CAPÍTULO 11
DAMIÁN
Me despierto lentamente, sintiendo el calor suave que me envuelve. Lo primero que noto es el peso familiar de otro cuerpo junto al mío. Abro los ojos, entrecerrándolos por la luz tenue que entra por la ventana. Ahí está Brielle, dormida, su cuerpo enredado con el mío, su respiración lenta y acompañada. Su rostro está tan cerca que puedo sentir el leve calor de su piel contra mi brazo, que la rodea de manera natural, como si incluso en el sueño supiera que ella tenía que estar ahí, junto a mí.
Hace ocho años que no despertaba así, con ella. Ocho años desde que tuve que dejarla ir, verla cruzar ese umbral del aeropuerto para que vuelva a Londres. Nunca fue falta de amor; fue distancia. Y ahora, aquí estamos otra vez, enredados entre sábanas y recuerdos. Mi mente lucha por procesar este momento, tan real e imposible al mismo tiempo. El calor que siento no es solo físico; es extraño, pero me da una sensación de plenitud que viene con su proximidad. Me quedo quieto, cuidando de no despertarla, aunque mi mente corre a mil por hora. La miro, sus pestañas descansando sobre sus mejillas, su cabello ligeramente desordenado enredado en mi brazo, su cabeza sigue reposando contra mi pecho, justo donde siempre había pertenecido. Y, por un segundo, todo lo demás desaparece. No hay boda, ni planes, ni océanos separándonos. Sólo este momento, tan perfecto y delicado que casi duele.
Me muevo apenas un poco, intentando no hacer ruido, pero ella suspira suavemente, adaptándose al pequeño cambio en mi postura. Mi mano, de manera instintiva, va a su frente. Necesito saber si su fiebre ha bajado. Ayer estaba ardiendo, el calor de su piel era palpable incluso a través de la ropa. Ahora, su temperatura parece normal, su piel está tibia, no ese fuego que me preocupaba anoche.
Con la yema de mis dedos, acaricio su frente, y siento cómo su respiración se mantiene constante. En este instante, parece tan frágil, tan vulnerable, como si el peso del mundo la hubiera dejado descansar solo por un momento. Mi mente se agita, luchando contra los recuerdos, contra la realidad de lo que soy ahora, de lo que nos separa. Pero es inútil. Este momento es tan poderoso que todo lo demás parece irrelevante.
No debería estar aquí. No debería sentirme así. El compromiso con Vivian pesa como una piedra en mi pecho. Me casaré con ella en unas semanas, y sin embargo... estoy aquí, sosteniendo a Brielle como si mi vida dependiera de ello. No quiero pensar en lo que viene después. No quiero pensar en Vivian, en las decisiones que he tomado, en lo que va a pasar cuando ella abra los ojos. Porque sé que, cuando lo haga, este momento va a desaparecer. Y, sin embargo, no puedo dejar de quererlo, de necesitarlo, por un segundo más.
El sol sigue entrando, más fuerte ahora, iluminando los contornos de la habitación. No puedo evitar notar lo íntimo que se siente todo. No hay barreras, no hay distancia, solo ella y yo. No sé si podré soportar lo que viene después.
Alargo la mano con cuidado, apartando un mechón de su cabello que ha caído sobre su rostro. No puedo evitar sonreír ante su expresión apacible, completamente ajena al torbellino en el que me encuentro. Mi mano rosa su frente, más para tranquilizarme a mí mismo que para comprobar nuevamente su fiebre. Está más fría, parece estar mejor. Me alivio al verla descansar así.
Pero entonces, como si mi toque la hubiera llamado de vuelta a la realidad, Brielle se mueve. Sus pestañas tiemblan antes de abrirse lentamente. Nos encontramos, ojos contra ojos, y por un instante el aire entre nosotros se espesa. No sé qué decir. Mi mente está en caos, pero mi cuerpo sigue sosteniéndola, como si esto fuera lo más normal del mundo.
