Capítulo 3: Experimentar
31 de agosto del 2019
Me aquejaba de dolor de cabeza y experimentaba una sensación de vacío en el estómago. Aunque para muchos la idea de vivir en soledad resultaría atractiva, en mi caso se convirtió en un verdadero desafío. Mis habilidades en las artes culinarias dejaban mucho que desear, por lo que recurría a consumir cereal por las mañanas, seguir videos tutoriales para intentar preparar un almuerzo aceptable y recurrir a la opción de entrega a domicilio para la cena, la cual no resultaba desagradable tres veces a la semana.
Aquella rutina solo estaba disponible de lunes a viernes; los sábados, cuando realmente la necesitaba, no lograba despertarme a la hora indicada por mi alarma, lo que me dejaba sin tiempo para preparar algo. Si continuaba con ese patrón, terminaría el curso con 10 kilos menos en cada jornada.
El sonido del grupo de WhatsApp de mi ruta interrumpió mi paso: "Estamos saliendo".
«Mierda Irene» «Cuál es la probabilidad de que llegues a alcanzarlo»
Corrí apresuradamente desde mi edificio sin detenerme a contemplar los alrededores, sentía que el oxígeno escaseaba en mis pulmones al momento en que crucé el umbral de la universidad. Sin embargo, mis esfuerzos resultaron infructuosos, ya que el autobús estaba girando la esquina en ese preciso instante. En mi interior, un sentimiento de pesar se apoderó de mí.
—Deberías ser atleta.
Me volteé en dirección a aquella voz, y vislumbré al joven de ojos grises a mi lado, con una mano sujetando un cigarrillo y la otra en el bolsillo.
—Deberías dejar el cigarro—señale la nicotina— Si no quieres morir antes de tiempo—tape mi boca alejándome rápidamente.
Él poseía un atractivo innegable, sin embargo, el acto de fumar le restaba encanto. Su presencia irradiaba una sensualidad cautivadora logrando atraer a las mujeres al pasar por la entrada. A pesar de la fascinación que despertaba, el olor del tabaco y el humo que lo acompañaba me resultaban desagradables. La causa era clara: mi asma imponía limitaciones en mis actividades diarias, obligándome a llevar siempre conmigo un inhalador para afrontar situaciones extremas.
Mientras aguardaba pacientemente en la banqueta por la llegada del nuevo medio de transporte, mi estómago clamaba por alimento y mi conciencia me recriminaba por olvidar mi billetera.
Observé a una joven ascender al vehículo de su progenitor. Jamás experimenté la sensación de ser recibido por un padre al salir del colegio, de ser interrogado sobre mi día o de sostener charlas triviales. Únicamente mi madre y yo formábamos parte de mi entorno familiar, y en ocasiones sentía la imperiosa necesidad de afirmar que éramos una familia de tres.
Habían transcurrido los 30 minutos y el transporte no hacía acto de presencia, la desesperación se apoderaba de mí y perdía el control de mi cuerpo. Yo era el tipo de individuo que se transformaba cuando el hambre se hacía presente, algo similar a una versión femenina de Hulk.
«Esto me pasa por hacerme la orgullosa y no haber aceptado el auto de mamá»
Me lamentaba de mis decisiones, aunque de cierta manera evitaba enfrentar lo que siempre fui: la hija mimada. Así es como algunos de mis compañeros de clase en la escuela secundaria solían referirse a mí.
Aunque amaba a mi madre, a veces me sentía sofocada por su excesiva protección.
Anhelaba experimentar y dar comienzo a una vida plena, disfrutar de todo aquello que me estaba vedado mientras permaneciera bajo el techo de los Mendoza. El peso de ese apellido se debía a su influencia en la sociedad, por lo que mi propósito era mantener un perfil discreto.
El dolor de cabeza comenzó a intensificarse, me aferré a la sien y me recosté en el banco. Escuchaba el persistente sonido de una bocina que resonaba una y otra vez, hasta que una mano tocó con delicadeza mi hombro y me sacó de mi ensimismamiento.
