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El Desastre

Disclamer: Los personajes, lugares y parte de la trama de este humilde fic pertenecen a Rumiko Takahashi. Como siempre, yo solo escribo para divertirme y dar mi punto de vista ^^

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Nota: Tal y como menciono en el summary, este fic es postmanga. Es decir que se desarrolla tras el último tomo del manga de Ranma 1/2, de modo que contiene spoilers de toda la historia, especialmente de los últimos tomos. Si no lo has leído hasta el final, te animo a que lo hagas antes de leer este fic. Recuerdo que el anime no llegó a animar el manga hasta el final O.O Y este fic se basa en el manga. ¡Gracias y espero que os guste!

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1.

El Desastre

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El dojo nunca había tenía un aspecto tan deplorable. Literalmente había saltado por los aires unas horas antes a causa de la explosión originada por el Happo Dai Karin del maestro; por suerte no hubo víctimas que lamentar.

Oh, sí. Sí, porque el dojo Tendo había muerto.

En el centro, justo donde el viejo había dejado caer la maldita bomba incendiaria, había un enorme agujero que llegaba hasta las entrañas de la tierra. Las tablas habían saltado; algunas estaban medio carbonizadas, otras se habían desintegrado totalmente. Las paredes y el techo, todo de madera, también habían sido dañados por el fuego que prendió a causa de la bomba, aunque lograron apagarlo en seguida quedaban restos y manchas oscuras por todas partes. Y el olor a quemado, por supuesto. Ranma se preguntó cómo harían para quitarlo.

Pero, comprendió, la explosión no había sido por si sola la causante de semejante desastre. Ese lugar que era tan querido para el chico ofrecía una imagen caótica y a la vez desoladora; puede que porque habían pasado ya bastantes horas desde esos sucesos y sin embargo, todo seguía igual. Nadie había tenido fuerzas como para ponerse a limpiar... Sí, quizás era mejor dejar que ese día pasase y, más adelante y con calma, intentar arreglar lo que se pudiera.

Arreglarlo... pensó. Se miró los manos, concretamente observó con cuidado los rasguños que decoraban sus nudillos en carne viva. Bueno, algunas cosas no podían esperar, ¿cierto? Aún no sabía si serviría para arreglar lo que estaba mal pero lo había hecho y no se arrepentía de nada.

Sacudió la cabeza y siguió mirando el cuarto, sus ojos se toparon entonces con los restos olvidados del barril que, hasta hacía unas pocas horas, había contenido su última esperanza de volver a ser normal. El agua traída de Nannichuan. Se acercó a ellos, apesadumbrado y creyó ver una diminuta gota contenida entre los pedazos. Extendió un dedo y la tocó; mojó su piel y Ranma sintió un escalofrío pero... no era suficiente para que obrara el milagro.

En su mente volvió a ver el instante en que ese viejo horrible había tragado sin pudor ni vergüenza todo el nannichuan, para después eructar y quejarse porque no era sake como él esperaba. Después había reventado el barril contra el suelo como si hubiese sido vilmente engañado y la madera estalló con ridícula facilidad como si... como si... No fuera nada.

Nada pensó Ranma.

Un conato de rabia hizo que apretara sus puños pero sintió el dolor lacerante de las heridas abiertas y resopló, guiñando un ojo. Volvió a mirarlas y se sintió, de pronto, terriblemente cansado. Habían sido horas muy intensas.

Ya habrá tiempo se dijo. El maestro Happosai sería el siguiente, pero necesitaba descansar antes de enfrentarse a él. Era un viejo astuto e imprevisible, contra él no servía la fuerza bruta sin un plan que guiara sus actos; no, él no era como los otros. A buen seguro le estaría esperando, anticipándose a él como siempre. Pero Ranma sabía que encontraría el modo de hacerlo; oh sí, estaba convencido de ello. Relajó las manos y se alejó de los restos del barril para no seguir mirándolos.

Igualmente una idea triste anidó en su mente.

Ahora sí todo ha acabado, ¿verdad? Ya no habrá más posibilidades.

Aunque las aguas de Jusenkyo hubiesen vuelto a su lugar y las pozas se hubiesen restaurado, él no tendría oportunidad de ir hasta allí. Los escasos ahorros de los Tendo y de su madre se habían gastado en el anterior viaje y, seguramente, en montar aquella boda trampa. Ranma tardaría años en reunir el dinero suficiente para una nueva expedición. Sobre todo porque lo que pudiera reunir en un futuro cercano tendría que darlo para la reparación del dojo. Y haría falta mucho para dejar el lugar tal y como estaba antes. Ni su padre ni el maestro aportarían nada, por supuesto, ni se esperaría que lo hicieran. Aquello dependería totalmente de él.

