CAPÍTULO 19
BRIELLE
Salgo del edificio sintiendo el agotamiento en cada músculo. Apenas abro la puerta principal, la lluvia me golpea con una fuerza que me deja paralizada un segundo. El aguacero es brutal, como si el cielo estuviera descargando toda su ira. El viento azota en todas direcciones, y cada gota fría se clava en mi piel, empapándome al instante.
Camino apresurada, pero mis tacones resbalan en el pavimento mojado. Estoy completamente empapada, desde el cabello hasta los pies en solo un par de segundos, y aunque intento avanzar rápido, es imposible. Las calles, normalmente llenas de vida, están vacías, brillando bajo la luz de las farolas. Solo se escucha el incesante tamborileo de la lluvia sobre el asfalto.
Me detengo bajo el pequeño techo de una entrada, buscando un refugio temporal. Abrazo mi chaqueta, aunque ya está mojada. El frío se me cuela bajo la ropa, y mi cabello que había conseguido mantener medianamente decente durante el día, ahora cuelga mojado y pegajoso sobre mi rostro.
—Fantástico... —Resoplo con frustración.
De repente, el sonido del motor de un coche llega hasta mí, suave pero persistente. Un coche negro se detiene junto a la acera, pero no le presto atención, asumiendo que es solo alguien esperando el semáforo. Sin embargo, la ventanilla del coche se baja lentamente, y al escuchar una voz familiar, mi corazón da un vuelco.
—¡Brielle! —escucho, y mis pasos se detienen.
Giro la cabeza hacia él, la lluvia resbalando por mi cara y empapando mi ropa aún más. Me quedo inmóvil por un momento, mis pies clavados en el suelo, mientras la lluvia golpea con fuerza. Damián está detrás del volante, su rostro iluminado por las luces tenues de la calle, sus ojos fijos en mí con una intensidad que me paraliza.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, tratando de sonar casual, aunque mi pulso se acelera y las emociones me atraviesan como relámpagos en medio de la tormenta.
—¿Te importa si primero te subes al coche antes de que respondamos preguntas? —dice, con esa firmeza que siempre ha tenido, pero con un toque de preocupación que me descoloca.
Lo miro, dudando. El viento me azota el rostro y la lluvia sigue empapándome hasta los huesos. Sé que lo más lógico es aceptar, pero me siento incómoda, vulnerable bajo este diluvio y, sobre todo, frente a Damián. Me cruzo de brazos, intentando contener el temblor que me recorre.
—La lluvia no va a parar, Brielle. —Me mira con esa media sonrisa que siempre consigue desarmarme—. Y si sigues así, vas a terminar enferma. No me hagas bajar del coche para obligarte a subir. Por favor, no seas terca y sube.
Suspiro, derrotada. Tiene razón, y el sentido común finalmente vence a mi terquedad. No puedo caminar varias cuadras más hasta el metro en estas condiciones.
—Vale... —respondo, con los dientes apretados, mientras abro la puerta del coche.
Me deslizo en el asiento del copiloto con torpeza, sintiendo cómo el calor del coche envuelve mi cuerpo al instante. El contraste con el frío exterior es abrumador, cierro la puerta tras de mí, dejando que el sonido de la lluvia se amortigüe. Sin embargo, la incomodidad persiste. Me siento en el borde del asiento, mis rodillas pegadas al tablero, intentando parecer relajada.
—Gracias —murmuro, evitando su mirada.
—Gracias a ti, por no hacerme bajarme del coche y meterte a la fuerza —responde con una pequeña sonrisa—. Y.... siéntate bien, Brielle.
—Estoy bien así —digo, tratando de sonar despreocupada—. Es cómodo, deberías probarlo la próxima vez que te subas de copiloto. —Mis ojos siguen fijos en la lluvia que cae contra el parabrisas, como si fuera lo más fascinante del mundo.
Damián suelta un suspiro suave, y de repente, su mano se mueve sobre mi cuerpo, alcanzando mi hombro para empujarme suavemente hacia atrás. El movimiento es firme pero tranquilo. Giro mí cabeza para mirarlo, y lo veo demasiado cerca. Está inclinado levemente hacia mí.
—Es solo agua, Brielle. Se secará —dice en un tono bajo, con firmeza.
Me muerdo el labio, intentando mantener una expresión neutral, pero su toque, su cercanía, me desestabilizan. Me acomodo en el asiento, resignada, sintiendo el calor del coche calar finalmente en mi piel.
—Vale... —susurro, con una mueca de derrota.
Damián pone en marcha el coche y el rugido del Porsche llena el espacio. Es un sonido suave pero poderoso, que contrasta con el silencio tenso entre nosotros. Las luces de los faros cortan a través de la cortina de lluvia, y el coche avanza lentamente por las calles inundadas de la ciudad. Miro por la ventana, observando cómo la lluvia sigue golpeando el asfalto, pero cada vez soy más consciente de su mirada fugaz sobre mí, de los momentos en los que nuestros ojos se cruzan.
