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Capítulo 14: Valentía

Un extraño sentimiento invadía el pecho de la Diosa de las Mentiras. Una sensación de asco y de culpa.

Había dejado ese clan de hadas en ruinas.

Había lastimado a Haru igual que a Itzamná.

Ahora, con todas las estatuas rodeandola, sabiendo que cumplía su cometido, Tovar sólo podía sentirse culpable.

Todos los rostros que veía, incluso a través de la barrera de piedra, eran rostros que conocía y había llegado a amar.

Sus hermanos y hermanas que alguna vez habían confiado en ella y la habían amado con fervor. Ahora no eran más que recuerdos muertos.

El ambiente se llenó de la energía punzante que Azid irradiaba cuando la Diosa apareció desde el suelo.

-No encontré a Ming-Na.- anunció Azid.- ¿Estas segura que ella la tenía?-

Tovar volvió su rostro hacia su hermana y asintió con la cabeza.
-Estoy segura.- respondió Tovar.- Ming-Na era de la confianza de Cosmos.-

Azid bufó.
-No importa entonces.- dijo.-No necesitamos su runa.-

Tovar volvió la vista a las estatuas que Azid había llevado al santuario. Todos estaban ahí, la Corte Celestial y cada uno de sus miembros.

-¿Podrás despertarlos sin todas las runas?- pregunto Tovar, observando el rostro de piedra de Adara.

Azid no respondió al instante, lo que causó un poco de insertidumbre en Tovar.

-Por supuesto.- respondió la Diosa menor.

-¿Cómo era, Azid?- preguntó Tovar.- ¿Estar encerrada ahí?-

Azid suspiro con pesar, mientras recordaba el tormento que había vivido.

-Es... Horrible.- respondió, logrando que su hermana se diera la vuelta para verla.-Tu cuerpo esta preso y, aunque creas que tu mente es libre, no lo es. Llegas a un momento de tu existencia donde tu conciencia se vuelve en tu contra y te tortura. Y tus errores se repiten una y otra y otra vez.-

Tovar se acercó a su hermana, cuyos ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Azid tenía los pies en el suelo y amenazaba con llorar.

-Y no importa cuán alto grites...- dijo Azid con voz quebrada.-... Nadie te escucha...-

Tovar tomó el rostro de su hermana y limpio las lágrimas que ahora caían por sus mejillas y la envolvió en un abrazo.

Sin embargo, Azid pasó desapercibido el brillo en los ojos violetas de su hermana, mientras su calor la envolvía.

°°°°

Peggy abrió los ojos con lentitud, sintiendo una punzada al costado de su cabeza, exigiéndole cerrar los ojos una vez más.

Podía escuchar voces que hablaban a la distancia, aunque, poco a poco, parecían más cercanas.

Sintió una cálida mano sobre su frente y una dulce voz que le seguía. Al abrir los ojos, otra vez, se encontró con los brillantes ojos grises de un hada.

Aran dijo algo que, a causa del zumbido en sus oídos, Peggy no pudo descifrar.

Se sentó con cuidado, sintiendo su cabeza pesada y adolorida y, tan pronto como pudo sentarse contra el respaldo de la cama, Nari saltó a abrazarla.

Peggy la recibió con un quejido, mientras sus sentidos volvían a ajustarse a la realidad.

-Margarita.-la llamó Aran.- Me alegra que estés con vida.-

-¿En qué estabas pensando?- interrogó Nari.- Si no hubiésemos llegado a tiempo, habrías muerto.-

Peggy sonrió.
-Ese era mi plan.- confesó.- Pero me alegro de que hayan llegado a salvarme.-

La castaña volvió su vista hacia Aran, y no pudo evitar notar el tocado de plata que sobresalía de entre sus rizos.

Un símbolo entre las hadas que pasaba de líder a líder; de generación en generación; un objeto que había pasado de su madre a Alba y, ahora, de Alba a Aran.

-Mi madre cayó en batalla.- dijo Aran, como si hubiese leído sus pensamientos.

Peggy sintió un frío escalofrío recorrer su espalda, mientras el pesar invadía su, ya de por sí, herido corazón.