Y lo haría, claro, porque en parte también era culpa suya.

Podría irme solo, sin decir nada, se dijo. Era otra posibilidad. Una vez reparado el dojo y cuando todo volviera a la normalidad, Ranma podía marchar a China por sus propios medios, así como su padre y él lo hicieron la primera vez. Aunque no estaba seguro de poder confiar la ardua tarea de cruzar el océano a nado a los enclenques brazos y piernas de la chica pelirroja.

Y también... había algo más. Una última razón que jamás diría a nadie, puede que ni siquiera a Akane, y es que al joven se le ponían los pelos de punta ante la mera idea de regresar a China. Había pasado por tantas cosas horribles cada vez que había estado en ese país que... se echaba a temblar con pensar en regresar. Recordaba el instante en que creyó que su prometida había muerto allí, entre sus brazos y rodeados por aquel penoso escenario.

No quiero regresar nunca... NUNCA.

Pero claro... eso también significaba que nunca obtendría su cura.

Ya sabía lo que ocurriría si contactaba con el guía de Jusenkyo para pedirle un poco más de agua... ¡Lo había vivido! Estaba rodeado de rivales egoístas y sin escrúpulos a los que no les importaba nada, ni siquiera destrozar una boda, con tal de robarle el agua.

¡Porque esa agua le pertenecía a él! ¡Diablos! Si hasta su propio padre le había pisoteado sin miramiento alguno para arrancarle el barril de las manos. ¡A su propio hijo!

—Maldito viejo... —gruñó. ¡Qué rápido se le había olvidado a Genma la importancia de aquella boda! Después de haberle arrastrado hasta Japón, comprometerle a la fuerza, hacerle mil y una trastadas para forzarle a ese momento y... todo había quedado en un segundo plano ante la oportunidad de conseguir el agua.

Ranma sabía que era estúpido sorprenderse a esas alturas. Su padre no era de esos que se sacrifican por el bienestar de su hijo, pero... aun así se sentía decepcionado. Lo detestaba, pero no podía evitar sentirse así.

También tendrá su merecido se dijo el chico.

Después de todo, había tenido una gran responsabilidad en lo que había ocurrido. Genma había robado el barril en un primer momento y había ido gritando por todas partes que el nannichuan era suyo, alertando al resto de los malditos presentes e iniciando así la batalla campal que lo había estropeado todo.

¡Estúpido! Rezongó él, apretando los dientes. ¡¿Por qué tuvo que chillar?!

Si solo lo hubiese sabido él, Ranma podría haberle arrebatado el barril sin problemas y nadie más se habría involucrado en eso.

No lo olvidaré se prometió. Esta vez ha ido demasiado lejos. ¡Me ha condenado de por vida! ¡Por puro egoísmo!

Eran muchas las estratagemas de las que Genma Saotome se había valido a lo largo de su vida para obtener algo a cambio de usar a su hijo; inclusive venderlo como heredero a distintos hombres a pesar de tener ya un trato con Soun. Todo era despreciable, lamentable... Pero Ranma siempre acabó perdonando, olvidando... aun cuando las consecuencias (y en muchos casos los golpes) recaían sobre él. Pero esto había sido demasiado, y por eso Ranma no sentía que la furia de siempre cosquilleándole en los músculos y reclamando compensación. No, esta vez no era tan sencillo. No se solucionaría con algún que otro golpe que mandara a su padre de cabeza al estanque del jardín.

En esos instantes se imaginaba a su padre, plácidamente dormido en su futón, con la conciencia totalmente libre de culpa (como si nada hubiese pasado); como si no hubiese arruinado la única oportunidad de su hijo de ser normal, y de remate, su boda. Y al hacerlo, Ranma sintió nauseas.

Nauseabundo... entendió. Lo que su padre le había hecho esta vez era nauseabundo. Y merecía un castigo. Volvió a mirarse las manos y una vez más se dijo que Genma tendría que esperar.

Ahora no pensó, manteniendo la calma. Pero también recibirás tu castigo, viejo. Y no volverás a aprovecharte de mí NUNCA.

¿Y su tío?

Ranma parpadeó y frunció el ceño al instante, recordando que él también tenía culpa en lo que había ocurrido. Si le hubiese dicho desde el principio que tenía ese barril, si se lo hubiese entregado a él a solas...

Pero no.

