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CAPÍTULO 10

BRIELLE

Estoy parada frente a la imponente fachada de Global Insight Media, ajustándome la bufanda alrededor del cuello, intentando ocultar lo evidente: mi garganta arde, y mi cabeza late de forma sorda como si estuviera debajo del agua. Cada vez que respiro profundamente, siento como si el aire frío cortara mi pecho. Pero esto no puede detenerme. No hoy.

Me tomo un segundo para comprobar mi teléfono. Hay un mensaje de Jake.

Jake:
Suerte hoy, Brielle! Sé que te irá genial. Ya sabes, mantén esa sonrisa.
Avísame cuando termines y vamos por un café o algo, ¿vale? 😊

No puedo evitar sonreír, aunque rápidamente me obligo a concentrarme. Guardo el móvil en mi bolso y me enderezo. No hay espacio para distracciones. Tengo que fingir que no me siento como si me estuviera desmoronando por dentro. Estoy aquí para una entrevista importante, y no dejaré que una simple gripe me haga tropezar. Necesito este trabajo.

Entro al edificio, sintiendo el frío aire acondicionado rozar mi piel febril. Cada paso resuena en el suelo pulido, y me esfuerzo por mantener una postura recta y confiada. Estoy agotada, y no es solo la gripe que llevo encima. La tensión de esta entrevista, la importancia de este momento... todo se acumula.

La recepción es moderna, minimalista, con grandes ventanales que inundan el espacio de luz natural. El logo plateado de Global Insight Media brilla en la pared como un recordatorio del desafío que me espera. Camino hacia la recepcionista, una mujer delgada y seria, que apenas me mira.

—Buenos días, tengo una entrevista con el señor Harris. Mi nombre es Brielle Akkerson —digo con una sonrisa que espero parezca relajada, mientras reprimo un estornudo.

—Buenos días... Siéntate, te llamarán en unos minutos —responde sin mucho entusiasmo.

Me dejo caer en uno de los sillones, cruzando las piernas, intentando ignorar el ligero mareo que me provoca la fiebre. Mi pulgar mueve distraídamente mi anillo intentando calmar mis nervios, mientras, repasando mentalmente mis habilidades y porque soy la indicada para el puesto de Editora Asistente Senior. Es el siguiente paso en mi carrera, uno que no puedo permitirme perder. Aunque lleve casi cuatro meses sin trabajar en alguna editorial.

Poco después, una mujer alta, elegante, con gafas y el andar decidido, aparece ante mí.

—Brielle, el señor Harris la recibirá ahora. Por aquí, por favor.

Me levanto, sonriendo con la poca energía que me queda, y la sigo por un pasillo largo. Cada paso parece un reto. La puerta al final del pasillo se abre, revelando una oficina espaciosa con ventanales que muestran una vista impresionante de la ciudad. Ahí están Michael Harris, el director de contenidos, y James Olson, editor senior. Ambos me miran atentamente.

—Brielle, bienvenida. Toma asiento —dice Harris, con un gesto de mano, mientras Emma, la mujer que me guio, cierra la puerta detrás de mí.

—Gracias —respondo, sentándome lo más recta posible. Mente despejada, Brielle. Esto es importante.

Harris repasa mi currículum y rompe el silencio primero.

—Vemos que tienes dos años de experiencia como Asistente Editorial en The London Herald. Cuéntanos un poco más sobre ese rol y cómo crees que te preparas para este puesto como Editora Asistente Senior aquí en Global Insight Media.

Respiro profundo y comienzo mi discurso, intentando no tropezar con mis palabras a pesar de la presión que siento en la cabeza.

—En The London Herald, asistí a los editores senior en la preparación y edición de artículos. Mi principal responsabilidad era asegurar la precisión del contenido, desde la verificación de datos hasta la coherencia del estilo editorial. —Mi voz sale más fuerte de lo que esperaba, y me animo a continuar—. Coordinaba la comunicación entre los equipos de diseño, marketing y editorial, asegurando que cada artículo estuviera listo para publicación dentro de los plazos.

Michael asiente levemente, pero su mirada no me da pistas sobre lo que está pensando. James, sin embargo, parece estar evaluándome con más interés. Siento el sudor en mi frente, pero hago todo lo posible por no tocarla. No te muestres débiles.

—Este puesto implica mucho más liderazgo —interviene James—. Aquí, no solo necesitarás coordinar, sino también tomar decisiones sobre el contenido. Queremos a alguien que pueda ser un puente entre los equipos, pero que también tenga una visión estratégica para la expansión de nuestras plataformas globales. ¿Cómo crees que encajas en ese tipo de rol?

