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Capítulo 9: Dos extraños


Actualidad

—Estaba convencido de que el destino nos reuniría de nuevo—Se acercó reduciendo la distancia entre nosotros.

Intenté retroceder, pero me sostuvo por la cintura y susurró con sensualidad muy cerca de mis labios:

—Hola, Irene.

«Me va a dar algo»

—¿Me puedes soltar?—Dije casi inaudible.

—Me gusta tu olor a fresas—Acercó su nariz a mi cuello—podría acostumbrarme a él.

«Por Dios, esa voz»

—¿Qué es eso de allá?— señalé hacia el techo.

Él escudriñó el entorno con la mirada, aproveché su distracción para alejarme discretamente, Alexander me lanzó una mirada de desaprobación por la broma, mientras yo internamente me regocijaba. Sin embargo, mi alegría fue efímera, pues en cuestión de segundos, un estruendo resonó en el ambiente, la alarma contra incendios irrumpió en sonidos estridentes, acompañada por una voz en los pasillos instando a evacuar de inmediato.

Yo observé con horror la escena, él tomó mi muñeca con firmeza y nos condujo hacia la escalera de emergencia. La adrenalina fluía intensamente mientras descendíamos siete pisos con celeridad, completando la hazaña en menos de siete minutos.

Alcanzamos la entrada del edificio exhausto, con los pulmones casi desprovistos de aire, donde nos topamos con todos los vecinos congregados, contemplando con asombro cómo el humo se escapaba del último piso.

—¿Qué haría esta vez Marta?—dijo un hombre negando molesto.

—La voy a denunciar, ya fue suficiente—Aseguró una señora.

Se escucharon murmullos con diversas quejas, yo observaba a Alexander perpleja, él mantenía una expresión seria, resultaba arduo descifrar sus pensamientos, hasta que me di cuenta de que nuestras manos estaban entrelazadas.

Intenté separarme, pero él se aferró con más fuerza al avistar la llegada del camión de los bomberos dispuestos a ingresar al edificio. La escena parecía sacada de una película, con el despliegue de una escalera de considerable longitud y otros individuos equipándose con arneses de protección.

Entraban y salían, asistiendo a los vecinos que no lograron evacuar por completo, el humo que emanaba de una de las ventanas se intensificó y posteriormente, con la manguera, sofocaron por completo el incendio.

Desde lo alto del edificio, observamos cómo un valiente bombero descendía con una mujer atada a una cuerda. Al acercarse a nosotros, pude distinguir que se trataba de una dama de al menos cuarenta años, con el cabello alborotado, el rostro ennegrecido y los pies descalzos.

—Lo siento mucho a todos— tosió varias veces apenada.

—Siempre es lo mismo contigo Marta—la señaló un anciano—Nos quieres matar a todos en el edificio.

Los vecinos concordaron y elevaron sus voces, mientras la rodeaban con sus palabras. Sin embargo, el bombero a su lado la apartó con delicadeza, impidiendo que la tocaran, y la condujo hacia una distancia segura donde aguardaba una ambulancia para brindarle asistencia.

Alexander nos guió hacia los paramédicos para mirar de cerca a la mujer, no entendía qué estaba pasando. Hasta que le dijo:

—Tía, ya no sé qué hacer contigo

Y en ese momento comprendí la situación; él estaba preocupado, le explicó que con esa última acción debía regresar a convivir con su esposo. Parecía que aquella mujer se había tomado un respiro de su matrimonio, lo cual era evidente por sus motivos, ya que parecía estar fuera de sí.

—Pero Alex, Agustín no me quiere cerca—murmuró con pesar.

«Por algo será señora» Pensé.

—Tía, él ya ha luchado lo suficiente, ahora es tu responsabilidad rescatar tu matrimonio—concluyó finalmente, cruzando los brazos.

No había percibido la humedad que impregnaba nuestras manos, me desplacé ligeramente a un costado, aprovechando el momento para distanciarme gradualmente y brindarles privacidad. Reconocía que no pertenecía a su ámbito familiar y consideraba que esos asuntos no me concernían.

***

Llegó el viernes y junto con él se desvaneció mi energía. Afortunadamente, mi semana culminó de manera excepcional, mientras me sumergía en el ritmo de trabajo en AMEY. Siendo una firma de arquitectura de renombre a nivel mundial por sus imponentes creaciones, se mantenía en constante vanguardia.

Divisé a Ana estacionada en la entrada y aceleré mi paso para alcanzarla. Una vez dentro de su automóvil, sin siquiera saludarme, preguntó:

—¿Hoy saldremos?

—En este momento me encuentro bien, Ana, agradezco tu interés—Me acomodé en el asiento.

—Querida rubia—me abrazó—¿Cómo transcurrió tu semana?

—Fue bastante productiva—suspiré—Sin embargo, me embarga cierta inquietud—la miré.

—¿Por qué?—volteó hacia mí mientras encendía el automóvil.

—Mi madre me llamó hoy para que asista a una reunión "especial" mañana.

—¡Oh! Eso sí que me preocupa, nunca sabemos qué esperar de tu madre.