—Las calles están completamente intransitables. —Su voz rompe el silencio—. No sé si llegaremos a tu apartamento antes de que esto empore. —El tono es tranquilo, pero la advertencia es clara.
—¿Qué? No, Damián —exclamo.
—Brielle, no es una pregunta —responde con esa seguridad que siempre lo ha caracterizado—. Estamos a unas cuadras de mi apartamento, y no voy a dejarte caminar más en estas condiciones.
Lo dice tan directo, tan firme, que me cuesta replicar. Sé que tiene razón. Las calles están impracticables, y mi ropa empapada no ayuda en absoluto.
—Debiste dejarme en el metro —intento argumentar, pero incluso yo sé que es una excusa sin fundamento.
—El metro con esta lluvia es un caos. Y lo sabes —responde, su tono firme, pero sin ser autoritario. Me está dando la opción, pero ambos sabemos cuál es la decisión más sensata.
Me quedo en silencio, sintiendo cómo la resistencia dentro de mí se va desmoronando. Damián siempre ha sabido cuándo insistir, y ahora no es diferente.
—Está bien... —susurro finalmente—. Pero solo hasta que pare la lluvia.
Diez minutos después, las puertas del ascensor se abren y el pasillo del octavo piso se extiende frente a mí. Damián camina con paso firme, mientras yo lo sigo, abrazándome a mí misma, sintiendo el frío que aún se aferra a mi cuerpo.
—Debes de estar congelada. Puedes darte un baño, te prestaré ropa y prepararé algo caliente —dice haciendo un ademán con su mano para que entre primero.
La puerta se cierra tras de él con un suave clic. El olor a madera y la fragancia de Damián impregnan el aire, llenando su apartamento con una sensación de intimidad inesperada. Lo veo moverme con naturalidad por el espacio, encendiendo las luces y ajustando la calefacción, mientras yo sacudo el agua de mi abrigo, que aún gotea. Mis tacones hacen un ruido sordo contra el suelo, y pequeños charcos se forman a mi alrededor. El frío aún se aferra a mi piel, pero el calor acogedor del apartamento empieza a hacer su trabajo.
Levanto la mirada y nuestros ojos se cruzan. Hay algo en su mirada que me desarma, una chispa familiar que he intentado ignorar desde que volvimos a cruzarnos. A pesar del tiempo, de la distancia, de nuestras vidas separadas, esa conexión sigue ahí, palpable.
—No te quedes ahí —dice Damián, su tono suave pero firme—. Ven, te mostraré el baño para que te duches y cambies de ropa.
Asiento en silencio, siguiéndolo por el pasillo mientras mi vista recorre cada detalle del apartamento. Es sencillo, acogedor, con una decoración minimalista pero cálida. La lluvia sigue golpeando las ventanas, ya a través del cristal veo cómo las luces de la ciudad brillan en los charcos, un espectáculo que casi parece irreal.
Entramos a su habitación, y el estilo minimalista continúa aquí. La cama está hecha de manera impecable, y las paredes están decoradas con un par de cuadros. Me acerco a la ventana, fascinada por la vista, mientras el agua sigue goteando de mi cabello y ropa.
—Espera aquí —me dice, desapareciendo por un momento.
Me quedo observando cómo las luces de la ciudad se reflejan en el cristal, mis pensamientos vagando hacia nosotros. A lo que fuimos. A lo que podríamos haber sido. El sonido de la lluvia es hipnótico, pero no lo suficiente para callar la tormenta dentro de mí. Damián regresa con una toalla y algunas prendas.
—Toma, puedes usar esto —me ofrece una sudadera y unos pantalones que me quedarán enormes, pero que agradezco.
Tomo las prendas y nuestras manos se rozan brevemente. El contacto, aunque breve, envía un pequeño escalofrío por mi espalda, y me aparto rápidamente, insegura de si lo que acaba de atravesarme es simplemente el frío que aún me envuelve o algo más.
—Gracias —murmuro, mientras tomo la toalla y la ropa.
Damián asiente con una pequeña sonrisa que apenas curva sus labios.
—El baño está ahí —señala—. Tómate tu tiempo. Estaré en la cocina.
—Gracias otra vez —respondo antes de desaparecer por la puerta.
Cierro la puerta del baño y me apoyo en ella, soltando el aire que ni siquiera me di cuenta de que estaba conteniendo. Mi reflejo en el espejo es un desastre: cabello pegado al rostro, ropa empapada, y una expresión que apenas reconozco. Me deshago lentamente del abrigo y de la ropa húmeda, dejándolas caer al suelo con un suave golpe.