Me quedo en silencio un segundo, lo suficiente para organizar mis pensamientos. Tienes esto, Brielle. Me enderezo en mi asiento, tratando de proyectar seguridad.

—He trabajado en entornos en los que la toma de decisiones rápidas es esencial, especialmente durante coberturas de última hora. Mi experiencia me ha enseñado a priorizar la precisión, sin perder de vista los plazos y la estrategia editorial. Además, mis habilidades multilingües me permiten interactuar y revisar contenido en varios idiomas, lo que es clave para una expansión global. Creo que podría ayudar a diversificar las voces dentro de Global Insight Media.

Michael hace un pequeño asentimiento de cabeza.  Esa es una buena señal.

—De hecho, hemos estado buscando expandirnos en el mercado europeo y latinoamericano. ¿Cómo crees que tu conocimiento de varios idiomas te da ventaja aquí? —pregunta Michael, con un brillo en los ojos.

Aquí está mi oportunidad. Me inclino un poco hacia adelante, mostrando mi entusiasmo. Mi voz es firme, a pesar del cansancio que me embarga.

—Hablo con fluidez inglés, francés, español e italiano, y tengo conocimientos básicos de alemán. Durante mi tiempo en The London Herald, no solo traduje artículos, sino que también ayudé a adaptar los textos para diferentes audiencias, asegurándome de que el mensaje fuera culturalmente relevante y efectivo. Ese es un factor crucial cuando se trata de llegar a audiencias internacionales, y creo que podría aplicar esas mismas habilidades aquí para fortalecer su presencia en mercados extranjeros.

James asiente con interés, y eso me da un pequeño empujón de confianza. Pero mi cuerpo empieza a ceder. Siento la fiebre subir más. Un sudor frío me cubre la espalda, pero me obliga a mantener la compostura. Todavía no, Brielle. Aún no.

James se inclina hacia adelante, sus ojos clavados en mí. —Este es un trabajo exigente, y estamos buscando a alguien que no solo sea competente, sino que también pueda asumir más responsabilidades con el tiempo. Queremos a alguien que tenga la capacidad de liderar. ¿Por qué crees que eres la indicada para este puesto?

Mi corazón late más rápido. Es ahora o nunca.

—Soy persistente. Trabajé bajo presión en múltiples proyectos simultáneos, asegurando siempre cumplir con los estándares más altos. Además, tengo una gran capacidad para trabajar en equipo y colaborar de manera efectiva con diferentes departamentos, lo que me ha permitido mantener una comunicación fluida y asegurar la entrega puntual de proyectos. Creo que mi habilidad para priorizar tareas, adaptarme a nuevos desafíos y mantener una actitud proactiva me convierte en una candidata ideal.

Siento el peso de sus miradas sobre mí. Mi respiración es pesada, pero mantengo la sonrisa.

Michael cierra la carpeta que tiene delante y me mira directamente. —Brielle, estamos muy impresionados con lo que has compartido hoy. Pero aún tenemos más candidatos para entrevistar. Estaremos hablando muy pronto.

Asiento, levantándome.

—Gracias por la oportunidad —respondo, manteniendo mi voz firme.

—Gracias —respondo, con una sonrisa que espero se vea segura.

Nos levantamos. La entrevista ha terminado. Mi cuerpo se siente más ligero, pero también vulnerable. ¿Lo habré hecho bien? Mientras estrecho la mano con Michael, noto que James me lanza una última mirada, un destello en sus ojos que me hace pensar que sí.

Una vez fuera del edificio, tomo mi celular y respondo el mensaje de Jake.

Brielle:
Acabo de salir. ¿Café? Lo necesito.

≪•◦ ❈ ◦•≫

El bar comienza a llenarse lentamente, con una luz cálida y tenue que se refleja sobre las botellas brillantes detrás de la barra. La música suena suave, suficiente para llenar los silencios pero no tan fuerte como para ahogar las conversaciones. Miro a Zoe y Jess mientras sirvo el tercer cóctel de la noche, sintiendo el peso del día acumulándose en mis hombros. La gripe me tiene en un estado lamentable, y cada movimiento se siente más pesado que el anterior.

—Y ¿entonces? —pregunta Zoe, mirándome con curiosidad mientras acomoda unos vasos limpios en el estante. Sus ojos brillan con expectativa, y siento su atención fijada en mí, como si pudiera leer mis pensamientos—. ¿Cómo te fue en la entrevista?

Me muerdo el labio, no muy segura de cómo resumir todo lo que ocurrió hoy. Siento un nudo en la garganta, y no sé si es por los nervios o por el maldito resfriado que sigue empeorando.

