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35. Él no te recuerda, y jamás lo hará

Aún sigo temblando después de colgar la llamada de mi padre. Era demasiado grande para mí saber que saber que estaba vivo, y que ya no era una simple suposición que debía sostener ante los demás para que me creyeran, sino que ahora era cierto. Tan cierto que hacía doler mi pecho de la felicidad.

Papá me explicó que lo supo todo por el mismo padre de Cheryl. Él lo contactó y pidió su presencia cuando el juez al que logró convencer le dio la orden prioritaria de exhumación del cadáver. Estaba tan feliz con todo esto que quería salir y gritar a todo el mundo que nunca perdí la esperanza de volver a ver a... Jeremy.

Jeremy, tú prometiste amarme más allá de la eternidad, ¡oh, Dios! Recordar sus palabras estremecen mi cuerpo. Mi teléfono suena nuevamente y es Cheryl, me limpio los ojos con el dorso de la manga de mi camisa y sorbo por la nariz que se me ha congestionado con todas las lágrimas de felicidad que brotaron sin remedio.

―Hola, Cher.

―¿Ya lo sabes?

―Sí, lo sé.

―¿Quién te lo dijo? ¿Mi padre te llamó? ―Las preguntas de Cheryl sonaban a un reclamo en contra de su padre, debía calmarla.

―No, no fue él. Fue el mío.

―¿Tú padre? ¿Cómo lo supo?

―El tuyo lo llamó, y no se aguantó las ganas de contarme. Quiere que vaya a casa de inmediato.

―¿Y vas a ir?

―No, no puedo. Se supone que voy a irme con Jeremy. Lo prometí porque está dispuesto a marcharse.

―Em...

―No puedo permitirlo sin que sepa toda la verdad.

―Debes informarlo a mi padre para que te diga que hacer.

―Sí, eso hare.

―Por otro lado, Phi está muy afectada con la noticia. Jeremy está vivo; pero Max está muerto. Nos necesita.

―Si, por supuesto, y deberíamos ir con ella.

―La he invitado a quedarse en casa con nosotras. Vamos a necesitar nuestra antigua noche de chicas en pijamas, ¿las recuerdas?

―Claro que sí ―repongo con nostalgia recordando con ello cuanto tiempo ha pasado desde la última vez que hicimos una, en la víspera del cumpleaños de Kate―. Llevaré pasabocas ―añado y me despido pensando en ella, en Kate.

Indudablemente en algún momento tengo que agradecerle que haya puesto a Jeremy nuevamente en mi camino; aunque él se haya puesto primero en el de Michelle. Michelle...

¿Y si ella sabía algo?

Me cuestiono temiendo la respuesta; porque si Jeremy había estado con ella todo este tiempo es porque Natalie lo permitió. Me pone triste pensar que aquella mujer por la que una vez sentí pena se haya comportado como una arpía. Ella sabía lo mucho que lo amaba y lo mucho que sufrí aquella noche cuando mi padre me dio la mala noticia diciéndome que Jeremy había muerto, y fui tan débil que no pude ni verlo, pero al final, fue que ella no lo permitió. Ahora no tenía dudas que Natalie era una horrible mujer, y muy probablemente Michelle estaba de su lado para quedarse con él como lo prometió.

Había sentido muy hirientes sus palabras ese día cuando dijo que prefería que estuviera muerto, ¡cielos! Ella sabía que estaba... vivo...

Me levanto del escritorio y recojo mis cosas, aún faltan treinta minutos para que salga, pero con todo esto no puedo permanecer aquí, necesito salir y respirar porque siento que me ahogo en este pequeño espacio. Busco mi chaqueta y me la coloco. Con el bolso en la mano salgo de mi pequeña oficina y tomo el pasillo para salir de esa zona. Evito mirar la oficina de Jeremy, y corro hacia el ascensor.

―¿Emily, sucede algo? ―Es el señor Barret que sale de su oficina acompañado de Alice.

―Señor Barret, debo... irme... lo siento.

―Está bien, solo quiero saber si tienes alguna urgencia para ayudarte. ―Insiste, y sé que no lo hace por malo.

El señor Barret ha sido muy bueno conmigo, y me ha dado la oportunidad que no había podido conseguir en ningún otro lado.

―Mañana vendré más temprano, lo prometo.

―¿Seguro que eso es suficiente?

―Sí, solo necesito salir.

―Bueno, ve descansa, y nos vemos mañana.

―Gracias.

―No hay de qué, Emily.

Miro a Alice, y esta me asiente, no sigo hablando más y me apresuro en ir hacia el ascensor. Bajo hasta el estacionamiento y subo a mi auto. El auto de Jeremy, lo enciendo y respiro aliviada cuando no se apaga. Salgo del estacionamiento; y al intentar tomar la vía para ir a casa alguien se atraviesa de frente y tengo que frenar en seco para no arrollarla; sin embargo, no parece algo incidental porque la persona que casi arrollo se acerca a la ventana, y no me sorprende que sea Michelle. Ella me mira con transparente odio en su mirada, pero no dice nada. Bajo el vidrio y la miro. No se ve nada bien.

―¿Qué quieres? ―increpo con bastante hostilidad.

―¡Quiero que desaparezcas y me lo devuelvas, maldita! ―grita al tiempo que golpea con sus manos el marco de la ventana.

Sus palabras no me sorprenden. Abro la puerta y la empujo con ella haciéndole retroceder y bajarme del auto.

―Tú lo sabías, ¿cierto? Siempre supiste que estaba vivo ―la acuso increpándola―. ¡Siempre lo supiste! ―Sigo haciéndolo.

Esperaba que dijera algo; sin embargo, solo se echa a reír.

―Eras una chica enferma y loca. Tú nunca le conviniste.

―¿Y tú sí?

―Soy mejor que tú.

―Pero él siempre me ha amado a mí ―le restriego con rabia.

Toda valentía y rabia menguan en su rostro hasta volverse lastimero.

―Eso jamás habría pasado si nunca hubieras aparecido en su vida.

―Pero lo hice, y nada de lo que han hecho tú y Natalie impedirá que volvamos a estar juntos.

―Él no te recuerda, y jamás lo hará. Natalie se aseguró de eso. Él nunca volverá a ser el Jeremy que conociste.

Sabía de sobra que Michelle solo buscaba herirme, porque en el fondo, era cierto, él me había olvidado; sin embargo, nuestro amor era tan fuerte que estaba segura y confiada que sobreviviría aun hasta en el olvido.

―Mientes, aún si no me recuerda, nada impedirá que estemos juntos de nuevo, ni siquiera tú.

Me aparto de ella para volver al auto.

―¡Eres una maldita! Mil veces maldita Emily Barnes, no te saldrás con la tuya ―grita con enojo desalmado.

Yo no le hago caso y me subo a mi auto encendiéndolo y conduciendo rápidamente, si algo deseaba era alejarme de esa mujer que parecía estar más trastornada que yo, y por la que lejos de rabia, solo sentía pena.

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