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Capítulo 5: El plan

Al día siguiente, después del trabajo, con mi papá vamos inmediatamente a la casa de Willy. Somos los primeros en llegar. Esperamos a que llegue quién tenía que llevar la carretilla. Cuando llega comenzamos a cavar.

Lo hacemos lenta y cuidadosamente procurando que no se escuche.

Estamos mucho tiempo cavando hasta que se nos llena la carretilla.

—Marcela ¿podrías dejar la tierra de la carretilla afuera de la casa? No hay cámaras que puedan grabar el patio —me pide Willy sosteniendo la carretilla.

—¿Por qué yo? —pregunto.

—Porque eres la menor entre nosotros por lo que difícilmente sospecharan en ti —me contesta.

Sinceramente no tengo la menor intención de hacerlo, y menos las ganas, pero igual lo hago como para demostrar que estoy de su lado.

Salgo (con mucho esfuerzo) llevando esa pesada carretilla. La llevo por alrededor de la casa, caminando sigilosamente, y vacío su contenido en el patio.

Miro a todos lados por si hay alguien. Por suerte, el lugar está vacío, pero, por lo vacío que está, supongo que debe ser muy tarde.

Entro a la casa de Willy, con la carretilla en las manos. No sé a quién debo pasársela así que espero a que alguien la tome. La toma Willy.

—Gracias Marcela. Espero que sigas ayudándonos —dice Willy al tomar la carretilla.

—Creo que ya es muy tarde. Debería irme —le contesto.

—Pero si solo son las... —dice y saca su celular— 12:30 am. Tienes razón, creo que todos tienen que irse. De todos modos, ya casi hemos terminado, solo nos queda agrandarlo y llegar hasta afuera. Seguiremos hoy por la tarde —me dice y empieza a hablar en frente de todos—. Hoy es La Salida así que, si tienen problemas como, por ejemplo, que los despidan si es que ellos se enteran de esto, tienen toda una semana para conseguir trabajo.

Después, todos nos vamos.

Cuando llegamos a nuestra habitación, no nos encontramos con mi tía preguntando en dónde estábamos, sino a todos durmiendo. Entramos sigilosamente procurando no chocar con ninguna cama.

Vamos al baño a ponernos el pijama y luego caminamos lentamente a nuestra cama. Esta vez nada interrumpe el momento de dormir.

Hoy día en el trabajo llego más temprano que de costumbre junto a mi papá. Vamos entrando cuando mi jefe nos detiene.

—Marcela, tenemos que hablar —me dice mi jefe, muy serio.

Mi papá y yo nos miramos, muy nerviosos. Es más que claro que un "tenemos que hablar" nunca es por algo bueno. Quizá me quiere despedir, y si es así, en el día anterior a La Salida tendremos que dejar la habitación en que vivimos y pasaremos un día viviendo en la calle, un día antes de morir en La Salida. Además, nadie nos contratará si me despiden por lo que creo.

Pienso en todo eso cuando tengo una magnífica idea: Willy nos puede contratar, pero si es por lo que pasó en su casa, el Superior le quitará su empresa, y ya seríamos varias personas despedidas, y todas formamos parte de La Salida.

Camino junto a mi jefe hasta su oficina.

—Tome asiento —me dice mi jefe cuando entramos, dándome la espalda. Le obedezco—. Bueno. Tú sabes que has llegado varias veces tarde a tu trabajo, y eso no corresponde. Por eso mismo, tú y tu papá están despedidos —dice mi jefe, de manera muy fría y sin mirarme.

—¿Por qué? —pregunto, muy enojada.

—Ya te dije: porque has llegado tarde varias veces —me contesta

Su expresión fría me enfurece.

—Jamás he llegado tarde. Y si fuera cierto, no tendría por qué despedir a mi papá por algo que hice yo —contesto simulando tranquilidad.

—Tu papá también llega tarde.

—Lleva 3 días de trabajo. Si hubiera llegado tarde todos esos días, aún no tendría por qué ser despedido

—Mira Marcela, tú no decides quién sigue en su trabajo sino yo, y yo he decidido que los dos están despedidos. Ahora hazme el favor de salir por esa puerta y no volver —dice y vuelve a dejar de mirarme.

Estoy indignada. No pienso en irme de aquí, jamás. Esto no es justo.

—A todos les llega el karma —le digo y me voy golpeando fuerte a la puerta detrás de mí. Ni siquiera miro hacia atrás su reacción, y no me arrepiento de eso.

Salgo furiosa, tanto así que no le respondo a mi papá.

—Hija ¿qué pasó? —me pregunta constantemente.

Cuando ya estamos lo suficientemente lejos de ahí, le respondo.

—Nos despidieron —le informo lo más fría que puedo. Trato de imitar la frialdad de mi jefe, y sé que la conseguí con éxito al ver la expresión de mi padre.

—¿A mí también? —me pregunta inmediatamente. Me sorprendo al escuchar de él una pregunta tan necia.

—Si te digo "nos despidieron" ¿Qué crees? Si solo me hubieran despedido a mí hubiera dicho "me despidieron" y no "nos despidieron" ¿cómo puedes hacer una pregunta así? —le digo bastante fastidiada haciéndolo notar en el tono de mi voz y en las palabras que le digo.

—Disculpa si te hice enojar. ¿Por qué nos despidieron? —me pregunta. Esta vez habla como si estuviera preocupado, lo que es raro porque él nunca se preocupa cuando lo despiden a menos que queden pocos días para La Salida.