—Creo que fue bien —digo, aunque mi voz suena más apagada de lo que esperaba. Mis manos frías se posan sobre la barra, mientras me inclino hacia adelante, intentando buscar una chispa de confianza en mi interior—. Les gustó mi experiencia, o al menos eso creo. Michael, uno de los entrevistadores, era bastante reservado, pero había algo en su mirada. Como si...

Me detengo, en la forma en que sus ojos me miraban evaluando cada palabra. Zoe asiente lentamente, su expresión refleja una comprensión profunda, mientras espera más detalles.

—¿Y qué te dijeron? —interviene Jess, quien ha estado limpiando copas detrás de la barra. Su tono es pragmático—. ¿Te dieron alguna pista?

Siento una punzada de frustración, pero me esfuerzo por sonreír, aunque sea débil.

—Nada claro. Me dijeron que me contactarían. Pero tengo el presentimiento de que les gusté. No lo sé, tal vez solo estoy sobre interpretando las cosas... —Me froto las cienes con mis dedos, sintiendo cómo la fiebre vuelve a subir.

Jess termina de colocar las últimas botellas detrás de la barra y se vuelve hacia mí, con el ceño fruncido profundamente.

—Deberías irte... —murmura, su tono directo y sin adornos—. Te sientes pésimo y tu rostro  espanta a mis clientes.

La miro con una mueca, haciendo un gesto de disgusto, pero no puedo evitar soltar una risa suave.

—Bueno, a todos excepto uno —dice Zoe desde el otro extremo, levantando una ceja mientras señala discretamente con la cabeza hacia la esquina opuesta del bar.

Mi sonrisa desaparece al instante. Sigo la dirección de su mirada, y mi corazón parece detenerse por un segundo. Ahí está él. Damián. Su cabello oscuro y desordenado cae sobre su frente, como siempre, y un vaso de cerveza descansa entre sus manos. Está solo, su expresión seria mientras observa el líquido en el vaso, como si estuviera en otro lugar.

Sin pensarlo, empiezo a caminar hacia él. Cada paso se siente como un esfuerzo monumental, como si arrastrara cadenas invisibles. Mi mente grita que me detenga, que no me acerque, que esto es un error, pero el eco de esos pensamientos se ahoga en el murmullo del bar.

—Bri, ¿qué estás haciendo? —su voz corta el aire como un látigo. Me detengo en seco, sintiendo su reproche desde la distancia. No la miro, pero puedo sentir la intensidad en su tono—. Sabes que él...

—Lo tengo claro, Jess —respondo, cortando. La sorpresa brilla en sus ojos por mi tono, pero no me detengo—. No hace falta que me lo recuerdes cada vez que lo veo.

Jess suspira, resignada. No intenta detenerme de nuevo.

—¿Qué haces acá? —pregunto, al llegar frente a él tratando de mantener un tono casual, aunque mi corazón lata con fuerza.

Él levanta la vista, sus ojos verdes se encuentran nuevamente con los míos. Por un breve segundo. Siento ese maldito cosquilleo otra vez, un torbellino de emociones que lucho por suprimir. Pero es inútil.

—Solo vine por una cerveza —responde, con una sonrisa ligera que no llega del todo a sus ojos.

Frunzo el ceño, cruzándome de brazos, intentando ocultar el torbellino que se desata en mi interior.

—¿No hay bares más cerca de tu casa? —pregunto, tratando de sonar indiferente.

Damián sacude la cabeza, una sonrisa se dibuja en sus labios, lenta, casi juguetona.

—No estás tú en esos bares —dice, con una naturalidad que me descoloca.

Mi corazón se acelera aún más, y me odio un poco por eso. Intento no reaccionar, no darle el poder de afectarme. Pero el calor sube a mi rostro, y sé que mis mejillas están enrojeciendo. Por la fiebre, claro.

—¿Qué? —digo, sintiéndome un poco perdida, la fiebre no me deja pensar con claridad. Pero antes de que pueda seguir, su mano sube lentamente hacia mi frente.

El contacto es suave, casi imperceptible, pero suficiente para que mi piel arda bajo su toque. Debería apartarme, debería decir algo. Pero no lo hago. Me quedo ahí, inmóvil, sintiendo cómo la calidez de su mano contrasta con el frío que siento por dentro.

—Tienes fiebre... —susurra, su pulgar trazando pequeños círculos sobre mi piel.

Cierro los ojos por un segundo, dejándome llevar por la sensación. Quiero quedarme en este momento, aunque sé que no está bien.  Pero se siente tan bien. ¿Por qué siempre tiene que ser tan atento, tan... él?

—Me siento mal —admito, mi voz es apenas un susurro, quebrada por el cansancio y el malestar.