—Joven, la están llamando—Dijo el encargado de la línea de transporte.
—¿Disculpe?—Pregunté confundida.
—Sí, allí—Señaló hacia una camioneta Ford Ranger estacionada.
—Creo que está confundido.
—En lo absoluto, acérquese.
Conté hasta 10 y me puse de pie, cuestionándome la posibilidad de que alguien me aguardara. Al no reconocer a nadie en el entorno y sabiendo que mi madre era la única persona que vendría por mí, descarté la idea al ver que el vehículo no era el suyo. Mis pasos eran pausados, observando a los escasos alumnos que aguardaban el transporte, dado que la mayoría ya se había marchado en sus respectivas rutas. Surgió la inquietante idea de que podría tratarse de un secuestrador y que hubo un error en la identificación.
«Dios, a mí todavía me queda un tiempo por vivir» murmuré para mis adentros.
Llegué hasta la ventanilla del asiento del copiloto, en ocasiones pecaba de ingenua aunque no era tan grave, en caso de ser víctima de un secuestro al menos no quedaría junto al piloto, tendría un pequeño espacio para regresar rápidamente a la entrada de la universidad. El cristal se deslizó hacia abajo y el individuo responsable de mi casi pánico se hizo presente.
—Sube, te llevo a tu casa.
—No, gracias, ya viene el transporte—Me giré y di dos pasos en dirección a la banca.
—Acababan de avisar que la ruta se accidentó.
«¡Qué!» «Ay, señor, como me vas a hacer esto a mí» «Quieres que me muera de hambre» Pensé mirando al cielo.
—No te creo—Lo encaré.
—Mira aquí—Sacó su móvil por la ventana.
Me aproximé con escepticismo, cuestionando la veracidad de la situación, ya que de ser verídica, habría recibido una notificación por parte del grupo de transporte. El individuo me entregó su teléfono y al abrir el chat, me sorprendí al constatar que, efectivamente, el conductor había informado que el autobús había sufrido un accidente hace 20 minutos. Le devolví el teléfono y busqué en mi bolsillo mi dispositivo móvil, el cual se hallaba apagado.
Resultaba irónico que precisamente a mí se me hubiese agotado la batería, reduciendo las probabilidades de recibir la notificación a un 0%.
—Ya lo ves, así que suba su majestad antes de que comience a llover—Dijo abriendo la puerta del copiloto por dentro.
Lo contemplé con un gesto de desdén y resignación, ascendí a la camioneta mientras anticipaba la inminente tormenta de esa tarde. Mi primera sorpresa agradable fue el exquisito aroma a cereza que despedía el ambientador; siempre me ha encantado esa fragancia.
Después de unos minutos conduciendo, encendió la radio y empezó a sonar: "Panic At The Disco" de High Hopes. La melodía logró disipar la tensión en el ambiente, ocasionalmente lo observaba de reojo y notaba cómo las venas en sus manos se marcaban al apretar el volante.
Finalmente, dejamos atrás los alrededores del campus y nos adentramos en la ciudad. Cuando decidí compartir mi ubicación con él, se detuvo en un local de comida rápida. Confundida, lo miré, él simplemente me guiñó un ojo y me invitó a descender del vehículo. No sabía cómo expresarle que no estaba acostumbrada a comer en la calle.
—Oye...—Me detuve porque no sabía su nombre.
—Hugo—Tendió su mano—Saavedra.
—Irene Mendoza—Tomé su mano.
Miles de terminaciones nerviosas recorrieron nuestras palmas, el contacto fue tan intenso que nos vimos obligados a soltarnos. Nuestros ojos se encontraron y en ese instante supimos que ambos experimentamos la misma sensación. Él aclaró su garganta con discreción y nos condujo con elegancia hasta una mesa, realizando un gesto al propietario desde la distancia, quien se acercó a nuestra ubicación con prontitud.
—Bienvenidos a Carlos Foodtruck—su sonrisa era cálida—¿En qué puedo asistirles?