—Lo sé—afirmé—últimamente ha estado un tanto peculiar—comenté reflexiva.

—Quizás tenga un pretendiente.

Las dos nos miramos consternadas y expresamos al unísono:

—No lo creo.

Jamás presencié a mi madre saliendo en compañía. Se dedicó a mi crianza, cuidado y su empleo, desde una perspectiva externa parecía como si estuviera intentando redefinir su mejor versión.

—Entonces...—Me observó con una sonrisa—¿A dónde nos dirigimos hoy?

—A descansar, sin duda.

—Qué aburrida, esta noche pienso salir a cazar.

—¿En busca de un resfriado?—Señalé las ominosas nubes en el firmamento.

—No seas un aguafiestas—Se giró por un instante y me lanzó una mirada de desaprobación.

Solo pude sonreír, era evidente que Ana era inmune incluso al más intenso aguacero. Su espíritu indomable rechazaba la idea de quedarse en casa, mientras que yo ansiaba un merecido descanso.

Le solicité que me dejara en la entrada de la residencia para que pudiera retirarse rápidamente antes de que empezara a llover. Ella se despidió con la promesa de que la llamara si cambiaba de opinión.

Me acerqué a la caseta de vigilancia con la esperanza de que llegara un paquete para mí.

—Buenos días, señor David —saludé con amabilidad— ¿Todavía no ha llegado nada?

—No, señorita, pero hay alguien que la espera.

—¿A mí?— pregunté confundida—Supongo que les dijo su nombre.

—No, pero comentó que la conocía, está por allí —indicó un vehículo de alta gama.

«Padre nuestro, que estás en el cielo, protégeme», pensé con temor.

Trataba de evitar acercarme a autos de desconocidos, luego de que en una ocasión secuestraran a uno de mis parientes. Aquello era la complejidad de pertenecer a una familia adinerada, siempre en estado de alerta y con un número especial en caso de emergencia.

Cuando me acercaba, las primeras gotas de lluvia empezaron a caer. Desvié la mirada hacia el cielo por un instante, pero mi atención se vio rápidamente interrumpida por una elegante sombrilla que se interpuso en mi campo visual. Dirigí mi mirada hacia su dueño con curiosidad.

—Hola Irene—Saludó con galantería.

Escuchar la pronunciación de mi nombre con su voz tan profunda, era como una melodía para mis oídos.

—¿Qué te trae por aquí?—Pregunté con curiosidad, alzando una ceja.

—Creo que poseo algo que te pertenece—Indicó, señalando una bolsa que sostenía el traje.

—¡Oh, vaya! Muchísimas gracias...—Exclamé emocionada al recibirlo—No sabes de lo que me has salvado.

Las gotas fueron reemplazadas por una lluvia torrencial. Él rodeó mi hombro y juntos nos apresuramos hacia mi puerta, con esfuerzo logré ingresar la contraseña y abrí.

Me deshice de los zapatos en la entrada, con la poca luz que me ofrecía la ventana de la sala, observé a Alexander hacer lo mismo. Se percibía como algo inusual tenerlo en casa, dado que la primera vez ni siquiera recordaba cómo entramos.

—¿Podría tomar asiento?

—Sería preferible que vinieras aquí—Lo conduje hacia la cocina y encendí las luces—el bombillo de la sala se quemó, aguarda un momento.

Me apresuré hacia mi habitación, dejé mi cartera y colgué el traje. En el baño, tomé dos toallas y una sudadera amplia de hombre que había adquirido en línea hace unos meses para los días fríos; había notado que él tenía una parte de su hombro y espalda mojados

—¿Tienes pensado prepararme la cena?—dijo con coquetería.

Para sorpresa de los dos un trueno retumbó y se fue la electricidad, yo solté un grito por el susto y sentí sus brazos rodearme.

—¿Tienes unas velas que nos puedan servir?

—En el cajón izquierdo dejé unas.

Él presionó el botón de la linterna de su teléfono móvil, comenzó a buscar en la oscuridad hasta dar con las velas y encenderlas. Siempre había sentido temor a los truenos, desde pequeña solía esconderme en el armario hasta que la tormenta pasara. Con la tenue luz, lo vi desabotonarse la camisa. Me sentí avergonzada y escuché su risa mientras comenzaba a toser nerviosamente.

—Permíteme confesarte que no poseo destreza en el arte culinario— aclaré mi garganta al girarme.

—Oh, no te preocupes— restó importancia acercándose—Yo puedo encargarme de ello por los dos—Se enfundó la sudadera.

Yo estaba segura de que me veía como un polluelo recién nacido, con mi cabello húmedo y encrespado. En contraste, él lucía exquisito con una indumentaria sencilla.

—¿Qué opinas?—me interrogó.

—No hay nada en la despensa.

—Déjame ver...—Se apartó.

Comenzó a buscar los ingredientes con ayuda nuevamente de su dispositivo móvil, sin tener realmente idea de qué podría cocinar con mi limitado suministro. Era consciente de que, al día siguiente, tendría que hacer la compra de alimentos temprano antes de marcharse.

