Capítulo 8: Ayuda
13 de septiembre de 2019
Escuchaba una emisora en la radio, cuando una de las locutoras anunciaba que era viernes 13 y se olvidaran de hacer cosas importantes en el día. Para algunos, el viernes trece podría connotar infortunio, mala suerte y augurio, personalmente no me consideraba supersticiosa. Resultaba curioso cómo las creencias y supersticiones podían influir en nuestra percepción de la realidad.
Las coincidencias a menudo se malinterpretan como señales divinas o premoniciones, cuando en realidad podrían ser simplemente producto del azar. Me cuestioné si nuestras expectativas y creencias moldeaban nuestra experiencia de la suerte, si al esperar lo bueno o lo malo, de alguna manera estábamos atrayendo esos eventos a nuestras vidas. En medio de estas reflexiones, me di cuenta de que la fortuna, al final del día, podía ser simplemente una cuestión de perspectiva y actitud ante la vida. Pero, aquella tarde atribuí toda la fortuna a la visita que recibí.
Estaba estudiando sintaxis cuando el timbre resonó en toda la estancia. Desconcertada porque nadie me era familiar en la zona y no aguardaba a nadie a menos que mi madre decidiera llegar de manera imprevista, me puse en pie con cautela.
Abrí la puerta apenas, notando que el moreno de ojos grises se encontraba frente a mí, con un bolso a su lado y una sonrisa en el rostro. No me cansaría de afirmar que su sonrisa era la más hermosa que había presenciado, sin embargo, a pesar de su aparente jovialidad, se podía percibir un dejo de inquietud en sus rasgos.
-Irene-Entrelazó sus manos con delicadeza-Lamento interrumpir tu viernes, pero necesito de tu ayuda
-¿Mi ayuda?
-Mañana debo presentar un examen de lengua y...-aclaró su voz con seriedad-Las palabras compuestas me resultan un tanto complicadas.
Me reí, aquello era la afirmación más insulsa que había escuchado, me parecía ridículo que no supiera algo tan elemental; no obstante, procuré moderar mi tono.
-¿Qué es lo que no logras comprender, Hugo?
-Nada-Respondió lacónicamente.
«Lo que me faltaba» Pensé suspirando.
Hugo se dedicaba a estudiar con ahínco para superar el curso y ser admitido en la carrera de Ingeniería Mecánica. Era evidente que las letras no eran su fuerte, a diferencia de los números. Expresaba con gran énfasis la importancia de alcanzar todos los puntos necesarios para aprobar. Resultaba incomprensible su preocupación, dado que era patente que esa carrera era su anhelo más profundo.
Durante las siguientes dos horas, me dediqué a instruirlo detalladamente hasta que logró responder con éxito a los ejemplos planteados. Su esfuerzo era evidente y me recordaba que solo quedaban tres semanas para el examen final, lo cual generaba una presión adicional para todos, siendo para muchos un verdadero desafío. Tenía conocimiento de que se otorgarían becas a individuos de escasos recursos económicos, lo cual me llevó a reflexionar. Aunque Hugo no parecía necesitarla, podría ser beneficiario. Quizás por eso se estaba esforzando tanto en estas últimas semanas.
-¿Deseas más jugo?
-Estoy satisfecho así-rechazó con amabilidad-Muchas gracias, mañana, en cuanto concluyamos nuestras clases, pasaré por tu edificio para acompañarte a almorzar.
-No es necesario, Hugo-respondí con una sonrisa sincera.
-Por supuesto que sí-insistió con determinación-Te he restado tiempo de estudio, debo compensártelo de alguna manera.
-Tengo una inquietud...-mordí levemente mi lápiz-¿No has encontrado momentos previos para estudiar?
-Es complejo, solo me encuentro disponible los viernes por la tarde-explicó mientras se levantaba y recogía sus pertenencias.
Aquella última situación generó una atmósfera opresiva, cuando Hugo compartía detalles sobre su vida, parecía cargar con un peso interno que ansiaba liberar, pero que no lograba desprenderse. Surgieron numerosas interrogantes en mi mente, no obstante, opté por guardar silencio, ya que cada individuo carga consigo sus propias luchas internas y enfrentar los demonios personales recae exclusivamente en la voluntad de la persona.