Damián me mira con esa mezcla de preocupación y algo más, algo que no quiero nombrar.

Antes de que pueda decir algo más, la voz de Jess irrumpe en el aire.

—Brielle —su tono es firme, sin dejar lugar a discusión—. Vete a casa. Descansa y mejórate.

Me giro hacia ella, su expresión es seria, decidida. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho, y sus ojos me observan con ese tipo de preocupación que siempre me desarma.

—Está bien —intento decir, pero mi voz sale débil, casi inaudible.

No discuto, la verdad es que no me quedan fuerzas y solo puedo pensar en irme a casa a dormir, el dolor de cabeza me está matando y el ruido que hay en el bar junto a sus luces no ayudan en nada a calmar algún síntoma, sino que lo empeora. No sé cómo duré casi dos horas sin morir en el intento.

—Vamos. Te llevaré a casa —dice, Damián levantándose de su asiento, y una mezcla de sorpresa y emoción recorre mi cuerpo.

Jess frunce más el ceño, y puedo sentir la tensión en el aire.

—No deberías —Jess se interpone, y su voz suena autoritaria, casi como una advertencia. Su mirada es fija en Damián.

—La llevaré de todas formas... —responde Damián.

—Iré por mi bolso. —Anunció y Damián asiente.

Camino hacia la habitación del personal, sintiendo el peso de cada paso como si llevara toneladas sobre los hombros. El cansancio me invade. Mi garganta arde y la cabeza me late como si alguien la estuviera golpeando desde dentro. Me duele todo el cuerpo, lo siento pesado, mi piel está ardiendo. Solo quiero meterme en la cama, taparme con las mantas y dormir por horas.

Busco mi bolso rápidamente y ni me molesto en cambiarme de ropa, me pongo el abrigo  y salgo de la habitación, y el murmullo del bar me golpea de nuevo. Avanzo hacia la barra donde Damián sigue, pero ahora Jess parece aún más tensa. Algo pasó mientras yo no estaba, algo que no puedo entender del todo. Él tiene el ceño fruncido, pero en cuanto me ve, su expresión se relaja un poco.

—Vamos —dice Damián, levantándose de su asiento con una naturalidad que me desconcierta. ¿Por qué tiene que actuar como si esto fuera lo más normal del mundo? En cambio, siento que cada paso que doy hacia él es una pequeña rendición.

—Gracias —murmuro, mi voz ronca por el malestar y el agotamiento. No quiero sonar débil, pero es difícil esconder cómo me siento. Cada palabra me raspa la garganta y me duele el cuerpo.

Jess me lanza una última mirada antes de que salgamos. Es una mezcla de advertencia y preocupación. Sé que no aprueba esto, pero no puedo detenerme ahora. Estoy agotada, y aunque sé que esto puede ser un error, necesito que alguien se preocupe por mí, aunque sea por una noche.

Nos subimos al coche, y el ambiente dentro es pesado, como si las palabras no dichas llenan el espacio. Me abrocho el cinturón de seguridad, evito mirarlo directamente. Mis manos tiemblan ligeramente, pero no sé si es por la fiebre o por él. Siento su mirada rápida, casi furtiva, y me pregunto qué estará pensando. No digo nada, simplemente recuesto la cabeza en el respaldo del asiento, cerrando los ojos por un segundo. Sintiendo el alivio del silencio.

El coche arranca suavemente, y el ronroneo del motor llena el silencio incómodo entre nosotros. Afuera, la ciudad parece seguir su curso, indiferente a lo que pasa dentro de este coche. No puedo evitar sentirme atrapada, como si estuviera navegando por un territorio emocionalmente peligroso sin ninguna guía. No hablamos durante todo el trayecto, y aunque me gustaría romper el silencio, no sé qué podría decir. Cualquier palabra que salga de mi boca se sentiría cargada de significado, como si en cualquier momento todo pudiera explotar.

Llegamos a mi edificio, y me sorprende lo rápido que el tiempo ha pasado. El trayecto entero se sintió como un borrón, una niebla que se disipa lentamente cuando veo las luces del apartamento. Me desabrocho el cinturón, pero no me muevo inmediatamente. No quiero bajar del coche, una parte de mí no quiere alejarse. Pero otra parte de mí también quiero estar lejos de aquí, lejos de todo.

—Déjame acompañarte arriba —dice Damián de repente, cortando el silencio como una navaja. Su voz es suave, casi una súplica, pero firme. No puedo decirle que no.