—¿Estás seguro? Podemos solicitar un servicio de entrega a domicilio.

—Descarta esa idea, pequeña.

«Pequeña»

—Alexander—lo señalé con mi dedo—No te metas con los servicios de entrega a domicilio.

—Para ti, Alex—me guiñó el ojo—Te aseguro que disfrutarás de la exquisitez de la comida casera.

Rodeé mis ojos y opté por dirigirme a la ducha, no estaba acostumbrada a tener visitantes en casa, por lo que mi paso por el baño fue breve.

Al retornar, me mantuve apartada en un rincón, él se movía con destreza y familiaridad. No lograba descifrar la sensación que experimentaba al verlo frente a mí, aquello que nunca imaginé que sucedería se materializaba ante mis ojos en ese preciso instante.

—¿Aprecias la magnífica panorámica?

«Rayos, me ha descubierto»

—Me aseguro de supervisar que no haya ningún incidente culinario.

—No tengo intención de darte motivos para que me expulses—me indicó con una cuchara de madera—Además, este platillo está resultando excepcional.

—Confío en que así será—reí, mientras me acomodaba en la barra de la cocina.

***

Veinte minutos después cesó la lluvia y regresó la electricidad, justo cuando nos sirvió la comida a ambos. Debía admitir que tanto el color como sabor habían superado mis expectativas. Él tenía razón, extrañaba la comida de casera.

Tener un plato caliente en casa, alguien que cocinara para ti en los momentos de lluvia, los cuales amaba, solo lo hacía mi madre y la señora Olga, quien dos veces a la semana asistía a mamá en los quehaceres del hogar y era un amor en toda su expresión.

La soledad nos sirve para darnos cuenta de que a veces sí es necesario tener una compañía, sobre todo cuando las cosas van bien o mal.

—En una escala del uno al diez, ¿cómo calificarías mi trabajo?

—Mm—reflexioné antes de responder— Te otorgo un ocho, considerando los resultados con recursos limitados.

—Me alegra escuchar eso—respondió con una sonrisa—Aunque mi objetivo es alcanzar la perfección y obtener un diez en futuras ocasiones.

«Él espera otros encuentros Irene» «Santo Dios que me da algo»

Me mantuve indiferente y lavé los platos mientras le preguntaba que había sucedido con su tía, se veía que la quería, pero querer también significaba alentar a las personas a afrontar los problemas aunque ellos no quieran.

—Marta es... especial—suspiró—ella solo espera que Agustín la ame, pero el amor también significa sacrificar.

> Desde que contrajeron matrimonio hace un año, su relación ha estado plagada de incesantes discusiones. Aunque no justifico su comportamiento, reconozco que ella no ha mostrado disposición para trabajar en la relación, limitándose a distanciarse y adquirir un apartamento como estrategia beligerante contra su esposo. Ahora, éste ha llegado al límite de su paciencia y busca el divorcio. Yo, por mi parte, he sido su único apoyo, ya que mis abuelos la han rechazado debido a sus arrebatos.

—Vaya que drama—Tapé mi boca.

La manera en que se expresaba al hablar de su ser querido, me indicaba que era una persona bondadosa y preocupada por los demás, demostraba amabilidad y cortesía.

—Estoy pensando en mudarme—dijo mirando la casa.

—¿Te irás a la luna?—Me reí.

—Muy graciosa—entrecerró sus ojos—me gustan los cambios.

Estaba a punto de responder, pero fui interrumpida por el sonido de un mensaje en mi teléfono, era mi madre. Me distraje brevemente mientras contestaba, sin embargo, olvidé por completo que él aún estaba delante de mí, hasta que escuché su carraspeo.

—Tengo que irme, pequeña.

—Oh, sí, perdón, te acompaño—Caminé hasta la puerta mientras enviaba un mensaje.

—Me quedaré con esta sudadera—aspiró el olor.

—Ni lo pienses—negué con mis manos.

—¿Me puedes regalar tu número?—cambio el tema mientras se calzaba.

—No doy mi número a extraños.

Se escuchó su risa resonando por toda la estancia, luego se acercó a mí con la elegancia de un depredador. Inclinó su rostro hacia mi oído y susurró:

—¿Te parece que somos dos extraños, Irene?

Mi piel se erizó al sentir su aliento tan próximo a mi cuello, provocando que mis terminaciones nerviosas se activaran en todo mi cuerpo.

Permanecí inmóvil mientras él aprovechaba para arrebatar mi teléfono y alejarse ligeramente. Con incredulidad, lo observé teclear durante unos segundos antes de que su propio teléfono comenzara a sonar.

—Listo—me regresó el teléfono—Nos vemos pronto.

Escuché la puerta cerrarse.




Feliz noche queridos lectores, lo prometido es deuda. Espero estén disfrutando esta historia, estoy muy agradecida por su apoyo. Son ustedes quienes me motivan a continuar escribiendo.

Perdonen la tardanza, pero estos días he tenido mucho dolor en una muela y se me ha ido hacia el oido la molestía. Gracias por esperar, no se olviden de votar y dejar sus comentarios,  nos leemos pronto, con amor Ale



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