Capitulo 11: El Sol Y La Luna
La música se detuvo más pronto de lo que ella hubiese querido, aun así, no soltó el cuello de Douxie, sino que acariciaba el filo de su quijada con suavidad.
El juntó sus frentes y sus narices rozaron. Aquella cercanía le hacía sentir una calidad sensación en su pecho, causándole una gran felicidad. Sin embargo, no pudo evitar que una que otra lagrima corriera por su mejilla.
El recuerdo de su soledad aun dolía como una herida abierta y, tal vez jamás dejaría de doler, tal vez jamás sanaría por completo, aun así, su corazón herido le suplicaba que lo dejara quedarse y que perdonara todo ese dolor.
Una parte de su cerebro, tal vez la que aún era razonable, le decía que lo mejor era dejarse ir, soltar y olvidar esa parte de su vida que le había causado dolor. Y luego, estaba la parte ebria de amor, la que le decía que ya no debía olvidar lo que la lastimaba, la que la hacía olvidar sus mecanismos de defensa.
Solía olvidar muchas cosas, pero esta sensación de calor y necesidad que solo sentía con él, eso no había podido olvidarlo.
Al fin se separaron y volvieron a la mesa donde Aran les esperaba. El hada sostenía su rostro en sus manos con los codos apoyados sobre la mesa, el plato de comida medio vacío. Douxie llamo a la mesera para pagar la cuenta y, al hacerlo los tres salieron del lugar.
Douxie se había tomado la molestia de preguntarle a los locales, principalmente a los guías de turista quienes seguro podían entenderle, si podían brindar alguna información acerca de la deidad que buscaban. Todas las respuestas llevaban al mismo lugar: una antigua estructura de piedra que los locales llamaban El Castillo del Sol.
Encontrar un vehículo que los llevara no había sido difícil, después de todo, aquel lugar era un punto turístico. Durante el camino, Aran no dijo palabra alguna, incluso cuando los paisajes y vistas le asombraban con intensidad, su mente no dejaba de viajar al momento de eterno romance que había presenciado entre Hisirdoux y Peggy.
Se sentía completamente engañado, no por Peggy ni por Douxie, sino por su propio corazón. Sus propios sentimientos le habían guiado y llevado a pensar que tal vez una mínima fracción de la hechicera le quería más allá de los límites de la amistad.
Si, su corazón se sentía triste.
-¿Aran?- preguntó Peggy a su lado.- ¿Estas bien?-
Aran se sonrojó ante la simpatía de la bruja, un sentimiento de placer al tener su atención, el cual Aran no terminaba de comprender.
-Si- fue lo único que dijo.
Peggy miro atreves de la ventana del vehículo y notó un ferrocarril que corría a alta velocidad por las ferrovías. La gran bestia de metal silbó con fuerza y el recuerdo de una mañana inglesa invadió la mente de la castaña.
Recordaba haber salido del Bosque Eterno junto a Lilith y Marius, este último era apenas un niño. Planeaban ir a Londres para buscar la ayuda de Zoe, seguramente algo relacionado a la magia de Marius. Vagamente recordaba que el pequeño niño, guiado por la curiosidad de la infancia, que, por cierto, lo acompañó hasta el final de sus dias, se separó de la hechicera, perdiéndose entre la multitud.
Sin embargo, un último fragmento que, obviamente, había olvidado, parecía volver a reconectarse con aquella memoria. Ahora, más claro que nunca, podía decir que Douxie, el mismo que estaba sentado a su lado, estaba en aquella estación de tren dentro de sus recuerdos.
Douxie había hablado con el niño... y con ella.
°°°°
Después de unos buenos cuarenta minutos, el vehículo se detuvo en un pequeño estacionamiento y, al poner los pies sobre la tierra, a lo lejos pudieron visualizar una gran pirámide de piedra.
-Ahí debe ser- dedujo Douxie.
Aran tocó el hombro de Peggy con su dedo índice para llamar su atención.
-No creo que podamos subir hasta allá arriba. - dijo el hada en un tono silencioso, señalando un cartel que indicaba, exactamente, que estaba prohibido subir las pirámides.
Douxie comenzó a lamentarse, pues sentía que esta cruzada era cada vez más imposible.
Peggy sintió un poco de impotencia, pues todo parecía estar en su contra: Desde los dioses que se negaban a ayudarles, hasta los humanos que permanecían ignorantes al inminente peligro frente a ellos.
Mientras estaban en el bar, Peggy había podido escuchar, y medio entender, algunas de las conversaciones y en ninguna de ellas el fin del mundo era prioridad.
Sin decir nada, al principio, tomó las manos de Aran y Douxie, quien solamente le dedicaron una mirada de curiosidad. Sin avisar, abrió un portal de sombras bajo sus pies, causando que su cuerpo doliera y la runa en su cuello brillara con una triste luz azulada.
La magia dolía como el diablo.
Cayeron dentro de una habitación cuyas paredes y suelos estaban hechos de piedra y, mientras Douxie y Aran se ponían de pie, Peggy permaneció tirada de estómago en el suelo.
