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Capítulo 23: Entre la espalda y la pared


—Fui yo quien lo delató.

—Ya lo sospechaba.

Escuché una voz a mis espaldas y me volteé instintivamente para encarar al interlocutor.

Julieta me observaba con gesto contrariado mientras me señalaba acusadoramente con un dedo.

—Seguramente fabricaste pruebas falsas para difamar la reputación de José Ignacio.

—Querida abuela—levanté mi ceja—antepongo la verdad por encima de cualquier falsedad.

—Madre...

Mi progenitora intentó acercarse a Julieta.

—No, ha sido suficiente de ti, desagradecida—me fulminó con su mirada.

>Retírate de este lugar, los traidores no son bienvenidos en esta morada. Olvídate de que eres una Mendoza.

—No permitiré que trates de esa manera a mi hija.

Mi madre desafió a la abuela y tomó mi mano.

—Reflexiona detenidamente, Elena. ¿Es ella quien te ha brindado todo en la vida, o somos nosotros?

—Ella es mi familia.

Mi madre me condujo hasta una estancia. La observé extraer su maleta, aun sin desempacar, y tomar las llaves de su camioneta.

—Mamá, no es necesario que te marches. Aquí estarás más resguardada.

—Dónde tú vayas, yo te seguiré. Siempre hemos sido tú y yo, mi princesa.

Desconocía de dónde emanaba esa fortaleza. Por fuera, parecía estar quebrantada, pero tuvo el coraje de enfrentarse a su propia madre. Para mí, fue algo que jamás había presenciado.

Abandonamos la casa con los gritos de Julieta de fondo, mientras la tía Luz lloraba desconsolada en la entrada. Divisé un reflejo en la ventana del segundo piso; era el abuelo que corrió la cortina con los brazos cruzados. Nos observaba, pero no pude descifrar si su mirada denotaba molestia u orgullo.

Salimos de casa mientras la tía luz lloraba desconsolada en la puerta. Vi un reflejo en la ventana del segundo piso. Se trataba del abuelo corriendo la cortina, tenía los brazos cruzados. No pude descifrar su mirada, no era de molestia. ¿Tal vez orgullo?

—¿Deseas que tome el volante?

—Por supuesto—me arrojó gentilmente las llaves.

En el trayecto, la observaba de soslayo y experimentaba una sensación de serenidad, la cual también me invadía a mí. Mientras permaneciéramos juntas, éramos capaces de afrontar cualquier adversidad.

****

Había comprendido que la existencia se componía de planes. Diseñamos nuestra alimentación diaria, gestionamos meticulosamente nuestras jornadas laborales, de ejercicio y de ocio, dejando de lado la planificación de aspectos cruciales como las visitas médicas. Solo nos ocupábamos de ello en casos de urgencia, momento en el cual me di cuenta de que no todo podía resolverse y de que, tarde o temprano, la verdad saldría a la luz.

Abraham había organizado mi alojamiento lejos del puerto. Después de un viaje de una hora, un pequeño lago nos recibió. El ambiente era agradable, y la mejor parte era la tranquilidad en el aire, algo que necesitaba desesperadamente.

Mi madre se había quedado dormida en la camioneta; su agotamiento era evidente. No pude dejar de mirar el moretón que formaba en su mejilla. Aborrecía cualquier forma de violencia contra las mujeres.

—Madre, hemos llegado— susurré en su oído.

Poco a poco fue abriendo sus ojos.

—¿Dónde nos encontramos?—indagó con curiosidad, incorporándose.

—Te doy la bienvenida a nuestra morada provisional —sonreí.

Al ver los ojos de mi madre brillar con deleite, supe que había tomado la decisión más acertada. Nos aproximamos a una imponente cabaña, siguiendo las indicaciones de Abraham; bastaba con mencionar su nombre para que nos entregaran la llave del chalet.

Mientras paseábamos, contemplé la exuberante vegetación que nos rodeaba. El recinto, construido con madera y piedra, desprendía un encanto rústico y acogedor. Una vez dentro, las amplias ventanas dejaban entrar la luz natural, creando una atmósfera cálida y acogedora.

Elegante en su decoración, con muebles confortables y detalles ornamentales que capturaban la esencia del lugar. La cocina estaba completamente equipada, contando con un salón provisto de chimenea y una espaciosa terraza desde la cual relajarse y deleitarse con las impresionantes vistas.

Escuché el suspiro de mi madre y la miré de inmediato.

—¿Te agrada?

—Sabes... —acarició la madera de la pared—. Este es uno de mis estilos favoritos, hija.

—Cuando lo vi, supe que era perfecto para ti.

Me aproximé y la abracé por detrás, a pesar de nuestra distancia, nuestro vínculo permanecía intacto.

Me desperté con la boca húmeda, me sentía exhausta. A duras penas dejé a mi madre dormida después de que tomara una pastilla, luego toqué la almohada de mi habitación y me dejé caer en los brazos de Morfeo. Cerré los ojos de nuevo y justo cuando me disponía a sumergirme en el sueño, escuché un timbre.

«Quizás estoy experimentando alucinaciones», reflexioné para mis adentros.

Apreté mi almohada y empecé a contar ovejas, sabía que aún era temprano, pues apenas escuché el trinar de un pájaro al pasar por la ventana. No obstante, el timbre volvió a interrumpir mi intento por conciliar el sueño. Respiré hondo, tomé mi cobija y me envolví en ella. Me dirigí hacia la puerta y conté hasta diez antes de abrirla.

—Buenos días, Srta. Irene.

Abraham no sonreía, llevaba un traje oscuro y su rostro mostraba preocupación.

