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Quinto Encuentro

Capítulo dedicado a: emodecloset_ y Applepi_simper, por seguir esta historia, ¡muchas gracias!

—¡Maldición, me quedé dormido! —chilló el pequeño chico de hebras naranjas, mordiendo sus labios con completa frustración sincera, mientras se apresuraba en pedalear con fuerza, subiendo la ligera calle inclinada y poder tomar la bajada al girar con la esquina.

Nota mental: cuando estuviera en el club de voleibol se aseguraría de hacer todo el ruido suficiente a la hora exacta de la limpieza, ya que, si guardaba silencio, terminaría encerrado de nuevo en el almacén... con Kageyama.

Sus labios parecieron temblar ante esos recuerdos efímeros no tan satisfactorios a los que se había enredado sin querer. De pronto, sus mejillas se tornaron de un ligero carmesí, y el peso de su pedaleo se sintió como si volara, mientras repasaba en su mente que, si se podía dar el ligero gusto de mentir aunque fuera sólo un poco, realmente no le había molestado el beso que había tenido con ese idiota, aunque ya no sabría qué decirle cuando lo volviera a ver en el club, y estaba claro que faltar era innegable, ya que no podía simplemente dejar su sueño por problemas amorosos.

Una ráfaga de aire frío se estrelló contra su cuerpo, logrando que Hinata intentara esconder su cuello lo mejor que pudo entre su uniforme escolar. Los días de invierno ya estaban llegando, al igual que Hinata rodeando una esquina y dando marcha por una calle recta. Hacía frío, lo podía confirmar, ya quería llegar a su salón de clases, donde un calentito aire acondicionado le aguardaba mientras se sentaba tranquilamente en su silla sin que Tobio le rondara. ¡El paraíso sí existía!

Nota mental número dos: nunca salir sin un abrigo adecuado en días de invierno, no importa lo tarde que vayas. Podrías arriesgarte a que te dejaran afuera y que tu madre te castigara por ese mismo factor, pero nunca con frío. No, nunca.

Frenó en seco, cuando llegó al final de la calle, utilizando los frenos de mano y derrapando sus zapatos contra el suelo sólo por gusto propio. El semáforo rojo para peatones lo pusieron ligeramente nervioso, viendo a los carros pasar de vez en cuando, teniendo la ligera tentación de simplemente retomar el paso, pasándose las luces rojas.

Pero no: ¡atrás impulso de idiotez!

—Hinata... —Lo que faltaba, la voz de la persona que le lograba girar el mundo. Un escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza, y lo único que acertó a hacer fue mirar con lentitud al atractivo chico de hebras negruzcas y profundos ojos azules.

—¡Ka-kageyama! —gritó, completamente agitado y empezando a enrojecer hasta las orejas. El colmo era que Tobio ni siquiera parecía consternado o nervioso por verlo, parecía normal, y eso de cierta forma hizo que Hinata se sintiera un poco mal: ¿lo de ayer no había significado nada para él?—. Buenos días... —A pesar de eso, intentó ser amable, tiritando con fuerza, logrando que incluso la bicicleta se sacudiera al ritmo de la pena inexperta del más bajo. Parecía un vibrador.

—¿Tienes frío? —preguntó con simpleza, notando que Shoyo no llevaba algo que lo cubriera en la terrible época invernal que se avecinaba.

—No es eso... —Aunque el de cabellos naranjas se atrevió a negar, Kageyama ya se había quitado su chaqueta azulada que llevaba puesta arriba del uniforme y lo colocaba sobre los hombros del de menor estatura. Eso hizo sentir mareado a Hinata, ya que aunque el aroma seco de Kageyama era adictivo y la calidez cubría su pequeño cuerpo, no pudo evitar preocuparse: ¡Kageyama se había portado como un caballero con él! ¿Qué demonios? También parecía más serio y tranquilo de lo habitual: ¡algo andaba mal!