-Se que le tenías afecto.- continuó Aran.

Sus recuerdos la llevaron hasta el momento donde conoció a Winkle, en aquel callejón frío justo después de haber salido de Camelot.
Aún recordaba los brillantes cabellos plateados que adornaban su cabeza y como sus ojos, a pesar de ser fríos como él invierno mortal, tenían un brillo de calidez que no se apagaba.

También, muy para su sorpresa, recordaba el día que Winkle la había defendido de Alba, incluso cuando Peggy no podía hacer más que quedar absorta ante la presencia del hada mayor.

-Lamento tu perdida.- dijo Peggy, ganándose una empatica sonrisa de parte de Aran.

Después de que Peggy hubiese descansado un poco, Aran tomó un semblante serio y estoico, como la primera vez que se vieron.

-Margaret.- dijo, causando que un escalofrío recorriera el cuerpo de la mencionada.- No estoy dispuesto a rendirme.-

Aran la veía con sus ojos llenos de seguridad.
-Vine aquí a decirte que mi clan está dispuesto a apoyarme.- dijo.

-¿Vas a pelear tu solo?- preguntó la castaña.

Aran negó con la cabeza.
-Nari ha ofrecido su ayuda.- respondió el hada.- Y... Esperaba que tu también.-

El corazón de Peggy se aceleró, mientras el miedo volvía a invadir su mente y a nublar sus pensamientos.

¿Y si fallaba otra vez?

¿Cuál era la probabilidad de ganar?

-Temo no lograrlo.- confesó la bruja.

-El miedo es solo el precursor del valor.- respondió el hada.

Sabía que Aran hablaba con la verdad  y, aún cuando sus miedos e inseguridades la seguían, y probablemente lo harían por siempre, no pudo evitar sentir como la esperanza inundaba su corazón.

-No se si podemos ganar.- dijo Aran.- Ni siquiera se si podemos hacerles frente...pero no pienso perder la oportunidad de salvar a los que amo.-

Peggy sonrió y tomó las manos de Aran entre las suyas.
-Eres muy valiente, Aran.- dijo Peggy.

El hada no dijo nada más, dejando que Peggy pensara en su siguiente decisión.

Sabía lo que tenía que hacer y, aunque no sabía si tenía el valor de hacerlo, tampoco deseaba solo quedarse ahí sentada.

Ya no, al menos.

°°°°

El clan de las hadas les había recibido con alegría y muchos de los integrantes deseaban unirse a la batalla.

Peggy estaba sentada a los pies de un árbol, Lilith dormía a su lado, observando como las hadas convivían entre si y se preparaban para una inminente batalla.

Una batalla que no era suya del todo.

Una de estas hadas se acercó a ella. Era más pequeña que el resto de las que podían verse, con piel tostada y brillante y unos enormes ojos amarillos.

Su cabello rizado era tan corto que no tapaba sus orejas puntiagudas y a su linda sonrisa le faltaban algunos dientes.

Peggy pronto entendió que está singular hadita apenas pasaba por su infancia.

-¿Tu eres la bruja que borra memorias?- preguntó con curiosidad.

Peggy sonrió mientras asentía con la cabeza.
-Pero no borro memorias siempre.- respondió.- Solo si es muyyy necesario.-

La pequeña niña asintió, entendiendo las razones de la hachicera para borrar los recuerdos de los demás.

Al menos alguien lo entendía.

-¿Cual es tu nombre?- preguntó Peggy.

-Azalea.- respondió la hadita.

-¿Y sabes usar eso, Azalea?- preguntó la castaña, refiriéndose a una pequeña lanza de juguete que la pequeña cargaba en sus brazos.

-Si.- asintió Azalea con seguridad.- Aran me enseñó. ¿Conoces a Aran? Es muy buena, nos enseña muchas cosas ¿Quieres que te enseñe a usar la lanza?-

Peggy asintió con una sonrisa en los labios.
-Por favor.- dijo la hechicera.

La hadita se paró firme en el suelo y comenzó a mostrar lo que Aran le había enseñado.

-Tienes que ponerte así.- dijo.- Y luego pff así.- sopló un rizo fuera de su cara.- Después pfff das un paso atras y pfff.-

Peggy soltó una risita cada vez que veía a la hadita batallar con su cabello y, aún así, seguía practicando con determinación.

-¿Quieres que te ayude con tu cabello?- preguntó Peggy.

Azalea asintió y Peggy le indico que se sentará frente a ella.
La hechicera pasó sus dedos por los cortos rizos de la hadita, trenzando los fuertes mechones lejos de su rostro.

-Mi mamá trenzaba mi cabello.- dijo Azalea con voz baja y suave.

Peggy no preguntó lo que había pasado, pues sospechaba tener la respuesta.

-La mía también.- respondió Peggy.

Cuando Peggy hubo terminado, acomodó los rizos de la hadita una vez más y le dio una palmada en la cabeza, en señal de que había terminado.

Azalea se dio la vuelta y sonrió, extendiendo su mano hacia la bruja.
-Gracias por ayudarme.- dijo, mostrando un cristal azul celeste en la palma de su mano.

Peggy, después de dudar unos segundos, aceptó el regalo del hada.

-Gracias.- dijo con precaución.- Ojalá viva lo suficiente para regresarte este favor.-

El hadita sonrió.

-Azalea.- llamó Aran, acercándose a ellas.

Azalea corrió hacia Aran, envolviendole en un abrazo, el cual Aran correspondió.

-Busca a los demás y refugiense con los ancianos.- ordenó Aran. Azalea sólo asintió y se despidió de ambas para correr a hacer lo que le habían ordenado.

Peggy observó, una vez más, a las hadas que se preparaban, a los ancianos del clan y a las hadas que apenas iniciaban su vida.

Ninguna de ellas merecía pasar por esto.

No lo iba a permitir.

Peggy observó como Azalea, se perdía entre la multitud, dejándoles solos.

-Ya casi estamos listos.- dijo Aran.

Peggy asintió, la incertidumbre de sus siguientes acciones invadían su mente.

-¿Crees que podamos hablar en privado, Aran?- preguntó.

El hada asintió y caminaron bosque adentro, lejos de la vista del clan de hadas.

-¿Sucede algo?- preguntó Aran con cautela.

Peggy le observó una vez más y asintió nerviosa.
-No tienen que hacer esto, Aran.- respondió.

La castaña extendió su mano hacia la lanza que Aran sostenía y, sin dudar ni un segundo, se la entregó.

Peggy le dio la espalda, con la lanza de metal en las manos, observando la refinada y elegante arma que sostenía.

-Mi clan esta dispuesto a pelear contra los dioses.- respondió Aran.- Si eso garantiza el bienestar de los más jóvenes, que así sea.-

-Pero nada nos garantiza la victoria.- dijo Peggy, aún dándole la espalda al hada.-Podríamos morir.-

-No le temo a la muerte.- respondió.

Peggy soltó un suspiro de resignación.
-Lo sé.- dijo, tomando con fuerza la lanza.-Lo siento, Aran.-

Aran estaba a punto de cuestionar las palabras de la bruja, hasta que esta volteó su cuerpo a gran velocidad, golpeandole al costado de la cabeza con el mango de la lanza metálica.

Aran cayó al suelo, inconsciente o, al menos, muy aturdida.

-¿Que fue lo que hiciste?- cuestionó Lilith.

Peggy observaba como el cuerpo de Aran yacía en el piso, a unos pasos de ella. La castaña soltó un chillido de preocupación y sus ojos estaban bien abiertos por la adrenalina.

-Yo...- balbuceaba.

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Holi holii

Peggy tirando madrazos me da mil años de vida✨

Ahora si, sólo falta un capítulo más y el epílogo y se acaba estooooo

Que emoción jeje

Sepan algo, me gusta la tragedia (como, demasiado) peeeeroooo también me gustan los finales felices👀

Como sea, tendrán que averiguarlo la próxima semana uwu

Yo: Ay no, a Peggy no le agradan lxs niñxs

También yo: *escribe a Peggy maternando con todo niño que se le acerca*

Muy yo

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