Lo acompañé hasta la entrada y al despedirse, le entregué unas hojas de ejercicios que había preparado mientras él practicaba. Sorprendido, me abrazó con gratitud.
-Te lo agradezco mucho, Irene-susurró en mi oído.
Mi corazón se aceleró por la proximidad; él desprendía un perfume natural, tan varonil y embriagador. Nos separamos y lo vi alejarse hacia su motocicleta.
-A propósito...-exclamé antes de su partida-¿Cuál de los guardias te permitió el acceso?
Él simplemente me dedicó una sonrisa y guiñó un ojo antes de marcharse definitivamente. Necesitaría abordar este asunto con el personal de seguridad, no deberían permitir la entrada a cualquier individuo.
***
Bajaba la escalera exhausta, había dormido muy poco estudiando, las guías que nos enviaban los profesores tenían muchas fechas acerca de la historia del periodismo, aquello me daba dolores de cabeza. Al pisar el último escalón unos brazos abiertos me esperaban.
-¡Oh! querida diosa.
-No me digas que...
-Sí, vi la foto que tenías en la sala, muy tierna para ser afrodita a tan pequeña edad.
-Cállate-Rodeé mis ojos, y caminé por otro lado.
Escuché su risa en mi espalda e instintivamente una pequeña sonrisa se escapó de mis labios.
-Estás muy feliz, ¿no es así?- Inquirí.
-Eres la mejor profesora-me rodeó con uno de sus brazos-me fue muy bien en mi evaluación.
Se percibía la inusual proximidad que compartíamos, hasta el punto en que cualquiera podría inferir que manteníamos una relación, sin embargo, la verdad es que ni siquiera rozábamos el término "amistad". ¿Hasta qué punto puede resistir un corazón con tantas emociones? Anhelaba descubrirlo pronto.
-Guao-cerré mi boca.
-Tenía la corazonada de que a tu existencia le faltaba emoción.
Fue mi momento de risas, Hugo era impredecible, con un espíritu tan vibrante que resultaba fascinante intentar anticipar hacia dónde nos llevaría la próxima vez.
Frente a nosotros se encontraba el parque de diversiones más grande del puerto. Había visitado muy pocas veces lugares así, y aquello solo lo hacíamos en vacaciones cuando la tía Luz nos sacaba a escondidas de la casa de los abuelos. Mamá sabía que aquello pasaba, pero hacía caso omiso, en el fondo deseaba que fuera una niña sin restricciones y viviera una infancia feliz.
-Primero dirijámonos hacia allá-Indicó un establecimiento de venta de pizzas
-Mmm suena sumamente apetitoso-Mi estómago emitió un sonido.
-Pequeña criatura hambrienta, pronto te alimentaremos-Con delicadeza, tomó mi muñeca y me llevó corriendo.
Disfruté tanto que mis risas se convirtieron en lágrimas debido al intenso dolor abdominal. Al subir a la montaña rusa y participar en otros juegos, descubrí que, a pesar de su imponente estatura, el moreno experimentaba cierto temor a las alturas. Resultaba fascinante presenciar cómo alguien en apariencia tan segura podía revelar una vulnerabilidad inesperada.
Deseaba fervientemente que los dulces recuerdos perduraran eternamente, que la dicha no se redujera a efímeros instantes, sino que perdurara el tiempo necesario. No estaba segura de lo que depararían las próximas tres semanas; quizás, si éramos afortunados, ambos lograríamos alcanzar nuestras metas en las carreras que tanto anhelábamos.
-¿Cuál es tu mayor anhelo?-Inquirí.
Nos hallábamos sentados frente a un puesto de entretenimiento donde los premios consistían en adorables peluches de distintas dimensiones.
-Deseo hacer lo que me gusta.
-¿Acaso ya no lo haces?
-No todo es lo que parece-dijo cabizbajo.
