Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capitulo XI

El reino donde los alferis se domiciliaron al ser expulsados de Augsvert lo fundaron a los pies de la cadena montañosa de Ausvenia y, a diferencia de su tierra natal era una zona poco fértil, debido a eso, muchos de los alferis cazaban en los bosques cercanos a Augsvert que eran abundantes en venados y jabalíes.

En aquella época, el domo mágico de Augsvert todavía no existía, no había nada que lo aislara del resto del mundo, por tanto, los augsverianos, pese al peligro implícito que era toparse con un alferi en los linderos de su reino, solían salir de este bastante a menudo.

Fue así como un día, Aradihel salió a cazar al bosque entre la cadena montañosa de Ausvenia y el reino de Augsvert. Tenía en ese entonces unos diez años y aunque todavía no dominaba el arte de la espada, el arco lo usaba bastante bien. Era primavera y la brisa templada soplaba en algunos instantes con fuerza, revolviendo su cabello plateado que aún no acostumbraba a llevar trenzado. Un jabalí gordo le cruzó por el frente, si le acertaba, su carne sería suficiente para alimentar a su familia por varios días.

Se lanzó a la carrera buscando tener a tiro al animal, pero los árboles en aquel extremo eran tupidos y las ramas le impedían tener un buen ángulo. Finalmente, se hizo de una buena oportunidad y disparó una flecha certera que lo premió con la victoria.

El chico, feliz, amarró las cuatro patas del animal y se lo echó al hombro. Pesaba bastante, pero Aradihel jamás admitiría que no podía cargar con él, así que como pudo avanzó con el gordo cerdo en la espalda.

Como en aquella época los ataques de los alferis al reino de Augsvert eran el pan de cada día, las lindes del bosque cercanas al reino, estaban plagadas de trampas. Aradihel no podía ver bien teniendo el gran peso del animal en la espalda. Sin darse cuenta pisó en falso y terminó con el jabalí sobre él en un profundo hoyo que se encontraba camuflado en el suelo cubierto de hojas secas.

Permaneció unos instantes inconsciente hasta que despertó y empezó a gritar presa del pánico que le producía estar encerrado en un espacio tan pequeño. Él sabía que esa trampa la habían puesto los augsverianos y que si se daban cuenta de que él estaba allí lo matarían sin dudar, no les importaría que fuera un niño, pero su claustrofobia era tan grande que poco le importó dar alaridos para que alguien, quien fuera, lo sacara de allí.

Finalmente, una persona acudió.

Una cabeza castaña se asomó por el agujero y miró hacia abajo. Desde donde estaba, a Aradihel no le era posible divisar sus rasgos pues la persona estaba a contraluz. El joven alferi no se amilanó, continuó gritando y al cabo de un momento le arrojaron una cuerda de cáñamo. El chico trepó por ella y en un dos por tres estaba afuera. Se quedó de piedra al ver a su salvador.

Delante de él estaba un chico de su misma edad, pero un poco más bajo, con el largo cabello castaño oscuro recogido en una cola alta. Llevaba ropas finas de cuero ennegrecido, en la parte izquierda del frente del chaleco tenía estampado el emblema real de Augsvert.

Aradihel de inmediato se puso en guardia. No tenía espada, así que tomó el arco que llevaba en la espalda y con movimientos muy rápidos y ágiles montó una flecha y tensó la cuerda. El chico augsveriano lo miró con una sonrisa. Antes de que Aradihel hubiera alistado la flecha, el augsveriano desenvainó la espada y la apuntó a su pecho, de tal manera que si el alferi decidía soltar la flecha ya él le habría atravesado el pecho.

—Baja tu flecha —le dijo sin perder la sonrisa—, no voy a hacerte nada si tú tampoco me atacas.

Ese fue el primero de muchos encuentros.

Siempre que Aradihel iba a cazar, por alguna razón se encontraba con el chico augsveriano que invariablemente estaba solo. El chico mostró interés por aprender arquería y en poco tiempo ambos se divertían cazando jabalíes por el bosque. A su vez el muchacho humano le enseñó a usar la espada. Así pasó el tiempo y ambos forjaron algo parecido a la amistad.

Fue Erick, el chico augsveriano, quien le enseñó el lenguaje lísico antiguo y muchísimas leyendas sobre los dioses y héroes de antaño. Aradihel disfrutaba de escucharlo contarlas y se imaginaba él mismo como si fuera el protagonista de ellas y que junto a su amigo vivían excitantes aventuras.

Siempre se sorprendió de que él supiera tantas cosas. Después, con mucho pesar, descubrió porque era así, por qué su amigo poseía conocimientos que los alferis no tenían. Conoció la verdad de la historia de su pueblo y por qué odiaban a los humanos augsverianos.