—Claro que no —murmuró en voz alta, cruzándose de brazos. Hacía horas que se había deshecho de la chaqueta, pero la camisa del traje se contrajo contra su cuerpo, acartonada por la suciedad, el sudor y los restos de sangre—. La primera idea que tuvo fue, como no, usarlo para obligarnos a Akane y a mí a casarnos.

>>. Como siempre, lo primero es lo primero.

¿Así era como Soun quería que fueran las cosas? ¿Casar a la fuerza a su hija pequeña con alguien desesperado? Era tan lamentable que Ranma se encontró sonriendo amargamente al techo del dojo. Dejó que su flequillo tapara en parte sus ojos y que incluso un espasmo incontrolado agitara sus hombros.

¿Cuánto había pasado? Algo más de un año desde su llegada y... Su tío no le apreciaba en absoluto. Lo necesitaba como heredero, sí y confiaba en que haría un buen papel como tal; pero más allá de eso... prefería mentirle y forzarle. De nuevo, sus sentimientos o los de Akane no habían sido tomados en cuenta. Solo importaba el dojo, el futuro, el legado de la escuela.

Ranma se sintió repugnado de nuevo al bajar la cabeza con dejadez.

Decidió, entonces, que su tío Soun también merecía un castigo por ese horrendo día pero... por desgracia no tenía la libertad de proporcionárselo. No era su padre y, contra los deseos del susodicho, tampoco era su suegro a esas alturas del día. Por respeto a Akane no podía hacer lo que le viniera en gana contra Soun, pero su padre bien podría recibir en nombre de ambos.

Todos merecen pagar por este día.

Hacía horas que no lograba quitarse de la cabeza esa idea y había actuado en consecuencia en la medida que había podido. Estaba cansado, dolorido, pero en absoluto arrepentido por sus acciones. Era una injusticia que después de todo por lo que Akane y él habían pasado, también hubieran tenido que soportar una boda a traición, sin su permiso y que para más inri se había convertido en un caos de gritos, peleas y destrozos.

Su familia los había empujado hasta ahí, para después actuar como si nada importara. Lo habían estropeado todo sin pensar en ellos, sin pensar en...

Akane...

Ranma apretó los párpados. Incluso se llevó las manos a la cara y también apretó con fuerza. Gimió de dolor al pasar los dedos por las zonas doloridas a causa de los golpes recibidos. Pero pensar en Akane le alivió un poco. Akane con su vestido blanco, tan guapa, tan sonriente para él...

Ella no se merecía nada de lo que había pasado. Y aunque sabía que él también era culpable, pues se había olvidado de la boda y todo lo demás en su ahínco por conseguir el agua, era demasiado pronto para dejarse llevar por la culpa.

Ranma había optado, primero, por impartir justicia sobre todos los demás culpables de ese día. Habían hecho daño a su prometida, lo sabía. No importaba lo serena y entera que se hubiese mostrado durante la batalla del dojo, él la conocía y había visto la tirantez en su rostro causada por el horror, la rojez de su semblante debido a la angustia o el modo en que se aferraba a su vestido para desahogar la tensión.

Akane, perdóname... pensó él.

Estaba reparando el daño de la única manera que conocía, aunque no fuera suficiente. Cuando todos los demás hubiesen pagado, Ranma estaba decidido a postrarse ante ella y recibir su propio castigo, el que fuera que ella le impusiera.

Akane se había sacrificado por él en Jusenkyo, había accedido a esa boda de locura, seguramente solo para que él recibiera su nannichuan, y eso cuando ella siempre lo había aceptado tal y como era. No había un ápice de egoísmo en sus actos; ella lo había hecho todo por él. Y debía recompensarla, aunque...

Debe estar furiosa adivinó. Y sin poder evitarlo, se estremeció. Una Akane furiosa era algo aterrador, aún a esas alturas lo era. Pero encararía lo que fuera necesario.

Entonces, descubrió otra cosa que llamó su atención.

En uno de los muchos surcos que se habían abierto en la pared, Ranma descubrió un pequeño trozo de tela blanca prendida. La miró unos instantes y cuando se animó a cogerla, descubrió que era increíblemente suave aunque estaba desgarrada y deshilachada. Era un trozo de satén muy sucio

Se parecía a la esplendorosa falda del vestido de novia de Akane. Ranma se rascó la cabeza mientras acariciaba el trozo de tela.

Sabía que en algún momento, Kuno había aparecido para acosar a la pobre Akane, cuando él estaba siendo zarandeado por sus otras prometidas. Sabía que ese cerdo aprovechado había logrado desgarrar su vestido y llevarse consigo un trozo con...las intenciones más sucias. Sacudió la cabeza para no pensarlo, ya había recibido su castigo.

Pero... ¿por qué había un trozo allí? Ranma tenía lagunas de memoria sobre lo que había pasado los momentos antes de la explosión. Por eso, se dejó caer en el suelo, con la tela entre los dedos y trató de poner sus recuerdos en orden para recordar lo que estaba borroso.

Akane le había revelado lo del nannichuan mientras aún estaban en su cuarto. Por supuesto, él había salido corriendo en busca del agua de inmediato. Ella fue tras él, de eso se acordaba, así que debió llegar justo después que él al dojo. Ranma recordaba abrir la puerta y...

¡Ah! Espera, espera... ¿Algo impactó en la pared... cerca de mi cara?

Ranma giró el rostro y se fijó en que, unos metros más adelante, efectivamente había algo clavado en la madera. Gateó hasta allí y lo miró, sorprendido; era un okonomiyaki duro que no se veía tan apetitoso como acostumbraban. Aun así no tuvo dudas de a quién pertenecía.

—¿Ukyo...? ¿Cuándo...?

Ranma sabía que tanto Ukyo como Shampoo habían estado allí, claro. Tras la explosión de Happosai que le dio de lleno, Ranma quedó aturdido unos instantes y cuando volvió en sí tenía encima precisamente a las dos; cada una le agarraba de una extremidad y tiraban de él como posesas mientras gritaban su nombre.

¡Lo que le había costado deshacerse de ellas para poder irse!

—Entonces... ¿ellas ya estaban aquí cuando Akane y yo aparecimos?

Sí, recordaba que ya había varias personas en el dojo, pero... Así que Ukyo había acudido a su boda armada con okonomiyakis duros y afilados como dagas y se los había lanzado al cuello nada más verle.

—No... a mí no... —En ese momento recordó; sí, con extraordinaria claridad, la voz de Ukyo... ¡No! Era la de Shampoo diciendo que estaba apuntando a Akane.

¿Shampoo?

Volvió a mirar la pared y entonces reparó en otras marcas, como abolladuras. Parecía que hubiesen lanzado piedras contra la madera. En el suelo había unos panes duros y secos.

Panes chinos...

Los recuerdos estaban empezando a aclararse en su mente. El sonido de los impactos, volando por todas partes, pero antes de que pudiera percatarse realmente de lo que era, Kodachi (¡Qué también había estado allí, claro!) le había saltado encima ataviada con un espantoso vestido de novia negro y le había echado los brazos al cuello, estrangulándole. No pudo ver nada de lo que ocurría a su alrededor porque el rostro maníaco y lloroso de Kodachi ocupaba todo su campo de visión. Recordaba que esa desquiciada le había apretado el cuello hasta casi dejarle sin aire mientras siseaba una y otra vez: casémonos, casémonos...

Sintió un escalofrío helado tan solo con recordar su expresión.

Logró quitársela de encima pero entonces apareció el tonto de Kuno con una katana para reprocharle su boda con Akane. Peor fue cuando alguien le arrojó un cubo de agua fría por encima y entonces Kuno pasó a acosar a la pobre pelirroja.

Y mientras tanto Ukyo y Shampoo atacaban a Akane. Y por otro lado estaban su padre, Mousse y Ryoga peleando por conseguir el nannichuan; la gente llegaba al dojo para observar perplejos la escena como si aquello fuera lo más divertido que habían visto.

—Pero... ¿qué fue de Akane? —se preguntó, entonces. Miró el trozo de tela como si ahí estuviera la resolución al misterio—. ¿En qué momento se fue? ¿Estaba bien o...?

¿Y si la habían herido?

No, no... Se le vino entonces la imagen de su prometida saliendo del dojo por su propio pie, pero...

En cualquier caso sabía que debía ir a verla esa misma noche. Si era el momento de recibir su castigo, lo haría sin más. Estaba listo para cualquier cosa.

Pero no así se dijo, mirándose un por un instante.

El traje estaba roto, rasgado por mil sitios, sucio y apestaba por el sudor y la mugre. Inservible. Y aunque no fuera así, Ranma no sentía deseos de volver a ponérselo nunca más. Sin pensarlo demasiado se sacó los pantalones y la camisa para arrojarlo todo junto al resto de desperdicios y basura que quedaba allí. Con suerte, lo tirarían todo al día siguiente y nadie notaría el traje.

En medio de aquel desastre... ¿quién iba a darse cuenta?

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Espero que os haya gustado ^^

No os olvidéis de votar el capítulo y dejarme un comentario.

¡Hasta pronto!

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