—¿Qué hora es? —su voz es un susurro rasposo, todavía cargada de sueño.
—Temprano —respondo en el mismo tono bajo, mi voz más ronca de lo que esperaba. No sé si quiero que el día empiece aún. Quiero prolongar este instante, pero las preguntas no dejan de aparecer en mi cabeza. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no puedo dejarla ir, otra vez?
Brielle se estira, deshaciendo el nudo de nuestros cuerpos, pero su cercanía sigue siendo palpable. Sus ojos, todavía pesados de sueño, me observan como si también estuviera procesando lo que significa este despertar.
—¿Cómo te sientes? —le pregunto, volviendo al presente, apartando los pensamientos que me inundan.
Ella se toca la frente distraídamente, como comprobando la fiebre por sí misma, antes de asentir lentamente.
—Mejor, creo... gracias por quedarte.
La forma en que lo dice, tan sencilla, como si esto fuera normal, me deja sin palabras. No es normal. No para nosotros. Nada de esto es normal, no debería estar aquí debería estar en mi apartamento despertando con Vivian en mis brazos, no con Brielle.
El silencio que sigue es peso, lleno de palabras que ninguno de los dos se atreve a pronunciar. Miro sus ojos, esos mismos ojos que una vez me desarmaron por completo, y sé que debería decir algo. Algo que ponga una distancia entre este momento y lo que está por venir. Pero no lo hago.
En lugar de eso, me acerco un poco, rozando su frente con mis labios en un gesto casi automático. Algo tan simple, tan pequeño, pero que lleva consigo años de historia, de momentos no vividos, de palabras no dichas. Ella cierra los ojos, aceptando el gesto sin decir nada, y por un segundo, no somos dos adultos con vidas complicadas y promesas rotas. Solo somos Brielle y Damián, dos personas que alguna vez lo fueron todo para el otro.
Cuando me aparto, sus ojos se abren lentamente, y hay algo en ellos, algo que no puedo descifrar, pero que me golpea en lo más profundo.
—Debería levantarme —murmura, rompiendo la tensión que se ha formado entre nosotros.
—Sí... y yo debería irme —respondo en voz baja, con la garganta un poco apretada. Es la respuesta lógica, la correcta, pero decirlo en voz alta hace que se sienta más real, más definitivo.
—Con tu prometida... —dice, finalmente. El tono de su voz tiene un matiz que no sé si es de tristeza, celos o simplemente resignación. Pero lo noto, y sé que ella también lo siente.
Mi estómago se retuerce al escucharla. Viviana. De repente, el peso de esa realidad vuelve a golpearme con fuerza. El anillo, el compromiso, la boda. Todo eso está esperándome fuera de esta habitación, fuera de este momento. Brielle lo sabe, y aun así, aquí estamos, atrapados entre lo que fue y lo que podría haber sido.
—Brielle...—comienzo, pero la palabra queda suspendida en el aire, incapaz de mirarla a los ojos por completo. Me siento como un cobarde, incapaz de expresar lo que realmente quiero decir. ¿Qué puedo decirle? ¿Que no he dejado de pensar en ella ni un solo día? ¿Que, a pesar de todo, aquí, en esta habitación, me siento más yo que en cualquier otro lugar? Pero también hay algo más, algo que no quiero admitir, ni siquiera a mí mismo: no quiero irme.
—Espero que seas feliz, Damián. —Su voz es suave, pero las palabras tienen un filo oculto, una profundidad que no puedo ignorar.
Asiento, incapaz de decir más. Me pongo mis zapatos rápidamente, impidiendo su mirada todo el tiempo, porque si la miro ahora, sé que no podré irme. Cuando estoy a punto de salir por la puerta, me detengo un momento. Miro atrás, hacia Brielle, que sigue en la cama dándome la espalda, envuelta en las sábanas. La imagen me golpea de nuevo, una última vez.
—Brielle... —intento decir algo, pero las palabras se quedan atoradas en mi garganta.
—Vete, Damián. —Su voz es firme, pero hay algo en ella, una fragilidad sutil que me hiela la sangre. No está llorando, pero la veo luchando por mantener esa compostura que tanto le cuesta. Sus labios están apretados, y sus ojos, aunque no derraman lágrimas, brillan con una mezcla de emociones que no sé cómo interpretar. Sé lo que está sintiendo, porque lo siento también, esa misma mezcla de dolor y resignación que pesa en mi pecho.
Con un nudo en el pecho, finalmente me giro y salgo, dejando atrás el pasado, pero no el peso de lo que acabamos de vivir. Mientras camino hacia la puerta, los pasos se sienten pesados, como si con cada movimiento me arrastrara más lejos de lo que realmente quiero. Las palabras de Jess fueron claras sin rodeos. "Deberías alejarte de ella, Damián. Te vas a casar. No te das cuenta del daño que le estás haciendo... ella aún siente cosas por ti. Si te importa, si alguna vez la quisiste de verdad, aléjate antes de que sea demasiado tarde. No eres solo tú, Damián. Aún no te has dado cuenta de cuánto le importas. No juegues con esto. Si realmente vas a casarte, entonces tienes que dejarla ir. Por el bien de los dos."
La puerta de mi apartamento se cierra detrás de mí con un leve clic, pero el sonido parece retumbar en mis oídos. El silencio que sigue es aún más ensordecedor. Estoy aquí, físicamente, pero mi mente sigue atrapada en esa habitación, entre las sábanas que aún conservan el calor de Brielle. Mi estómago está hecho un nudo, una mezcla de culpa, deseo, y la certeza de que he cruzado una línea invisible.
Vivian está en la cocina. Puedo verla desde la entrada, sentada junto a la mesa, bebiendo café mientras desliza sus dedos sobre la pantalla de su iPad. Sus movimientos son precisos, casi mecánicos. No me ha mirado desde que crucé la puerta. La tensión en el aire es palpable, densa, como una cortina invisible que se alza entre nosotros.
Me acerco lentamente, sintiendo el peso de mis pasos, como si la distancia entre nosotros fuera mucho mayor que los pocos metros que nos separan. Cada segundo se siente interminable, y el silencio entre nosotros, insoportable.
—Buenos días —murmuro, tratando de sonar casual, aunque mi voz sale más ronca de lo que esperaba.
Ella no responde. Ni siquiera un movimiento de cabeza, ni un leve cambio en su postura. Sigue enfocada en su pantalla, el ceño fruncido, la taza de café apoyada en la mesa. Sé que está enojada. Lo siento en cada fibra de mi cuerpo, en la frialdad de su espalda hacia mí.
Doy un paso más y me inclino para darle un beso en la mejilla, pero justo cuando mis labios están a punto de rozar su piel, ella gira el rostro y se aparta, como si mi contacto fuera algo que no puede soportar en este momento. La sorpresa me detiene en seco. Mis labios rozan el aire, vacíos.
—¿Dónde estuviste anoche? —pregunta finalmente, su tono es frío, controlado, pero hay un filo en su voz que corta como una cuchilla. Ni siquiera se ha molestado en mirarme, sigue de espaldas, su perfil apenas visible contra la luz que entra por la ventana.
Me quedo en silencio por un momento demasiado largo. Mi mente corre buscando excusas, algo que pueda decir que no suene tan mal como la verdad. Pero todo lo que pienso suena vacío, falso, y sé que ella lo vería a través de cualquier mentira que intente. No soy buen mentiroso. Nunca lo he sido.
—Salí con los chicos, bebimos un par de cervezas y me quedé con... Scott —balbuceo finalmente. Sé que no es suficiente. Sé que es mentira y me duele mentir así.