Fue entonces cuando Aradihel sintió la necesidad de formar parte del ejército de su pueblo.

Ambos estaban acostados en un claro en la colina, su lugar secreto de reunión. Era verano, a pesar de que la mañana recién iniciaba, el sol brillaba con fuerza y hacía calor. Sus cabezas permanecían una junto a la otra, mirando el cielo de un azul límpido y los rayos solares colarse por entre las ramas de los melocotones en flor. Aradihel cerró los ojos paladeando el momento. Sabía que no era sensato estar allí al lado de un augsveriano y menos ahora cuando era un soldado del ejército de los alferis, pero en su corazón él sabía que el muchacho a su lado era su único amigo, el que le enseñó a pelear, a leer, quien le contaba historias; no quería alejarse de él.

A pesar de todo, fue Erick quien planteó la separación.

—Así que ahora eres un soldado alferi —dijo Erick mirando el cielo.

—Ujum.

—No deberíamos vernos más.

Aradihel se incorporó de golpe, se apoyó en un codo para girar de costado y poder verlo a la cara.

—¿Por qué? Aun si yo soy un soldado alferi y tú un augsveriano, podemos seguir siendo amigos.

Erick suspiró y cerró los ojos, parecía cansado.

—Sabes que dentro de una luna cumpliré diecisiete años y pasaré a formar parte del consejo de sorceres —Con algo de impaciencia continuó—. Uno de mis deberes será evitar las incursiones de tu ejército en mi reino. ¡¿Cómo vamos a seguir siendo amigos, Aradihel?! Estaremos en bandos enemigos.

El alferi se acostó de nuevo y miró el cielo. Un par de nubes blancas se movían en él, parecía que se perseguían sin querer alejarse mucho, aunque el viento soplara con fuerza.

—Ya sé. ¡Hagamos una promesa!

Esta vez fue Erick quien se incorporó para mirarlo con el ceño ligeramente fruncido

—¿Qué promesa?

—Te prometo que, aunque yo deba entrar en tu reino, aunque deba pelear por lo que creo es justo, jamás te haré daño, ni a ti ni a tus seres queridos. Tú debes prometer lo mismo.

Erick lo miró con un brillo de incredulidad en los ojos verdes. Se rio un poco sin darle mucha importancia a la promesa. Aradihel se molestó al ver la escasa seriedad con que su amigo lo escuchaba.

—¡Promételo!

—De acuerdo, lo prometo —accedió el augsveriano al verlo enfurruñado y enojado.

Erick cumplió sus diecisiete años y fue llamado a formar parte del consejo de sorceres, tal como estaba destinado. Un par de años después también pasó a formar parte del ejército de Augsvert como era el deber de los herederos varones de las familias de nobles. A pesar de las dificultades y de que era una locura, mantuvieron la promesa y continuaron viéndose al menos todas las lunas llenas de los siguientes años.

El tiempo pasó y Aradihel creció en valentía, en fuerza y también en ambición y arrogancia.

Todos en Ausvenia decían que era el alferi más audaz y hábil que se había visto jamás, incluso llegaron a compararlo con el rey Almeric, el grande. Nadie imaginaba que ese héroe guardaba un secreto, que tenía un amigo en Augsvert. Un amigo que con el tiempo se convirtió en algo más.

Llegó un momento en que el rostro de Erick se le aparecía en sueños. Si bien era algo habitual que soñara con él, pues se veían bastante a menudo y compartían mucho, los sueños que antes consistían en que cazaban juntos o se batían en duelos con espadas, ahora habían cambiado.

En sus sueños, Erick lo miraba de una forma sugerente, se le acercaba y lo tocaba de maneras que no era sensato imaginar y que despierto probablemente nunca consentiría. En ocasiones incluso lo besaba y varias mañanas al despertar, Aradihel se encontraba con la ropa interior húmeda.

Trató de alejarse de él, de no verlo otra vez, pero lo más que podía aguantar sin verle eran un par de lunaciones. Cuando ya no podía tolerar más su ausencia, acudía deseoso de ver de nuevo esos hermosos ojos verdes que brillaban como hojas cubiertas de rocío. Regresaba para escuchar la risa cristalina brotar de los delgados labios, ligeramente rosados. No podía estar sin él, no era capaz de alejarse, pero al mismo tiempo su cercanía lo perturbaba.

Cuando entrenaban con las espadas y el sudor se deslizaba por la piel de su amigo, Aradihel se lo quedaba mirando, más de una vez recibió cortes por estar distraído. Si iban a bañarse al río sufría lo indecible. No podía apartar la mirada de su cuerpo bien formado, de la piel color avellana que relucía cubierta de agua. Se estaba volviendo loco, hasta que no pudo más.

