Tenemos un sueño placentero hasta que algo nos interrumpe en la madrugada. Esta vez no son las pesadillas del abuelo, sino Los Controladores (como llamamos a la policía) quienes, sin considerar que estamos durmiendo ni la hora que es, entran ruidosamente a la habitación.
—Marcela, Esteban y Sofía, quedan arrestados —grita uno de ellos al entrar.
Apenas estoy despertando cuando me llevan esposada, junto a mis padres, arrastrándonos de un brazo.
Mientras vamos por la calle, me fijo en que las luces son menos fuertes, para simular la oscuridad de la noche, según lo que dijo uno de Los Controladores.
No caminamos mucho y llegamos a la cárcel. Nos empujan a esa jaula. Por el maltrato, me enfurezco.
—¿Por qué nos meten aquí? ¡No hemos hecho ningún delito! —grito, pero es en vano; ellos me ignoran y se van.
Comienzo a golpear los barrotes con rabia, pero mis padres tratan de detenerme ya que saben que lo que estoy haciendo es inútil.
Estamos un tiempo, que se nos hace eterno, esperando que vuelvan, pero no pasa. Nos decidimos en seguir durmiendo. Es difícil encontrar la relajación en un lugar tan incómodo, con un piso duro y el poco espacio. Antes creía que era la única que no podía dormir, pero escuché a mis padres que cambiaban de posición todo el tiempo, por lo que supe que no lo era.
Estamos en una total tranquilidad hasta que comienza un remezón muy fuerte. Me despierto de un salto. Estamos muy asustados al no saber qué pasa. Comienzan a caer pequeños pedazos de tierra por todo el lugar. Luego, esos pedacitos de tierra se vuelven pedazos grandes que hacen caer los barrotes. No lo pensamos dos veces al decidir escapar.
Pasamos por la Plaza Principal, en donde caen grandes pedazos de tierra. Miro al techo en donde ese pedazo de celeste es de un color azul muy oscuro, pero ese pedazo de azul se va agrandando a medida que caen pedazos de tierra alrededor.
Sigo observando el asombroso espectáculo unos segundos más hasta que soy interrumpida por mis padres, quienes me llevan de un brazo, con desesperación.
El remezón sigue junto a las caídas de tierra. Se ve a gente corriendo desesperadamente sin saber a dónde ir. Ningún lugar aquí es seguro.
Observo a una mujer de unos 23 años con un pequeño bebé en sus brazos que llora. Veo el momento en que le cae un gigante pedazo de tierra encima.
Todo es un caos. Cae tierra de manera increíble y la gente corre a cualquier dirección tratando de esquivar los peñascos. Veo a muchas personas morir aplastadas. Observo todo lo que pasa cuando, en un momento de distracción, me cae un gran pedazo de tierra en la pierna. Trato de quitarlo, pero es muy grande y pesado.
El remezón comienza a disminuir hasta que finalmente se detiene. En ese momento mis padres van a ayudarme. Los dos juntos tiran de ese pedazo de tierra, pero es en vano.
Yo trato de quitármelo tirando de mi pierna, pero eso solo hace que duela más.
—Mantengan la calma. Ahora mismo traeremos Equipo Especializado De Rescate —se escucha desde un megáfono. Creo que era la voz del Superior
La gente se va agrupando en la plaza, observando el enorme color azul en el techo y el terrible frío que entra.
—Ayuda, ayuda —digo al ver tanta gente cerca mío. Mis padres empiezan a hacer lo mismo.
Un grupo de personas viene hacia mí y trata de levantar ese pedazo de tierra, pero tampoco pueden. Se acercan más personas a intentarlo y esta vez lo logran. Al ver mi pierna, me horrorizo. Está totalmente ensangrentada y girada.
Las personas que me ayudaron van hacia otras personas que están pasando por la misma situación.
Se escucha una sirena que se va acercando a la Plaza Principal. Son varias ambulancias. Una va hacia mí. Sacan una camilla y me suben a ella, luego suben la camilla a la ambulancia.
—Queremos acompañarla —dicen mis padres a los paramédicos.
—¿Son familiares? —pregunta uno.
—Somos sus padres —contesta mi mamá.
—Suban —les dice el paramédico.
Los dos suben, cada uno al lado.
—No te preocupes hija, todo estará bien —me dice mi mamá sosteniendo mi mano.
—Yo no diría eso si fuera usted, señora —dice uno de los paramédicos.
Mamá lo mira enojada.
—Bueno, disculpe —contesta el paramédico.
Luego los escucho hablando de lo que posiblemente me ocurrirá. Los paramédicos siempre contestan con que eso lo verán en el hospital.
En unos minutos llegamos. Todo está caótico. Está totalmente lleno. Creo que llegaron personas de otras comunidades subterráneas ya que aquí apenas somos 1000 habitantes. Este es el único hospital que hay en la zona.
En la camilla los paramédicos me trasladan a la sala de espera en la urgencia. Allí se retiran dándome el número 642.
—Cinco —llama una enfermera. Me desespero. Deberían evaluar la gravedad para establecer el orden. Veo gente que vende los números.
Comienza un remezón de gran intensidad. Las luces parpadean cada vez más seguido hasta apagarse. Quedamos sumidos en la oscuridad. Oigo gritos y caídas de piedras. Es similar al remezón anterior.
Al acabar se escucha gente llorando y levantarse del suelo. Escucho al lado mío a alguien levantarse.
—Hija ¿estás bien? —pregunta mi papá.
—Sí ¿y mamá? —le pregunto.
Escucho a mi papá caminando y chocando varias veces.
—¡Sofía! ¡Sofía! —grita mi papá.
—Aquí estoy —oigo el grito de mi mamá desde lejos.
Escucho sus pasos acercándose, chocando varias veces, hasta estar al lado mío.
—Hija ¿estás bien? ¿te duele mucho la pierna? —me pregunta mi mamá.
—No me duele, la morfina ha hecho lo suyo. Y tú, ¿estás bien? —le pregunto a ella.
—Sí, lo único es que me duele un poco el brazo, pero debe ser un pequeño rasguño, nada serio. Y tú, Esteban, ¿estás bien? —pregunta mi mamá dirigiéndose a mi papá.
—Sí, todo bien —contesta mi papá en el momento en que parpadean las luces y se vuelven a encender.
La gente deja de sonar preocupada, pero lo que veo no es nada alentador. Cayeron varios pedazos de tierra y roca aquí, por suerte son pequeños.
Grito al ver el brazo de mamá. Al parecer, se ha fracturado.
—¿Qué ocurre? —pregunta mi mamá.
—Tu bra-br-az-zo —apenas articulo las palabras.
Inmediatamente se mira el brazo, y responde tranquilamente "no es nada, me ponen un yeso y listo".
—Mamá, tienes que conseguir un número
—Cierto —me contesta. Va a buscar un número, pero papá ya se ha adelantado.
—Me han dicho que nos tenemos que trasladar todos a la otra área. Se está acabando el oxígeno de esta sala —dice papá.
Llevan la camilla hasta la otra área, al igual que a las demás personas.
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