Vivian deja escapar un resoplido suave, pero su rostro no se relaja. Sus ojos me miran fijamente, escaneando cada centímetro de mi expresión, buscando algo, alguna señal de que estoy diciendo la verdad. O tal vez de que no la estoy diciendo. Su mandíbula está apretada, los labios tensos en una línea fina. No necesito que me lo diga para saber que está profundamente dolida.
—No contestaste mis llamadas. No sabía dónde estabas —dice, su tono es contenido. Sus hombros caen un poco, como si el peso de lo que siente fuera demasiado pesado para llevar.
Doy un paso hacia ella, inseguro, tratando de acercarme sin invadir su espacio. Mi intención es tranquilizarla, de alguna manera explicarme, pero mis movimientos son torpes, como si estuviera caminando sobre terreno inestable.
—Viv, lo siento... —intento decir algo que apague el fuego que arde detrás de sus ojos, pero sé que no hay disculpa que lo logre. Las palabras se me atragantan en la garganta, atrapadas entre lo que debería decir y lo que no puedo revelar.
Ella me ignora y se aleja hacia el ventanal, sus pasos son ligeros pero decisivos, como si cada uno fuera una pequeña distancia que pone entre nosotros. Deja la taza de café sobre el alféizar con un golpe seco que rompe el silencio, y yo me estremezco, aunque no debería. Luego, sin mirarme, toma el iPad, su atención ahora completamente puesta en cualquier cosa que no sea yo.
—Tenemos que irnos en una hora —dice, y su tono es frío, casi distante—. A las once tenemos la reunión con la coordinadora de la boda para terminar de elegir el menú.
Su indiferencia es dolorosa, pero no puedo culparla. Ella no merece esto. No merece lo que le estoy haciendo pasar, ni la distancia que estoy creando entre nosotros sin siquiera quererlo. La culpa me pesa en el pecho, como si cada palabra que no digo estuviera aplastando lo poco que queda de nuestra relación.
—Amor, por favor... —mi voz suena casi suplicante, y me acerco de nuevo, intentando alcanzar algún tipo de conexión, pero antes de que pueda acercarme lo suficiente, ella levanta una mano, un gesto firme que me detiene en seco.
—Solo ve a ducharte, Damián —me dice, sin siquiera mirarme a los ojos. Es su forma de decirme que no quiere hablar más, que ya no tiene energía para seguir peleando conmigo. Sus hombros están tensos, y por un momento pienso en abrazarla, pero sé que sería inútil. Sé que cualquier intento por acercarme ahora sería rechazado—. Espero que estés presente en la reunión. Esto es de ambos, y últimamente estás más ausente que nunca.
Sus palabras me golpean como una bofetada, no por el volumen, sino por el dolor que transmiten. Su voz no tiene emoción, pero esa falta de emoción es lo que más duele. La frialdad en su postura me desconcierta, y sé que he llegado a un punto en el que las palabras ya no bastan.
Doy un paso atrás, alejándome de ella, pero en mi cabeza todo sigue girando. Las imágenes de Brielle, de la noche pasada, siguen tan vivas que me atormentan. Pienso en lo que Jess me dijo, en lo claro que fue su mensaje: "Si te importa, déjala ir. Aléjate antes de que sea demasiado tarde." Me doy cuenta de que tal vez ya he cruzado esa línea, que puede que ya sea demasiado tarde.
Me dirijo hacia el baño, pero mi cuerpo se siente pesado, como si estuviera cargando un peso que no puedo soportar. Cada paso es más difícil que el anterior, y al cerrar la puerta detrás de mí, el silencio es abrumador. Me apoyo en el lavabo, mis manos tiemblan ligeramente mientras trato de recuperar el aliento.
¿Qué estoy haciendo?
Miro mi reflejo en el espejo, pero no me reconozco. El hombre que veo frente a mí es alguien confundido, alguien que ha perdido el rumbo. Todo lo que pensaba que quería, todo lo que había planeado con Vivian, parece desmoronarse ante mis ojos. Y lo peor de todo es que no sé si quiero detenerlo.
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¡Nos vemos en el próximo capítulo! ✨
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