Ambos quedaron en verse en luna nueva en su lugar secreto, en la colina cerca de la arboleda, para entrenar. Era peligroso hacerlo a la luz del día por lo que tomaron el hábito de encontrarse de noche.

Erick hechizaba algunas flores con su poder espiritual y estas brillaban como grandes luciérnagas en medio de la arboleda, iluminándoles el encuentro, de esa forma podían entrenar con sus espadas.

Esa noche antes de comenzar a pelear, Aradihel le confesó que estaba enamorado, pero no se atrevió a decirle de quien, temía que su amigo se horrorizara y lo abandonara. Erick tampoco insistió en saber, no le dio mayor importancia, tal vez encontrando normal que un hombre de dieciocho años buscara mujer para formar una familia.

Así que, después de hablar un rato de sus asuntos empezaron el duelo con las espadas como era habitual, pero Erick se mostró más agresivo que de costumbre. Aradihel le parecía que la espada de su amigo quería cortarle el cuello o clavarse en su pecho de lo fuerte y certero que eran sus ataques. El sorcere no le daba tregua.

—¡Hey, amigo! Con calma —le pidió el alferi esquivando casi sin aliento una estocada. El otro se rio.

—¿No que eres el mejor guerrero alferi, al que todas las chicas quieren para sí? Pues defiéndete ¿O es que solo lo dices para hacerte el deseable delante de las mujeres?

Aradihel se rio, aunque estaba un poco sorprendido, le pareció detectar verdadera rabia en los ojos verdes. Continuó esquivando más que atacando, porque Erick no le daba oportunidad. En un giro en que de seguro el sorcere lo acorralaría, este trastabilló, Aradihel aprovechó la oportunidad de vencerlo y se giró hasta quedar pegado a su espalda. Levantó la mano y puso la larga espada plateada en al cuello del otro.

En el desenfreno de la agitada pelea, el cabello que Erick siempre llevaba recogido en una cola alta, se le había despeinado dejando escapar algunos mechones fragantes de pelo castaño. Aradiehel, tan cerca de él, hundió la nariz en el cuello de su amigo y quedó hechizado por el aroma que su cabello expelía. El olor lo cautivó. Poseído por el deseo que lo torturaba sin clemencia desde hacía tiempo, apartó los mechones que le impedían hacerse con la piel del cuello y empezó a besarlo con deleite. Cuando se dio cuenta, había girado a su amigo y se apoderaba ya de los labios delgados.

Lo que más le sorprendió fue darse cuenta de que Erick no lo apartaba, sino que, por el contrario, parecía tan embelesado como él en los besos y las caricias. Esa noche, después de entregarse por completo y por primera vez a otro ser, el sorcere le confesó que llevaba años amándolo también.

Ahora estaban perdidos. ¿Qué podían hacer? Nada más que seguir ocultándose y así habrían seguido por años de no ser porque los enfrentamientos entre los dos ejércitos cada vez eran más frecuentes y más encarnizados. Ambos mantenían la promesa de no dañarse el uno al otro, pero ¿por cuánto tiempo más podrían ser fieles a ella?

Erick era más consciente del peligro que corrían y en uno de sus encuentros se lo hizo saber. Descansando en el pecho de Aradihel, mantenía los dedos entrelazados con los de él cuando habló:

—¡Vámonos!

—¡¿Tan rápido?! —le contestó Aradihel—. ¡Quedémonos un poco más!

—¡No! Hablo de que huyamos juntos. No podremos mantenernos más en secreto. Todo esto es absurdo.

Aradihel se incorporó para mirarlo.

—¿Qué? No puedo irme ahora, Erick, me han nombrado capitán. Por fin lo que más he anhelado se hizo realidad ¡Tengo mi propio batallón!

—No te durará mucho el cargo —le contestó Erick con amargura—. Si no huimos ya no habrá futuro para nosotros.

—¿Por qué dices eso? Tenemos años viéndonos en secreto, hemos prometido no hacernos daño, podemos continuar así.

—Dentro de unos días eso no importara. El consejo de hechiceros ha planeado una incursión sorpresa en tu reino. Para la próxima lunación no quedará nada de los alferis. Huyamos ahora que todavía podemos.

Aradihel, estupefacto, se sentó del todo.

—¡¿Qué acabas de decir?!

Erick apretó los labios dándose cuenta del error cometido. El alferi no esperó una respuesta que no llegaría, se levantó y tomó su ropa para vestirse.

—Si te vas —Erick miraba el cielo oscuro al hablar, su voz melódica sonaba quebrada—, no tendremos futuro.

—¡Debo hacer esto! Ahora soy capitán del ejército. Después de lo que has dicho, ¿acaso esperas que los deje morir?

El sorcere se giró para darle la espalda. No le contestó y tampoco quiso verlo partir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro