esa chispa familiar que siempre ha estado ahí entre nosotros parpadea, más fuerte que nunca. Pero en su rostro no hay ninguna señal de lo que podría estar sintiendo. Sus ojos son como un mar en calma, impenetrables.

—Es lo mínimo que puedo hacer —dice finalmente, su tono suave pero definitivo. Hay algo en la forma en que lo dice que hace que el tema se sienta cerrado, como si hubiera marcado una línea que ninguno de los dos cruzará esta noche.

—Bueno, entonces.... Buenas noches—murmuro, mi voz suena extraña, distante incluso para mí. Hago un gesto hacia la habitación, como si eso fuera suficiente para justificar el hecho de que me estoy retirando. Él solo asiente, cruzándose de brazos, y me siento atrapada bajo su mirada por un momento más.

Me doy la vuelta, mis pasos lentos mientras camino hacia la habitación. Cada parte de mí está en alerta, mi piel erizada, como si su mirada aún estuviera fija en mi espalda, incluso después de haber dejado el salón.

Cuando cierro la puerta detrás de mí, apoyo mi frente contra la madera, soltando un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. La habitación está en penumbras, y el único sonido es el de la lluvia golpeando el vidrio de la ventana. El silencio aquí es diferente. No está cargado de la misma tensión, pero de alguna manera, todavía siento su presencia, como si hubiera dejado una huella en el aire.

Avanzo lentamente hacia la cama y me dejo caer sobre ella. Las sábanas están perfectamente estiradas, pero lo primero que noto es el olor. Las almohadas huelen a Damián. Ese aroma tan familiar, una mezcla de madera, aire fresco y algo más, algo más sutil que siempre lo ha acompañado. Inhalo profundamente sin querer, dejándome envolver por ese olor que me hace recordar momentos que preferiría olvidar. Cierro los ojos, abrazando una de las almohadas, y el aroma me envuelve por completo.

≪•◦ ❈ ◦•≫

El bajo de la música retumba en mi pecho mientras las luces de neón en el Bad Girls parpadean sobre nosotros. Los colores, un rosa y azul eléctrico, vibran en el aire, envolviendo todo en un ambiente casi irreal. La pista está llena, como siempre los viernes, con gente bailando bajo el pulso de la música. Me río junto a Víctor mientras me cuenta otra de sus anécdotas ridículas sobre sus viajes de negocios. Jake está a mi lado, relajado, su mano descansando sobre el respaldo de mi silla de manera casual.

Mi vaso está medio vacío, y el calor del licor recorre mi estómago, calentando mi cuerpo lo suficiente para que la risa salga más fácil, para que mis músculos se relajen un poco más. Estoy disfrutando. Me lo repito mentalmente, intentando convencerme de que es verdad. Esta noche es solo para divertirme, para perderme en la música, en las luces, en las risas de mis amigos. Y, por un rato, lo consigo. Me dejo llevar por el ambiente, por la sensación de que no hay más responsabilidades ni preocupaciones.

Pero debajo de esa capa de alegría, hay algo que sigue latente, una incomodidad que no logro sacudirme por completo. Damián. Su nombre resuena en mi mente como un eco que no quiere desaparecer.

Hace días que no hemos hablado. Desde aquella mañana cuando me fui de su apartamento tan rápido que casi me tropiezo con la puerta. Me inventé una excusa tonta sobre el trabajo, y él no me detuvo. Solo me miró, en silencio. Y esa mirada me ha seguido desde entonces. Intento concentrarme en la conversación de Víctor, en los chistes de Jake, pero mis pensamientos vuelven una y otra vez a él, como si no pudiera escapar de esa tensión no resuelta entre nosotros.

—Volviste. Pensé que te habían abducido los extraterrestres en el baño —murmura Víctor con diversión, tirándome de vuelta al presente.

—Si ese fuese el caso, ya la habrían devuelto mucho antes —añade Jake, soltando una carcajada, su mano apretando ligeramente mi hombro mientras me sonríe de lado.

Río con ellos, aunque mi mente sigue en otro lugar. Veo de reojo cómo Olivia hace una mueca burlona levantando su dedo del medio.

—Que grosera... Ya vez, por eso no la quisieron abducir. —Dice Jake y vuelven a reír junto con Víctor, quien abraza por la cintura a Olivia.

—En fin... me demoré porque me encontré con mi hermano —responde Olivia, levantando la mano para llamar la atención del bartender.

Ese comentario hace que mis sentidos se agudicen, aunque intento no parecer demasiado interesada. ¿Su hermano?

—¿No sabías que tu hermano estaba aquí? —pregunta Víctor, echando una mirada hacia la barra.

Olivia se encoge de hombros, como si no le importara en lo más mínimo.

—No hasta hace un rato —responde mientras toma un sorbo de su bebida.

—¿Te pusiste nervioso? —bromea Jake, mirando a Víctor—. ¿Tienes miedo de que se dé cuenta de que te tiras a su hermana y quiera cortarte el pajarito?

Río junto con ellos, pero de nuevo es una risa vacía, casi robótica. Todo lo que puedo pensar es en las posibilidades. ¿Damián está aquí? ¿Podría estarlo? Si lo estuviera, Olivia lo habría mencionado, ¿verdad? Miro sus ojos brillantes mientras sonríe con sus labios pintados de rojo, su actitud despreocupada me da una mezcla de alivio y desesperación.

¿Por qué no ha mencionado a Damián? Empiezo a jugar con mi vaso, girando el hielo en círculos mientras escucho la risa de los demás. Mi corazón sigue acelerado, y no puedo evitar esa sensación de que algo está a punto de cambiar.

—Así mismo me voy a reír cuando conozcas al hermano mayor de Bri —murmura Olivia con una sonrisa maliciosa, sus palabras casi flotando en el aire.

—¿Tienes un hermano? —pregunta Jake, mirándome con curiosidad.

Mi mente se queda en blanco por un segundo, distraída por la posibilidad de que él pudiera estar aquí, pero antes de que pueda contestar, Olivia interviene.

—Su hermano mayor es sexy... —murmura con picardía, haciendo una mueca exagerada de deseo. Abanica su rostro con la mano en un gesto dramático—. ¡Uf! de solo pensarlo me caliento.

—Es mi hermano, por favor no hables así de él. —respondo con desagrado.

Olivia, completamente ajena a mi malestar, se ríe y continúa sin filtro.

—Qué hubiera dado por tener un profesor así en la universidad. No hubiera faltado a ninguna de sus clases...

—Descarada mujer —se burla Jake, negando con la cabeza mientras se sirve otro trago—. Está tu hombre justo a mi lado.

Víctor ríe suavemente, Olivia mira hacía él con una sonrisa.

—Tenemos una relación abierta, ¿verdad, cariñito? —dice Olivia, tirando de las mejillas de Víctor con afecto exagerado, su risa clara en el aire.

—Estamos siguiendo sus pasos, vemos que así se pasa mejor. —Responde Víctor con un tono jocoso.

Jake me da un pequeño apretón en la pierna, un gesto casual, pero me trae de vuelta al presente.

—¿Estás bien? —me pregunta en un tono más bajo, sus ojos escrutando los míos, intentando entender por qué me he desconectado de la conversación.

Asiento rápidamente, obligándome a sonreír. Trato de parecer tranquila, normal.

—Sí, todo bien. Solo necesito ir al baño —respondo, levantándome, antes de que pueda seguir haciendo preguntas. No estoy bien. No mientras Damián siga en mi cabeza.

—¿Quieres que te acompañe? —ofrece con una sonrisa suave, pero yo ya estoy de pie, negando con la cabeza.

—No, estaré bien. Solo... voy y vuelvo.

Camino hacia el baño, intentando no mirar a mi alrededor, intentando no buscarlo. No lo hagas, no lo busques, me repito a mí misma. Pero mis ojos parecen tener vida propia, escaneando el bar en busca de esa figura que no quiero, pero que al mismo tiempo no puedo evitar.

Siento una presión en el pecho mientras camino, como si el aire se hiciera más denso a medida que avanzaba. Llego al baño y cierro la puerta detrás de mí, buscando un respiro, algo de espacio para calmar este torbellino que crece dentro de mí. El sonido del agua corriendo cuando abro el grifo parece lo único que puedo escuchar. Es fresco, calmante, y me aferro a esa sensación mientras dejo que el agua caiga sobre mis manos.

Solo una noche de diversión, Brielle. Me repito esas palabras, una y otra vez, tratando de convencerme. Eso es todo lo que tiene que ser. No debería ser más complicado que eso. Miro mi reflejo en el espejo y noto lo tensa que estoy, más pálida de lo que me gustaría. Los recuerdos de esa última mañana después de la lluvia vuelven a mí sin permiso, y me froto las sienes con fuerza, como si pudiera borrarlos.

Salgo del baño más tranquila, o al menos más controlada, pero al doblar en la esquina choco de lleno contra un cuerpo sólido.

—Perdón, no te vi... —murmuro, mi voz baja, casi ahogada por la música.


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