—Yo quisiera una hamburguesa especial—dijo sin pensarlo.
—¿Y para usted, señorita?
—Oh no, yo no voy a ordenar—Dije incómoda.
—Para ella traiga lo mismo—Expresó el peli negro.
El caballero se retiró asintiendo, mientras yo me encontraba perpleja ante su atrevimiento de tomar decisiones en mi nombre. Le lancé una mirada molesta, la cual percibió en cuanto mis ojos se posaron en él.
—Estoy convencido de que disfrutarás de ello, Irene.
«Irene, Irene, Irene»
Se escuchaba tan jodidamente bien mi nombre en sus labios, pero no podía desviarme del tema.
—Yo no como hamburguesas, Hugo—Crucé mis brazos.
—¿Te han dicho que te ves hermosa enojada?
Miré a otro lado sonrojada y aclaré mi garganta.
—No como hamburguesa, por favor pide que la envuelvan para llevar y te la comes tú.
—Desde que nos estacionamos, pude notar que el lugar no es de tu agrado—Su dedo tocaba la mesa una y otra vez.
>Pese a menospreciar este sitio, observa detenidamente a tu alrededor. En ocasiones, tendemos a juzgar por las apariencias sin considerar las circunstancias y el arduo trabajo que implicó para ese hombre construir este negocio.
—Hugo, no me refiero a eso—lo interrumpí con gesto firme—Has formado una opinión negativa, pero hace años sufrí una intoxicación alimentaria debido a comer en la vía pública.
—Cuanto lo siento— Su voz era de arrepentimiento— Sin embargo, eso no quiere decir que todo lo que comas será del mismo modo.
—Lo sé—bajé mi cabeza—Pero, tengo miedo de pasar por lo mismo, terminar en el hospital y...
Callé, porque no quería seguir contando. Estaba compartiendo recuerdos de una época difícil para mi madre y era tan íntimo que siquiera sabía cómo aquello estaba saliendo de mi boca. Él, al ver qué callaba, se levantó en dirección al señor de antes, intercambiaron unas palabras y luego regresó.
Nos quedamos en silencio y al recibir las órdenes, me sorprendió ver la comida empacada para llevar.
Agradecimos y nos levantamos; aun sin dirigirnos la palabra subimos a la camioneta y a unas cuadras de aquel puesto volvimos a estacionar. Él descendió solo y se dirigió a un establecimiento cercano, entrando con determinación. No lograba comprender las motivaciones que guiaban sus acciones, percibiendo una impulsividad que nos distanciaba.
Después de 5 minutos, Hugo regresó con una bandeja de ensalada César, pollo a la parrilla y puré de papa en una bolsa, la cual me entregó con delicadeza. La temperatura era cálida, por lo que me advirtió que tuviera precaución. Arrancó la camioneta y me solicitó mi dirección, estábamos a 15 minutos de la residencia. No pasó mucho tiempo en silencio, ya que pronto entabló una conversación conmigo.
—Es una ofrenda de paz.
—No tenías que molestarte—Mordí mi mejilla interior—Te lo agradezco.
Me había conmovido, estaba segura de que, al igual que yo, él también experimentaba hambre y, a pesar de ello, había dejado de lado su comida para ir a comprar la mía. Quizás el tiempo que le llevaría llegar a su hogar haría que su comida se enfriara, no obstante, eso no lo detuvo.
Al llegar, tomé solamente mi bolso y abrí la puerta, pero él me detuvo agarrándome del brazo y pronunció algo que desencadenó semanas de reflexión en mí.
—Irene.
—¿Mmm?—Lo miré fijamente.
—Olvida el pasado, y prueba nuevas cosas en tu vida.
Hola queridos lectores, perdonen la demora. Ayer traté de subir el capítulo Pero tuve un contratiempo con mi laptop. Espero estén disfrutando la lectura, no se olviden de votar y dejar su comentario.
Nos leemos pronto, un abrazo, Ale♥️
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