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Capítulo 5: Acercamiento

7 de septiembre del 2019

Estábamos en la cuarta semana del curso sabatino, lo que implicaba que el contenido de las asignaturas se tornaba cada vez más intrincado. Ya había enfrentado las primeras evaluaciones con éxito, sin embargo, seguía sin entablar amistad alguna.

Desde temprana edad, me vi inmersa en diversas circunstancias que me llevaron a comprender que el obstáculo no residía en mí al rechazar a aquellos que se acercaban por conveniencia; la verdadera dificultad radicaba en cómo estas personas se multiplicaban como clonadas. A pesar de mis esfuerzos por esquivarlas, resultaban inevitables, por lo que decidí dejar de eludirlas y permitir que fuesen ellas las que experimentaran el verdadero esfuerzo al percatarse de que no recibirían mi ayuda incondicionalmente.

***

—¿Irene, cierto?— dijo una chica.
—Sí—Sonreí
—¿Ya tienes pareja para el próximo taller?
—Aún no—hice una mueca con mis labios.
—¿Qué te parece si lo hacemos juntas?—ofreció dudosa.
—Está bien, no hay problema—señalé el asiento detrás del mío.

Todo transcurría de forma favorable, Daniela demostraba ser una persona comunicativa y con interés en aprobar el taller. No obstante, su error fue subestimar mi capacidad de percibir que simplemente observaba sin contribuir a la actividad.

Si algo me enseñaron mis experiencias pasadas, especialmente durante mi etapa en el bachillerato, donde a menudo era vista como la "favorita"por los profesores, era a no permitir que nadie se aprovechara de mi esfuerzo. Aquella mañana, al concluir el taller, Daniela se levantó con la creencia de que su nombre figuraría en la hoja de entrega. Sin embargo, para su sorpresa, eliminé su nombre antes de entregarla al profesor, dejando claro que mi compañera no había aportado más que su mera presencia.

***

Agobiada, me senté en un banco frente a mi edificio y con los auriculares puestos reproduje mi lista preferida. Escuchar música, revitalizaba mi espíritu, reiniciaba mi sistema y me permitía desechar los pensamientos estresantes que llevaba conmigo.

Sentí que tomaban uno de mis auriculares y eso me alertó, había olvidado que cada vez que una canción se reproducía me aislaba de mi entorno. Sobresaltada, abrí los ojos y examiné la causa.

—Posees muy buenos gustos musicales.
—Hugo—le lancé una mirada fulminante—Devuélveme mi auricular.

Él tarareaba la melodía, mientras yo lo observaba intensamente; sus rasgos eran viriles y extraordinariamente magníficos, como las grandes obras de arte meticulosamente diseñadas para brindar al espectador una experiencia verdaderamente artística.

—¿Desayunaste hoy?—Preguntó devolviendo el audífono.
—No me dio tiempo—Detuve la música y guardé el teléfono en el bolso.
—Ya veo...—se levantó—Te invito el almuerzo.
—Oh, no es necesario—negué varias veces con mis manos—Ya casi es la hora de salida.
—Por eso mismo—Me picó un ojo—Barriga llena, corazón contento.
—Quisiera saber de dónde sacas tus frases.
—Es un secreto de Estado—Tomó su bolso y me invitó a levantarme.

No me resistí, con él sentía una atracción magnética, era como si fuera inevitable. Una semana atrás, él mencionó la necesidad de comenzar a explorar y por primera vez me permitiría dejarme llevar junto a él, incluso si eso significaba aventurarse hacia lo desconocido.

Mientras nos dirigíamos hacia el estacionamiento, las chicas a nuestro alrededor se quedaban sorprendidas al ver a Hugo a mi lado, de cierta manera eso me generaba incomodidad, ser el centro de atención de los rumores no era algo que disfrutara. En el pasado, había sido testigo de cómo las chicas que se relacionaban con los "populares"terminaban siendo el tema de conversación de todos. Detestaba la facilidad con la que las personas juzgaban y se permitían crear historias solo con observar a dos individuos.

Hugo notó aquello y decidió contarme una anécdota para distraerme, lo estaba logrando hasta que llegamos a su medio de transporte, yo casi me caigo de espaldas cuando me tendió un casco.

—Ni lo pienses— rechacé la oferta.
—Vamos Irene— levantó una ceja—¿Qué es lo que puedes perder?.
—Mi vida, por ejemplo—toqué mi pecho.
—Jamás haría algo en tu contra—rodó sus ojos.

Me volteé reflexionando, siempre me había cohibido de emprender actividades diferentes, simplemente porque mi familia consideraba que eso implicaba ser un alborotador.

—¿Irene?—me llamó cauteloso—Si no quieres, está bien, no te pienso obligar.

Me volteé y lo vi recostado en la moto con las manos en ambos cascos. Su mirada reflejaba arrepentimiento, quizás creyendo que me estaba presionando.

—A la primera que vea mi vida en riesgo...—Lo señalé— Me lanzó de la moto.

Él soltó una risueña carcajada, la cual pronto se convirtió en una melodía armoniosa para mis oídos, tan exquisita que comencé a contemplar la posibilidad de disfrutarla con mayor frecuencia.