Asiento lentamente, sin fuerzas para protestar. Mi cuerpo se siente tan débil como mi voluntad en este momento. Bajamos del coche, y el frío de la noche me golpea otra vez. El viento roza mi piel febril, haciendo que me estremezca. Damián camina a mi lado, y aunque no me toca, su proximidad se siente casi eléctrica.

Llegamos a la puerta de mi apartamento, y mientras busco las llaves en mi bolso, siento su mirada fija en mí. No puedo evitarlo, me giro para mirarlo de reojo, y sus ojos se encuentran con los míos. Hay algo en su expresión, una mezcla de preocupación y algo más, algo que no quiero descifrar ahora.

Finalmente, abro la puerta y entramos, enciendo las luces.

—Voy a prepararte algo caliente —dice de repente, dirigiéndose a la cocina como si fuera lo más natural del mundo.

—No es necesario, de verdad... —trato de protestar, pero mi voz sale entrecortada, rasposa, y él me interrumpe levantando una mano, sin siquiera girarse a mirarme.

—Ve a cambiarte, ponte algo cómodo —responde con esa calma autoritaria que siempre ha tenido, esa que nunca permite discusión.

Lo miro un segundo más, vacilando. Esto no está bien, cada parte de mí lo sabe. Este espacio es mío, íntimo, y su presencia aquí es un recordatorio de todo lo que debería estar evitando. Pero estoy agotada, tanto física como emocionalmente, y mi resistencia se desmorona ante su firmeza. Suspiro, derrotada, y camino hacia mi habitación.

Mientras me cambio, cada movimiento me pesa como si llevara una tonelada. Me quito la ropa de trabajo con manos lentas, casi torpes, y dejo que las prendas caigan al suelo en un desorden que refleja cómo me siento por dentro. Me pongo una sudadera vieja y unos pantalones de chándal.

Cuando vuelvo al salón, Damián está en la cocina, revolviendo algo en una olla con una concentración que parece absurda en el contexto. La escena es surrealista. Este es mi espacio, mi pequeño refugio, y verlo allí, tan cómodo, como si todo fuera normal, me desconcierta y reconforta a la vez.

—No tenías que hacerlo —murmuro, envolviéndome en una manta mientras me dejo caer en el sofá. Mi voz es apenas un susurro, pero lo suficientemente fuerte para que me oiga.

—Quiero hacerlo —responde sin apartar la vista de la olla, con una sinceridad tan desarmante que me deja sin palabras.

El silencio que sigue es espeso, cargado de todo lo que ninguno de los dos se atreve a decir. Me pregunto si Damián está pensando en lo mismo que yo: aquel momento, esa línea que casi cruzamos. Parece que, sin importar cuánto lo intente, no puedo alejarme de este precipicio.

—¿Cuándo aprendiste a cocinar? —pregunto, más para romper el silencio que por verdadera curiosidad. Apoyo la cabeza en el respaldo del sofá y cierra los ojos por un momento, dejando que el calor de la manta me envuelva.

Damián deja escapar una risa suave, un sonido que me provoca una sonrisa involuntaria.

—Cuando me mudé solo —responde con una mezcla de orgullo y diversión—. O aprendía o me resignaba a vivir de pizza y fideos instantáneos.

Dejo que su voz me envuelva, su tono familiar me calma de una manera que no quiero admitir. Mis párpados están tan pesados que siento que podría caer dormida en cualquier momento. A pesar de la fiebre, hay una parte de mí que se aferra a este pequeño momento, a la tranquilidad de tenerlo cerca, aunque no debería estarlo.

—¿Y eres bueno? —pregunto, intentando mantener la conversación viva, aunque sé que el cansancio está ganando.

—Digamos que aún no he envenenado a nadie... —responde con una sonrisa en la voz—, todavía.

El suave murmullo de Damián en la cocina, mezclado con el calor que emana de la manta, me hace caer en una especie de letargo. No alcanzo a tomar la sopa que me está preparando, ni siquiera me doy cuenta del momento exacto en que caigo dormida.

Pero el sueño no es profundo, ni largo. Me despierto entre la sensación de suavidad bajo mi cuerpo y una leve presión en mi frente. Al abrir los ojos, lo primero que veo es a Damián, inclinado sobre mí, con el ceño ligeramente fruncido. Está acomodándome en mi cama con  delicadeza.

—Te quedaste dormida en el sofá —dice en voz baja—. Te traje a la cama.

El calor en mi piel se mezcla con una sensación de extraña tranquilidad. Lo observo mientras me acomoda las mantas, y mi mente, medio nublada por la fiebre, no puede evitar aferrarse a este momento. Es tan fácil imaginar, por un segundo, que esto no está mal, que no hay nada que nos impida estar aquí, juntos.

—Quédate... Solo por un momento.


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