Un incómodo silencio nos invadió, opté por levantarme y probar mi destreza apuntando a la cesta de baloncesto en busca de un premio. A pesar de mi modesto esfuerzo, el balón no logró entrar en el aro, y cuando estaba a punto de desistir, percibí unas manos que sostenían las mías. Me condujeron con destreza hasta el lugar preciso y, finalmente, el balón penetró el aro con gracia.
Él realizaba cualquier acción con tanta naturalidad que parecía ajeno al impacto que sus actos tenían en mí.
―¿Cuál de ellos elegirán? ―inquirió el caballero, señalando los adorables peluches.
―¿Qué deseas tu Irene?
―Mmm...―dije indecisa mirando las opciones―Me gusta aquella vaca―señalé y giré avergonzada.
―Muy bien―Se rio―Por favor denos la vaca.
Me distraje contemplando el ocaso que se perfilaba en el horizonte cuando escuché el clic de una cámara, giré instintivamente.
-Que hermosa.
-A ver-Le pedí su teléfono sonrojada.
Era la fotografía más hermosa que me habían capturado, la cercanía del sol a mi rostro le otorgaba un toque cinematográfico. Le entregué de vuelta el teléfono y procedimos a intercambiar nuestros nombres de usuario de Instagram.
***
Habíamos pasado toda la tarde en la feria disfrutando de las atracciones, que el tiempo simplemente voló. Fue tan efímero como una suave ráfaga de otoño, arrastrando consigo las hojas caídas de los árboles. Hugo me entregó mi premio y juntos nos dirigimos hacia su motocicleta, me intrigaba saber por qué había optado por no usar su camioneta.
―¿Podría preguntarte algo?
―Por supuesto, adelante―Respondió mientras se ajustaba el casco.
―¿Qué aconteció con tu vehículo todoterreno?
―¿Ya no disfrutas de la motocicleta?―Se acercó y me colocó el casco.
―No es ese el caso―Le espeté con la mirada―Simplemente recordaba las primeras veces en que te vi utilizándola.
―La devolví...a mi progenitor―mencionó en un susurro apenas perceptible.
Estaba evidente que no deseaba profundizar más en el tema, y yo no tenía la autoridad para indagar más al respecto. No era el único que guardaba secretos y comprendía de antemano que abordar asuntos personales resultaba complicado. Por lo tanto, sin mayores dilaciones, me dispuse a ascender a la motocicleta.
Mientras me aferraba a él debido a la vertiginosa velocidad a la que avanzábamos, me percaté de que Hugo se había introducido en mi vida sin previo aviso. Me di cuenta de que había desarrollado afecto por él, y lo que en un principio fue un leve interés, se transformó en algo más profundo.
El gran dilema residía en la incertidumbre de la reciprocidad de sentimientos, lo cual me llevó a optar por el silencio y guardar mis emociones en lo más profundo de mi ser. Quizás con el transcurso de las semanas, aquellas sensaciones se desvanecerían y yo recuperaría mi equilibrio personal.
El concepto del amor me resultaba ajeno, ya que hasta entonces mi vida se había enfocado exclusivamente en el estudio, sin haber experimentado nunca una verdadera relación sentimental; a excepción de un fugaz beso robado por un compañero de bachillerato en segundo año, episodio desafortunado que culminó con su nariz fracturada debido a mi reacción instintiva, fruto de las lecciones de defensa personal que había recibido.
Nadie está verdaderamente preparado para afrontar un rechazo. Yo no estaba preparada para recibir tal noticia, no deseaba encarar la cruda realidad de que mis sentimientos hacia Hugo permanecerían como un amor platónico, de aquellos que contemplas repetidamente desde la distancia sin la perspectiva de una oportunidad.
Holaaa mis queridos lectores, en este capítulo podrán entender como Irene fue enamorandose de Hugo.
¿Quién no tuvo un amor platónico en su juventud? Ese que nos hizo suspirar y que guardamos en nuestro corazón. El próximo capítulo espero subirlo antes del domingo, sé que quieren saber qué pasará con el encuentro entre Alexander e Irene.
No se olviden de votar y dejar sus comentarios, disfruten la lectura con amor, Ale❤️
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