Esa horrible sensación friolenta la recorría de pies a cabeza, al igual que el punzante dolor que atravesaba su cabeza y no pudo evitar que las lágrimas calientes brotaran por sus ojos esmeralda, quemando sus mejillas.
Sintió un par de manos girar su cuerpo y ponerla de espaldas contra el suelo de piedra, pero ella no podía hacer más que dejarse manipular por el mago y el hada que intentaban ayudarla. Las lágrimas seguían corriendo por su rostro, pero su vista se volvía borrosa a causa de mismo dolor insoportable que, en ese momento, era dueño de su cuerpo entero.
Pudo sentir como ambos, Aran y Douxie, se pusieron de pie de un brinco, alertas y en guardia y Peggy solo cerro los ojos, esperando que el dolor la abandonara pronto.
De pronto, el peso de una suave mano se posó sobre su frente y, por arte de magia celestial, el agonizante dolor desapareció. Cuando abrió los ojos con lentitud, el rostro de una bella mujer, y un resplandor azul detrás de esta, fueron lo primero que encontró.
-Nikté.- habló la mujer.
Su cabello lacio y negro estaba recogido en una larga trenza que caía por su espalda, no llevaba ningún adorno de plumas en su cabeza, pero las piezas de oro y turquesa en sus orejas y alrededor de su cuello eran fácil de percibir, al igual que el pequeño conejo que la acompañaba.
Peggy se sentó con lentitud y, una vez que logro volver a sus sentidos y reconocer a la deidad frente a ella, se lanzó a sus brazos.
- Nikté.- dijo Ixchel. - Todo está bien. -
- ¿Se conocen? - preguntó Douxie.
La diosa solo dirigió su vista hacia el mago y asintió con una sonrisa
-Diosa.- habló Aran- ¿Sabe a lo que venimos? -
La diosa se levantó del suelo y ayudó a la castaña a hacer lo mismo, poniendo una mano sobre su hombro.
-Han hecho un largo viaje, niños.- dijo la diosa.- Y pronto todo ha de terminar. Para bien o para mal.-
-¿Puede ayudarnos?- pregunto Peggy.
La diosa la observo con nada más que amor en su mirada, una dulce sonrisa se formó en sus labios.
-Síganme.- instruyo Ixchel, recogiendo al conejo del suelo y guiándoles por una pequeña enterada.
Al cruzar dicha entrada, un salón completamente iluminado por lo que parecía la luz del mismo sol, les recibió. Al centro de dicho salón, un hombre menudo y de piel morena observaba lo que parecía ser un platillo de oro y sus ojos brillaban con la intensidad de mil soles.
Sus cabellos negros eran sujetos en un moño decorado por plumas y, al igual que su esposa, su cuerpo era decorado por oro y turquesa.
Totalmente ignorante a su presencia, Ixchel se acercó a él y puso una mano sobre su hombro.
- Yaakuna'an - dijo la diosa con suavidad, el hombre a su lado, prontamente, le dedicó toda su atención y sus ojos ahora eran marrones y cálidos.
Itzamná llevó su vista hacia los hechiceros y el hada, quienes le observaban con asombro.
-Llegan al fin, héroes.- dijo el dios.- No queda mucho tiempo.-
Itzamná saco la Runa del Fuego del fondo del platillo de oro y lo extendió hacia Peggy, quien se apresuró a tomarla, sintiendo una ola de magia golpearla.
- Ataan.- habló el dios, dirigiéndose a su esposa.- Busca a Ming-Na y hazle saber de mi decisión.-
La diosa asintió y extendió la mano hacia su marido, quien pronto la tomo y besó su dorso.
-Volveré pronto, niños.- dijo.- Kisiin les ayudara a ponerse cómodos mientras esperan.-
El corazón de Peggy se detuvo por una fracción de segundo, aquel apodo resonando fuerte en lo más profundo de su mente.
-Ella te ha extrañado tanto, Nikte.- dijo la diosa.- Estará encantada de verte.-
-No existen palabras suficientes, mi señora.- hablo una voz a sus espaldas.
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Nikté: Flor
Yaakuna'an: Amado
Ataan: Esposa
Kisiin: Demonio
Todas estas palabras fueron traducidas de un diccionario maya-español, si estoy escribiendo algo mal porfis díganme🙏🏻🙏🏻
AYYYY DIOSES
Ella vuelve. Yo lo se. Ustedes lo saben✨
Por cierto, se les acabó su escritora buena onda
Saquen los pañuelos porque de aquí no salen sonriendo, promesa de escritora malvada✋🏻😼
Creían que iba a poner a Ixchel y no a su marido, el Señor del Sol, Itzamna? Por supuesto que no. Estos dos son como, literalmente, el sol y la luna, el uno para el otro, siempre juntos nunca injuntos. Trágicos amantes que merecen su lugar en esta historia uwu
Nos vemos el próximo miércoles con mas ✨drama✨
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