Cuando el agua caliente cae sobre mi piel, siento cómo el frío y algo más, algo pesado, se va desvaneciendo. Dejo que el calor me envuelva, que el vapor se lleve las dudas, pero mis pensamientos no se desprenden de Damián. ¿Por qué acepté venir aquí? ¿Era realmente la única opción o hay algo más? Pero ¿qué otra opción tenía? No podía caminar bajo esa tormenta, y el metro no era viable. Además, aunque lo niegue, parte de mí se siente tranquila aquí, con él, incluso si eso me aterra.
Apago la ducha, envuelvo la toalla alrededor de mi cuerpo y me visto rápidamente con la ropa que Damián me ha dejado. Me siento pequeña en sus prendas, como si el peso de todo lo que hemos vivido estuviera reflejado en la diferencia de tamaño. Me miro al espejo una vez más, intentando recomponerme antes de salir.
Al regresar a la sala veo a Damián sentándose en la alfombra junto a dos tazones de sopa sobre la mesita del café. Me mira de reojo y sonríe al verme entrar, como si todo fuera perfectamente normal.
—Ven, siéntate. —dice, dando palmaditas a la alfombra a su lado.
Sonrío al verlo sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el sofá, mirando hacia la ventana observando la lluvia caer, es algo que no ha cambiado en él. Aún sigue observando la lluvia como antes. Me acerco y me siento a su lado.
El aroma de la sopa caliente llena el aire, y por primera vez en todo el día, siento que estoy comenzando a relajarme. Cojo el tazón entre mis manos, dejando que el calor se irradie por mis dedos.
—Gracias... está delicioso —digo después de probar la sopa.
Damián asiente, mirando hacia el frente, bebiendo un sorbo de su sopa.
—No es gran cosa —dice, finalmente encontrando mis ojos—. Solo asegúrate de entrar en calor.
El silencio que sigue no es incómodo, pero está lleno de todo lo que no decimos. Mis ojos se desvían hacia la ventana, donde la lluvia sigue cayendo con la misma intensidad. A pesar de todo, este momento, aquí con él, se siente extrañamente... bien.
—Supe que estás trabajando en Global Insight Media —dice Damián, su voz rompiendo el silencio, su mirada encontrándose con la mía—. Me alegro mucho por ti.
Su comentario me toma por sorpresa. Lo miro, desconcertada por cómo sabe eso.
—¿Cómo sabes eso? —pregunto, levantando una ceja, sin poder ocultar la curiosidad.
—Un pajarito me conto.
Ruedo los ojos con una sonrisa. —Fue Olivia, ¿verdad?
Suelta una carcajada, poniendo los labios en una "U" mientras inhala frunciendo el ceño., con burla —Qué lejos que estas, Brielle. Da igual quien me contó, lo importante es que estás trabajando en lo que te apasiona.
Bajo la mirada, sintiendo un calor inesperado subir por mis mejillas.
—Aún no me lo creo del todo —murmuro, intentando sonar casual, aunque mi voz traiciona la emoción que siento.
—Pues deberías —replica, inclinándose ligeramente hacia adelante, con esa intensidad que siempre me ha desarmado—. Lo has logrado, Brielle. Y lograras mucho más.
Intento reprimir una sonrisa, pero no puedo. Hay algo en su mirada, en la forma en que me habla, que hace que me sienta... vista. Y por primera vez en mucho tiempo, me siento bien con eso.
—Ese día estaba hecha polvo, no sé cómo lo logré —digo, empezando a contarle sobre el día de la entrevista, cómo me sentía fatal pero de alguna manera lo conseguí.
Damián se inclina ligeramente hacia adelante, su mirada atenta mientras escucha cada palabra que digo. Me sorprende lo natural que es hablar con él, como si no hubieran pasado los años, como si todavía fuéramos esos dos jóvenes que compartían todo.
—Y aun así lo conseguiste —dice, con una admiración que me sorprende—. Sabía que eras fuerte, pero esto se sale. Diste una entrevista de trabajo con fiebre.... Y quedaste.
El ambiente en la sala parece cambiar de manera casi imperceptible. La sopa caliente, el sonido de la lluvia golpeando la ventana. A medida que hablamos, las palabras fluyen con facilidad, como si no hubieran pasado los años. La conversación fluye de manera natural, hasta que siento su mirada fija en mi perfil.
Siento como sus ojos recorren mi perfil de una manera intensa, Damián se inclina ligeramente hacia mí, su mano se mueve despacio, con una intención silenciosa. Antes de que pueda reaccionar, sus dedos rozan mi rostro, apenas un toque, pero lo suficiente para hacer que mi piel se encienda. Me recoge un mechón de cabello húmedo, lo acaricia entre sus dedos y, con delicadeza, lo acomoda detrás de mi oreja. Su toque es firme, pero suave, y todo mi cuerpo reacciona como si una corriente eléctrica hubiera pasado a través de mí.
—Brielle... —su voz es apenas un susurro. Mi nombre en sus labios suena diferente, más íntimo, como si fuera algo más que una palabra.
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¡Nos vemos en el próximo capítulo! ✨
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