—¿Qué ha pasado?—pregunté.

—El Sr. Carmelo ha fallecido.

Mi manta cayó al suelo.

—¿Qué has dicho, Abraham?

Me volteé y mi madre estaba contrariada; él entró acercándose a ella.

—Lo siento mucho, señora Elena— dijo con pesar.

—¡No! —gritó mamá—. Esto no puede ser verdad.

Mamá adoraba al abuelo, siendo siempre la preferida, aunque ella misma no lo percibiera. Se convirtió en su viva imagen, con la pasión por la construcción arraigada en su ser. Desde siempre anheló seguir los pasos de su padre y convertirse en ingeniero como él.

—Mamá...

Sus lágrimas quebraron mi corazón, intentó erguirse apoyándose en una de las paredes hasta desplomarse.

—¡Mamá!—Corrí presurosa

Abraham la llevó en brazos y la acostó en el sofá de la sala.

Fui rápidamente al botiquín de primeros auxilios y tomé alcohol y algodón. Estaba tan nerviosa que sentía que mis manos se volvían de mantequilla. Cuando regresé, le acerqué un poco de alcohol a su nariz, y ella comenzó a reaccionar poco a poco.

Cuando logró abrir los ojos, se llenaron de lágrimas. Agarró las manos de Abraham y le imploró:

—Por favor, dime que es una falsedad, Abraham.

—No, señora Elena, nunca jugaría con la muerte.

—¡No! ¿Por qué, papá? Dios mío—exclamó llorando.

La abracé y ella desahogó toda su angustia en mis hombros. Mis lágrimas también brotaron, aunque mi abuelo no fue el más amable conmigo, siempre fue excepcional con mamá.

***

Volver a Santa Rosa se sentía extraño, con un cielo oscuro que parecía que llovería en cualquier momento.

Abraham conducía mientras mamá guardaba silencio, un silencio que me inquietaba. Después de llorar tanto, decidió levantarse apresuradamente para cambiarse e ir al velatorio.

Toda la familia Mendoza estaba reunida en la capilla. Como era de esperarse, la prensa no tardó en acercarse, y cuando bajamos de la camioneta se unieron a nosotros como abejas a un panal. Abraham fue tan rápido que se convirtió en una barrera y no dejó que nos tocaran.

Empresarios, conocidos de la familia, y socios se acercaron a nosotras mientras caminábamos para presentar sus condolencias.

Al llegar a Julieta, nos escudriñó con la mirada y prosiguió conversando con su acompañante. Consciente de que no éramos de su agrado, optó por mantener la compostura.

Mamá continúo con calma y se acercó al féretro, momento en el cual una lágrima se deslizó por su mejilla.

—Lo lamento, papá—susurró— no tuve la oportunidad de despedirme de ti.

—Elena...

La tía Luz la llamó, su espíritu jovial había sido reemplazado por uno doloroso. Ambas se abrazaron y se encaminaron hacia un asiento. Me sentía desubicado en la capilla, por lo que me alejé un poco para respirar aire fresco.

Caminé hasta el jardín, donde se encontraba un pequeño parque infantil, y me senté en un banco. Percibí que alguien obstruía mi campo de visión, y sin necesidad de alzar la cabeza, supe de quién se trataba; su fragancia desagradable era inconfundible.

—Mis más sinceras felicitaciones.

—¿Cuál es tu propósito, Gustavo?

—Has provocado la desgracia de toda la familia en tan solo dos días.

—¿Acaso soy la responsable? Sé coherente.

—Por tu causa, el abuelo falleció.

—¿Cómo es posible?—me puse de pie para enfrentarlo—¿De qué estás hablando?.

—Como has escuchado, falleció protegiéndote. Y tú no eres más que una desdichada en esta familia.

—En tu vida te permitiré hablar de esa manera sobre mi mujer.

Alexander surgió tomando a Gustavo por la corbata.

—Sueltame, imbécil.

Se escucharon susurros a nuestro alrededor. No podíamos armar un espectáculo con los niños presentes.

—Alex... no es el momento oportuno. Te ruego que lo sueltes.

Me dirigió una mirada y luego observó a los espectadores antes de liberarlo.

Gustavo ajustó su corbata y nos lanzó una mirada de desaprobación antes de marcharse.

Alexander tomó mi mano y nos alejó hacia otra salida. Después de unos minutos caminando, llegamos hasta la entrada de una iglesia.

—Detente, ¿Qué haces aquí?

Él se detuvo y tomó mis manos.

—Aquí, ante la presencia de Dios— miró hacia el interior— Te aseguro que no claudicaré ante ti, Irene. No lo haré.

Su mirada era firme, mi corazón latía con fuerza. Redujo la distancia entre nosotros y acarició mis mejillas.

—Aunque decidas alejarte hasta los confines del mundo, yo te seguiré.

—Alex, hay mucho en juego, tu prestigio, las empresas...

Colocó un dedo sobre mis labios para silenciarme.

—El dinero me importa poco, mi amor. Si es necesario comenzar de nuevo, lo haremos juntos.

Me besó, sus labios cálidos se fundieron con los míos. Y se sintió como el auténtico cielo.


Hola queridos lectores, en la nota anterior les comenté mi ausencia. Ha sido difícil para mi escribir terminar de escribir este capítulo. Cuando pierdes un ser querido un vacío queda en nosotros.

Ahora bien, volviendo a nuestra historia quiero que opinen acerca de nuestra pareja principal ¿Creen que Irene y Alexander puedan con todo lo que se avecina? Hay una sorpresa en el siguiente capítulo.

Nos leemos pronto, con amor Ale.

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