—Según él por mis retrasos, pero los dos sabemos por qué es realmente. Seguramente me vieron por la cámara pasar por la casa de Willy con la carretilla y luego vieron quienes salieron de su casa. Estoy segura de que ahora estamos todos despedidos y que el Superior le quitó la empresa a Willy, así que no tendremos cómo salvarnos la próxima semana para La Salida.

Vislumbro en el rostro de mi padre una expresión muy preocupada.

—Willy creyó que esto no pasaría; estaban las posibilidades, pero eran mínimas, muy pocas como para ponerse a pensar en qué haríamos. Pero finalmente pasó y ahora no sé qué vamos a hacer —dice muy desesperado.

—Vayamos a la casa de Willy a discutir lo que haremos —propongo.

—Excelente idea. Tenemos que ir —dice mi papá y comenzamos a caminar hacia la casa de Willy.

Caminamos por poco tiempo y ya llegamos. Mi papá toca la puerta. Se escuchan unos pasos dentro y nos abre. Ahora pienso en que, si se escucharon sus pasos, es casi seguro que se escucharon las palas cavando anoche, por muy silenciosos que hayamos sido; o tal vez ahora solo se escucharon sus pasos porque caminó cerca de la puerta o porque dio pasos fuertes.

—Nos despidieron —le dice mi papá a Willy cuando ya entramos y nos sentamos.

—Eso creí. Si no los hubieran despedido, no estarían en mi casa en su horario de trabajo. Adivinen que me hicieron a mí —dice Willy en un tono burlesco.

—¿Te quitaron la empresa? —pregunto, muy nerviosa por cómo puede reaccionar.

—Por supuesto. Ahora creo que tendremos que esperar pocos minutos y ya estarán llegando los demás hasta acá en busca de ayuda, pero no sé por qué creen que yo podría ayudarlos en algo si estoy en las mismas —dice Willy.

Nos quedamos unos segundos en silencio. No es de esos silencios relajantes ni pensativos, es un silencio incómodo.

—Se me ocurrió una idea —dice mi papá. Veo en su rostro el entusiasmo. Eso demuestra que habla en serio.

—Cuéntala, ¿qué esperas? —dice Willy, exasperado.

—Este puede ser el momento perfecto para la revolución. Podríamos ir hoy, cuando el Superior esté hablando al micrófono deseándoles buena suerte a los desafortunados que irán a La Salida, y nos adueñamos del micrófono e informamos nuestras intenciones. Ojalá los demás nos apoyen —cuenta mi papá con entusiasmo.

—Es muy arriesgado —dice Willy. Pienso lo mismo.

—Una revolución es arriesgada. Quizá fallezcamos en la pelea, pero valdrá la pena por un futuro mejor para nuestros descendientes

Suena convincente.

—Esperemos a que lleguen los demás —contesta Willy.

Nos quedamos en silencio esperándolos. Creí que requeriríamos de paciencia, pero no fue necesario. Llegan poco tiempo después en grupo. Supimos que llegaron cuando escuchamos sus bulliciosas voces. Luego guardan silencio y tocan la puerta. Willy se levanta de mala gana y les abre.

—Nos despidieron —dice el papá de Laura cuando están entrando.

—Sí sé que los despidieron, como a todos nosotros —dice Willy.

Todos entran y se sientan. Willy se para en frente de todos junto a mi papá.

—Esteban planea que hagamos una revolución —dice Willy.

—¿Cómo planean hacerlo? —pregunta mi mamá, poco convencida.

—Pienso en ir hoy, cuando el superior este deseando buena suerte a quienes van a La Salida, nos apropiamos de su micrófono y decimos nuestras intenciones —dice mi papá con su típico entusiasmo.

—¿Cómo sabes si la gente te apoyará o estará en tu contra por miedo? —pregunta nuevamente mamá.

—No creo ser el único que se cuestiona estas cosas. Creo que me apoyarán —contesta.

La idea es muy arriesgada. No creo que alguien quiera hacerlo, pero, como siempre, mi papá sabe cómo convencer.

—¿Qué dicen? ¿quieren ser parte de esto? —pregunta. Su expresión ilusionada se desvanece cuando nadie responde.

—Yo sí —dice el papá de Laura cuando mi papá ya está con la cabeza baja.

La cara de papá se ilumina.

—Yo también —dice mi mamá.

En ese momento todos comenzamos a apoyarlo.

—Tenemos que planear cómo lo haremos —dice Willy.

—No creo que sea difícil. El micrófono no lo vigilan. Podríamos hablar si alguien distrae la atención del superior, y así uno de nosotros conectará otro micrófono al parlante y hablará. No es algo muy complejo —dice papá.

—¿Quién hablará al micrófono? —pregunta Willy.

—Yo, porque tengo planes sobre la revolución. Lo he estado imaginando toda la vida, y lo deseo mucho más porque la vida aquí es muy monótona —contesta mi papá.

Nadie cuestiona su decisión.

Ya está todo decidido. Yo seré la que distraiga al superior cuando esté entre toda la gente en la Plaza Principal y preguntaré qué pasó con la supuesta simulación del exterior. En el momento en que el superior esté inventando una respuesta, mi mamá con Willy irán detrás del pequeño escenario, desconectarán el micrófono y pondrán otro con el que hablará papá. Espero que diga las palabras correctas.

Ojalá todo salga bien.

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