—Deberías de cuidarte, idiota, hace frío —acreditó con simpleza, dando una mirada para nada discreta a la nariz enrojecida de Hinata por la temperatura que ya estaba bajando. Hinata ya estaba lo suficientemente alterado, ante el raro gesto de Kageyama.

—¿Quién eres? Y, ¿q-qué le hiciste a Kageyama? —pidió una explicación, arqueando sus cejas y mostrándoselo un poco evasivo, sabiendo que no sabría qué hacer si de repente Kageyama le revelara que no era Kageyama, si no que era un extraterrestre que se había adueñado de él y planeaba secuestrarlo esa noche.

Tobio seguía perdido, no creyendo que había ningún cambio en su personalidad, sólo había amanecido mucho más alegre de costumbre, después de que en la noche tuviera mil dudas existenciales por culpa de ese beso en el almacén. Y Hinata simplemente pensaba en quién podría ser el indicado correcto para ayudarlo a hacer huir del cuerpo ajeno al extraterrestre: ¿estaría bien Daichi? Sugawara era muy responsable, Yamaguchi y Kiyoko eran comprensivos, pero Yachi y Tsukishima eran más inteligentes. Quizás alguno sabía de los extraterrestres...

—Sólo estoy intentando ser atento con mi pareja... —habló Tobio con simpleza, mostrando cierta duda en su cara. A su vez, el semáforo volvía a cambiar al color verde.

Hinata se quedó helado al oír lo último y su corazón dio un largo brinco, como si la circulación de la sangre por todo su cuerpo aumentó en rapidez, teniendo preferencia en su cara (¿sí era así?) hasta llenarse del color rojizo. Ahora ya sacaba humo hasta por las orejas.

¡Paren! ¡Paren todo!

—¿Pa-pareja? —Por fin, después de vagos intentos moviendo sus labios para hablar, se bajó de la bicicleta de golpe, y los nervios parecían querer traicionarlo. Kageyama asintió, decidido, con un pequeño rubor en sus mejillas. Hinata tragó seco: no le había molestado el apodo del todo, pero tampoco quería ilusionar a Kageyama, puesto que se había saltado algunos pasos esenciales para poder declarar eso—. Creo que no... sólo parejas...

—¿Por qué no? Ayer nos besamos. —Tenía un punto. Y uno muy grande.

«Es cierto, ayer nos besamos, ¿por qué no?», pensó Hinata, apretando sus manos al manubrio, de forma milagrosa y logrando llegar a esa conclusión en conjunto. Vaya, sí que eran un poco raros. Kageyama, al verlo a la cara, parecía hablar completamente en serio. No era justo, sin querer, lo hacía sentirse feliz.

—Creo que por mí está bien... —murmuró, completamente rojo por la pequeña respuesta afirmativa en ese instante. Kageyama copió su acción de forma pronta.

A partir de ese momento, pareció decidirse en que irían juntos a la preparatoria Karasuno, empezando a caminar a la par, tratando de evitarse la mirada, con los nervios adolescentes del primer amor a flote y las conocidas mariposas en el estómago revoloteando por ahí, al mismo tiempo que el aire helado se colaba por las rendijas más diminutas de su cuerpo. Era perfecto, un alegre paseo de enamorados normales, tan común y reconfortante... o así tenía que ser. En un acto involuntario, cruzaron miradas, viéndose de reojo. Sólo duraron como dos segundos pudiendo mantener la vista normal y acaramelada, ya que la costumbre y la competencia innata corriendo por sus venas los obligó a correr, dando ligeros gritos al hacerlo, tratando de llegar antes que su acompañante, sólo por mero capricho. Se daban ligeros empujones de vez en cuando y soltaban maldiciones en sus balbuceos.

—¡Espera, yo llevo la bicicleta, Kageyama! ¡No es justo! —Se quejó el de orbes cafés, tratando de mover sus piernas más rápido, queriendo alcanzar al que ya se le iba adelantando como por dos pasos.

El amor era tan hermoso.

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