—Sí, señora— afirmó con elegancia, aclarando su voz—Me comprometo a velar por tu permanencia en este mundo el mayor tiempo posible.

Me entregó nuevamente el casco, lo coloqué con cierta vacilación y, con su ayuda, me encaramé en aquella motocicleta. Mi postura era tan erguida que me veía elevada, obligada a rodearlo con mis brazos. Aunque ansiaba bajarme y buscar mi propio medio de transporte, me encontraba allí, inmersa en el momento presente, sin reflexionar sobre las repercusiones del mañana.

Tras veinte minutos, comencé a preguntarme hacia dónde nos dirigíamos, cuando de repente percibí un sonido familiar. El estruendo de las olas chocando contra las rocas, escasos automóviles estacionados en la orilla de la autopista; habían pasado muchos años desde mi última visita a la playa, y contemplarla a escasos centímetros me inundó de una felicidad inmensurable.

Me transporté a uno de los más hermosos recuerdos junto a mi madre, la playa era el único sitio donde la veía verdaderamente radiante.

***

Jugaba en la arena construyendo majestuosos castillos, la playa era uno de mis destinos preferidos. Aunque no siempre podía ir, intentaba convencer a mi madre para hacerlo.

—Irene, mantente en la orilla.
—Tranquila mami, solo estoy jugando.
—Está bien mi niña, te amo.
—Y yo a ti.

Ver el rostro sonriente de mi madre inundaba mi ser de alegría, aunque en ocasiones percibía un dejo de tristeza en sus ojos, ella siempre procuraba mantener una sonrisa, aunque sabía que no lograba engañarme.

A pesar de que las personas se acercaban a entablar conversaciones con ella, sus miradas solo se dirigían hacia donde yo me encontraba, absorta en mis juegos. Velaba por mí con un cuidado excepcional, quizás el hecho de ser hija única era la razón que la motivaba a hacerlo.

***

Hugo nos llevó a un restaurante que se encontraba en la playa, al descender de la moto pude sentir la brisa cálida, acariciar mis mejillas. Quedé maravillada por la inmensidad del mar azul que se extendía ante mis ojos, disfrutando de la sensación de unión con la naturaleza mientras paseaba por la arena.

Al ingresar a aquel establecimiento, pude observar que cada asiento estaba adornado con motivos marinos y el techo tenía la forma de una gran concha. Percibí la mirada de Hugo posada en mí, me volví para mirarlo y él apartó la vista de inmediato. A pesar de su apariencia de chico rebelde, había descubierto en él a un joven de corazón amable.

—¿Te gusta?
—Me encanta—sonreí.

Me devolvió una sonrisa cálida, y mi corazón pareció detenerse por un instante, antes de continuar nuestro camino, noté un destello de satisfacción por su elección. Un amable caballero nos dio la bienvenida y tomó nuestras órdenes, el silencio reinaba desde nuestra llegada, quizás por el deseo de preservar la belleza del entorno o por motivos que escapaban a nuestra comprensión.

Observaba a lo lejos a unos surfistas desafiando las olas con maestría, hasta que la interrupción de la llamada en el teléfono del caballero de cabello oscuro rompió mi placentero momento de tranquilidad. Me volví para mirarlo, su expresión denotaba molestia mientras ignoraba la llamada, el sonido cesó y él simplemente me miró con pesar.

—Ya vuelvo—dejo su teléfono.
Cuando se disponía a ingresar al baño de caballeros, su dispositivo móvil se iluminó con una notificación de mensaje, revelando accidentalmente el contenido que pude leer desde nuestra cercanía. El remitente era su padre.

Papá:
Deja de jugar y regresa de una vez por todas a la casa, tus abuelos no tienen que...

Lo demás no podía ser descifrado a menos que se accediera al mensaje completo, de alguna manera me sentía invadiendo su privacidad.

Después de 5 minutos regresó con una calma renovada y un semblante más sereno, Hugo despertaba mi curiosidad de una manera singular. Su aura de misterio y reserva me incitaba a querer descubrir más sobre él.

Nuestros pedidos llegaron detrás de él, se veían tan exquisitos como el lugar donde nos encontrábamos.

—Que lo disfruten—dijo el anciano antes de retirarse.

Hugo me sonrió y compartimos la comida en un silencio cómplice, percibiendo mutuamente la tensión latente en el aire. Evitando abordar el tema que se avecinaba, preferimos sumergirnos en el mutismo elocuente que nos envolvía.

Al concluir nuestro almuerzo, el teléfono de Hugo irrumpió nuevamente con su estridente timbre. Con gesto contrariado, lo tomó entre sus manos, apenas tuvo la oportunidad de responder cuando una voz susurrante resonó al otro lado: "Te quiero de inmediato aquí, Hugo". En ese instante, sus ojos se cerraron en un gesto de resignación, su mandíbula se tensó y una de sus manos se convirtió en un puño sobre la mesa, revelando la lucha interna que lo consumía.

—Perdona, Irene, debemos regresar.


Hola mis queridos lectores, les pido disculpas por el atraso ♥️ Espero disfruten este fin de semana el nuevo capítulo y me comenten que les ha parecido está historia.

Nos leemos pronto, con amor Ale ✨

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